Manuel Fernández y González - Amparo (Memorias de un loco)
Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Fernández y González - Amparo (Memorias de un loco)» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, foreign_sf, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Amparo (Memorias de un loco)
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Amparo (Memorias de un loco): краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Amparo (Memorias de un loco)»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Amparo (Memorias de un loco) — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Amparo (Memorias de un loco)», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Sonreía tristemente y estaba encendida, sobreescitada.
El perro fijaba en mí una atenta e inteligente mirada.
– Perdone usted, caballero, me dijo Amparo, si he venido a incomodarle, pero he creído que debía venir a verle.
– ¿Y por qué, hija mía?
– ¿Por qué? ¿Con qué objeto ha dado usted dinero a la señora Adela? me contestó con precipitación y con vergüenza.
– No hablemos de eso, la dije, la señora Adela lo sabe.
– Nada me ha dicho, sino que ya no recogeremos más trapos; que compraremos vestidos y camas.
– ¡Cómo! ¿No teníais camas?
– No, señor: ese es mucho lujo para nosotras, dijo sonriendo tristemente: cuando se ha trabajado mucho, y sobre todo, cuando, se está acostumbrado a ello, se duerme muy bien sobre un ruedo.
De la misma manera que otros se muestran neciamente soberbios con su opulencia, Amparo se mostraba noblemente orgullosa con su miseria.
– Y bien, repuse: si nada te ha dicho esa mujer, ¿cómo sabes que yo la he dado dinero?
– Anoche, cuando usted se alejó con ella, apagué mi farol y me fui detrás: esperé a que saliesen ustedes del café, los seguí y vi que entraban en esta casa. Esta mañana cuando la señora Adela me enseñó dos papeles encarnados, cuando leí…
– ¿Sabes leer?
– Sí, señor, contestó sin el más leve asombro de vanidad Amparo; cuando leí lo que en aquellos papeles estaba impreso y vi que eran billetes de banco… dinero, adiviné que aquel dinero venía de usted.
– Y bien, ¿qué?
– Necesito saber con qué objeto se ha desprendido usted de esa cantidad.
– ¡Bah! ¡bah! ¿Con qué objeto? Con el de que no pases más noches malas; con el de que aprendas un oficio y puedas ser la honrada mujer de un artesano.
– El padre Ambrosio me ha dicho que hay en el mundo personas caritativas; pero me ha dicho también que muchas veces se toma la caridad por pretexto.
– ¿Y quién es el padre Ambrosio?
– Un religioso exclaustrado de la Merced, que vive hace muchos años en la misma casa de vecindad donde yo vivo; un digno ministro del Altísimo; mi padre; la guía que Dios me ha dado viéndome desamparada en el mundo.
– ¡Ah! ¡un religioso!
– El infeliz no ha podido hacer otra cosa que enseñarme a leer y a escribir y procurar encaminarme a la virtud. Es muy pobre, pero… ¡es un sabio! Lo poco que sé se lo debo, y, sobre todo, él me ha hecho conocer que la mayor riqueza es la honra; la mayor felicidad tener la conciencia tranquila; el mayor mérito a los ojos de Dios, sufrir resignadamente la pobreza.
– De modo que tú, pobre, miserable, destinada a un trabajo rudo y penoso, mal alimentada, mal vestida, sin fuego con que calentarte, sin lecho en que dormir, ¿estás resignada con tu suerte?
– Sí, señor, contestó Amparo repitiendo su triste sonrisa.
– ¡Oh! Tú no conoces al mundo, eres muy joven; estás soñando.
– Me he criado en una casa de vecindad y tengo ya catorce años.
– ¿Pretendes tener experiencia?
– ¡Oh! ¡sí! Yo sé que si quisiera podría vivir cómodamente, vestir hermosas telas, concurrir a los teatros y a los paseos. Sé, porque la señora Adela me lo ha dicho, que un hombre muy rico está enamorado de mí. Lo sé tanto, como que me he visto maltratada muchas veces porque me he negado… a ser feliz, como dice la señora Adela.
– ¡Oh! ¡Tan joven y ya conoces el mundo!
– ¿No he de conocerle si me he criado entre lodo?
– Pero tu lenguaje es escogido, Amparo: tus maneras riñen con tu posición, pareces una señorita disfrazada.
– Lo debo al padre Ambrosio; lo debo a los libros que leo.
– Y…¿qué libros te ha dado a leer ese religioso?
– Cuando supe leer y escribir, me puso en las manos la imitación de Cristo del padre Kempis.
Yo no había leído el tal libro; pero supuse que sería un libro de devoción como otros tantos.
– ¿Y qué más? añadí.
– La Biblia.
– ¡Habrás leído, pues, el Cantar de los cantares !
Amparo me miró profundamente y se ruborizó, lo que demostraba que había leído aquel libro, que tenía talento y que había comprendido la intención de mi pregunta.
– El Cantar de los cantares es un admirable libro simbólico, me dijo.
– ¿Y no has leído más?
– Sí; sí, señor, los sermonarios de Bossuet y de Fenelón.
– ¿Y nada profano?
– Sí; sí, señor, la historia universal de Anquetil, el Telémaco, el padre Mariana y las poesías de nuestros clásicos.
– ¿Y novelas?
– Ninguna… ¡ah! sí: las de doña María de Zayas, los ejemplares de Cervantes y el Quijote, esa admirable novela.
Y había una lisura tal en la expresión de Amparo al contestarme; tal falta, tal negación de pretensiones, que era necesario creer que no sólo tenía talento, sino también elevación de ideas: ¡y junto a esto tal conformidad, tal resignación con lo ingrato de su fortuna!
Yo, que me había interesado por ella por compasión, empecé a interesarme por afecto, y por un momento sentí que mi hastío por la vida desaparecía; comprendí que había encontrado algo a que podía consagrarme dignamente: a hacer el porvenir de aquella joven tan simpática, tan merecedora de amparo, yo era entonces impío y me dije: – Ya que la casualidad la ha procurado un buen hombre que la eduque, yo, que soy rico, haré lo demás: el sacerdote por una parte, y el calavera de buen corazón por otra, haremos de ella un prodigio.
Y dentro de mi corazón adopté a aquella niña.
Una adopción paternal, pura, desinteresada.
Había en Amparo algo que dilataba mi alma.
Ni yo podía pensar de otra manera: la corrupción de la mujer por medio del oro, me repugnaba: la rechazaban mi corazón y mi dignidad, y como jamás pensamos voluntariamente en lo que nos repugna, ni reparé que en Amparo existían los gérmenes de una gran hermosura, ni me incitó su pureza, ni miré en ella más que un ser débil digno de protección.
Por lo mismo, me apresuré a tranquilizarla respecto a mis intenciones.
La hablé con la elocuencia del sentimiento, con su forma poética, porque estaba seguro de ser comprendido por ella: con toda la espontaneidad de mi franqueza y de mi desinterés, y logré que Amparo se tranquilizase completamente.
– ¡Ah! me dijo con los ojos arrasados de lágrimas: ¡Dios se lo pague a usted!
Y Amparo me asió las manos, las estrechó contra su boca, y las cubrió de lágrimas.
Después salió.
Mustafá, que durante esta escena había estado echado sobre la alfombra, se levantó, me miró, movió lentamente la cola, y siguió a la niña.
Empecé a sentir una vaga, pero dulce ansiedad: Amparo había causado en mí una impresión profunda, me había hecho experimentar una sensación desconocida.
La recordaba (no podré deciros de qué modo) pero su recuerdo me dilataba el alma.
Era el amor de un padre satisfecho de su hija.
Dejé de pensar en la muerte.
Me detuve en el camino del suicidio.
Dejé de concurrir a los lupanares.
Arreglé mi vida.
Causé una dolorosa sorpresa en mis administradores, anunciándoles que iba a dedicarme al cuidado de mis intereses.
Hice todo esto bajo la influencia de este pensamiento: – He adoptado a un ser a quien debo procurar hacer feliz.
Amparo había hecho en mí una revolución: me había reconciliado con la vida.
En recompensa, yo varié de plan respecto a su porvenir: la práctica de un oficio mecánico me parecía indigna de ella.
Aspiraba en su nombre a más.
Algunos podrán creer esto exagerado; sí lo es, está en armonía con la exageración de mi carácter; yo siento de una manera poderosa, y para sentir me bastan pocas impresiones.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Amparo (Memorias de un loco)»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Amparo (Memorias de un loco)» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Amparo (Memorias de un loco)» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.