Bernard Werber - Las Hormigas

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Antes de que las guerreras con olor a roca les hayan localizado, cavan con todas sus fuerzas en una pared lateral, atacando la tierra y apartándola a mandíbulas llenas. Se cubren de arena hasta los ojos y las antenas. A veces, para ir más de prisa, tragan grandes bocados de tierra. Cuando la cavidad es ya bastante profunda, se apelotonan en ella, rehacen el muro y esperan. Sus perseguidoras llegan, y pasan a toda carrera. Pero no tardan en volver, esta vez bastante más despacio. Hay algo tras ese ligero tabique…

Pero no, no se han dado cuenta de nada. Sin embargo, es imposible quedarse ahí. El enemigo acabará detectando algunas de sus moléculas. Entonces, vuelven a excavar. 103.683, que tiene las mandíbulas más grandes, va delante; los otros dos apartan la arena y la amontonan tras de sí.

Las asesinas han comprendido la maniobra. Sondean las paredes y encuentran su rastro. Se ponen a trabajar frenéticamente. Las tres hormigas toman por una curva descendente. En cualquier caso, en esa melaza negra no es fácil seguir nada ni a nadie. Cada segundo que pasa, nacen tres corredores y dos se cierran. ¡Vaya uno a hacer un mapa de la ciudad que sea digno de confianza en tales condiciones! Las únicas referencias fijas son la cúpula y el tocón.

Las tres hormigas se hunden lentamente en la carne de la Ciudad. A veces tropiezan con una larga liana. En realidad son tallos de hiedra que han plantado las hormigas agriculturas para que la Ciudad no se hunda con las lluvias. Llega un momento en que la tierra se hace más dura y sus mandíbulas tropiezan con piedra. Se impone dar un rodeo.

Las dos hormigas sexuadas no perciben las vibraciones de sus perseguidoras. El trío decide detenerse. Se encuentran en una bolsa de aire en el corazón de Bel-o-kan. Es un lugar impermeable, inodoro, desconocido para todos. Una isla desierta. ¿Quién daría con ellos en esta minúscula caverna? Se sienten aquí como en el óvalo sombrío del abdomen de su madre.

56 tamborilea con el extremo de sus antenas en el cráneo del macho. Es una petición de trofalaxia. 327 pliega las antenas en señal de aceptación y luego pega su boca a la de la hembra. Regurgita un poco del melado que le había entregado la primera guardiana. 56 se siente inmediatamente reanimada. 103.683 tamborilea a su vez en el cráneo de la hembra. Unen los apéndices labiales y 56 hace que suba el alimento que acaba de recibir. A continuación, los tres se acarician y friccionan entre sí. ¡Ah, qué agradable es dar para una hormiga!

Han recuperado fuerzas, pero saben que no pueden quedarse ahí indefinidamente. El oxígeno se agotará, e incluso aunque las hormigas puedan sobrevivir bastante tiempo sin alimento, sin agua, sin aire ni calor, la carencia de esos elementos vitales acaba provocándoles un sueño mortal.

Contacto antenar.

¿Qué hacemos ahora?

La cohorte de treinta guerreras unidas a nuestro proyecto nos espera en una sala del nivel cincuenta del subsuelo.

Vayamos allí.

Vuelven a su trabajo de zapa, orientándose gracias al órgano de Johnston, sensible a los campos magnéticos terrestres. Con toda lógica, creen estar entre los silos de cereales del nivel -18 y los criaderos de setas del nivel -20. Sin embargo, cuanto más bajan más frío hace. Al llegar la noche, la helada penetra el suelo hasta mucha profundidad. Sus gestos se hacen más lentos. Finalmente se inmovilizan en actitud de cavar y se duermen en espera del final.

– ¡Jonathan, Jonathan! ¡Soy yo, Lucie!

Cuanto más y más se hundía en aquel universo de tinieblas, sentía que el miedo la iba ganando. Ese interminable descenso a lo largo de la escalera había acabado sumiéndola en un estado en el que le parecía ir hundiéndose más y más profundamente en su propio interior. Sentía ahora un dolor difuso en el vientre, después de haber experimentado una brutal sequedad de la garganta, luego un nudo de angustia en el plexo solar, seguido de intensos pinchazos en el estómago:

Sus rodillas, sus pies, seguían funcionando de forma automática; ¿irían a perder pronto su función, y también ella, y entonces dejaría de bajar?

Aparecieron unas imágenes de su infancia. Su autoritaria madre que siempre la estaba culpando y cometía toda clase de injusticias favoreciendo a sus hermanos mimados… Y su padre, un individuo sin brillo, que temblaba ante su mujer, que se pasaba la vida huyendo de la menor discusión y que decía «amén» a los menores deseos de la reina madre. Su padre, el muy cobarde…

Estas ingratas reminiscencias dieron paso a la sensación de haber sido injusta con Jonathan. De hecho, le había reprochado todo lo que pudiera recordarle a su padre. Y justamente porque ella le llenaba permanentemente de reproches, le inhibía, le minimizaba, haciendo que fuese pareciéndose poco a poco a su padre. Así, el ciclo se había iniciado otra vez. Ella, Lucie, había recreado sin darse cuenta siquiera lo que más odiaba: el matrimonio de sus padres. Tenía que romper el ciclo. Se detestaba por todos los gritos con que había gratificado a su marido. Le debía una reparación.

Seguía girando y bajando. Al haber reconocido su propia culpabilidad, había liberado a su cuerpo de sus miedos y dolores opresivos. Una puerta como cualquier otra, en parte cubierta de inscripciones que no se tomó el tiempo de leer. Había un pomo. La puerta se abrió sin un ruido.

Más allá, la escalera se prolongaba. La única diferencia notable eran las venas de roca ferruginosa que aparecían en medio de la piedra. Debido a las filtraciones de agua, originadas probablemente en una corriente subterránea, el hierro adquiría unas tonalidades ocres y rojizas.

Sin embargo, Lucie tenía la sensación de haber iniciado una nueva etapa. Y, de repente, su linterna iluminó unas manchas de sangre ante sus pies. Debía ser sangre de Ouarzazate. El valiente caniche enano había llegado, pues, hasta aquí… La sangre había salpicado por todas partes, pero en las paredes era difícil distinguir las huellas de sangre de las manchas de hierro oxidado.

De repente, oyó un ruido. Una crepitación. Era como si hubiese unos seres que caminasen hacia ella. Los pasos eran nerviosos, como si esos seres fuesen tímidos, como si no se atreviesen a acercarse. Lucie se detuvo para escrutar la oscuridad del fondo con la linterna. Cuando vio el origen del ruido, exhaló un alarido inhumano. Pero nadie podía oírla, estando ella donde estaba.

El sol sale para todos los seres de la Tierra.

Reanudan el descenso. Nivel -36. 103.683 conoce bien el lugar y piensa que pueden salir sin peligro. Las guerreras con olor a roca no han podido seguirles hasta ahí.

Desembocan en unas galerías bajas completamente desiertas. En algunos lugares se ven agujeros, a derecha e izquierda, de viejos graneros abandonados hace por lo menos tres hibernaciones. El suelo está resbaladizo. Debe de haber filtraciones de humedad. Por tal razón esta zona, consideraba insalubre, se ha convertido en uno de los barrios de peor fama de Bel-o-kan.

Huele mal.

El macho y la hembra no se sienten muy seguros. Perciben presencias hostiles, antenas que les espían. El lugar debe de estar lleno de insectos parásitos y fuera de la ley.

Siguen adelante, con las mandíbulas dispuestas, por lúgubres salas y túneles. Un chirrido agudo les sobresalta de repente. El sonido no cambia de tonalidad y forma una melopea hipnótica que resuena en las cavernas fangosas.

Según la soldado, son grillos. El ruido son sus cantos de amor. Las dos hormigas sexuadas sólo se tranquilizan a medias. Resulta increíble que unos grillos actúen con tanta insolencia ante las tropas federales en el mismo interior de la Ciudad.

103.683 no está sorprendida. ¿No dice una sentencia de la última Madre: Más vale consolidar los puntos fuertes que querer controlarlo todo? Ése es el resultado.

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