– No metas a Rachel en esto.
– Dos noches antes de la desaparición de Petra, alguien revolvió mi apartamento. ¿Era esto lo que buscaba?
– ¿Cómo quieres que lo sepa? -La beligerancia había desaparecido de su voz-. Tú eres amiga de los negros de esta ciudad. Yo, no.
– Las personas que entraron en mi apartamento no eran negras. Alguien las vio. -Mi testigo había dicho que no había podido distinguir su raza, pero se me estaba agotando la paciencia-. ¿Le pediste que viniera a casa a buscarla?
– Nellie Fox… Petra sabía que yo era fan de Nellie Fox.
– ¿A quién proteges, Peter? Petra no había oído hablar nunca de Fox. Cuando mencioné el nombre, pensó que los Sox habían puesto a una mujer de segunda base. ¿Por qué no me cuentas lo que ocurre con esta pelota?
– Con esa pelota no ocurre nada. No hay nada que contar.
La hice rodar en la mano y mi tío la observó nervioso. La puerta se abrió y entraron Strangwell y Dornick, acompañados de Harvey Krumas, que se sorprendió de encontrarnos allí a Peter y a mí. Pero el que habló primero fue Strangwell.
– Brian, los chicos han divulgado que estás aquí. Tenemos a Global Entertainment en la sala de prensa. Gina te maquillará.
El candidato dejó que Strangwell se lo llevara, pero Harvey Krumas y Dornick quisieron saber por qué Peter no había regresado al Drake a descansar.
– Tienes un aspecto horrible, Peter. ¿Qué ocurre aquí?
– Brian quería hablar conmigo -respondí-. Y Peter quiso estar cerca. Hablamos de lo que podía estar buscando Petra en mi casa de la infancia. ¿Alguna corazonada?
– No conozco a Petra -respondió Dornick-, así que no sé de qué pudo haberse encaprichado. A veces, las chicas de su edad se hacen ideas románticas sobre la familia. Tal vez pensó que encontraría reliquias familiares.
– ¿Señor Krumas? Usted la conoce mejor que yo. A fin de cuentas, es su «tío Harvey». Peter dice que no buscaba una pelota de béisbol.
– ¡Esto es indignante! -exclamó Harvey, enojado-. Peter está enfermo de preocupación, todos lo estamos, y tú tratas el asunto como si fuera un videojuego.
Lancé la pelota al aire, la recogí y la metí en el portafolios.
– Tiene razón. Llevaré la pelota al laboratorio a ver qué pueden decirme de ella. Luego, me pondré a buscar a Petra.
– ¡No! -chilló Peter-. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? ¡No te metas en esto, joder!
– Por curiosidad, Vicki, Vic -dijo Dornick-. Si fueras a buscarla, ¿por dónde empezarías?
– He empezado por su apartamento, pero alguien estuvo allí antes que yo. Como Peter no quiere que la busque, no lo haré, pero, probablemente, hablaría con Larry Alito.
– ¿Alito? -preguntaron Krumas y Dornick al unísono. Luego, Dornick añadió-: Yo no confiaría demasiado en lo que un borrachín como Larry tenga que decir.
– Hace un par de días, se vio con Les Strangwell. Me gustaría saber lo que Strang…
– ¿Cómo sabe eso? -inquirió Krumas.
– Soy investigadora, señor Krumas. Mi trabajo consiste en averiguar cosas. No sé qué necesitaría para que Alito me hablase de esa conversación o de otras cosas que sabe, pero…
– Ese tipo vendería a su mujer por seis latas de cerveza y probablemente traicionaría a su hijo por un barril. No te acerques a él, Vic, te traerá problemas. -Dornick esbozaba una sonrisa indulgente como si yo fuera un bebé que necesitase más aprendizaje.
– Tiene mal genio y bebe, pero es un policía con una larga experiencia. Y Strangwell lo quería para hacerle un encargo urgente y confidencial el día antes de la desaparición de Petra.
– ¿Crees que Larry tiene algo que ver con la desaparición de Petra? -Dornick se echó a reír-. Me sorprende que te hayas ganado la vida tanto tiempo trabajando de investigadora. Una imaginación como la tuya sería ideal para escribir series de televisión. Por cierto, ¿qué imaginas que ocurrió con esa pelota de Nellie Fox?
– Y usted sabe que es una pelota de Nellie Fox porque…
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Harvey parecía un oso disecado sobre la repisa de una chimenea. Y entonces, Dornick se rió y dijo:
– Porque en la familia de tu abuelo era un dios para todo el mundo, excepto para tu renegado padre. Pete, deja que te acompañe al Drake. Vic, haz caso a tu tío y mantente bien lejos de la búsqueda de Petra.
Dejé a los hombres parando taxis en Michigan Avenue. Quería perderlos de vista a los tres antes de recuperar mi coche, pero aun así no fui directamente, sino que tomé un autobús en Michigan hasta el extremo meridional de Grant Park, donde sólo un puñado de turistas pasaba junto a los sin techo tumbados en la hierba y sería más fácil ver si tenía compañía.
Todo lo ocurrido en la reunión de la que acababa de salir había disparado múltiples alarmas. ¿Por qué Peter, en vez de estar con su esposa, o hablando con la policía, se había reunido con Harvey Krumas y George Dornick en la oficina del político más temido de Chicago? Y allí se habían repetido las advertencias de que no me metiera en la búsqueda de Petra, como si supiesen dónde estaba o tal vez hubieran recibido una amenaza o alguien hubiera pedido un rescate.
Hasta que me senté al pie de la estatua, en la corta escalinata, no me di cuenta de lo cansada que estaba. Utilicé la sudadera roja que llevaba en la cartera como almohada, me apoyé en gastados peldaños de cemento y cerré los ojos.
Para Peter, la pelota de béisbol tenía un significado importante, incluso devastador. Tanto Harvey Krumas como Dornick sabían de la existencia de aquella pelota, eso había quedado claro a través de sus reacciones. A Petra le habían ordenado que me la quitase. Por eso se había comportado de una manera tan extraña y me había contado aquella torpe excusa de que la quería para regalársela a su padre por su cumpleaños. Dornick o Krumas, o incluso Strangwell, sabían que yo la tenía porque, probablemente, Petra lo había contado en la oficina.
Casi oí su risa explosiva mientras informaba de ello a sus compañeros de plataforma en el Ciberbatallón: «¿Podéis creer que pensaba que los White Sox habían puesto a una mujer de segunda base? Si papá supiera que yo no conocía al tal Nellie Fox, me desheredaría. Mi prima dice que fue una gran estrella hace un siglo.»
Todos los colaboradores de la generación Milenio se pasaban la vida mandando mensajes de texto o escribiendo en Twitter. Nellie Fox, el jugador transexual, se habría convertido ese día en parte de las bromas de Twitter. Eso resultaba fácil de imaginar. Y, ¿a quién habían llegado esas palabras? ¿Al candidato? ¿Al Estrangulador de Chicago? ¿Al padre del candidato? Uno de ellos le dijo a Petra que tenía que quitarle la pelota.
Eso no me costaba imaginarlo, pero ignoraba si la pelota era lo que buscaban los matones que habían revuelto mi casa y mi oficina. ¿Por qué se habían llevado la foto del equipo de softball si lo que querían era la pelota?
– No tiene ningún sentido -dije en voz alta, de tan perdida que estaba en mis pensamientos.
– Eso es lo que yo he dicho siempre, que no tiene ningún sentido. Esos cohetes que mandan al espacio están alterando el clima. Y luego utilizan los teléfonos móviles para vigilarte y ver si sabes lo que se llevan entre manos.
El tipo que habló estaba al otro lado de la base de la estatua, en otro corto tramo de escaleras. Cuando se dio cuenta de que lo escuchaba, me pidió una limosna para poder comer algo. Lo miré sin verlo. «Utilizan los teléfonos móviles para vigilarte.»
Me estaban vigilando. Aquella mañana, me habían seguido. ¿Vigilaban también a Petra? Maldita sea, primita, ¿para quién estás trabajando? No trabajaba para Dornick. De otro modo, éste habría sabido dónde estaba. Tal vez lo sabía. Quizá, precisamente por eso, no quería que yo la buscara. Pensé en lanzar una moneda al aire. Cara, no sabe dónde esta Petra. Cruz, sí lo sabe.
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