Ni que hubiera sido su padre se hubiese alegrado tanto y, casi de manera involuntaria, dijo:
– ¡Vaya, cuánto me alegro de verte!
Él pareció sorprendido.
– ¿Ah, sí?
– Hay un hombre que me está acosando. Mira. No, ya se ha marchado. Ha sido por ti, seguro. Te vio, pensó que eras amigo mío y… desapareció. ¡Qué maravilla!
Si le importó que lo tomaran por un amigo suyo, él no lo dejó traslucir.
– Esto del acosador… es una cosa muy seria. Tendrás que informar a la policía.
– No puedo estar poniendo denuncias continuamente. No es el primero, ¿sabes? Quizás ahora desista. Siempre espero que lo hagan. Pero, bueno, ¿qué estás haciendo por aquí?
– Yo podría preguntarte lo mismo. Soy banquero -señaló un edificio de estilo georgiano en el que se leía en una placa metálica: LASKY BROTHERS, BANCA INTERNACIONAL DESDE 1782-. Trabajo allí.
– ¿En serio? -Nerissa tenía una idea muy limitada de lo que hacía un banquero-. Quieres decir que si entrara ahí y les pidiera que me hicieran efectivo un cheque, ¿tú estarías detrás de esa cosa de cristal y me darías un puñado de billetes?
Él se echó a reír.
– No es exactamente así. He salido para comer. Supongo que tú no…
– Voy a comer con mi agente -dijo ella-. Tengo que ir sin falta. -Lo miró con un amor vehemente recordando la predicción de Madam Shoshana-. Ojalá no tuviera que hacerlo, pero debo ir.
– En tal caso, te digo adiós. -Quizá fuera su imaginación, pero Nerissa nunca lo había visto de esa manera, tan interesado en ella, tan curioso sobre ella-. ¿Sabes una cosa? -dijo- Eres muy distinta de… esto… de la idea falsa que tenía de ti -y se marchó.
Nerissa entró en el restaurante donde ya vio que su agente la esperaba en una mesa. ¿Qué había querido decir con eso de «idea falsa»? ¿Que creía que era horrible y había descubierto que no? ¿O, más probablemente, que a pesar de esa mirada que podría haber sido de mera simpatía, hubiera pensado que era simpática, pero ahora había descubierto que era horrible? De todas formas, había estado a punto de pedirle que fuera a comer con él…
Un mensaje urgente convocó a Mix a la oficina central. El director del departamento, el señor Fleisch, tenía unas cuantas cosas que decirle. Habían recibido una llamada de la señora Plymdale, que ya no se había mostrado indulgente ni fácil de tratar, para quejarse de que la cinta nueva que le había instalado en su cinta de correr se había soltado y que, aunque le había prometido reparársela a las once, no había aparecido. Ella tenía que utilizar la cinta de correr cada día o perdería el ritmo. Necesitaba hacer ejercicio de verdad. Sus progenitores habían muerto de enfermedades cardíacas y la mujer estaba desesperada. Y no era solamente eso, sino que además el señor Fleisch se había enterado por medio de Ed West de que Mix no había realizado dos visitas esenciales que tenía que hacer él y que no pudo hacer porque estaba enfermo.
– Estoy pasando por una mala racha -dijo Mix sin más explicación.
– ¿Qué clase de mala racha?
– No he estado bien. He estado deprimido.
– Entiendo. Te concertaré una cita con el médico de empresa.
A Mix le hubiese gustado rechazar la oferta, pero no supo cómo hacerlo. Lo empeoraría todo si no iba a ver al médico, un anciano adusto que se había granjeado la antipatía del personal. Mix se fue a casa. Había sido un mal día. Todo el tiempo que había estado siguiendo a Nerissa había estado planeando qué le diría cuando, después de acortar las distancias según lo planeado, ella volviera la cabeza y lo viera. Lo primero que haría sería recordarle lo del jueves pasado, luego tal vez disculparse si había ofendido a su madre. ¿Querría demostrarle que no estaba resentida yendo a tomar un café con él? La joven se había mostrado tan dulce y gentil en la anterior ocasión que él creía que lo haría, lo cierto era que no podría negarse dadas las circunstancias. Pero entonces había aparecido ese hombre, un joven atractivo que parecía ser amigo suyo. ¡Tenía que pasarle a él! Pero no iba a dejar que eso lo desanimara.
Un mensaje en el móvil le decía que llamara a Colette Gilbert-Bamber en cuanto terminara el trabajo. No sería porque le pasara nada a su equipo, sino para lo que Mix denominaba «un poco de lo otro». Aun así ganaría cuarenta libras por el servicio a domicilio… Si tan atractivo le resultaba a Colette, seguro que también se lo parecería a Nerissa, ¿no? Pero no iba a ir. Había sido un mal día y no le apetecía.
Volvía a hacer bochorno y en la casa haría un calor sofocante. La verdad era que no sabía cómo podía ser tan oscura cuando el sol brillaba radiante. ¿Alguna vez descorría las cortinas esa mujer? ¿Alguna vez abría una ventana? Se quedó un momento allí donde Nerissa había estado la semana anterior y le había hablado con tanta dulzura… mientras que su madre se había dirigido a él de una forma tan desagradable. Pero no iba a pensar en ello. Y no iba a cruzar los brazos sobre el pecho de esa manera, pues notaba el michelín de la cintura que le caía por encima del cinturón de los pantalones. Se dijo que tenía que caminar, empezar ya al día siguiente mismo y hacer de ello una rutina diaria.
Comenzó a subir las escaleras cavilando que aquel lugar podría llevar años deshabitado. ¿Serviría de algo si se quejaba a la vieja Chawcer del sistema de alumbrado, de que las bombillas de bajo voltaje se apagaban antes de llegar al siguiente interruptor? Probablemente, no. La gente como ella estaba mejor en la oscuridad. De todas formas, resultaba ridículo tener que encender las luces por la tarde en pleno verano.
En la escalera embaldosada no brillaban los ojos del gato y, gracias a Dios, no había señales de Reggie. «Imaginaciones mías -pensó-. Tenía razón en lo de que estoy atravesando una mala racha, debo de haber empezado a ver cosas que no existen.» Dijera lo que dijera Shoshana, los fantasmas siempre eran alucinaciones, el resultado del estrés o de la presión. Los reflejos de Isabella, de un rojo, verde y púrpura pálidos, se hallaban inmóviles como si estuvieran pintados en el suelo, pero, al abrir la puerta de su piso, la luz dorada y resplandeciente del sol salió a raudales de su vestíbulo.
Antes de entrar, quizá tuviera que ir a la habitación de al lado, donde estaba Danila. Lo cierto era que debería darse una vuelta cada día hasta…, bien, ¿hasta qué? ¿Hasta que se acostumbrara a tenerla allí? ¿Hasta que la trasladara a alguna otra parte? Dejó su puerta abierta de par en par sólo por el alegre brillo de la luz y luego abrió la puerta del dormitorio de al lado.
Allí entraba la misma luz, o así sería si la ventana se limpiara alguna vez. Pero en cuanto percibió el olor, ya no pensó más en ello. Lo obligó a retroceder un paso. Y entonces supo lo que era. Hacía semanas que el tiempo era anormalmente cálido, la temperatura había rondado los treinta grados hasta el día anterior, lo cual era casi increíble, y aquel olor era el resultado de ello. No lo entendía; el cadáver estaba envuelto y había vuelto a clavar las tablas del suelo. Se preparó para entrar y cerró la puerta tras él sin pensar ya en fantasmas. Aquello era real; lo otro se lo había imaginado. Inspiró largamente allí de pie y se estremeció; nunca había olido nada parecido. ¿Por qué había entrado allí precisamente esa tarde en la que ya se sentía bastante mal?
¿Desaparecería ese olor? Con el tiempo, tal vez. Se dio cuenta de que no tenía ni idea de si la descomposición continuaba durante semanas, meses o incluso años y, si al final, se desvanecía. La vieja Chawcer podría entrar en cualquier momento. Mix no podía correr ese riesgo. Tendría que ir a trabajar y mientras estuviera fuera de casa no estaría ni un momento tranquilo.
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