Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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Marcus llegó dos horas tarde, cuando yo ya debía un dineral del puro taxi. No sabía por qué las cosas me salían mal, llevaba fácil cuatro meses de bajada. Marzo de 1993. ¿0 abril? Vivía con la sensación de que mi cochecito se iba a estrellar en la próxima esquina. Era una paranoia con cara de presentimiento, como que algo terrible se acercaba a mí. Una bala de plata con mi nombre. Una factura repleta de ceros que New York me tenía preparada. Soñaba que venía el alcalde y me decía: Tus impuestos, Violetta. Ya no sentía la confianza de antes, cuando abría mi libro a medio lobby. Y esto de andar cazando mariditos es cosa de paciencia. Puede que el próximo llegue en cinco minutos, puede que en cinco días no caiga ni uno solo.

De todos modos hay que estar segura, no dudar ni un instante de lo que vas a hacer. Cuando te agarra el miedo no te mueves igual. Yo me ponía tensa, vigilaba de más a los empleados, enseñaba mi juego. Y así no salen bien las cosas. Hay que estar relajada, y al mismo tiempo con la cara bien dura. Saber que pase lo que pase no te vas a quebrar. Me acuerdo de ese taxi porque adentro de plano toqué fondo. Tenía que planear algún operativo, armar alguna trampa, escaparme de ahí, salir de lo más hondo. Lo peor era sufrir porque el Nefas no estaba, cuando tenía que estar celebrando. Necesitaba darme un pase, y me odiaba por eso. No podía pasarme los siguientes diez años pagándole los vicios a ese hijo de mala madre. No me podía quedar muerta en la calle, ni en la cárcel, ni en un cuarto de pinche motel. No me quería morir, eso era lo que yo pensaba dentro de ese taxi. Ayúdame, Diosito, soy un asco de vieja pero no quiero morirme. Y luego un Padre Nuestro con los ojos cerrados. Siempre apretaba fuerte los párpados cuando rezaba, para ver si se hacía mientras el milagrito. Digamos que en la foto los acabo de abrir, pero por más que busco no hay milagros. Y necesito uno bien grande, cualquiera lo nota. Sáquenme de este taxi. Sáquenme de esta foto. Sáquenme de New York, en caridad amp; La Chingada. No quería ir a ningún lado, no quería quedarme ahí. De regreso en el taxi me hice la primera pregunta sana del noventaitrés: ¿Adónde iría si tuviera lana?

POSTAL 7: Chica con platos rotos

No todo era tan malo. Había días en que me reía mucho, como el de la foto. Jurarías que estoy en medio de un desastre, pero fíjate dónde tengo las dos manos. Encima de la boca, ¿ajá? Estoy yo en una mesa vacía, tapándome los labios, la barba y la nariz; sólo me ves los ojos y parte de las mejillas. Traigo como dos mil, dos mil quinientos dólares encima, sin contar el reloj, y se me ocurre que nomás por eso puedo hacer lo que quiera. ¿Entiendes por qué el piso del restorán está todo sembrado de comida y tenedores y platos y copas rotas? Aja, yo los tiré. Hasta mi trago de más de cien dólares fue a dar al piso. Y el cuentón lo pagó mi maridito, que era un nacote mexicano de lo más chistoso. De esos a los que todo les vale madres, ¿ajá? Pedía copas de Luis Trece y las vaciaba en vasos de cocacola. El mesero se nos quedaba viendo yo no sé si con lástima o con asco, pero a mí me empezó a agarrar la risa, y de repente que me dice el mexicano: Te doy cinco mil Mares si me demuestras que no te importa el dinero. Claro que una idiotez como ésa nadie puede demostrarla, pero hacer algo así en un restorán donde el platillo más barato no baja de cien dólares tenía que probar alguna cosa. Y el güey muerto de la vergüenza, ya ves que luego al naco le sale el complejote y le da por pedir perdón de todo. Pero aunque no me creas le saqué los cinco mil. Estaba cargadísimo, tenía no sé qué negocio con camiones foráneos, cosa así. Un gordo prieto con cara de carnicero y miles de virtudes verdes por delante. Mi Rey, ¿ajá? Pero a los recesitos les gusta que hagas desfiguros, más todavía si son tlahuicas. Imagínate lo que no le sacas a un cabrón sirvienta, al primer cerdo que te acaba de ver en el Screw? Y al segundo, y al sexto, y al cuadragésimo segundo, ¿ajá? Tú no puedes imaginarte las porquerías que hacen esos güeyes. Aparte de que pujan y resoplan y dicen en tu oído las vulgaridades más fétidas del universo, puterías incluidas, lo que realmente andan buscando es desquitarse. No valen cinco nickeIs, son unos pendejazos, pero tú dime cómo se hace para pendejear a un marrano sudado que te está penetrando. Perdón por ser tan guarra, tú no tendrías que oírme hablar así, pero ya ves que al biógrafo le cuenta una más cosas que al sacerdote. Así tendría que ser, ¿ajá? Tú firmaste el contrato de Diablo Guardián. Apechuga y aguántate, que a ti de todos modos no te va a coger nadie.

Digamos que eso mismo me propuse. Yo no sé si era cierto que era tanto el éxito de los anuncios en el Screw que había que ordenarlos cuatro meses antes. Según YO, lo que Nefastófeles quería era usar ese tiempo para prepararme. Que yo dijera: fijos, qué trato tan magnífico. Tanto miedo me daba que ya ni mis ahorros me tranquilizaban. Con eso no podía irme a ningún lado. Y si me iba a Las Vegas, seguro que acababa en lo mismo: putita de catálogo. Necesitaba tiempo, pero igual si el anuncio salía en noviembre, yo tenía que largarme el treintaiuno de octubre. Happy Halloween, hijo de la más puta de tu casa.

POSTAL 9: Noctámbula serena con Vanity Fair

Cuatro de la mañana, en un café de la Séptima, muy cerquita del Sheraton. Dejé al tipo hace dos horas y media, estoy esperando a que amanezca. Tengo puestos los audífonos y hago como que leo el Vanity Fair. Llegué a comprar el mismo dos, hasta tres veces. Leía pedacitos, no me podía concentrar. Cuando estás hasta arriba sólo puedes concentrarte en no bajar, y yo me la vivía ya sabrás: uptown myself Me aprendía las fotos, los anuncios, los títulos, de tanto verlos sin leer ni pensar nada. Como si cada página fuera una pintura. Y el hotel fuera una pintura.

Y la cafetería y la calle y los coches y la 125 y mi casa y yo fuéramos una sola pintura. Ni siquiera sé decirte qué estaba oyendo. Siempre que no me acuerdo de la música de un año quiere decir que fue un año de mierda. Que si nunca lo hubiera vivido todo sería igual, o hasta mejor. No sé si la postal es una foto de febrero, de abril, de agosto, de septiembre. Los días y las noches se confunden, como si alguien me los hubiera licuado en la cabeza. Como si todos los malditos días de ese año fueran los pasajeros de un avión que se quiebra en altamar. Días borrosos con noches larguísimas. ¿Alguna vez has deseado con toda tu alma dormir solo?

Esa cafetería me gustaba por dos cosas: abría las veinticuatro horas y casi siempre estaba vacía. De madrugada, pues, cuando yo era clienta. Era triste, tristísima, supongo que era parte de la misma pintura. En cambio estar con Nefastófeles era salirte totalmente del cuadro. Si llegaba a dormir antes de la siete, lo más probable era que lo agarrara despierto. Y eso era no sé cuántas veces más desagradable que pasarme unas horas de no hacer nada en el café. Además, con el Yanity Fair ya me sentía afuera, lejos de ese mugrero, instalada en el New York de mis sueños, donde no había cafés andrajosos ni vagos que hablan solos ni todos los paisajes que a una le toca ver cuando no tiene un pinche techo disponible. Aunque te digo, me agradaba ese café. Cuando estaba de buenas me pasaba las horas dándole vueltas a mi plan. De repente un mesero quería hacerme plática, pero yo lo ponía de regreso en su lugar. Leave me alone, will you please?, con una sonrisota ultramarriona. De pronto me quedaba en el lobby de un hotel, pero lo ideal era alejarme del área de trabajo. O sea que ahí me tienes, sola y huraña, con la cabeza en blanco y la nariz también. Era libre, podía ir a donde quisiera, pero si te fijabas en mis horarios veías que dependían totalmente del de Nefastófeles. Vivía como una mascota que se le esconde a su amo. ¿Sabes lo que es seguir a un güey para escondértele? Había semanas en que lograba verlo unas cuantas horitas nada más. Horribles, claro, qué querías. La pintura de mi vida era de por si depre, aunque ya más tranquila. Nefastófeles me sacaba de ahí, me ponía a temblar y a chillar y a maldecir mi puta vida. La depre por lo menos tiene dignidad. No parece gran cosa, pero en una de éstas ése era mi momento más feliz del día. Había una televisión prendida, al fondo, pero yo nunca la escuchaba. Estaba en otra parte, conectada a otros cables. Necesitaba aislarme, poner la cuenta en ceros, sentir que me borraba del paisaje. Decía: Yo no pertenezco a este lugar. Yo soy una princesa en el exilio. Yo me compré un reloj Bulgari en Tiffany.

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