Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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.-Pig. -¿Qué dijiste? -Pig. Me vas a llamar Pig. -¿Cerdo? -Cerdo no. Pig. -¿Y así vas a querer que yo te bese?

.-Tú no; Violetta. Nada más Violetta -pero ya no tenía más sentido hablar, porque en sus ojos Pig podía leer aprobación rotunda, satisfacción completa, emoción rebotada, y se daba a probar la plenitud que invade a quien se piensa propietario de idénticos secretos.

Nada parecía real, o quizás era demasiado real para ser cierto. Porque la gente no va por la vida cambiándose los nombres. O porque quien se cambia el nombre lo hace para salvarse de algún perseguidor. Pig cerraba los ojos y miraba a Mamita opinar que eso de andar jugando a las incógnitas no podía conducir a nada bueno. Decente. Constructivo. Aunque si hubiera que juzgar la honestidad de sus desplantes constructivos-conseguir un empleo y desde el primer día entregarse a perderlo-, Pig no habría pasado un solo examen. ¿No había sido ella, Rosalba o Violetta, quien lo había forzado a meter aquel gol de último minuto? Visto así Rosalba, después incluso de volverse Violetta, venía a ser más constructiva que él. O bueno, menos destructiva. Tal como había pasado en las escuelas, la colonia, el periódico: Mamita lo alertaba contra la mala influencia de los amigos que no tenía, y él decía si, Mamita, pero al tiempo pensaba: Son ellos los que se protegen, Yo soy la enfermedad. Puesto que aun cuando llegaban a seguirlo, escucharlo, respetarlo, ello era sólo para malhaberse algún examen, una boleta falsa, un vicio, un bien ajeno: las especialidades que a Pig le habían valido la pervivencia de su apodo. Pig seguía las reglas para retorcerlas o burlarlas, y así como se sometía a los deseos de Violetta, se decía: Ya llegará la hora de que todo cambie. Un pensamiento constructivo en otros, que acaso emplean la frase con la fe por bandera o la esperanza por coartada, pero no en Pig, para quien todo cambio sólo podía significar la posibilidad de tomar la sartén por el mango. Y entonces comenzar a hacer lo suyo. Así pues conceder, admitir, transigir, no eran sino medidas tácticas para fortalecerse en un silencio de antemano emponzoñado. ¿O no es el mismo criado que hoy dice «sí, señor» quien mañana dirá «lo quiero muerto»?

Todo lo cual difícilmente explica la rabia que seguí pugnando por salir. A menos que se consideren las palabras que precedieron a su arribo: Creo que ya me jodí. Una variable que desquicia la ecuación entera, pues en principio Pig no podía culpar a otro que a sí mismo por esa indefensión rayana en servidumbre y disfrazada ante su ego de medida táctica. ¿No habría sido también una medida táctica, más eficaz y menos enfermiza, el inmediato contraataque: la afirmación sincera y visceral de sus deseos concretos? ¿No podía rehusarse a jugar esos juegos, a obedecer un reglamento ilegible, arbitrario, abusivo, tanto que ni siquiera conseguía por lo pronto burlarlo? ¿No habría resultado cuando menos preferible cobrar allí, al contado, esas afrentas, en lugar de archivarlas y sumarles noche a noche los réditos de un rencor sin contornos? No para él, ni para ella. Nunca y de ningún modo cuando lo que uno busca no es construir, ni ascender, ni salvarse, sino precisamente caer con el estrépito de lo inminente.

.- ¿Te gusta la montaña rusa? -volvió Pig al ataque, de nuevo rencoroso, cobrador, sarcástico.

.-No sé, no me he subido -lo sorprendió Violetta. Y lo obligó a creer en su inocencia cuando propuso-: ¿Vamos?

.- ¿Cuándo? -Pig no sabía controlar sus entusiasmos, ni tampoco ocultar sus descontroles.

.- ¿Cuándo va a ser? ¡Ayer, idiota -¿Hoy? ¿Ahorita? -y sonreía sin limite, cual si ese insulto divertido, poco menos que afectuoso, fuese la más selecta de las alabanzas.

.- ¿Tenemos algo más tú y yo que ahorita? consultó el reloj en la pared.

.- No sé si hoy esté abierto, ni a qué hora cierran los juegos -titubeó Pig, detestándose por ello, pero aún protegiéndose de no sabía qué (puesto que, como minutos antes calculó, ya se había jodido, y quien se jode acepta sin reparos).

.- ¿Quieres llevarme o no? -se ensombreció Violetta, sin ocultar el tono de amenaza que otra vez ponía a Pig con el filo en el cuello.

.-Quiero -lapidó Pig, alzó la mano como un periscopio, localizó al mesero, le hizo un par de señas, todo en un solo impulso, llevado por la prisa de acelerar a fondo y prolongar el tiempo que no tenía tiempo: las horas con Rosalba. Se detuvo un segundo, rectificó: Violetta, sin abrir ni la boca porque todo pasaba solamente en su conciencia sin conciencia, suspendido en la noche, como una ensoñación con leyes propias. Nada de eso era real, pensó enseguida, por eso era tan cierto. Pagó los bloodymaries, calculó la propina, la miró a las pupilas, cual si jamás hubiese titubeado.

.-Ya te jodiste, Violetta -dictaminó sonriendo, buscando un poco dar la pinta de Gioconda y al fin ser él, sólo él quien poseyera el alma del enigma. Si es que cabía un enigma detrás de una mirada que, como la suya, parecía a todas luces enorgullecerse de su apuesta. Ojos que juegan, como los de un niño, a sembrar dudas, miedos y tenebras, al tiempo que proclaman frente al casino entero: ¡Va mi resto!

Se busca chica mala de buena familia

¿Sabes cómo se porta una mexicana de familia naca que vuelve de cuatro años de andar golfeando en los hoteles caros de New York? Te lo voy a explicar en mi lengua nativa: De La Chingada es poco. Como que en México la gente tiene recursos. Derechos o torcidos, pero nunca faltan. Y como tú ya ves que Recursos was my midle name, creo que me adapté más pronto al ambiente que al horario. No te voy a contar dónde había escondido los dos relojes desde que llegué a Brownsville, pero la cosa era tan divertida que no tenía tiempo ni de ver la hora. Good morning, señorita: tú no sabes las cosas que un escote hace en México. Llegas, enseñas, preparas, apuntas y te mueres de risa de la primera pendejada que oigas. Luego te sigues riendo de todas las que vengan. La idea es que te cuelgues un letrero que diga: Soy idiota. Que se te vea en los ojos, en la risa, en los calzones. Soy una inmensa estúpida superficial con un profundo escote, una cosa se compensa con la otra. Hay como una etiqueta de la estupidez: Permítame decirle una humilde pendejada. De ninguna manera, la pendeja soy yo. Y eso se dice a puras carcajaditas, mientras te las arreglas para recibir sus atentos respetos y esquivar sus gentiles manotas. Hay que enseñarles quién es el que manda. Ni yo ni ellos: el escote solito gira las órdenes al pelotón. Una puede callarse, pero el escote tiene que seguir hablando. Señores miembros del jurado, esta pobre mujer es inocente. ¿Con qué cara la van a condenar, si no pueden ni pinche verla a los ojos? El escote había para distraer al enemigo. Una tiene que maniobrar, mover sus fichas, pedir las cosas de manera que no puedan negárselas. Quinientos bucks en México hacen maravillas, pero un escote puede hacer milagros. Yo no tenía la culpa que a los hombres les gustara confundir brasieres con altares. No pedí que se hincaran, ni que me echaran ojos de profanador. En México no pides, nomás estiras la mano. El chiste es saber dónde, cuándo y con quién. Y ahí estaba el problema, yo no tenía idea. Lo único que sabía hacer bien era portarme mal.

Viví dos meses en un hotelito cerca de Reforma. Todo de lo más fácil, menos el dinero. Taxistas, administradores, bellboys, uno y otro se tira al piso por serte útil. Claro que igual te miran desde ahí los calzones, o dicen porquerías entre dientes. Mamacita. Mi Reina. Cosita. Bizcocho. Y una claro que se hace la pendeja, porque según esto yo hablaba puro inglés. Y como eso aparentemente me ponía en sus manos, yo por lo menos alcanzaba a saber lo que estaban pensando. 0 sea no lo pensaban, lo decían, y yo era una gringuita comecaca que se quedaba viéndolos con su jeta de Oh, really? Oh, my Gosh! Gringa de caricatura, pero ellos se lo creían. Te subes al taxi, le explicas al chofer que you need a hotel pero no passport. Cuando te entiende bien, te explica como puede que tiene un amigo, y a lo mejor ni su amigo es, o igual ni se conocen, pero el güey cae en el hotel y por unos pesitos te consigue el cuarto, sin que enseñes un pinche papel. Una cosa increíble, por veinte dólares al día yo tenía un cuarto enorme, con televisión y clima. Claro que ya después prendí la tele y entendí. En un hotel decente no hay canales porno. Busqué el teléfono del Sheraton, llamé y claro: diez veces más caro. Yo estaba en un hotel moderno, tanto que los cuartitos se desocupaban en dos horas. O sea que nunca tenías los mismos vecinos. Pero no había dinero, carajo. Llevé el reloj de Henry al Monte de Piedad y me ofrecieron una madre de préstamo. No me acuerdo muy bien cuántos pesos eran, pero no llegaban ni a trescientos dólares. ¿A cómo estaba el peso en noventaitrés? No sé, yo todavía pensaba en dólares. Quería ganar como en New York y gastar como en México, pero no había por dónde. Fui a una joyería, pregunté por un Rolex casi igual al de Henry y se me cayó el alma: no eran ni dos mil dólares. Chead motherfuckin’bastard Por supuesto valía mucho más mi Bulgari, tanto que no lo había en ningún lado. Y yo con siete días de hotel pagados, más doscientos cincuenta dólares y unos pocos pesitos en el buró. ¿Qué iba a hacer? ¿Regresarme a New York? ¿Correr a hincármeles a mis papás? ¿Gastarme de una vez hasta el último quinto y ver luego qué hacía? Youre right my dear- decidí quemármelo. Me fui para el hotel, pagué diez noches más y cambié mis cincuenta dólares por pesos. ¿Tú crees que a estas alturas podrías regresarte al capítulo anterior? Yo tampoco podía. Tenía que sobrevivir de alguna forma, y no pensaba ir a pararme en Insurgentes.

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