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Ruth Rendell: Falsa Identidad

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Ruth Rendell Falsa Identidad

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Un pastor anglicano se pone en contacto con el detective Wexford para investigar un caso resuelto quince años atrás. Arthur Painter, chofer y jardinero de una acaudalada dama, asesinó a su anciana patrona por dinero. Aunque el sacerdote actúa por motivos personales muy lícitos, el inspector jefe no está dispuesto a dar su brazo a torcer y ratifica que condenó al auténtico responsable del homicidio. Pero a medida que el tenaz religioso comunique al policía nuevas pesquisas y hable con distintos testigos, se irá desvelando una oscura trama de intereses económicos que apunta a uno de los miembros de la familia de la víctima como principal beneficiario de su muerte. Al final, Wexford no podrá continuar haciendo oídos sordos a las dudas que se ciernen sobre su primer caso criminal…

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»No sé si sabrá que, después de la guerra, hubo una gran escasez de viviendas y, además, era casi imposible encontrar servicio. La señora Primero era una anciana inteligente que empezó a pensar cómo podía utilizar una cosa para solucionar la otra. En la finca de Victor’s Piece había una cochera que tenía una especie de desván, en ella se guardaba el Daimler, del que le hablé antes, que no se había puesto en marcha desde la muerte del marido. La señora Primero no sabía conducir y huelga decir que Alice tampoco. La gasolina escaseaba pero la ración era suficiente para ir a hacer la compra y llevar a las dos ancianas a dar un paseo semanal por los alrededores.

– Así que Alice era, en cierto modo, una amiga -dijo Burden.

– Una señora puede ir acompañada de su doncella cuando sale de paseo -dijo Wexford con empaque-. El caso es que la señora Primero publicó un anuncio en el Chronicle de Kingsmarkham, ofreciendo empleo a un joven robusto dispuesto a trabajar en el jardín, hacer pequeñas reparaciones, y cuidar y conducir el coche a cambio de alojamiento y tres libras por semana.

– ¿ Tres libras? - Burden no fumaba y era poco amigo de los lujos, pero después de hacer la compra semanal para su esposa sabía que tres libras no daban para mucho.

– Bueno, en aquella época era bastante dinero, Mike -dijo Wexford en tono de disculpa-. La señora Primero mandó pintar el desván, lo dividió en tres habitaciones e instaló agua corriente. No era Dolphin Square pero, ¡en 1947, la gente se consideraba afortunada si podía alojarse en una sola habitación! Recibió muchas solicitudes pero por alguna razón (Dios sabe cuál) escogió a Painter. Durante el juicio, Alice dijo que la señora Primero creyó que al tener una esposa y una hija pequeña sería un hombre juicioso. Depende de lo que se entienda por juicioso, ¿no es cierto?

Burden apartó su silla del sol, y dijo:

– ¿Estaba también la esposa de Painter al servicio de la señora Primero?

– No, sólo él. Como le dije, tenían una niña pequeña que solamente contaba con dos años cuando vinieron. Si la mujer de Painter hubiese trabajado en la casa habría tenido que llevar a la niña consigo. La señora Primero no se lo hubiese permitido nunca. A su entender, existía un abismo entre ella y los Painter. Llegué a la conclusión de que no intercambió más de un par de palabras con la señora Painter en todo el tiempo que su marido permaneció allí, y en cuanto a la niña (si mal no recuerdo se llamaba Theresa), la señora Primero apenas reconocía su existencia.

– No parece que fuese una mujer muy agradable -dijo Burden con aire dudoso.

– Ella era una mujer típica de su edad y clase social -dijo Wexford de manera indulgente-. No olvide que era hija de un terrateniente en una época en que este hecho todavía significaba algo. Para ella, la señora Painter era comparable a la esposa de un aparcero. No cabe duda de que, si ésta hubiese estado enferma, habría enviado a Alice al desván con un poco de sopa o algunas mantas. Además, la señora Painter se mantenía apartada. Era una mujer muy guapa, muy reservada y se comportaba con una abrumadora respetabilidad. A Painter le tenía cierto miedo, algo totalmente comprensible, teniendo en cuenta lo menuda que era ella y lo bruto que era el gigante de su marido. Cuando hablé con ella después del asesinato, advertí que tenía un brazo lleno de magulladuras, demasiadas para deberse a un pequeño accidente de cocina, y me atrevería a afirmar que su marido la maltrataba.

– Así que, de hecho -dijo Burden-, todos ellos estaban completamente separados unos de otros. La señora Primero y su criada vivían solas en Victor’s Piece y la familia Painter, en su propia casa, al fondo del jardín.

– No creo que sea correcto decir «al fondo del jardín». La cochera estaba a unos treinta metros de la puerta trasera de la casa grande. Painter sólo entraba allí para llevar el carbón y recibir instrucciones.

– ¡Ah! -dijo Burden-, si no recuerdo mal, me parece que hubo un problema complicado con el carbón. ¿No fue más o menos ése el quid de todo el asunto?

– Painter se ocupaba de cortar la leña y acarrear el carbón -prosiguió Wexford-. Alice no podía hacerlo a su edad, así que él tenía que llevar a la casa un cubo de carbón al mediodía (nunca encendían el fuego antes de esa hora) y otro a las seis y media de la tarde. En general, Painter no ponía reparos a sus labores en el jardín o con el coche, pero, por alguna razón, lo del carbón le sacaba de sus casillas. Lo hacía, aunque con frecuentes negligencias y sin dejar de quejarse. Según él, el cubo del mediodía interrumpía su almuerzo y no le gustaba tener que salir de noche en invierno. ¿No podría llevar dos cubos a las once de la mañana? La señora Primero no se lo permitía, decía que no quería ver su salón convertido en una estación de tren.

Burden sonrió. Ya no notaba el cansancio. Después de un buen desayuno, una ducha y un afeitado, se sentiría como nuevo. Echó un vistazo a su reloj y, luego, al otro lado de la calle principal de Kingsmarkham, donde estaban subiendo las persianas del café Carousel.

– Me apetece un café -dijo.

– Eso mismo estaba pensando yo. Envíe a alguien a buscarlos.

Wexford se puso de pie, se estiró, se arregló la corbata y se alisó el pelo, demasiado escaso para despeinarse. El café llegó en dos vasos de cartón junto con unas cucharillas de plástico y unos terrones de azúcar envueltos en papel.

– ¡Esto está mejor! -exclamó Wexford-. ¿Quiere que continúe? -Burden asintió con la cabeza, y Wexford prosiguió-: En septiembre de 1950, Painter llevaba tres años al servicio de la señora Primero. Las cosas parecían ir bastante bien, salvo las protestas de Painter por lo del carbón. No dejaba de quejarse de tener que llevarlo y siempre estaba pidiendo un aumento.

– Supongo que Painter creía que la anciana nadaba en dinero.

– Desde luego, él no podía saber lo que ella tenía en el banco o en acciones. Por otra parte, todo el mundo estaba enterado de que guardaba dinero en su casa.

– ¿Quiere decir, en una caja fuerte?

– ¡Qué va! Ya sabe cómo son esas viejecitas. Una parte estaba escondido en los cajones, en bolsas de papel, y lo demás en bolsos de mano viejos.

En un momento de inspiración repentina, Burden recordó algo, y dijo:

– ¿Y en uno de esos bolsos estaban las doscientas libras?

– Precisamente -dijo Wexford-. Aunque hubiese podido pagarle más, la señora Primero se negó a subirle el sueldo. Si no le gustaba el trabajo podía marcharse, pero eso significaría dejar la vivienda.

»Como era tan mayor, a la señora Primero le afectaba mucho el frío, así que empezaba a encender el fuego en septiembre. A Painter le parecía innecesario y armó el escándalo de costumbre…

El inspector jefe se interrumpió al oír el teléfono y lo cogió. Burden no pudo saber quién era porque Wexford se limitó a repetir. «Sí, sí… de acuerdo», terminó su café con cierta repulsión, pues el borde del vaso de cartón estaba empapado, y, finalmente, Wexford colgó el auricular.

– Mi mujer -dijo-. Quería saber si estaba vivo y si me había olvidado de que tengo una casa. No le queda dinero y no encuentra el talonario. -Se rió, metió la mano en su bolsillo y se lo enseñó-. No me extraña. Tendré que volver a casa. -Con repentina amabilidad, añadió-: ¿Por qué no hace lo mismo y duerme un poco?

– No me gusta quedarme en suspenso -se quejó Burden-. Ahora sé cómo se sienten mis hijos, a la hora de acostarse, cuando dejo un cuento a la mitad.

Wexford empezó a tirar cosas dentro de su maletín.

– Prescindiendo de los detalles circunstanciales -dijo-, no queda mucho que contar. Le dije que era muy sencillo. Sucedió al anochecer del 24 de septiembre, un frío y lluvioso domingo. La señora Primero había enviado a Alice a la iglesia. Ésta salió de la casa alrededor de las seis y cuarto, y Painter debía llegar con el cubo de carbón a las seis y media. Lo trajo, no hay lugar a dudas y luego se marchó con doscientas libras en el bolsillo.

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