Manuel Fernández y González - Amparo (Memorias de un loco)
Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Fernández y González - Amparo (Memorias de un loco)» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, foreign_sf, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Amparo (Memorias de un loco)
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Amparo (Memorias de un loco): краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Amparo (Memorias de un loco)»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Amparo (Memorias de un loco) — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Amparo (Memorias de un loco)», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Según: me contestó: diez cuartos, doce, dos reales. Antes se ganaba más; pero ahora… hay muchos traperos y pocos trapos.
– ¿Y no tienes más oficio que éste?
– No señor.
– ¿Y con diez cuartos te mantienes?
– Como pan unos días, y otros pan y queso. Además, la señora Adela gana otro tanto.
¡La señora Adela! Aquel calificativo antepuesto a un nombre hasta cierto punto aristocrático, causó en mí un efecto inesplicable.
– ¿Quién es la señora Adela? la pregunté.
– Es una mujer que me ha criado.
Y al pronunciar estas palabras, creí notar en su entonación algo de doloroso, algo de impaciente, algo que revelaba que no era la señora Adela lo mejor del mundo para la traperita.
Comprendí que tenía delante una pobre existencia necesitada de amparo.
Nunca mi hastío de la vida llegó hasta el punto de hacerme indiferente a las desgracias ajenas.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué una moneda.
Era una onza.
Yo había pensado darla un napoleón.
Sin embargo, alargué la mano hacia la niña y la entregué la onza.
La chica la tomó, probó su peso y se puso gravemente seria.
– ¡Gracias, caballero! me dijo, devolviéndome la onza. Me basta con lo que gano.
Y se puso de nuevo a revolver y a buscar, guardando un profundo silencio, y visiblemente contrariada.
– ¿Por qué no has tomado ese dinero? la dije.
La muchacha no contestó.
Me obstiné, y entonces, alzándose con una dignidad y una firmeza supremas, me dijo:
– Si no sigue usted su camino, caballero y me deja en paz, llamaré al sereno.
A tal arranque tomé mi partido: arrojé la onza en la cesta de la muchacha, y me alejé.
– Por favor, caballero, me dijo corriendo tras de mí y con acento entre suplicante y colérico: usted está equivocado y tira su dinero. Créame usted: tome usted su onza: yo le doy las gracias y… no hablemos más.
– ¿Y de qué modo puedo yo hacer para favorecerte? dije volviendo y tomando la onza.
– Dios me favorecerá; esté usted seguro de ello. Dios y…
La muchacha calló, tembló y fijó una mirada ansiosa en el fondo de la calle.
Guiado por su mirada, miré y vi otra trapera que se acercaba.
– ¡La señora Adela! exclamó la muchacha, y se puso con un ardor febril a su interrumpido trabajo, mientras Mustafá gruñía sordamente.
Tardó poco en llegar una mujer harapienta, alta, huesosa, como de treinta y cinco a cuarenta años, que fijó en mí una mirada insolente.
– ¿Qué quiere este caballero? preguntó con acento de amenaza a la pobre niña.
– Me ha pedido fuego para un cigarro, contestó temblando la traperita.
Yo creí deber atajar la conversación.
– ¿Es usted la señora Adela? la dije.
– Sí, señor: ¿qué se le ofrece a usted? contestó secamente.
– Necesito hablar con usted a solas.
– ¡Ah! ¡Necesita usted hablarme! Pues vamos.
Y se puso en marcha.
Noté que la traperita arrojaba sobre aquella mujer y sobre mí, una mirada llena de ansiedad.
Seguimos la señora Adela y yo a lo largo de la calle, y nos detuvimos a la puerta de uno de esos cafetines, asilos de tahúres y vagos, cuya puerta se cierra a la hora prescrita en los bandos, pero que se abre durante toda la noche a todo el que llega.
Llamé, abrieron, y la señora Adela y yo entramos.
Nos sentamos junto a una mesa, y la trapera pidió aguardiente.
Entonces, a la luz de un mechero de gas inmediato, pude observar ciertos rasgos de distinción degradada en el semblante angular y huesoso de aquella mujer: del mismo modo, no era difícil comprender que aún era joven; que si parecía vieja, lo debía a excesos, y que en otro tiempo debió ser notablemente hermosa.
Sus manos, ese indudable signo, por el que se conocerá siempre a una persona distinguida, eran aún bellas: su mirada altiva y fija.
Estaba, pues, metido en una verdadera aventura.
– Me parece que adivino de lo que quiere usted hablarme; – me dijo mirándome con una extraña fijeza; y sin dejarme tiempo para contestar añadió: – sin duda se trata de Amparo.
– ¡Se llama Amparo!
– Y es una hermosa muchacha: está flaca y sobre todo mal vestida; pero con un mes de buen trato…
– ¡Y usted la vendería, la dije con repugnancia sin dejarla concluir.
– Hoy todo se compra y se vende, me contestó con sarcasmo: se vende el amor, se vende la amistad.
– ¡Y se venden las hijas!
– Amparo no es mi hija, me contestó con precipitación y con acento singular. Hace catorce años la encontré en la calle.
– ¿Y sus padres no la reclamaron?
– No.
– Pero si usted no es su madre, al menos la ha criado usted.
– Por lo mismo quiero que sea feliz, dijo la trapera con su duro acento, que me causaba una sensación fría, punzante, indefinible.
– ¿Y para que sea feliz la vende usted?
– La mujer no es feliz más que vendiéndose; vendiéndose muy cara mientras es hermosa, arrancando al amor que compra, dinero para cuando sólo puede buscarse la caridad; ¡la caridad!..
Y después de haber pronunciado con acento de blasfemia su última palabra, se bebió de un trago una copa de aguardiente.
– Pues usted, la dije con desprecio, no ha sabido, por lo que se ve, aprovechar sus buenos tiempos.
– Es que yo no me he vendido, me contestó con una expresión singular: por lo mismo la vendo a ella.
– Creo que ella no piensa venderse.
– Hará lo que yo quiera.
– Pues bien: me encargo de esa muchacha.
– No me gustan las palabras de sentido ambiguo. Sepamos claramente de lo que tratamos. ¿Cuándo ha conocido usted a Amparo?
– Esta noche.
– ¿La ha hablado usted?
– Muy poco.
– ¿Y cómo entenderemos eso de encargarse usted de ella?
– Creo que puede ocuparse en otro trabajo más cómodo y beneficioso, que en el de recoger trapos.
– Sí, ciertamente.
– Por ejemplo: puede entrar en un taller.
– Es verdad: repuso aquella mujer, cuyo semblante se había cubierto con la expresión de la mayor reserva; pero es el caso, que cosiendo se gana muy poco, y que hay que pasar por un aprendizaje, durante el cual nada se gana.
– ¿Cuánto suele durar ese aprendizaje?
– Acaso un año.
– No hablemos más: venga usted conmigo.
Pagué: salimos del café y llevé a aquella mujer a mi casa.
Mi criado Mauricio se asombró al verme entrar con tan mala compañía, y mucho más cuando me encerré con ella en mi gabinete.
– De hoy en adelante, la dije, puede usted contar con doce duros mensuales. Además, como supongo que carecerán ustedes de todo, tome usted estos dos billetes de a mil reales, y empléelos en ropas y utensilios. Todos los meses venga usted por la cantidad que asigno a Amparo.
– ¡Gracias, dijo fríamente aquella mujer, y se despidió de mí.
Cuando me quedé solo, busqué el cuaderno donde estaban consignadas mis obligaciones, y anoté lo siguiente:
«Doscientos cuarenta reales para Amparo.»
Yo había hecho esto por temperamento, por costumbre, no por caridad.
Me acosté y me dormí.
Cuando desperté al día siguiente, había perdido el recuerdo de aquella aventura.
Entró Mauricio y me dijo:
– Ahí está una muchacha que pregunta por usted. Vino a las diez y ha vuelto otras tres veces a ver si se había usted levantado.
– ¡Una muchacha! exclamé con extrañeza.
– Sí, sí, señor, y no es maleja: dice que se llama Amparo.
– ¡Ah! Que entre, que entre.
Poco después entró Amparo.
La acompañaba su perro.
Venía peinada y limpia, pero muy pobre y muy ligeramente vestida.
Me saludó con gracia y con la misma digna lisura con que hubiera saludado a un conocido antiguo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Amparo (Memorias de un loco)»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Amparo (Memorias de un loco)» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Amparo (Memorias de un loco)» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.