Juan Salvador Gaviota

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-Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestу Juan, y se elevу de la arena y girу hacia el Este, hacia el paнs de la Bandada.

Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se habнa violado la Ley ni una sola vez en diez mil aсos. La Ley decнa quйdate, Juan decнa partid; y ya volaba a un kilуmetro mar adentro. Si seguнan allн esperando, йl encararнa por si solo a la hostil Bandada.

-Bueno, no tenemos por quй obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, їverdad? -dijo Pedro, algo turbado-. Ademбs, si hay una pelea, es allб donde se nos necesita.

Y asн ocurriу que, aquella maсana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formaciуn de doble-diamante, casi tocбndose los extremos de las alas. Sobrevolaron la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilуmetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda. Entonces la formaciуn entera girу lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pбjaro... de horizontal... a... invertido... a... horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.

Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formaciуn hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo. Uno tras otro, cada uno de los ocho pбjaros ascendiу agudamente hasta completar un rizo y luego realizу un amplio giro que terminу en un estбtico aterrizaje sobre la arena. Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los dнas, Juan Gaviota dio comienzo a su crнtica de vuelo.

-Para comenzar -dijo, con un sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros...

Un relбmpago atravesу a la Bandada. ЎEsos pбjaros son Exilados! ЎY han vuelto! ЎY eso... eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusiуn de la Bandada.

-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jуvenes-, pero, oye, їdуnde aprendieron a volar asi?

Pasу casi una hora antes de que la Palabra del Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos. Quien hable a un Exilado serб tambiйn un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.

Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestras de darse por aludido. Organizу sus sesiones de prбcticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzу a sus alumnos hasta el lнmite de sus habilidades.

-ЎMartнn Gaviota -gritу en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruйbalo primero y alardea despuйs! ЎVUELA!

Y de esta manera, nuestro callado y pequeсo Martнn Alonso Gaviota, paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendiу a sн mismo al convertirse en un mago del vuelo lento. En la mбs ligera brisa, llegу a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.

Lo mismo le ocurriу a Carlos Rolando Gaviota, quien volу sobre el Gran Viento de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volviу, maravillado y feliz y azul de frнo, y decidido a llegar aъn mбs alto al otro dнa.

Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logrу superar su caida "en hoja muerta", de diecisйis puntos, y al dнa siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegу a su culminaciуn ejecutando un tonel triple que fue observado por mбs de un ojo furtivo.

A toda hora Juan estaba allн junto a sus alumnos, enseсando, sugiriendo, presionando, guiando. Volу con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonoba miserablemente en tierra.

Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan. Tenнa йl ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero tambiйn las tenнa buenas y comprensibles.

Poco a poco, por la noche, se formу otro cнrculo alrededor de los alumnos; un cнrculo de curiosos que escuchaban allн, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecнan antes del amanecer.

Capitulo X

Un mes despuйs del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzу la lнnea y pidiу que se le enseсara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtiу en un pбjaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.

La prуxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.

-Ayъdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-. Mбs que nada en el mundo, quiero volar...

-Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atras la tierra y empecemos.

-No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.

-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tъ mismo, tu verdadero ser, aquн y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la Ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.

-їEstбs diciendo que puedo volar?

-Digo que eres libre.

Y sin mбs, Esteban Lorenzo Gaviota extendiу sus alas, sin el menor esfuerzo, y se alzу hacia la oscura noche. Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacу a la Bandada de su sueсo:

-ЎPuedo volar! ЎEscuchen! ЎPUEDO VOLAR!

Al amanecer habнa cerca de mil pбjaros en torno al cнrculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.

Hablу de cosas muy sencillas: que estб bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma escencia de su ser; que todo aquello que le impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o supersticiуn o limitaciуn en cualquier forma.

-Eliminado -dijo una voz en la multitud-, їaunque sea Ley de la Bandada?

-La ъnica Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-. No hay otra.

-їCуmo quieres que volemos como vuelas tъ? -intervino otra voz-. Tъ eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pбjaro.

-ЎMirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a Maria Antonio! їSon tambiйn ellos especiales y dotados y divinos? No mбs que vosotros, no mбs que yo. La ъnica diferencia, realmente la ъnica, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en prбctica.

Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvнan intranquilos. No se habнan dado cuenta de que era eso lo que habнan estado haciendo.

Dнa a dнa aumentaba la muchedumbre que venнa a preguntar, a idolatrar, a despreciar. -Dicen en la Bandada que si no eres el Hijo de la misma Gran Gaviota -le contу Pedro a Juan, una maсana despuйs de las prбcticas de Velocidad Avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estбs mil aсos por delante de tu tiempo.

Juan suspirу. Este es el precio de ser mal comprendido, pensу. Te llaman diablo o te llaman dios.

-їQuй piensas tъ, Pedro? їNos hemos anticipado a nuestro tiempo?

Un largo silencio.

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayorнa de las gaviotas.

-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato-. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo. Ocurriу justo una semana mбs tarde. Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centнmetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeу justamente en su camino, llamando a su madre. En una dйcima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota girу violentamente a la izquierda, y a mas de trescientos kilуmetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sуlido granito.

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