Muy interesante, pero la carta no menciona los efectos posteriores del acto.
Tanto Sylvain como Nathalie, la muchacha, tuvieron reacciones muy positivas. Algún tiempo después los dos encontraron pareja: Sylvain, una mujer blanca, y Nathalie, un hombre de color. Que yo sepa, las dos parejas funcionan bien.
Hasta aquí ha evocado complejos dolorosos, pero principalmente psicológicos: un hombre incapaz de ganarse la vida, un escritor que no escribe, personas que no se habían reconciliado con su origen racial. ¿Sería efectiva la psicomagia en personas que hubieran sufrido un trauma externo concreto…? Pienso, por ejemplo, en un aborto, una experiencia traumática muy corriente, por desgracia.
Pues leeré una carta relacionada con ese problema. Brigitte se sentía culpable por un aborto que había tenido en ausencia de Michel, su compañero. Estaba deprimida y no se resignaba. La relación de la pareja estaba en crisis, se alejaban cada vez más uno del otro. Le propuse un acto, pensando en que los dos juntos pudieran hacer ese funeral y enterrar por fin al feto. Brigitte y Michel debían fabricar entre los dos una caja de madera noble, que evidentemente simbolizaba el ataúd, y tapizarla con una tela de la mejor calidad. Por otra parte, de común acuerdo, debían elegir una fruta que simbolizaría el feto. Eligieron un mango. Brigitte, desnuda, debía colocarse la fruta sobre el vientre, sujetándola con un vendaje fuerte. Michel debía cortar las vendas con unas tijeras, como si fuera un cirujano, y tomar el mango. Brigitte debía revivir todos los sentimientos que había experimentado durante la operación y expresarlos en voz alta. Después de poner el «feto» en la caja, debían enterrarlo en un lugar muy hermoso. A continuación, Brigitte tenía que besar a Michel e introducirle en la boca, con la lengua, dos canicas de mármol, una negra y la otra roja. Michel debía escupir en primer lugar la canica negra. Éste era el acto prescrito. Y ésta es la carta de Brigitte:
La búsqueda de los materiales se hizo con un poco de precipitación, como la que hubo durante la hora que precedió a la interrupción voluntaria del embarazo. Elijo el mismo día en que ésta se realizó, un sábado a las 18:15. El acto tiene lugar en el quirófano, con las piernas levantadas, desnuda y con el mango encima del vientre, sujeto por una venda. Michel se acerca. Viste de blanco, igual que el cirujano. Procede rápidamente y yo grito, doy alaridos, siento el desgarro en el vientre, lloro mucho, lo odio, está mutilándome. Michel ha cortado las vendas y puesto el mango en la caja. De pronto, siento una duda: ¿había que cortar también el mango con las tijeras? Michel quiere hacerlo, pero se lo impido. Lloro mucho. Michel me dice: «De todos modos, el mango no puede vivir una vez arrancado». Después se sienta a mi lado y me acaricia la frente. Noto que me odia. Está a mil leguas de mí. Ahora hay que encontrar el lugar donde enterrar la caja. Llegamos en moto a St. Germain-en-Laye con una lluvia torrencial. Siento a la vez amargura y un gran alivio.
Finalmente, paramos en Marly le Roi, en el parque del castillo favorito de Luis XIV. Un sitio magnífico. Lloro desconsoladamente. Michel me sostiene, pero sigue estando distante. Hacemos el hoyo con las manos, donde nadie puede vernos. Casi ha anochecido. Nos besamos. Meto a Michel las dos canicas en la boca. El escupe una, la roja, que cae al suelo. Me pongo histérica. Michel reacciona, encuentra la canica roja y me la da. Yo vuelvo a metérsela en la boca. Según está prescrito, él escupe primero la canica negra, me besa y me devuelve la roja. Arrojo la negra al estanque del parque y me siento muy aliviada. Con la roja, me haré un anillo, como usted me aconsejó. Se reproducen reacciones psicosomáticas -rojez intensa en la mejilla izquierda- análogas a las que se presentaron después de la intervención. Me siento muy liberada de culpabilidad y con nuevas energías. Estoy tranquila y serena y acepto lo que pueda llegar. Recupero la confianza en mí y en Michel. Elijo la vida, pase lo que pase. Mis energías internas están como regeneradas, ya no siento pánico morboso.
¿Qué significado tiene el beso con las dos piedras de colores?
Utilizo los símbolos de la vida y de la muerte (rojo y negro), así como la casualidad. Al darle un beso, manifestación de amor, Brigitte proporciona a Michel la ocasión de dar la vida o la muerte. Si escupe primero la bola negra, Michel manifiesta su deseo de matar al feto, de no ser padre. Él mismo recoge la bola y, al metérsela de nuevo en la boca, busca otra oportunidad. Y esta vez opta por escupir la bola roja, la vida, que deposita en la boca de su compañera. De este modo manifiesta su aceptación de otro niño que pueda venir. Al arrojar la bola negra a un estanque, Brigitte devuelve a su inconsciente sus impulsos de muerte, recupera la confianza en Michel y se libera de sus temores y de su culpa. Ahora por su cuerpo circula la vida, no la muerte. En lo sucesivo, su sexo será centro de creación, no de destrucción.
Este acto ilustra la técnica consistente en «utilizar el lenguaje del inconsciente». Ése es, si he comprendido bien, el resorte esencial de la psicomagia.
Sí, pero también doy consejos sencillos y lógicos que puede comprender cualquier persona al instante.
¿Esos consejos, cómo operan?
Para que sean eficaces, tengo que aprovechar la oportunidad, o provocarla, encontrar el momento propicio para dispensarlos. Es una cuestión de ajuste, por así decirlo. El mismo consejo, dado en un mal momento, puede resultar ineficaz. El proceso puede compararse al fútbol: si lanzas a la portería sin que haya hueco suficiente, por preciso que sea el tiro, no pasará la barrera de la defensa. Por el contrario, si aprovechas un momento de vacilación, una debilidad del portero, la pelota entrará. Asimismo, cuando una persona baja un poco la guardia, yo trato de meterle un gol psicológico. Hay que tener presente que el que cae en un vicio se mantiene constantemente a la defensiva. El ego se niega a ceder. Por lo tanto, tengo que aprovechar o provocar un momento de distracción, a fin de hacer pasar una orden a través de las líneas de la defensa, hasta el inconsciente. Para que el consultante haga suyo el consejo, hay que perforar su yo obstinado y tocarlo en una zona de sí mismo mucho más impersonal.
¿Tiene alguna carta que ilustre ese principio?
Aunque no sea una carta propiamente dicha, servirá este testimonio redactado por el célebre dibujante Jean Giraud, alias Moebius.
Conocí a Alejandro a mediados de los años setenta. Trabajábamos en la película Dune. Hacía dos meses que cada día me daba una sorpresa con su manera totalmente surrealista de proponer, no ya la creación de una obra, sino también cualquier pensamiento o situación. En esos días, uno de los problemas que más me agobiaba era el del tabaco. ¿Cómo pasar largas horas con aquella apasionante persona sin puntuar mis reflexiones con grandes bocanadas de humo azul? Imposible cualquier transgresión: Alejandro, invocando supuestas crisis de asma mortal, había hecho del cigarrillo un tabú en el plato, y yo tenía que aislarme, como un colegial culpable, en el patio que colindaba con nuestro edificio.
Un día, conversando alegremente con varios compañeros del equipo de producción, mientras tomábamos un refresco en la terraza de un café, interpelé a Alejandro en tono festivo, pensando tal vez en ponerle en un aprieto, o quizá tan sólo por decir algo: «Alejandro, tú que has tratado a tantos magos y que incluso te las das de mago -en aquel entonces, yo tenía de la magia ideas confusas que aderezaba con ironía-, ¿no podrías, con un encantamiento o sortilegio, ayudarme a dejar el tabaco?».
¿Qué esperaba? Una respuesta-pirueta que provocara la risa y consignara mi pregunta a las brumas del olvido. Pero, para mi completo desconcierto, Alejandro, en lugar de escabullirse, me contestó que sí, que conocía una magia poderosa, infalible, que él me mostraría en aquel mismo momento, si yo quería. Pero antes tenía que estar seguro de que mi propósito de dejar de fumar era real porque el hechizo era fuerte, y tenía que hacerme a la idea de que, cuando la magia empezara a obrar, yo no volvería a fumar ni una sola vez en toda mi vida.
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