Juan Fernández - Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús
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Relacion historial de las misiones de indios chiquitos que en el Paraguay tienen los padres de la Compañía de Jesús: краткое содержание, описание и аннотация
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La cuarta Reducción es la de San Juan Bautista, poblada de indios de nación Xamarós; fundáronla los PP. Juan Bautista de Zea y Juan Patricio Fernández, por el mes de Junio del año de 1699, de los cuales, el primero, después de haber acabado con los indios Tanipuicas, Curicas y Pequiquas, que le diesen palabra de reducirse cuanto antes al rebaño de Cristo, se partió de allí con extremo dolor suyo por orden de los Superiores para ir á gobernar nuestras Misiones del Uruguay, recayendo todo el peso de esta reducción sobre el P. Juan Patricio, á quien las enfermedades contínuas, la extrema pobreza y las graves fatigas, sirvieron de rémora los primeros tres años, para que no saliese en busca de gentiles, á quienes el ejemplo de sus confinantes había encendido el corazón en deseos de vivir como racionales en vida política, y hacerse juntamente cristianos; pero finalmente, sus sudores y trabajos ganaron para Cristo á los Suberecas, Petas, y á ciertos Piñocas, quienes parece no fueron á otra cosa á esta Reducción, que para renacer á Dios por las aguas del santo bautismo, para pasar luego á la celestial Jerusalem, rindiendo las vidas á la fuerza del contagio que por toda aquella comarca hacía en toda suerte de personas grande riza y estrago.
El consuelo de ver sazonados tan presto para el cielo aquellos poco antes silvestres frutos, endulzaba los trabajos y fatigas de aquel varón apostólico y le animaba á emprender otras santas correrías; pero se frustraban sus santos intentos, mientras no mudaba su pueblo á mejor temple y á aires más saludables, porque aquellos bárbaros no querían reducirse al gremio de la santa Iglesia por temor de la peste, que mucho tiempo antes parece se había arraigado en aquel sitio, por cuya causa se mudó la Reducción á otro paraje más cómodo y menos nocivo.
Mas ya que hemos insinuado alguna cosa de los trabajos de nuestros operarios en estas Misiones, juzgo esta ocasión cómoda y oportuna para referir más por extenso el modo de vivir de los Jesuitas que cultivaron y cultivan esta viña del Señor, regándola con sus sudores y aun con su sangre, por no quitar su debida estimación á la virtud, y defraudarnos á nosotros de los ejemplos que podemos imitar. Y el primer lugar se debe dar al modo de hacer misiones, diré mejor, de salir á caza de bárbaros que habitan como fieras en las cavernas de los montes ó en las espesuras de los bosques.
Cogían, pues, y cogen al presente su breviario debajo del brazo, y con una cruz en la mano se ponían y ponen en camino sin otra prevención ó mataloje que la esperanza en la Providencia Divina, porque allí no había otra cosa; llevan en su compañía veinte y cinco ó treinta cristianos nuevos que á los Padres servían y sirven de guías é intérpretes, y con los paisanos hacían oficio de Predicadores y Apóstoles y caminan ya las treinta, ya las cuarenta leguas, siempre con una hacha en la mano para desmontar y abrir camino por la espesura de los bosques; otras veces encontraban lagunas y pantanos que pasaban á pie con el agua á la boca, y para dar ánimos á los neófitos eran los primeros en vadear los ríos ó en arrojarse por los despeñaderos más difíciles, ó en entrar en las grutas y cuevas con sobresalto y susto de estar allí escondidas las fieras ú hombres; y después de tantas fatigas y trabajos no hallaban á la noche para repararse otro regalo que algunas raíces silvestres con qué romper el ayuno, y algunos días no tenían con qué apagar la sed, sino un poco de rocío que quedaba entre las hojas de los árboles, y por cama la tierra dura, sin otro reparo contra los rigores de la noche, que la sombra de un árbol ó una estera sostenida de cuatro palos; y últimamente en continuo temor y riesgo de la vida, porque los bárbaros, asombrados con el temor, juzgaban que eran sus enemigos los Mamalucos del Brasil, vestidos de Jesuitas y por eso están siempre con la macana en la mano ó con las flechas á punto, ó si no en emboscadas para quitarles la vida sin que los defiendan los neófitos.
Y porque estos no parezcan encarnizamientos de mi pluma, insinuaré aquí lo que de los Zamucos escribió años pasados el Padre Misionero, que entendía en la conversión de aquella gente al P. Juan Patricio Fernández, al presente Rector del Colegio de Santiago del Estero, que con las veces del P. Provincial de esta provincia visitaba aquellas Misiones:
«Por no alargarme (dice) no escribo cómo llegué á este pueblo de los Zamucos, contra el parecer de los prácticos del país, y á más el caminar muchas leguas con el agua hasta la cintura; atribuí el feliz suceso al dedo de Dios, pues que fuerzas humanas no podían vencer los obstáculos insuperables que se me interpusieron, mereciéndolo los sudores y trabajos, hambre y sed de su primer apóstol el Padre Juan Bautista de Zea.»
Hasta aquí el dicho Misionero. Pero aunque caminaban por su extrema pobreza, desprevenidos de toda provisión, no por eso Dios Nuestro Señor, por cuya cuenta corría la vida de sus siervos, los abandonaba en tales trabajos, emprendidos por sólo su amor y por el provecho de las almas; antes, cuando era necesario, obraba en su favor milagros, ya librándoles de las furias y saetas de los bárbaros, como muchas veces sucedió al venerable P. Lucas Caballero, ya proveyéndoles de sustento y dándoles vigor y aliento á la naturaleza, en prueba de lo cual escribió el P. Miguel de Yegros al P. Lauro Núñez, provincial á la sazón de esta provincia, cuando él, con el P. Francisco Hervás, fueron el año 1702 á descubrir el río Paraguay.
«Partimos (dice) por el mes de Mayo acompañados de cuarenta neófitos, con sola la confianza en Dios por estar recién fundada la Reducción de San Rafael, emprendiendo el viaje los buenos cristianos puesta la esperanza en la Santísima Virgen, que nos socorrió por el camino como de milagro, viniéndosenos á las manos la caza y la pesca cuando nos hallábamos en grandes angustias, pasando gran trabajo y venciendo gravísimas dificultades en los montes y en las llanuras anegadas del agua, por dos meses enteros que tardamos en llegar á las riberas del río Paraguay, con riesgo y temor continuo de los bárbaros.»
Y este puntualmente era y es el modo que todavía observan los Misioneros en estas correrías. Pero con ser tan grandes las fatigas y tan pesadas las aflicciones que padecen, no obstante eso, es mucho mayor sin comparación el consuelo que tienen cuando vuelven con las manos llenas de cuatrocientas ó quinientas almas; y si á veces no tantas, á lo menos con la esperanza de ganarlas al año siguiente, porque los más de los bárbaros quieren antes certificarse si aquel celo que les muestran es de sus almas para darles el Paraíso ó por el interés de llevarlos para ponerlos en esclavitud, y por eso acostumbran despachar alguno de los suyos para explorar el país, la gente y los Misioneros de la nueva Reducción.
Después de esto, cuanto hayan trabajado nuestros Misioneros en criar y mantener estas tiernas plantas, no se puede explicar mejor que refiriendo sinceramente, sin añadir nada de mío, algún hecho particular y parte de carta verídica, como lo haré, donde quiera que halle coyuntura, trasladando fielmente los originales con que esta historia quedará más fidedigna y el gusto de los lectores más satisfecho.
Dice, pues, el hermano Juan de Avila, compañero que fué del P. Visitador de esta provincia, Antonio Garriga y del P. Provincial Luis de la Roca, cuando como adelante diré, visitó aquellas Doctrinas sujeto de mucho juicio y capacidad en una carta que desde allí escribió:
«Así como para fundar las Misiones del Paraguay padecieron increíbles trabajos aquellos primeros varones apostólicos, sacando á los indios de las selvas y entablando en ellos vida cristiana y política hasta ponerlos en el estado en que hoy día se mantienen, divididos en treinta Reducciones, así también no han sido menores los trabajos y sudores de estos primeros que han fundado la cristiandad de los Chiquitos. No es fácil de decir lo que al descubierto les han dado que sufrir los enemigos y ocultamente los amigos, la carestía de todo lo necesario para la vida humana, los profundos pantanos, inaccesibles montañas, bosques impenetrables, fieras, climas destemplados, sed, hambre, extrema desnudez, total abandono de todas las cosas y jurada guerra de todo el infierno. Pudiera descender á casos particulares que he visto y oído si no fueran bien sabidos y me son materia contínua de rubor y confusión. No traer sobre sí sino un vestidillo de tela baladí, hecho pedazos, y no pocas veces vestirse de pieles de animales; no traer otros zapatos que un pedazo de cuero crudo atado con otro cordel de cuero por las plantas de los piés, y en la cabeza, para reparo del sol ardientísimo que allí hace, uno como sombrero, pero también de cuero, la cama sin ningún alivio, la vianda ordinaria, un puñado de maíz, y éste tan escaso, que apenas era bastante para mantenerles las fuerzas, vivir gran tiempo sin el consuelo siquiera de ver á alguno de sus compañeros, y estando afligidos de largas y penosas enfermedades, no tener á dónde volver los ojos.»
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