Primero, te amas a ti mismo. Después amas a tu prójimo, amas a otros seres humanos. Y después, das otro paso, y amas la existencia. Pero la base eres tú. Por tanto, no te critiques, no te rechaces. Acéptate. Lo divino ha hecho su morada en ti. La existencia te ha amado mucho, por eso ha hecho en ti su morada. La existencia ha hecho un templo de ti; lo divino está vivo dentro de ti. Si te rechazas a ti mismo, rechazas lo más próximo a la divinidad que puede haber. Y si rechazas lo más cercano es imposible que puedas amar lo que está más lejos.
Cuando Jesús dice: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», está diciendo dos cosas. Primero, ámate a ti mismo para que puedas ser capaz de amar a tu prójimo.
De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.
En realidad, es un solo mandamiento: Ama. El amor es el único orden de cosas. Si entiendes el amor, lo has entendido todo. Si no has entendido el amor, quizá puedas saber muchas cosas, pero todo ese conocimiento está podrido. Échalo a la basura y olvídate de él. Empieza desde el principio. Vuelve a ser un niño y empieza a quererte otra vez.
Tu lago, como yo lo veo, no tiene ondas. No ha caído en él el primer guijarro del amor.
He oído una historia danesa. Recuérdala, deja que pase a formar parte de tu reflexión. La historia habla de una araña que vivía entre las tablas de un viejo establo. Un día se dejó caer por un largo hilo hasta una tabla más baja, donde vio que había más moscas y era más fácil cazarlas. Decidió vivir permanentemente en este nivel inferior y tejió una cómoda telaraña. Pero un día se fijó en el hilo por el que había bajado que subía hasta la oscuridad de arriba. «Ya no necesito este hilo-dijo-, solo está estorbando.» Lo cortó y de ese modo destruyó toda la telaraña que estaba sujeta a él.
Esta también es la historia del hombre. Un hilo que te une con lo supremo, lo superior, llámalo Tao, existencia o divinidad. Puedes haber olvidado completamente que desciendes de ahí. Procedes del todo y tienes que volver a él. Todo vuelve a su fuente original; tiene que ser así. Entonces se cierra el círculo y uno está completo. Y te puedes sentir incluso como esta araña a la que le estorba el hilo que la une con lo superior. Muchas veces no puedes hacer algunas cosas por culpa de él, se mete en medio todo el rato. No puedes ser todo lo violento que te gustaría; no puedes ser todo lo agresivo que te gustaría; no puedes odiar todo lo que te gustaría; el hilo se vuelve a meter en medio. A veces puedes sentirte como esta araña, con ganas de cortarlo, de darle un tijeretazo para que tu camino esté despejado.
Eso es lo que dice Nietzsche: «Dios ha muerto». Ha cortado el hilo. Pero Nietzsche se volvió loco inmediatamente después. En el momento que dijo «Dios ha muerto», se volvió loco, porque de ese modo te separas de la fuente original de toda la vida. De ese modo estás privado de algo vital, esencial. Te falta algo y has olvidado que era la base misma de tu vida. La araña cortó el hilo y con él destruyó toda la telaraña que necesitaba ese hilo para sostenerse.
Estés donde estés, en tu noche más oscura, un rayo de luz te sigue uniendo con la existencia. Esa es tu vida; es lo que te mantiene vivo. Encuentra ese hilo porque es la forma de encontrar el camino de vuelta a casa.
El 5 de junio de 1910, O'Henry se estaba muriendo. Oscurecía. Sus amigos estaban a su alrededor. De repente, abrió los ojos y dijo: «Enciende la luz. No me quiero ir a casa a oscuras». Encendieron la luz; cerró los ojos, sonrió y se fue.
El hilo que te une, el rayo de vida que te da la vida es el camino de vuelta a casa. Sigues unido con la existencia por muy lejos que te hayas ido, de lo contrario no sería posible. Tú puedes haberte olvidado, pero la existencia no se ha olvidado de ti, y eso es lo que realmente importa. Intenta buscar algo que te una con la existencia. Búscalo y llegarás al mandamiento del que está hablando Jesús. Si buscas, llegarás a saber que es el amor, y no el conocimiento, lo que te une con la existencia. Y siempre que sientas amor serás enormemente feliz, porque tendrás cada vez más vida a tu disposición.
Jesús y Buda son como dos abejas. La abeja sale y encuentra hermosas flores en un valle. Vuelve, baila una danza de éxtasis cerca de sus amigas para contarles que ha encontrado un hermoso valle repleto de flores. «Venid, seguidme.» Jesús es como una abeja que ha encontrado la fuente original de la vida, un valle de hermosas flores, flores de eternidad. Vuelve y baila a tu lado para darte el mensaje: «Ven, sígueme».
Si intentas entender y buscar en tu interior, verás que el amor es la cosa más importante, más esencial que hay en tu ser. No lo dejes morir. Ayúdalo a crecer para que pueda convertirse en un gran árbol, para que los pájaros del cielo puedan cobijarse bajo tu sombra, para que tú también te puedas convertir en una abeja.
En tu éxtasis, puedes también compartir con los demás lo que has descubierto.
La pena de muerte es una degradante prueba de lo inhumano que el es hombre para el hombre. Es una prueba de que el hombre sigue viviendo en la barbarie. La civilización sigue siendo un concepto que todavía no se ha hecho realidad.
Tendrás que estudiarlo desde todos los aspectos para comprender por qué se sigue utilizando en tantas civilizaciones, culturas y estados, algo tan idiota como la pena de muerte. Incluso en algunos países donde había sido suprimida la han vuelto a adoptar. En otros países ha sido suprimida y se ha sustituido por la cadena perpetua, que es peor todavía que la pena de muerte. Es mejor morir en un instante que morir lentamente durante cincuenta o sesenta años. Cambiar la pena de muerte por la cadena perpetua no es ser más civilizado, sino estar más hundido aún en la barbarie, la oscuridad inhumana y la inconsciencia.
Lo primero que hay que entender es que la pena de muerte no es realmente un castigo. Si no puedes recompensar con la vida, no puedes castigar con la muerte. Es lógica pura y no puede haber dos opiniones distintas sobre esto. Si no puedes dar la vida a la gente, ¿con qué derecho puedes quitársela?
Esto me recuerda una historia real. Había dos criminales que encontraron un tesoro oculto en un castillo. Mucha gente había intentado entrar en el castillo para robarlo, pero siempre los atrapaban; sin embargo, estos criminales lo consiguieron. El tesoro era muy grande y uno de ellos decidió que no estaba dispuesto a dividirlo. Una posibilidad era matar al otro, pero al hacerlo le podían pillar, y no quería arriesgarse porque el tesoro estaba ahora en sus manos.
Lo consiguió de una forma muy astuta. Desapareció e hizo correr el rumor de que había sido asesinado, dejando pruebas para que pareciera que el asesino había sido su amigo. Cogieron al amigo con todas las pruebas: a su revólver le faltaban dos balas y había huellas digitales suyas por todo el revólver. En el lugar del crimen apareció un pañuelo con su nombre bordado… No podía demostrar su inocencia; no había ninguna forma de hacerlo; todo estaba en su contra y le iban a condenar a la pena de muerte. Él sabía que no había asesinado a su amigo; sabía que todo era una conspiración, que su amigo no estaba muerto, y era una estratagema para quedarse con todo el tesoro.
Pero, antes de su ejecución, consiguió escapar de la cárcel. Doce años más tarde, cuando oyó que su compinche -que había cambiado de identidad y se había convertido en un político res-petable- había muerto, fue a las autoridades y le dijo a los tribunales -al mismo juez que le había condenado-: «Soy el que sentenciaste a muerte hace doce años, pero conseguí huir. Y yo era absolutamente inocente, pero no podía demostrarlo».
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