– Buenas tardes, señor. No tiene buen aspecto. ¿Le sienta mal el calor?
Archery se hallaba inclinado sobre el pretil del puente, respirando profundamente, cuando el policía apareció a su lado.
– Usted es el inspector Burden, ¿no es así? -Se sacudió y parpadeó. Había algo reconfortante en la apacible mirada de aquel hombre y en los transeúntes que cruzaban tranquilamente el puente-. Vengo de ver a la señora Crilling y…
– ¡No hace falta que diga nada más, señor! Le comprendo muy bien.
– La dejé en medio de un ataque de asma. Quizá debería haber llamado a un médico o a una ambulancia. Francamente, no sabía qué hacer.
Había un mendrugo de pan viejo encima del pretil. Burden lo lanzó al agua y un cisne se zambulló tras él.
– Ella no está bien de la cabeza, señor Archery. Debí haberle prevenido de lo que le esperaba. Le montó una de sus escenas, ¿no es así? -Archery asintió-. La próxima vez que la vea seguro que está más suave que un guante. Según cómo le da, tan pronto está bien, como todo lo contrarío. Se llama enfermedad maníaco-depresiva. Me dirigía al Carousel a tomar una taza de té. ¿Por qué no me acompaña?
Recorrieron juntos High Street. Algunas tiendas se protegían del sol con descoloridos toldos a rayas, proyectando una sombra oscura como la noche, bajo la luz despiadada de aquel cielo azul como el del Mediterráneo. El interior del Carousel estaba oscuro y mal ventilado, y olía a matamoscas.
– Té para dos, por favor -dijo Burden.
– Hábleme de las Crilling.
– Hay mucho que contar de ellas, señor Archery. El marido de la señora Crilling murió, dejándola sin un céntimo, así que se mudó a la ciudad y consiguió un trabajo. La hija, Elizabeth, fue siempre una niña problemática, pero empeoró por culpa de su madre. Ésta la llevó a ver a varios psiquiatras (no sé de dónde sacaba el dinero) y cuando la obligaron a llevarla a la escuela, la señora Crilling recorrió un colegio tras otro. Durante una temporada, Elizabeth estuvo en el St. Catherine’s de Sewingbury, pero la expulsaron. Cuando tenía unos catorce años tuvo que comparecer ante el Tribunal de Protección de Menores de Kingsmarkham, puesto que se consideró que la muchacha carecía de los cuidados y la protección necesaria y la separaron de su madre. Pero, finalmente, Elizabeth regresó a casa. Algo normal en este tipo de casos.
– ¿Cree usted que todo lo que le ha estado sucediendo a esta joven y el propio desarrollo de su personalidad tienen algo que ver con el hecho de que fuese ella quien encontró el cuerpo de la señora Primero?
– Puede que sí. -Al llegar la camarera con el té, Burden levantó la vista y sonrió-. Muchísimas gracias, señorita. ¿Quiere azúcar, señor Archery? No, yo tampoco tomo. -Carraspeó y prosiguió-: Creo que las cosas hubieran sido diferentes si Liz se hubiese criado en una familia apropiada, pero la señora Crilling siempre fue muy inestable. Ella cambiaba de trabajo a menudo, hasta que acabó de dependienta en una tienda. Tengo entendido que un familiar las ayudaba económicamente. La señora Crilling solía estar de baja con frecuencia, con el pretexto de su asma, aunque la verdadera razón era porque estaba loca.
– ¿Está legalmente incapacitada?
– Le sorprendería saber lo difícil que es incapacitar a alguien, señor. El doctor decía que podría conseguir un mandamiento de emergencia, si conseguía presenciar uno de sus ataques, pero ya sabe usted que este tipo de enfermos son muy astutos, cuando llega el doctor se comportan con la misma normalidad que usted o yo. En un par de ocasiones la señora Crilling ingresó voluntariamente en Stowerton. Hace unos cuatro años, ella inició una relación con un hombre, fue algo que se comentó por toda la ciudad. En esa época, Elizabeth estaba estudiando para ser fisioterapeuta. Al final, resultó que el novio prefirió a la joven Liz.
– Mater pulchra, filia pulchrior - murmuró Archery .
– Usted lo ha dicho. Ella dejó sus estudios y se fue a vivir con él. La señora Crilling volvió a perder la chaveta y pasó seis meses en Stowerton. Al salir del hospital, no les dejaba en paz: cartas, llamadas telefónicas, visitas imprevistas, de todo. Liz no pudo soportarlo y, finalmente, regresó a casa de su madre. El novio andaba metido en el mercado de coches, y le regaló el dichoso Mini.
Archery suspiró, y dijo:
– No sé si debería decirle esto, pero usted y el señor Wexford han sido tan amables conmigo… -A Burden le empezó a remorder la conciencia. Amables no era la palabra-. La señora Crilling dijo que si encerraban a Elizabeth…, es posible que la chica vaya a la cárcel, ¿no es cierto?
– Sí, es muy posible.
– Pues, ella dice que entonces su hija les contaría algo, a usted o a las autoridades de la prisión, a quien sea. Tengo la impresión de que Elizabeth se vería obligada a revelar alguna información que la señora Crilling no quiere que se sepa.
– Le estoy muy agradecido, señor. Tendremos que esperar a ver qué nos depara el futuro.
Archery terminó su té. De pronto se sintió desleal. ¿Había traicionado a la señora Crilling porque quería mantener unas buenas relaciones con la policía?
– Me pregunto -dijo, justificándose- si lo que intenta ocultar podría tener alguna relación con el asesinato de la señora Primero. No veo por qué la señora Crilling no pudo haberse llevado el impermeable y después ocultarlo. Usted mismo ha dicho que es una mujer trastornada. Ella estaba allí y, al igual que Painter, tuvo la oportunidad de hacerlo.
Burden negó con la cabeza, y preguntó:
– ¿Y cuál fue el móvil?
– Los locos tienen motivos que, a la gente normal, pueden parecerles impensables.
– Pero adora a su hija, a su manera. Nunca habría llevado a la niña consigo.
– En el juicio -dijo Archery lentamente-, la señora Crilling dijo que la primera vez que fue a la casa eran las seis y veinticinco. Pero no tenemos más que su palabra. Supongamos que pasó por allí después de que Painter hubiera ido y se hubiera marchado. Luego ella pudo regresar con la niña porque nadie iba a creer que una supuesta asesina dejaría que una niña encontrase un cuerpo que ella sabía que estaba allí.
– Ha errado su vocación, señor -dijo Burden, levantándose de la mesa-. Debería haber sido policía. Ahora sería superintendente.
– Me estoy dejando llevar por la imaginación -dijo Archery. Para evitar que siguiera con la broma, cambió de tema rápidamente, y añadió-: ¿Conoce usted por casualidad las horas de visita del hospital de Stowerton?
– ¿Así que Alice Flower es la siguiente persona de su lista? Las horas de visita son de siete a siete y media, pero yo en su lugar llamaría primero a la enfermera jefe.
Nuestra vida abarca setenta años;
y aunque haya hombres tan fuertes
que alcancen los ochenta, no
obstante, su fuerza se verá convertida
en dolor y tristeza.
Salmo 90, El enterramiento de los muertos
Alice Flower tenía ochenta y siete años, casi la misma edad de su señora cuando murió. Varios ataques de apoplejía habían deteriorado su viejo cuerpo como las tempestades que azotan una vieja casa, pero la casa era fuerte y estaba bien construida, no fue hecha para albergar objetos decorativos o refinados, había sido construida para resistir el viento y la intemperie.
Ella yacía en una cama alta y estrecha, en la sala denominada Madreselva. La habitación estaba llena de camas iguales con ancianas como ella. Todas tenían un rostro sonrosado y el cabello blanco, a través del cual se veían sus calvas rosáceas. Por cada cama con ruedas, había al menos un par de floreros con ramos, para enjugar la mala conciencia, supuso Archery, de los familiares visitantes, que no tenían más que sentarse y charlar con las ancianas en vez de vaciar orinales y curar llagas.
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