– Mi hija dijo que pasaría a recogernos a las cinco y media. Iremos las tres a mi casa para cenar allí.
– ¡Qué bien! ¿Por casualidad no será el dechado de virtudes del que su tía me habla continuamente?
– No sé si es un «dechado de virtudes» o no -repuso Hazel Akwaa en un tono casi tan frío como el de Gwendolen-. Sólo tengo una hija. Su padre y yo creemos que es muy especial, pero, al fin y al cabo, somos sus padres. ¿Le importaría decirme dónde tiene el servicio?
Gwendolen esbozó su minúscula media sonrisa.
– El «cuarto de baño» está en el primer piso, la puerta que queda enfrente al subir el primer tramo de escaleras.
Durante la ausencia de Hazel Akwaa, decidió contarle a Olive lo de la carcoma.
– Acabo de subir otra vez para volver a examinarlo. He llamado a Woodrid para que vengan, pero, igual que todas estas empresas de hoy en día, tienen intención de hacerme esperar más de quince días para venir. Supongo que el suelo no se vendrá abajo en quince días. -Soltó una risita forzada-. ¿Por casualidad no sabrás si la carcoma huele?
– Pues la verdad es que no lo sé, Gwen. Nunca he oído decir que oliera.
– Quizá fuera mi imaginación. Te llevaría arriba para enseñártelo, pero esta sobrina nieta tuya va a llegar en cuestión de cinco minutos.
Hazel regresó seguida de Otto .
– Su precioso gato se ha restregado contra mis piernas y cuando lo he acariciado me ha seguido hasta aquí abajo.
– Sí, lo cierto es que parece que otorgue su favor a ciertas personas -dijo Gwendolen con un tono de voz que implicaba que había gustos para todo.
Mix se hallaba frente a la casa de Nerissa en Campden Hill, observando, y obtuvo su recompensa al verla salir por la puerta principal poco después de las cuatro y media y meterse en su coche. En aquella ocasión iba vestida con elegancia con un traje pantalón de color miel y un sombrero grande y dorado que se quitó y depositó en el asiento del acompañante. Nerissa condujo cuesta abajo y al pasar junto a él aminoró la marcha y volvió la cabeza brevemente para mirarlo. Mix quedó encantado. «La próxima vez se acordará de mí», pensó.
Tenía que realizar una visita más antes de irse a casa. Era en una casa de Pembroke Villas, el domicilio de una de esas clientas poco habituales que tenían una cinta de correr y que la utilizaban, si no a diario, tres o cuatro veces a la semana. La cinta de la máquina se había desplazado demasiado a la izquierda sobre los rodillos y, a pesar de todo el ejercicio que hacía, la señora Plymdale no tenía fuerza suficiente para manejar la llave inglesa y arreglarlo ella misma.
Su casa contaba con un camino de entrada donde Mix pudo aparcar el coche. La felicitó por su constancia con el ejercicio, ajustó la cinta y engrasó la máquina. Pero lo cierto era que había que sustituir la cinta y le aconsejó que encargara ya una de repuesto. Mix terminó la visita en quince minutos y tenía el resto del día libre. Condujo de vuelta a casa pasando por Portobello Road, Ladbroke Grove y Oxford Gardens y se detuvo por el camino para comprar media pinta de ginebra, una botella de vino tinto y un pollo masala congelado.
Era media tarde, hacía mucho calor y había dejado de soplar la brisa. Pensó: «Me pregunto si han empezado a buscar ya a esa chica, a esa Danila, los periódicos no dicen nada al respecto por lo que nadie ha informado a la policía». Tenía miedo de averiguarlo, pero, al mismo tiempo, quería saberlo. Aunque a los del gimnasio Shoshana les diera igual, seguro que a la gente a la que les había alquilado la habitación no, seguro que ellos estarían extrañados. Dobló por Saint Blaise Avenue. Frente a la casa en la que vivía, en la línea amarilla, había aparcado un Jaguar dorado. Era curioso, desde allí se parecía mucho al de Nerissa. Sin embargo, aunque eran unos coches magníficos, los Jaguar se parecían mucho unos a otros. El guardia de aparcamiento de rostro anguloso que había visto al doblar la esquina caería sobre el propietario de ese vehículo como una tonelada de ladrillos.
No pudo evitar lamentar no haber anotado la matrícula de Nerissa, pero la cuestión es que no lo había hecho. No le había encontrado el sentido. Dejó su automóvil en el estacionamiento para los residentes, lo cerró y cruzó la calle en dirección al Jaguar. El sombrero grande y dorado estaba en el asiento del acompañante. Así pues, ese coche era el suyo. Mix alzó la mirada, se dio media vuelta y se encontró frente a ella. No podía estar soñando, aquello debía de ser real…
– Nerissa -dijo-, es maravilloso poder hablar contigo al fin.
Ella le miró con sus grandes ojos negros, pero no dijo nada. Permaneció inmóvil, como impresionada.
– Has aparcado en una línea amarilla, Nerissa. El guardia de aparcamiento te va a pillar. Deja que mueva el coche por ti, Nerissa.
– Para usted es la señorita Nash -terció una voz desde detrás de la joven. Mix sólo tenía ojos para ella, no había visto a ninguna de las otras dos mujeres. Eran de esas que bien hubieran podido ser invisibles porque él nunca se hubiera fijado en ellas. La que había hablado dijo-: Mi hija conducirá su coche, gracias. Está a punto de hacerlo.
Nerissa le sonrió. Fue una sonrisa tan radiante, dulce y bondadosa que Mix casi se postró de hinojos a sus pies.
– Ha sido muy considerado por su parte -le dijo la joven, se metió en el coche y pasó el sombrero a las mujeres del asiento de atrás. La ventanilla estaba bajada-. Bueno, adiós.
El automóvil dobló la esquina y desapareció en el preciso instante en el que aparecía el guardia casi corriendo, con la multa en la mano. Mix permaneció un momento en el terreno sagrado en el que había estado el Jaguar y que entonces estaba ocupado tan sólo por una lata de cerveza vacía, un jirón de trapo grasiento y un envoltorio de un helado Magnum.
El guardia se las dio de ingenioso:
– Si se queda aquí, le van a poner el cepo, señor.
– ¡Ja, ja! -repuso Mix.
Se dirigió hacia la casa. Gran parte de lo que le había sucedido últimamente poseía ese aire de ensueño. Eran sueños maravillosos, como el más reciente, o pesadillas. ¿Qué había sido de la realidad? Bueno, era real que había hablado con Nerissa y… ¡Oh, milagro!, ella había hablado con él. Y había sido tan simpática y encantadora. Lo había llamado considerado. Si esa vieja que dijo ser su madre no se hubiera inmiscuido, era probable que ella le hubiera dejado mover el coche, incluso hasta se hubiera sentado a su lado y hubiera dejado que la llevara a casa. Pero la vieja había tenido que entrometerse. A Mix le hubiese gustado tirarla al suelo y pisotearla. ¿Cómo podía ser la madre de Nerissa con ese cabello gris rojizo y esa pálida cara de perro?
En la casa casi siempre reinaba la calma, pero aquella tarde parecía estar más silenciosa que de costumbre. Empezó a subir las escaleras. La próxima vez Nerissa lo reconocería. Saldría a hablar con él, tal vez lo invitara a entrar a tomar un café. Cuando eso ocurriera, sería su oportunidad para invitarla a salir. La llevaría a ese lugar italiano de categoría, ese que tenía un nombre curioso y que había ganado el Premio al Restaurante Italiano del Año. Por suerte había podido ahorrar un poco. Quería el dinero para comprarse uno de esos televisores con pantalla de plasma, pero Nerissa era mucho más importante que eso.
Invariablemente, cuando llegaba al tramo superior de la escalera los pensamientos sobre Reggie y su fantasma alejaban de su mente todo lo demás. Ni siquiera Nerissa poseía poder suficiente sobre él para desplazarlos. Era temprano, por supuesto, pero ya anochecía y allí arriba los pasillos siempre estaban oscuros. A veces pensaba en cerrar los ojos al llegar a lo alto de la escalera y dirigirse a su piso a ciegas, pero temía que si lo hacía una mano se le posaría en el hombro o una voz le susurraría al oído. Lo mejor era afrontarlo y mirar. Allí no había nadie, no había nada. Todo estaba como debía estar. ¿O no? Mix permaneció inmóvil intentando recordar. Estaba segurísimo de haber cerrado la puerta de la habitación donde Danila yacía bajo las tablas del suelo. Lo sabía porque siempre lo hacía. En todo el tiempo que llevaba viviendo allí nunca había estado entornada.
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