Siempre insisto en decir que el individuo debería sentirse tan feliz, tan dichoso, tan silencioso, tan satisfecho, que gracias a ese estado de satisfacción empieza a compartir. Está tan pleno como una nube cargada de lluvia que debe descargarla.
Si resulta que sacia la sed de los demás o la sed de la tierra, esto es secundario. Si cada individuo está lleno de alegría, lleno de luz y lleno de silencio, lo compartirá sin que nadie se lo diga, porque compartir es una felicidad. Dárselo a alguien produce más alegría que obtenerlo.
Pero habría que cambiar toda la estructura. No habría que decir a las personas que fuesen altruistas. Si son desdichados, ¿qué le van a hacer? Si son ciegos, ¿qué le van a hacer? Si han derrochado su vida, ¿qué le van a hacer? Solo pueden dar lo que tienen. De manera que la gente está dando a todo el que entra en contacto con ellos infelicidad, sufrimiento, angustia y ansiedad. ¡Eso es el altruismo! No, yo prefiero que todo el mundo sea absolutamente egoísta.
Los árboles son egoístas: aportan agua a sus raíces, aportan savia a sus ramas, a sus hojas, a sus frutos y a sus flores. Y cuando florecen esparcen su perfume a todo el mundo, tanto conocido como desconocido, familiar o extraño. Cuando están cargados de fruta, comparten y dan sus frutos. Pero si enseñases a los árboles a ser altruistas morirían, del mismo modo que toda la humanidad está muerta, solo son cadáveres andantes. Y ¿hacia dónde van? Van hacia el cementerio para descansar finalmente en su tumba.
La vida debería ser una danza y la vida de todo el mundo puede convertirse en una danza. Debería ser una música, y después podrás compartir; tendrás que compartir. No es que yo lo diga, es una de las leyes fundamentales de la existencia: cuanto más compartes tu dicha, más crece.
Por eso enseño egoísmo.
NO SEAS UN ABOGADO, SÉ UN AMANTE
En Mateo 22 se dice:
Entonces, uno de ellos, que era doctor en leyes, le hizo una pregunta tentándole y diciendo: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?
Jesús le respondió: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer gran mandamiento. Y el segundo es similar a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.
Hay dos palabras -ley y amor- que son enormemente relevantes. Representan dos tipos de mente, son los polos opuestos. La mente jurídica nunca puede ser amorosa y la mente que ama nunca puede ser jurídica. La actitud legal no es religiosa: es política, social. Y la actitud del amor no es política ni social, sino individual, personal y religiosa.
Moisés, Manú, Marx, Mao, son mentes jurídicas; han aportado al mundo la ley. Jesús, Krisna, Buda, Lao Tzu, son personas de amor. No han dado un mandamiento legal al mundo, han dado una visión completamente distinta.
He oído contar una historia sobre Federico el Grande, rey de Prusia, que era una mente jurídica. Fue a verle una mujer para quejarse de su marido. «Majestad -le dijo-, mi marido me trata muy mal.»
Federico el Grande dijo: «Eso no es asunto mío».
Pero la mujer insistía: «No solo eso. Majestad, también habla mal de usted».
Federico el Grande contestó: «Eso no es asunto tuyo». Así es la mentalidad jurídica.
La mente jurídica siempre está pensando en la ley y nunca en el amor. La mente jurídica piensa en la justicia pero nunca piensa en la compasión; y la justicia sin compasión nunca puede ser justa. Una justicia que no tenga compasión está abocada a ser injusta; pero una compasión que aparentemente es injusta no puede ser injusta. La propia naturaleza de la compasión es ser justa; la justicia sigue a la compasión como una sombra. Pero la compasión no sigue a la justicia como una sombra porque la compasión es lo verdadero, el amor es lo verdadero. Tu sombra te sigue pero tú no sigues a tu sombra. La sombra no puede guiar, la sombra tiene que seguir. Y esta es una de las grandes controversias de la humanidad: si Dios es amor o ley, si Dios es justo o compasivo.
La mente jurídica dice: Dios es la ley. Pero la mente jurídica no puede saber qué es Dios porque Dios es otra forma de decir amor. La mente jurídica no puede alcanzar esa dimensión. La mente jurídica responsabiliza de todo a los demás: a la sociedad, a la estructura económica y a la historia. Para la mente jurídica, los demás siempre son culpables. El amor se hace responsable de sí mismo; siempre soy yo el responsable, no tú.
Cuando entiendes que tú eres el responsable empiezas a florecer. La ley es una excusa. Es una astucia de la mente para que puedas seguir protegiéndote y defendiéndote. El amor es vulnerable, pero la ley es una medida defensiva. Cuando amas a alguien no hablas de leyes. Cuando amas, la ley desaparece, porque el amor es la ley suprema. No precisa otras leyes, se basta consigo mismo. Y cuando el amor te protege no necesitas otra protección. No seas legalista, de lo contrarío te perderás todo lo bello de la vida. No seas un abogado, sé un amante, de lo contrario te seguirás protegiendo y al final te darás cuenta de que no hay nada que proteger; solo has estado protegiendo un ego vacío. Y siempre puedes encontrar medios y formas de proteger el ego vacío.
He oído una anécdota sobre Oscar Wilde. El estreno de su primera obra de teatro fue un fracaso absoluto, un fiasco. Cuando salió del teatro, sus amigos le preguntaron: «¿Qué tal ha ido?». Él dijo: «La obra ha sido un éxito, pero el público ha sido un fracaso».
Así es la mentalidad jurídica, siempre está intentando proteger al ego vacío; no es más que una pompa de jabón: dentro no tiene nada, está llena de vacío y no hay nada. Pero la ley sigue protegiéndolo. Recuerda, en cuanto te vuelves legalista, en cuanto empiezas a ver la vida a través de la ley -puede ser la ley del gobierno o la ley de la iglesia, eso no cambia nada-, en cuanto empiezas a ver la vida a través de la ley, a través de un código moral, de las escrituras o de los mandamientos, empiezas a perdértela.
Hay que ser vulnerable para saber qué es la vida; hay que estar totalmente abierto, inseguro. Hay que estar dispuesto a morir para conocerla; solo así podrás conocer la vida. Si tienes miedo a la muerte nunca conocerás la vida, porque la muerte no puede conocer. Si no tienes miedo a la muerte, si estás dispuesto a conocerla, conocerás la vida, la vida eterna que nunca muere. La ley es miedo escondido, el amor es la expresión de la ausencia de miedo.
Cuando amas el miedo desaparece, ¿te has dado cuenta? Cuando amas no existe el miedo. Cuando amas a alguien el miedo desaparece. Cuanto más amas, más desaparece el miedo. Si amas totalmente, el miedo está absolutamente ausente. El miedo solo surge cuando no amas. El miedo es ausencia de amor, la ley es ausencia de amor porque básicamente es una defensa de tu tembloroso corazón interno; tienes miedo y quieres protegerte.
Si una sociedad se sustenta en la ley, esa sociedad estará dominada por el miedo. Cuando una sociedad se sustenta en el amor, el miedo desaparece y no es necesaria la ley, no son necesarios los tribunales, ni son necesarios el cielo y el infierno. El infierno es una actitud jurídica; el castigo proviene de una mentalidad jurídica. La ley dice que si haces el mal serás castigado y si haces el bien serás recompensado. Y luego están las llamadas religiones: dicen que si cometes un pecado te mandarán al infierno. ¡Imagínate ese infierno! Las personas que han inventado la idea del infierno deben de haber sido profundamente sádicas. Han representado el infierno de manera que han tomado todas las medidas posibles para que sufras. Y también han inventado el cielo; el cielo para ellos y sus seguidores, el infierno para los que no les siguen y no creen en ellos. Pero estas actitudes son legalistas, es la misma actitud que el castigo criminal. Y el castigo ha fallado.
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