La muchacha suspiró tranquila, reteniendo con fuerza la mano posada en su hombro, y el murciano fulero decidió su destino. Trastornado, indocumentado, acharnegado y feliz, se quedaría allí iluminando el corazón solitario de una ciega, descifrando para ella y para sí mismo un mundo de luces y sombras más amable que éste. La muchacha retuvo su mano y no la soltó hasta que terminó la película, hasta que él pronunció la palabra fin.
A Joan Marés le dieron por desaparecido al cabo de ocho meses. Nadie se interesó por saber dónde estaba ni qué podía haberle pasado, y el caso se archivó.
Tres años después, en el verano de 1989, El Torero Enmascarado se trasladó con su acordeón a la plaza de la Sagrada Familia y todas las mañanas tocaba sardanas para los viandantes y los turistas plantado delante del pórtico del templo inacabado. Los primeros días fue objeto de mofa, pero él no se inmutó y su figura espigada y animosa no tardó en hacerse popular. Contrastando con la mascarada fraudulenta de las nuevas esculturas de la fachada de la Pasión, una fantasmagoría deplorable de piedra inanimada, el charnego fulero se erguía vivo y auténtico con su traje de luces verde y oro y su acordeón sentimental. Su estilo se había depurado, su repertorio de sardanas y de canciones populares catalanas era infinito. Debajo del antifaz, el parche de terciopelo negro seguía ocultando su ojo derecho y media visión de un mundo al que ya no pertenecía y del que se estaba desentendiendo cada vez más.
Un luminoso domingo de este verano, cuando El Torero Enmascarado tocaba el acordeón rodeado de japoneses atónitos, de palomas y de niños, brillando bajo el sol como una llama esmeralda, un viandante bajito y calvo se le acercó con las manos en la espalda y media sonrisa acartonada de suficiencia, pero sin animosidad, y después de observarle de cerca un buen rato le dijo:
– Escolti, perdoni. De què se'n fot, vostè?
Faneca fijó su atención en el hombre haciendo un esfuerzo, achicando el ojo como si algo dificultara su visión o le aturdiera. Inició un balbuceo con voz profunda. Su mente ventrílocua se estaba desmoronando, su lenguaje contorsionista también, pero el personaje inventado se mantenía en pie y dejó de tocar un momento para responder, sin esperanza y sin resentimiento:
– Pué mirizté, en pimé ugá me'n fotu e menda yaluego de to y de toos i així finson vostè vulgui poque nozotro lo mataore catalane volem toro catalane, digo, que menda s'integra en la Gran Encisera hata onde le dejan y hago con mi jeta lo que buenamente puedo, ora con la barretina ora con la montera, o zea que a mí me guta el mestizaje, zeñó, la barreja el combinao, en fin, s'acabat l'explicació i el bròquil, echusté una moneíta, joé, no sigui tan garrapo ni tan roñica, una pezetita, cony, azi me guta, rumbozo, vaya uzté con Dio i passiu-ho bé, senyor…