Ruth Rendell - Falsa Identidad

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Un pastor anglicano se pone en contacto con el detective Wexford para investigar un caso resuelto quince años atrás. Arthur Painter, chofer y jardinero de una acaudalada dama, asesinó a su anciana patrona por dinero. Aunque el sacerdote actúa por motivos personales muy lícitos, el inspector jefe no está dispuesto a dar su brazo a torcer y ratifica que condenó al auténtico responsable del homicidio. Pero a medida que el tenaz religioso comunique al policía nuevas pesquisas y hable con distintos testigos, se irá desvelando una oscura trama de intereses económicos que apunta a uno de los miembros de la familia de la víctima como principal beneficiario de su muerte. Al final, Wexford no podrá continuar haciendo oídos sordos a las dudas que se ciernen sobre su primer caso criminal…

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– Sí, algo así -dijo Archery.

– Me preguntaron si era dura de oído. Mi oído es mejor que el del juez, se lo puedo asegurar. Y menos mal. Si yo fuese sorda, quizá todos hubiésemos muerto abrasados por el fuego, aquella mañana.

– ¿Cómo dice?

Painter el Bestia estaba en el salón con la señora y yo había ido a la despensa a por vinagre para la salsa de menta, cuando oí de repente un golpe sordo y un chisporreteo. Tiene que ser ese dichoso horno viejo, me dije a mí misma y, efectivamente, eso era. Regresé rápidamente a la cocina y abrí la portezuela del horno. Una de las patatas había saltado de la bandeja y había caído encima del gas, estaba envuelta en llamas, chisporroteando y humeando como una locomotora de vapor. Apagué el gas enseguida; pero hice una tontería, le eché agua encima. ¡A mi edad, ya tenía que saber esas cosas! ¡Oh, qué escándalo y qué humareda se montó! Un barullo de mil demonios.

Nada de eso se explicaba en la transcripción del juicio. Archery contuvo la respiración y, luego, pensó: «“Un barullo de mil demonios…” Mientras Alice Flower estaba asfixiada por el humo y ensordecida por el estruendo quizá no pudiese oír a un hombre subir las escaleras, registrar el dormitorio y volver a bajar. Su testimonio a este respecto había sido decisivo, porque si la señora Primero hubiese ofrecido las doscientas libras a Painter y éste las hubiese aceptado por la mañana, ¿por qué habría de matarla por la tarde?»

– Bueno, después de comer llegó el señorito Roger. Me dolía la pierna porque me había lastimado la noche anterior, cuando tuve que salir a por un poco de carbón porque Painter el Bestia estaba de juerga. El señor fue muy amable e insistió en preguntar si podía ayudarme en algo, como fregar los platos. Pero ésa no es tarea de hombres, y siempre mantengo que es mejor valerse por uno mismo mientras se pueda.

»Hacia las cinco y media, el señor Roger nos dijo que tenía que irse. Yo estaba muy atareada, con los platos sin fregar y preocupada por si Painter el Bestia no aparecía como había prometido. «No hace falta que me acompañe a la puerta. Alice», me dijo el señor, y vino a la cocina para despedirse de mí. La señora estaba echando una cabezada en el salón. ¡Dios la tenga en su gloria! Fue la última antes de pasar a mejor vida.- Horrorizado, Archery vio asomar dos lágrimas a los ojos de la anciana y resbalar por sus mejillas hundidas y arrugadas-. «Hasta pronto, señor Roger, le veré el domingo que viene», grité, y luego le oí cerrar la puerta principal. La señora dormía como un niño, sin saber que ese lobo feroz la acechaba.

– No se atormente, señorita Flower. -Sin saber muy bien qué era lo que debía hacer, Archery pensó que lo más apropiado sería mostrarse amable, y sacó su propio pañuelo y le enjugó las lágrimas con delicadeza.

– ¡Dios le bendiga, señor! Ya me encuentro mejor. Te sientes una completa inútil sin poder secarte siquiera tus propias lágrimas. -Su sonrisa torcida era aún más lastimera que su llanto-. ¿Qué estaba diciendo? ¡Oh, sí! Me marché a la iglesia y, en cuanto salí, llegó la señora Crilling a meter las narices en…

– Sé lo que pasó después, señorita Flower -dijo Archery en tono amable y apaciguador-. Hábleme de la señora Crilling. ¿Viene alguna vez a visitarla?

Alice Flower profirió un bufido que si hubiera provenido de una persona sana hubiera resultado casi cómico.

– ¡Ésa! Desde el juicio me ha estado evitando, señor. Yo sé más de la cuenta. La mejor amiga de la señora, ¡narices! Ella sólo quería una cosa de la señora Primero, y sólo una. Le metía a su hija por los ojos con todo tipo de zalamerías pensando que quizá la señora le dejaría algo a su muerte.

Archery se acercó más a Alice, rezando para que en este momento no sonase la campana que indicaba que la hora de visita había tocado a su fin.

– Pero la señora Primero no hizo testamento.

– Es cierto, señor, y eso es lo que le preocupaba a la astuta señora Crilling. Ella solía venir a verme a la cocina cuando la señora estaba dormida. «Alice -me decía-, debemos convencer a la señora Primero para que haga testamento. Es nuestro deber, Alice, lo dice el libro de oraciones.»

– ¿Y es cierto? Alice parecía tan escandalizada como segura.

– Sí, señor. Dice: «A veces es necesario recordar a los hombres que deben poner en orden sus asuntos temporales mientras tengan salud.» No obstante, yo no estoy de acuerdo con todo lo que dice el libro de oraciones, especialmente cuando se trata de una intromisión patente; eso no va por usted, desde luego. «Es por su bien, Alice -decía- cuando ella muera la echarán a usted a la calle.»

»De todas formas, la señora no quería ni oír hablar del asunto. Ella decía que iba a dejárselo todo a sus herederos legítimos, o sea, al señor Roger y a las niñas. Automáticamente todas sus pertenencias pasarían a ser de ellos, así pues, no era necesario perder el tiempo con tonterías de testamentos o abogados.

– ¿Y no intentó el señor Roger que hiciese testamento?

– Él es una persona maravillosa. Después de que el Bestia Painter asesinase brutalmente a la pobre señora, el señor Roger heredó una pequeña suma de dinero; eran tres mil libras o un poco más. «Me haré cargo de usted, Alice», me dijo, y cumplió con su palabra. Me alquiló una confortable habitación en Kingsmarkham y, aparte de mi pensión, me daba dos libras todas las semanas. Él se había establecido por su cuenta, y me dijo que no me entregaría una cantidad, sino una renta de los beneficios, ¡Dios le bendiga!

– ¿Tenía un negocio propio? ¿No era procurador?

– Él siempre quiso independizarse, señor. No conozco los pormenores, pero un día el señor Roger vino a ver a la señora (debió de ser dos o tres semanas antes de su muerte) y le contó que un amigo suyo le aceptaría como socio si pudiese invertir diez mil libras. «Sé que no tengo la menor esperanza -dijo, siempre tan gentil-. Son castillos en el aire, abuela.» «Pues yo no puedo ayudarte -dijo la señora-. Diez mil libras es todo lo que tenemos para vivir Alice y yo, y está todo invertido en acciones de Woolworth. Cuando yo muera, tendrás una parte.» No me importa decirlo, señor, pero entonces yo pensaba que si el señor Roger hubiese querido hacerles una jugada a sus hermanas, hubiera podido convencer a la señora para que hiciese testamento y se lo dejase todo a él. Pero no lo hizo, ni siquiera volvió a mencionarlo, y seguía creyéndose en la obligación de traer a las niñas cada vez que podía. Luego, ese monstruo Painter mató a la señora y los tres heredaron a partes iguales, según sus deseos.

»Al señor Roger las cosas le van muy bien ahora, pero que muy bien, y viene a verme a menudo. Creo que consiguió las diez mil libras que necesitaba, quizá algún amigo suyo le ofreciese otra oportunidad. No es asunto mío.

«Un buen hombre -pensó Archery-, un hombre que necesitaba dinero, tal vez desesperadamente, pero que no hizo ninguna maniobra baja para conseguirlo; un hombre que mantenía a la criada de su difunta abuela mientras luchaba para sacar adelante su negocio, que seguía visitándola y que, sin duda, escuchaba pacientemente una y otra vez la misma historia que Archery acababa de oír. Un gran hombre. Si el amor, las alabanzas y la devoción constituían una recompensa para alguien así, ya la había obtenido.»

– Si por casualidad piensa ir a ver al señor Roger, señor, por el libro que usted está escribiendo, ¿sería tan amable de presentarle mis respetos?

– Por supuesto señorita Flower. -Posó su mano sobre la suya inerte y la apretó-. Adiós y muchísimas gracias por todo. -¡Bienhallada seas!, servidora honrada y fiel.

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