– Strangwell dice que Petra hacía de detective para ti, Vicki.
– Vic -lo corregí.
Les Strangwell no hizo caso:
– Tuve que leerle la cartilla a Petra cuando descubrí que buscaba información para Vicki aquí, en horas de trabajo. Lo siento, Peter. Ahora, no puedo dejar de preguntarme si heriría su orgullo y la empujaría a desaparecer.
– No es que Petra sea hipersensible -dijo mi tío-, pero es usted un hijo de puta tan insensible, Strangwell, que tal vez fue más cruel de lo que usted mismo se daba cuenta en ese momento.
– Vaya coro tan extraño -dije, intentando no perder la calma porque me impediría ser ecuánime-. ¿Es eso lo que han estado haciendo mientras esperaba? ¿Ponerse de acuerdo en la letra y la música? ¿Petra salió corriendo porque Strangwell fue demasiado duro con ella? Yo le di un buen rapapolvo por haber hurgado en mis cosas personales y lo encajó sin el menor pestañeo, ¿y ahora me quieren convencer de que podría haberse esfumado porque su jefe hirió sus sentimientos?
– George está organizando un equipo -dijo Harvey Krumas-. Mire, Vic, sabemos cuánto quiere a su prima, pero alguien como usted, más que ayudarnos, nos perjudicará.
– ¿Qué significa eso de «alguien como yo»?
– Es usted una investigadora solitaria bastante ineficaz -afirmó Strangwell, tajante-. Ha sido incapaz de encontrar a una persona a la que lleva buscando desde hace más de un mes. Pero sí ha conseguido que mataran a una monja maravillosa…
Encajé el golpe exactamente donde él pretendía, justo debajo del diafragma, en ese punto donde tus entrañas se hacen un puño cuando piensas en todos los terribles errores que has cometido.
– Estoy impresionada de que se haya tomado tantas molestias en averiguar lo que hago. -Procuré mantener la voz firme-. De todos modos, no creo que deba desdeñar mi profesión.
– ¡No quiero que hagas nada! -Mi tío estaba al borde de las lágrimas-. Rachel se ha marchado para estar con las chicas y yo lo dejo todo en manos de George. El se encarga.
– ¿Qué te dijo Derek Hatfield cuando hablaste con el FBI? -pregunté-. ¿A él también le parece bien que el equipo de George se encargue de la investigación?
– Están sobrecargados de trabajo, Vicki -dijo Dornick-. Pondrán a trabajar a algunos agentes, desde luego, pero Hatfield sabe lo que puedo hacer y sabe que puede confiar en que mis hombres actuarán debidamente si resulta que estamos ante un caso de secuestro o de toma de rehenes.
Miré a mi tío:
– Petra suele llamar a Rachel una vez al día, por lo menos. ¿Se ha puesto en contacto en algún momento?
Hizo un gesto rudo, vacío.
– Cada vez que llamamos, sale el buzón de voz. ¿Por qué no puede contestar…?
– Parece que se ha agotado la batería -apuntó Dornick.
– Así pues, han usado los monitores de GPS para seguirla. -Enarqué las cejas-. ¿Dónde localizaron la última señal?
Dornick apretó los labios. No había querido revelarme que estaba siguiendo a Petra, pero no intentó enmendar el entuerto intentando negarlo.
– No nos pusimos a trabajar hasta esta mañana, así que no sabemos dónde fue después de escapar por la puerta de atrás de tu casa.
– Y ahora que tiene el consentimiento de Hatfield para que se encargue de la investigación el sector privado, ¿qué planes tiene?
Dornick esbozó una sonrisa:
– Lo primero que haremos, naturalmente, será interrogar a Merton.
– ¿De veras piensa que los Anacondas están involucrados en esto, Georgie?
Él se sonrojó al oír el diminutivo.
– No seas ingenua, Vicki… Vic. Sabes perfectamente que, a pesar de cumplir cadena perpetua en Stateville, Merton controla una buena parte de los barrios del sur y el oeste de la ciudad. Drogas, prostitución, robos de documentación. Podemos apretarlo donde duele.
– ¿Y dónde sería eso? -pregunté educadamente-. No puede cumplir más condena de la que ya tiene.
– Merton está muy orgulloso de su hija. Podemos presionarlo con ella.
– No pensaba que estuvieran tan unidos -apunté.
– Eso no significa que no se podrían como una furia si el bufete de abogados donde trabaja decidiera que la chica es un riesgo para la seguridad -dijo Dornick.
– Y si resulta que Merton no tiene nada que ver con la desaparición de Petra, ¿restituirán su buena fama a Dayo Merton y se ocuparán de que encuentre otro trabajo tan bueno como el que tiene ahora? -pregunté, y añadí, dirigiéndome a mi tío-: ¿Es así como querrías que trataran a Petra?
– Si ese hombre está detrás de su desaparición, ya está tratándola…
– Está bien. Así que empezarás apretándole las tuercas al Martillo. Y al mismo tiempo, por si acaso…
– Hablaremos con algunos Anacondas que le guardaban rencor a…, bien, digamos que a tu padre. Gente como ese Steve Sawyer al que has estado buscando.
– ¿Saben dónde está?
En los labios de Dornick se dibujó una leve sonrisa, de superioridad sobre todo.
– Tengo bastante confianza en que podré dar con él.
– Y también hablaremos con usted, Vic -dijo Strangwell-. Tenemos que saber qué trabajos le hacía Petra.
Peter miraba a Harvey Krumas con una expresión extraña, casi de súplica. Me pareció que los dos hombres contenían la respiración, pendientes de mi respuesta.
– Nada, en realidad. -Hablé despacio, estudiando sus rostros e intentando adivinar qué esperaban oír-. Cuando resulté herida en el incendio en que murió la hermana Trances, me lesioné los ojos. Me recomendaron que no mirara una pantalla de ordenador durante unos días y Petra se ofreció a buscar una dirección en una de mis bases de datos. Luego, me dijo que Strangwell la tenía muy ocupada y que no podía hacer la búsqueda.
– ¿Está diciendo la verdad? -preguntó Harvey Krumas.
– Mire, señor Krumas, es inútil que pregunte eso. Si le digo que sí, ¿me creerá? ¿Y por qué razón habría de decir que no? Además, ¿por qué se preocupa por eso? Son datos de fácil acceso para el público en general. ¿Qué importa si Petra los vio o no?
Antes de que ninguno de los hombres pudiera decir nada, se oyó una exclamación apagada al otro lado de la puerta y el chasquido de la cerradura. La puerta se abrió y entró en el despacho el candidato en persona.
35 En el salón de los titanes
Boquiabierto, Harvey Krumas miró a su hijo. Dornick se puso en pie pero, por una vez, parecía haberse quedado mudo, mirando de Peter a Harvey y luego a Les Strangwell que, en vista de ello, decidió hablar el primero.
– Brian, hoy tenías todo el día ocupado con los donantes de L.A. ¿Por qué has cancelado el acto? Ahora tendremos que poner en marcha un serio control de daños.
– Por el amor de Dios, Les, el control de daños no es para mí y unas aspirantes a actriz de películas de serie B, sino para encontrar a Petra Warshawski. Tengo que quedarme aquí.
Brian llevaba la corbata aflojada y su pelo oscuro hacía tiempo que no veía un peine.
– Tenemos la situación controlada -dijo Les-. George va a designar a sus mejores agentes para que busquen a Petra.
– Les, papá, George -Brian nos miró a mi tío y a mí sin reconocernos-, y ustedes dos, quienesquiera que sean, ¿y si por una vez fingimos que ésta es mi campaña, mi vida, mis colaboradores y que no somos todos peones de vuestro gran juego de poder? Quiero saber qué ha dicho la policía sobre Petra y lo que sabemos de su desaparición. Y quiero saber por qué George está aquí, en la central de control de daños, en vez de reunirse con sus mejores hombres y poner en marcha el operativo de búsqueda?
– Queremos minimizar la atención de los medios sobre la desaparición de Petra -replicó Strangwell-. El hecho de que hayas regresado transmite el mensaje de que pensamos que el caso es más serio de lo que realmente es.
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