Ruth Rendell - Simisola

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La ciudad del inspector Wexford -personaje legendario de la autora- se ve sacudida por la desaparición de una joven de color. El inspector se lanza a una investigación que le desvela los resortes más difíciles de la convivencia racial, y una sociedad de claroscuros que confirma la maestría de la autora británica para urdir tramas perfectas y ahondar en las miserias humanas.

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23

La manifestación contra el desempleo estaba anunciada para las once de la mañana, los participantes se reunirían en la plaza del mercado de Stowerton con las pancartas y el cortejo se formaría delante del viejo edificio del mercado de Cereales. Se anunciaban temperaturas altas y chubascos tormentosos a partir de mediodía. Wexford se enteró de todo esto en el informativo local mientras se vestía, pero fue Dora, que lo había sabido por Sylvia, la que le informó del recorrido de la manifestación. La marcha cruzaría Stowerton hasta el cinturón de ronda, pasaría por el polígono industrial semidesierto, retomaría la carretera de Kingsmarkham y entraría en la ciudad por el puente de Kingsbrook. El punto final era el ayuntamiento de Kingsmarkham.

Volvió a escuchar el informativo para conocer el ganador de las elecciones para el consistorio. La diferencia entre los liberaldemócratas y los conservadores independientes era tan pequeña que se estaba efectuando un nuevo recuento. Ken Burton era el gran derrotado, su candidatura sólo había recibido cincuenta y ocho votos. Wexford consideró la posibilidad de llamar a Sheila para darle la noticia, pero decidió que no. Seguramente ella tenía sus propias fuentes de información.

– ¿Sabes una cosa? -dijo Dora-. Estamos invitados a comer el domingo en casa de Sylvia.

– Espero que todo salga bien -murmuró Wexford-. Me refiero al trabajo de Neil.

El día era bochornoso, no soplaba ni una gota de viento y el cielo era de un azul velado. Era como a principios de mes, cuando él leía junto a los ventanales y llamó el doctor Akande con la primera mención de Melanie. El aire era caliente, y Burden comentó que era más fresco el vapor que salía de una tetera. En el interior del coche el aire acondicionado enfriaba tanto como el de Mynford New Hall.

Wexford le pidió a Donaldson que lo apagara y abriera una ventanilla.

– Siempre nos apresuramos a descartar lo que dicen los viejos, ¿no es así? -comentó Wexford-. Si tienen la más mínima duda asumimos de inmediato que están seniles, que su memoria ya no vale nada o incluso que desvarían un poco. En cambio, escuchamos a una persona más joven e incluso la animamos mientras intenta recordar. Percy Hammond -añadió-, dijo que se acostó la noche del miércoles, se durmió, pero se despertó, se levantó y «encendió la luz por un instante». La apagó «porque era demasiado fuerte». Creo que todos conocemos esa sensación. Miró a través de la ventana y vio «salir al tipo joven con una caja entre los brazos». «¿O fue más tarde?», preguntó. No le pedimos que pensara en ello, no le dijimos «piense con cuidado, intente recordar las horas», Karen sólo confirmó que tuvo que ser más tarde, que fue por la mañana cuando vio «al tipo joven». La culpa también es mía, lo dejé pasar. Pero la cuestión es, Mike, que el viejo vio a Zack Nelson dos veces.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Burden.

– Le vio a las once y media de la noche, minuto más o menos, del miércoles y le volvió a ver a las cuatro y media de la madrugada. Esto lo tiene bien claro. La única duda es si Zack llevaba la «caja» por la noche o de madrugada. Y la primera vez, el miércoles por la noche, Zack le vio a él. Vio un rostro que le miraba desde una ventana. ¿Comprende lo que quiero decir?

– Creo que si -respondió Burden con voz pausada-. Annette murió después de las diez de la noche del miércoles y antes de la una del jueves. Si Percy Hammond le vio por primera vez a… Pero esto significa que Zack mató a Annette.

– Sí, desde luego. Las puertas estaban abiertas. Zack entró, digamos, a las once y media, y encontró a Annette dormida en la cama. Ella estaba débil, enferma, quizá tenía fiebre. Él buscó algo con qué matarla. Quizá llevaba alguna cosa, un pañuelo, una cuerda. Pero el cordón de la lámpara era mucho mejor. Lo arrancó de la lámpara, estranguló a Annette -que no tenía fuerzas para oponer resistencia-, y se marchó sin llevarse nada. No hay luces encendidas en ninguna parte excepto la farola, nadie le ve, está a salvo, hasta que mira al otro lado de la calle y ve, apretada contra el cristal, la cara del viejo Percy Hammond que le observa.

– Pero entonces, lo último que haría sería volver al cabo de cinco horas.

– ¿Está seguro?

– Lo que menos le interesaría sería llamar la atención sobre sí mismo.

– Se equivoca, es precisamente lo que hizo. Quería llamar la atención sobre sí mismo o alguien quería que lo hiciera. Yo creo que lo que pasó fue lo siguiente. Es una conjetura, pero la considero como la única respuesta posible. Zack estaba asustadísimo. El poseedor de lo que es, y dejémonos de remilgos, una cara siniestra, le ha visto, se ha fijado en él con mucha atención. Le entra pánico, necesita consejo. Se da cuenta de la enormidad de lo que acaba de ocurrir.

– ¿Quien puede aconsejarle? -continuó el inspector-. Obviamente, la única persona, el hombre o la mujer que le ha metido en esto, el instigador que le paga para que asesine. Es plena noche pero eso no tiene importancia. Sin duda le han dicho que nunca llame a esa persona, pero eso tampoco tiene importancia. Va hasta la tienda de la esquina, donde está la cabina de teléfonos. Llama y recibe el consejo de alguien que es mucho más astuto de lo que Zack nunca llegará a ser: regresa a la casa, roba algo, asegúrate de que te vean. Asegúrate de que te vean por segunda vez.

– Pero ¿por qué? No lo entiendo.

– Él o ella, quien quiera que sea, debió decirle: averiguarán la hora de la muerte. Si regresas allí a las cuatro o más tarde sabrán que estaba muerta antes de tu llegada. Tendrás una coartada en lo que respecta al asesinato. Desde luego irás a la cárcel por robo, pero será una condena corta y vale la pena, ¿no? ¿Dices que te vio un viejo? Darán por sentado que si es un anciano se confundió con la hora.

– Lo hicimos -afirmó Burden-. Lo dimos por sentado.

– Todos lo hacemos. Nos mostramos condescendientes con los viejos. Los tratamos como si fuesen niños. Ya nos llegará la hora de pasar por lo mismo, Mike. A menos que el mundo cambie.

El apartamento tenía un curioso parecido con el interior de la chabola de Glebe End. Kimberley había transportado todas sus posesiones en cajas de cartón y cajones de plástico y allí seguían. Continuaban siendo para ella lo que los armarios y cómodas eran para las otras personas. Pero había comprado muebles: un enorme tresillo rojo y gris con trencillas y almohadones dorados, una mesa lacada roja con incrustaciones doradas, un televisor en un mueble blanco y dorado. No había alfombras ni cortinas. Clint, que había aprendido a caminar desde la última vez que Burden lo había visto, se tambaleó a través de la habitación, limpiándose las manos sucias con pastel de chocolate en cuanta tapicería encontraba a su alcance. Kimberley vestía unas mallas negras, zapatos de tacón alto blancos y un top rojo. Dirigió a Burden una mirada beligerante y le contestó que no sabía de qué le hablaba.

– ¿De dónde sacó todo esto, Kimberley? ¿Todas estas cosas? Hace tres semanas no sabía qué sería de usted si perdía aquella chabola.

Ella mantuvo la mirada de malhumor, pero después bajó la cabeza y contempló sus pies, con las puntas hacia adentro.

– Lo consiguió Zack, ¿no es así? No lo compró con la herencia de su abuela.

– Mi abuela murió -dijo Kimberley a sus pies.

– Claro que murió pero no le dejó nada, no tenía nada que dejarle. ¿Cómo le pagaron a Zack? ¿En efectivo? ¿O es que abrió una cuenta a su nombre y de usted y pidió que se lo depositaran?

– No sé nada de todo esto, sabe. No significa nada para mí.

– Kimberley -intervino Wexford-. Él asesinó a Annette Bystock. No sólo le robó el televisor y el video. La asesinó.

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