Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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.-Y además no has dormido -subrayó Paul, quizás interesado en descubrir si lo de Pig era pereza o compromiso.

.-Eso no importa, ya no tengo sueño. Siempre se me quita cuando voy a ir al dentista -matizó Pig, con la satisfacción de quien ha armado una mentira impermeable.

.- ¡Auch! -teatralizó Paul-. Entonces te espero mañana a las nueve en punto. ¿Puedes o no te deja tu dentista?

.-Puedo -le tomó el hombro Pig, con un gesto que se empeñaba en ir de la camaradería innecesaria a la complicidad desfachatada-, mañana a las nueve.

.-Déjame aquí las hojas. Mañana las analizamos con más calma -Paul ya estaba en la puerta, todos podían oírlo. Más que eso: Rosalba lo escuchaba. O debía de escucharlo, pero no había forma de cerciorarse porque seguía de espaldas buscando alguna cosa entre los archiveros. Y tal vez, sonrió Pig, esperando que fueran las seis y media en el bar de Cuauhtémoc:

¿Me crees? ¿Me necesitas? ¿Me prefieres? ¿Me compras? Preguntas todas respondidas de antemano por una afirmación reglamentaria. Imposible dudar de lo que ya sabemos -estudios de mercado lo demuestran- que el consumidor quiere. A veces sin saberlo, por eso hay que decírselo. Claro que todos esos números, expresados por gráficas, encuestas, promedios y un alud decisivo de estadísticas, no tenían más sentido que venderle al cliente la campaña. Y ante ese Mardi-Gras de cifras, argumentos y análisis comparativos, todo debidamente salpicado de piropos a Su Alteza, El Producto, sólo un imbécil osaría decir no. Lo bueno del asunto, pensó Pig por ahí del diez para las siete, es que con ese método se vende cualquier cosa. Incluso yo, carraspeo luego de sorber del vaso de Rosalba que de pronto era suyo porque hacía una hora que debía haber llegado y no llegaba y los hielos del bloody se hacían pequeñitos y qué importa si llega, finalmente, porque hoy no es más que hoy y mañana me va a necesitar.

Prohibido pensar no. Prohibido sospechar que detrás de su ausencia pudiesen acechar los diablos del arrepentimiento. Prohibido recordar aquel wat do you want? Con todo y gringo tácito y five minutes y adiós. Tenía que concentrarse en la estrategia que le exigía no aceptar un no. Y aun si las negativas conseguían imponerse, había que descartarlas de inmediato, y si fuera preciso cerrar fuerte los párpados, sacudir la cabeza, recordar con sonrisa impresa y pies flotantes la convicción sin nombre ni palabras que lo colmó de urgencia de infinito. (¿Qué hacen los astros para evitar la colisión? Lo mismo que él: aferrarse a la inercia que los lleva a la catástrofe. Como los vagones de un tren, cuyo poder sobre la locomotora no es otro que la certeza de que al final, cuando el estruendo gane tiempo y forma, se destruirán con ella. Pero sus ojos eran en tal modo tóxicos que nada, ni siquiera el mirarse huérfano en su ausencia, pudo alertarlo a tiempo. Puesto que eso, estar a tiempo para su salvación, le habría parecido una cobardía tan abyecta que, de perpetrarla, el Infierno habría llegado antes.)

Sobre las mismas aguas del asombro oceánico que le causara el beso repentino, mitad escalofrío mitad calentura mitad vértigo mitad comunión intima -un entero tan grande que sólo se concibe mediante la suma de cuatro mitades- de una mujer incógnita cuya espalda de pronto tiritaba, Pig contempló el abismo inefable. Al centro de sus ojos cundidos de inquietud, Rosalba desvelaba un hambre subterránea de abrazos silenciosos: tal era el vértice de las seguridades que Pig habría de tejer de la segunda tarde en adelante, apenas descubrió, atemorizado de si mismo y al propio tiempo presa de una hipnosis deleitosa, que aquélla era la orilla final de sus dominios: si cruzaba la línea, debía hacerlo saltando hacia el vacío, pero si decidía no cruzar, caería sin remedio hacía la nada. Se empujó el bloodymary de Rosalba de un tirón, cual si fuera una droga o un vomitivo, no sin antes sobrecargarlo de pimienta. Cuando saltó al vacío, se aseguró de que estuviera todo el tiempo lleno de los labios de Rosalba profiriendo un sí, en lugar de alegar cuanto ahora le decía con su ausencia. Con párpados tembleques, pálpitos gatopantes y otros signos más arduamente descriptibles cuya presencia no era menos estruendosa que el golpe de pimienta con picante sobre garganta, estómago, paladar, epidermis. No bien pagó la cuenta por los bloodies musitó muy quedo, con la palma enconchada entre boca y oreja:

.-Tú no eres nadie para decir que no me quieres. (¿Cuál era el atractivo que había hecho de la casi-bonita una hermosura? Más allá de sus piernas largas y carnosas, del estrabismo apenas perceptible que daba a su mirada una fijeza perturbadora y un vaivén inquietante, de esas facciones asimétricas cuya imperfección no era, por cierto, ajena a la poesía, de la insalvable distancia entre ambos hemisferios de un mismo rostro capaz de inspirar a un tiempo confianza y suspicacia, Pig encontró en Rosalba una desprotección en tal modo apremiante que ya no supo, ni pudo, ni deseó pensar en otra cosa que salvarla.)

Salió de la cantina casi de buen humor, y de hecho divertido con la idea de que estaba apostando la cordura por la evidencia flaca de un escalofrío compartido.

.-¿Es usted un romántico? -pregunta la heroína de la película.

.-Si -responde su héroe-. ¿Le molesta?

.-No -concluye, sabihonda, la mujer, Todos tenemos algún defecto.

Greetings from Golgotha!

Nunca mandé postales. Ni una sola. Y me hubiera gustado. Había veces que salía de un hotel y me pasaba un rato en la tabaquería, mirando las postales. Eran tantos los días y tan pocas las cosas que realmente llegaban a pasarme, que sólo cuando me clavaba viendo postcards sentía completita la tristeza de no tener un solo hijo de perra en este mundo a quien mandarle una. Alguien para escribirle cualquiera de los chistes imbéciles con que mis mariditos me sacaban risas huecas y calenturas de cartón, que recibiera una postal con mi letra y mi nombre y por algún motivo no quisiera tirarla. Que la guardara en un cajón. Dentro de un libro. Debajo de un cristal, junto a mi foto. Pero no había nadie, ¿ajá? Y New York, mi New York, tampoco era como el de las postales. Seguía siendo intenso, me fascinaba de cualquier manera, ¿ajá?, pero estaba en mi contra. Era como si ese Manhattan que yo me había robado de un cuentito de hadas me estuviera haciendo pagar por ocupar un trono que no era mío. ¿Puedes imaginarte a una reina lloriqueando encuerada en el piso de la regadera, con la sangre escurriendo de las narices y el polvo envenenándole la sangre? ¿La crees capaz de hincarse y meter la cabeza en el water con tal de conseguir un gramo más? ¿Te imaginas una postal de Violetta berreando en un confesionario de San Patricio? Pues yo no. Me regreso a esos días y los veo como una película imposible: Nefastófeles encajado a huevo en mi destino, fisgando todos los detalles de mi vida, y yo como una rata, escondiendo los dólares debajo de la alfombra y media hora después con la nariz pegada encima de esa misma alfombra, desesperada por encontrar un restito de coca que me dejara volver a mi trono. Pero no te lo puedo contar del uno al diez. Ni siquiera del cinco al cinco y medio. No sé cómo pasó, no me lo explico. Voy a intentar contarte mis postales. Pon música, si quieres, pero que sea de Billie Holiday para abajo, con espinas y clavos al gusto del cliente. Tienes derecho a treintainueve azotes sin cargo extra.

POSTAL 1: Fugitiva con libro

Estoy en una mesa, sobre la banqueta. Es verano, las cuatro de la tarde, muy pocos coches. Si le piensas tantito deduces que es domingo. A media cuadra hay un semáforo, que es justo el cruce con Park Avenue. En primer plano sólo me ves a mí, el resto es más confuso. Calle medio vacía, café lleno, cine, taxis. No me veo tan mal. Traigo unos jeans de Saks, negros, superstretch, y una blusa de seda de Lord amp; Taylor, más el suéter de angora con piel que me robé de Bergdorf Goodman. Costaba como mil trescientos bucks, o sea que no mames: ni modo de pagarlos. Y si ves mis botitas, son Ferragamo. Jurarías que estoy esperando a alguien, que vamos a ir a alguna cena, un rollo así.

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