Se acercó a la puerta de puntillas, vete a saber por qué, y aunque pensó que lo mejor sería abrirla rápidamente, lo hizo a hurtadillas. La habitación estaba vacía y hacía mucho calor en ella. El sol resplandecía a través del cristal. Un olor no muy fuerte, pero bastante desagradable debía de entrar por la ventana abierta, pero la ventana no estaba abierta. Fue hacia ella e intentó levantar la hoja, pero le fue imposible, las cuerdas del contrapeso de la ventana de guillotina estaban rotas, una de ellas colgando. Algunos de los olores que se percibían en Londres eran de origen desconocido y parecían abrirse camino a través de las grietas de la estructura de las casas. Miró por la ventana. Las gallinas de Guinea del hindú estaban acurrucadas juntas en el tejado de un cobertizo bajo mientras Otto las observaba desde el muro.
Mix cerró la puerta tras él y metió la llave en la cerradura de su piso. No sólo percibía un olor extraño, sino también una música extraña. Debía de haber empezado a sonar mientras se encontraba en la habitación, una música de esas que él nunca había sido capaz de seguir o comprender, pero que a algunas personas parecía gustarles. Él sospechaba que en realidad no les gustaba, pero que lo fingían porque eso les hacía parecer más inteligentes. Unas notas de piano, posiblemente de dos, sonaban a lo lejos mientras alguien tocaba un violín. ¿De dónde provenía? Del dormitorio de la vieja bruja, sin duda. Entró en el piso pensando en la chica que estaba debajo de las tablas del suelo.
¿Iba a dejarla allí? No había sido ésa su primera intención. La habitación de al lado sólo era una tumba temporal. Él había pensado meter el cadáver en el maletero del coche y deshacerse de él en alguna parte. Reggie nunca había llegado tan lejos. Todas sus víctimas habían sido enterradas dentro de la casa o en el jardín, pero Reggie no tenía coche, poca gente poseía vehículo en aquel entonces. Claro que su propia experiencia era muy distinta a la de Reggie. El necrófilo había matado a todas esas mujeres para tener relaciones sexuales con ellas mientras yacían moribundas o recién muertas, en tanto que él, Mix, había matado a alguien en defensa propia porque le había dicho unas cosas horribles. Lo que él había hecho tan sólo era un homicidio sin premeditación.
En la época de Reggie los forenses no habían llegado ni mucho menos al nivel de pericia que habían logrado hoy en día. Mix lo sabía todo al respecto, como cualquiera que viera la televisión. Actualmente, con todas las pruebas que hacían, serían capaces de saber si había llevado el cuerpo de una chica en su coche, sabrían quién era ella por la prueba del ADN. Reggie tuvo que ocultar esos cadáveres a su esposa, hasta que ella también se convirtió en su víctima. Se vio obligado a enterrarlas. Seguro que en su caso sería mucho más seguro dejar a Danila donde estaba, un lugar al que nadie tendría motivos para ir. Pero ¿quién había estado aquel día en esa habitación? Probablemente la vieja Chawcer, buscando más basura en los cajones de esa cómoda.
¿Y si había sido el fantasma de Reggie, fascinado porque otra persona había ocultado un cadáver? ¿Y si Reggie, en lugar de rondarlo con intención de asustarlo, estaba velando por él? Se sentiría mejor al respecto cuando hubiera vuelto a ver a Madam Shoshana y oyera lo que ésta tenía que decir.
No obstante, pensó que un fantasma era igualmente aterrador tanto si te estaba amenazando como si te estaba protegiendo. El hecho de que pudiera ser un fantasma hacía que vieras el mundo de una manera distinta. Mix se estremeció al tiempo que pensaba que quizá no fuera demasiado pronto para prepararse un Latigazo.
Abbas Reza no se apercibió de la ausencia de Danila hasta que ésta no le pagó el alquiler. Él contaba con que le pagaran los alquileres en metálico, a ser posible con billetes de cincuenta y veinte libras metidos en un sobre que a su vez introducían en el buzón de su puerta. Nada de cheques ni tarjetas de crédito. El sábado pasado la señorita Kovic no había pagado el alquiler y ahora había pasado otra semana. Él ya había ido a aporrear su puerta para reclamárselo, pero no obtuvo respuesta, ni siquiera a las doce y media de la noche. No le había parecido que la muchacha fuera una de esas que no vuelven a casa, ni un ave nocturna, en absoluto, pero se había equivocado. Ahora que la joven llevaba unos cuantos meses en Londres se estaba habituando, cambiando sus buenos hábitos por malos, igual que les ocurría a todas. Tal eran la corrupción y el mal progresivo del mundo occidental donde se ridiculizaba a Dios y la moral había salido volando por la ventana. A veces pensaba con nostalgia en Teherán, pero no por mucho tiempo. En general, estaba mejor aquí.
La empleada eventual, que aún seguía en el gimnasio Shoshana, era eficiente, más atractiva que la chica bosnia y, con esa figura regia, su pose refinada y su rostro como el de una diosa nórdica, suponía una buena publicidad para el spa . Era una pena que no fuera a quedarse. Shoshana había obtenido varias respuestas a su anuncio y estaba entrevistando a las candidatas. La clientela aumentaba con rapidez. Había vuelto ese idiota que creía que vivía en una casa encantada y había tenido que contenerse para no echarse a reír en su cara cuando le dijo que evitara el número trece si quería evitar volver a ver al fantasma. Casi se había olvidado de la existencia de Danila.
Kayleigh no lo había hecho. Antes de conocer a Mix, Danila hubiera dicho que Kayleigh era la única amiga que tenía en Londres. No es que se hubieran visto mucho, pues Kayleigh empezaba su turno cuando Danila lo terminaba.
Ésta no tenía teléfono en su habitación de Oxford Gardens, de manera que Kayleigh había realizado varios intentos de llamarla a su móvil. Sonaba y sonaba, pero siempre en vano. Kayleigh aún no estaba preocupada. Si a Danila le hubiese ocurrido algo, como que la hubieran asaltado o atacado, habría salido en los periódicos. Podría ser que estuviera enferma y no contestara al móvil. De todos modos, no estaría enferma durante quince días, y ya hacía más de dos semanas desde el día en que Shoshana la había llamado y Danila no respondió. Kayleigh se acercó a la casa de Oxford Gardens.
Todas las habitaciones y los dos pisos tenían portero automático. Abbas Reza se enorgullecía de organizar las cosas como era debido. Además, no quería que las visitas lo despertaran a todas horas. Kayleigh llamó al timbre de Danila una y otra vez y, al no obtener respuesta, pulsó el botón de arriba en el que había escrito de manera un tanto misteriosa: Sr. Reza, director de la casa, como si fuera un director de un colegio.
Un hombre delgado y bastante atractivo, con un bigote pequeño y unos cabellos tan negros y relucientes que bien podrían estar pintados, abrió la puerta. Parecía tener poco menos de cuarenta años.
– ¿En qué puedo servirle?
Fue educado porque Kayleigh era una rubia guapa de veintidós años.
– Busco a mi amiga Danila.
– Ah, sí, la señorita Kovic. ¿Dónde está? Eso es lo que yo me pregunto.
– Yo también me lo pregunto -repuso Kayleigh-. No responde a mis llamadas y ahora usted me dice que no está aquí. ¿Cree que podríamos entrar en su habitación?
Al señor Reza le gustó ese «podríamos». Esbozó una sonrisa tranquilizadora.
– Lo intentaremos -dijo.
Primero llamaron a su puerta. Quedó claro que dentro no había nadie. El casero introdujo su llave, la hizo girar y entraron. Al hacerlo, le sobrevino la idea de que la joven podría yacer allí muerta. Por desgracia, eran cosas que ocurrían, tanto en Teherán como en Londres. ¡Menuda impresión para esa joven tierna que sin duda no se había corrompido! Pero no, allí no había nada. Nada, salvo el desorden en el que parecía vivir todo el mundo, prendas de ropa tiradas por todas partes, una taza de té vacía con posos antiguos y, en el fregadero, sumergidos en agua fría con una capa de grasa flotando, un plato, un cuchillo y un tenedor. La cama estaba hecha de cualquier manera. Junto a ella, encima de una pila de revistas, había uno de los folletos del Gimnasio Spa Shoshan, en papel satinado de color turquesa y plateado.
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