Ildefonso Falcones - La mano de Fátima
Здесь есть возможность читать онлайн «Ildefonso Falcones - La mano de Fátima» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, spa. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La mano de Fátima
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La mano de Fátima: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La mano de Fátima»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La mano de Fátima — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La mano de Fátima», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El rey de Granada se instaló en la casa que fuera de Pedro López, escribano mayor de las Alpujarras. El edificio albergaba una de las tres torres defensivas con las que contaba la población. Las torres estaban dispuestas en triángulo y gran parte del ejército se hallaba diseminado por el interior. Hernando encontró a su recua de mulas frente a la torre de la colegiata; Ubaid vigilaba al overo de su padrastro. Si antes le había temido, entonces se sintió con fuerzas para dirigirse a él.
—¿Y Brahim? —preguntó al arriero.
Ubaid se encogió de hombros a la vez que clavaba su mirada en Fátima. Musa y Aquil trataron de acercarse a las mulas, todavía cargadas con el botín, pero unos soldados se lo impidieron. Ubaid ni siquiera apartó la mirada de Fátima cuando el pequeño Musa cayó a sus pies, debido al empujón con que los soldados le apartaron del botín. La muchacha, intimidada, se arrimó a Hernando.
—¿Qué miras? —le espetó éste al arriero.
Ubaid volvió a encogerse de hombros, lanzó una última mirada lasciva hacia Fátima y cesó en su acoso. Hernando relajó la mano que instintivamente había llevado a la empuñadura del alfanje.
Tras preguntar a uno de los soldados por su padrastro, los condujo a todos a la casa de Pedro López, el lugar donde le señaló el morisco. Encontraron a Brahim a las puertas de la casa, junto a jefes y multitud de monfíes; Aben Humeya estaba en el interior, reunido con sus consejeros.
—¿Qué significa...? —exclamó su padrastro a la vista de Aisha y sus dos hijos, pero el Gironcillo, también presente, le interrumpió.
—¡Bienvenido, muchacho! —celebró—. Creo que te necesitaremos. Tenemos bastantes animales heridos.
Al instante, el Gironcillo se explayó explicando a los demás monfíes cómo había curado Hernando a su alazán. Brahim esperó furioso, conteniendo la rabia, a que el jefe monfí terminase de cantar las alabanzas de su hijastro.
—¡Pero abandonaste la recua! —saltó en el momento en que el Gironcillo puso fin a su discurso—. Además, ¿por qué has traído a mis hijos? Ya dije...
—No sé si moriremos aquí o si a tus hijos les sucederá algo —le impidió continuar Aisha, alzando la voz para sorpresa de su esposo—, pero de momento, Hernando les ha salvado la vida.
— Los cristianos... —murmuró entonces el muchacho— han matado a centenares de niños y mujeres a las puertas de la iglesia de Juviles.
Inmediatamente los monfíes le rodearon y él les explicó con pesar lo sucedido en Juviles.
—Vamos —indicó el Gironcillo antes incluso de que terminase—, debes contárselo tú mismo a Ibn Umayya.
Los soldados que montaban guardia a las puertas de la casa les franquearon el acceso sin problemas. Hernando entró con el Gironcillo. Los guardias hicieron ademán de impedir el paso a Brahim, pero éste consiguió convencerlos de que debía acompañar a su hijastro.
Se trataba de un edificio señorial de dos pisos, encalado, con balcones de hierro forjado en la planta superior, y techado con tejas a cuatro aguas. Nada más superar a la guardia, antes incluso de que se abrieran las recias puertas de madera que daban a la amplia estancia donde se encontraba Aben Humeya, Hernando percibió la esencia de algún perfume. El guardia que les acompañaba llamó y abrió las puertas, y un penetrante olor a almizcle se mezcló con el sonido de un ud, un laúd de mástil corto y sin trastes. El rey, joven, atractivo y soberbio, se arrellanaba en un sillón de madera tapizado en seda roja, rodeado por sus cuatro mujeres; su figura quedaba por encima de la de los demás presentes, que se hallaban sentados en el suelo sobre almohadones de seda entretejida con hilos de oro y plata y guadamecíes bordados en mil colores. El salón se hallaba decorado con alfombras y tapices; una mujer danzaba en el centro.
Los tres se quedaron inmóviles bajo el quicio de la puerta: Hernando con la vista clavada en la bailarina; el Gironcillo y Brahim miraban de hito en hito la estancia. Al final fue Aben Humeya quien, con una palmada, puso fin a música y baile y los hizo entrar. Miguel de Rojas, padre de la primera esposa del rey y acaudalado morisco de Ugíjar, varios de los principales de Ugíjar y algunos jefes monfíes como el Partal, el Seniz o el Gorri, fijaron su atención en los dos hombres y el muchacho.
—¿Qué queréis? —preguntó directamente Aben Humeya.
—Este muchacho trae noticias de Juviles —contestó el Gironcillo con voz potente.
—Habla —le instó el rey.
Hernando casi no se atrevía a mirar al rey. La nueva seguridad en sí mismo que había sentido la noche anterior pareció abandonarle como por ensalmo. Empezó su relato, tartamudeando, hasta que Aben Humeya le sonrió abiertamente y ese gesto le dio confianza.
—¡Asesinos! —gritó el Partal tras escuchar el relato.
—¡Matan a las mujeres y los niños! —exclamó el Seniz.
—Os dije que debíamos hacernos fuertes en esta ciudad —saltó Miguel de Rojas—. Debemos pelear y proteger a nuestras familias.
—¡No! Aquí no podemos detener a las fuerzas del marqués... —replicó el Partal.
Sin embargo, Aben Humeya le ordenó que callase, tranquilizando con un gesto de su mano a los demás monfíes que, ansiosos por atacar de nuevo, sostenían que debían abandonar la ciudad.
—Ya he dicho que de momento nos quedaremos en Ugíjar —declaró el rey, ante el descontento de los monfíes—. En cuanto a ti —añadió dirigiéndose a Hernando—, te felicito por la valentía que has mostrado. ¿A qué te dedicas?
—Soy arriero... Llevo las mulas de mi padrastro —explicó señalando a Brahim; Aben Humeya hizo gestos de reconocerle—, y cuido de vuestro botín.
—También es un magnífico veterinario —terció el Gironcillo.
El rey pensó durante unos instantes antes de volver a hablar:
—¿Cuidarás de los dineros de nuestro pueblo igual que has hecho con tu madre? —Hernando asintió—. En ese caso caminarás a mi lado con el oro.
Al lado de su hijastro, Brahim se movió inquieto.
— He pedido ayuda a Uluch Ali, beylerbey de Argel —prosiguió Aben Humeya—, prometiendo vasallaje al Gran Turco, y me consta que en una de las mezquitas de Argel se están acumulando armas para ser traídas a nuestro reino. Cuando se inicie la época de navegación nos llegarán esas armas... que tendremos que pagar.
El rey se mantuvo en silencio durante unos instantes. Hernando se preguntaba si aquella propuesta incluía a su padrastro cuando Aben Humeya volvió a tomar la palabra.
—Necesitamos arcabuces y artillería. La mayoría de nuestros hombres luchan con simples hondas y aperos de labranza. Ni siquiera tienen alabardas o espadas. Sin embargo... ¡Tú sí tienes un buen alfanje! —Señaló el arma que colgaba del cinto de Hernando.
Hernando la desenvainó para mostrársela y el alfanje apareció manchado de sangre. Entonces recordó los golpes que había dado con él, los tajos en carnes cristianas que había percibido en la oscuridad. No había tenido oportunidad de pensar en ello. Contempló absorto la hoja del alfanje, ennegrecida de sangre seca.
—Veo que también la has usado —dijo entonces Aben Humeya—. Confío en que sigas haciéndolo y en que muchos cristianos caigan bajo ese acero.
—Me la dio Hamid, el alfaquí de Juviles —explicó Hernando. Evitó, no obstante, mencionar que la espada había sido propiedad del Profeta; se la quitarían sin dudarlo y él había prometido a Hamid que cuidaría del arma. El rey asintió en señal de conocer al alfaquí—. Hamid estaba con los hombres, en el pueblo... —añadió el muchacho con pesar.
Luego guardó silencio y Aben Humeya se sumó a ese momento de respeto. Uno de los monfíes se incorporó para coger el alfanje, pero el monarca, al ver la ávida mirada del morisco puesta en la vaina de oro, dijo en voz bien alta:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La mano de Fátima»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La mano de Fátima» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La mano de Fátima» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.