Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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Tenía como dos centímetros de pelo nuevo que no era negro ni castaño. Era un color mediocre, ofcourse. ¿Qué más podía esperar de mi cochina sangre? Y si no me lo había puesto de un buen color era porque no había decidido entre el negro y el pelirrojo: los únicos que puedo soportar. Pintármelo de rubia era como seguir a un lado de mi naca familia, pero dejármelo tal cual era como reconocer que llevaba su sangre. Te digo que tenía que ser negro o rojo. Según yo era la única manera de sacar a mi tribu de la película. Que dice el general Custer que se vayan galopando a la Chingada.

Eric había opinado que me iba a ver mejor de pelo negro, y yo sólo por eso quería ser pelirroja, pero después de Saks me puse dócil. Dije: Mañana voy y me lo pinto. Por fin iba a traer el pelo negro: qué emoción. Aunque en el fondo me seguía sintiendo chinche. No podía sacarme de la cabeza que Eric seguía como sin creerme. Porque según yo estaba pagando los platos rotos, pero eso él no podía saberlo. Por más que no me hubiera visto ni un marco, Eric se las olía que yo me iba a atrever a todo, menos a confesarle la verdad. Sospechaba de mi, ¿ajá?, todo el tiempo. Se había convertido en un buen padre. O sea: puta madre.

Las mujeres como yo acostumbran llevarse mejor con el taxista que con el mesero. Con ciertas excepciones, ya te contaré. ¿Sabes por qué me agradan los taxistas? Porque hacen porquerías por dinero. No son simples chóferes, son cómplices. Tú dime qué chofer no es un palero natural de su patrón. Pero ni los taxistas ni las putas ni los limosneros tienen un patrón. Ni siquiera los dealers. Y aunque hubiera patrón. Sería igual, porque en la calle no hay patrones, hay clientes. Y eso es lo que no entienden los meseros. Viven jodidos por todas y cada una de las patadas en el culo que les da su patrón. Y las de los clientes, que también son un chingo. Imaginate al tipo: se pasa todo el día sirviendo los mismos platillos y oliendo las fritangas más exquisitas, pero igual todo el día le llueve mierda. Promoción especial: Disfrute de nuestros platillos y cáguese en nuestros meseros. Y entiéndeme que los meseros son también de la calle, pero están en cautiverio. Estafan al patrón, se orinan en la sopa del cliente, y hasta trafican cois o se tiran a la clientela distinguida. Los habitués, ¿ajá? Todo por una pinche propinuca. O sea que como ves son colegas de todos los callejeros. Putean, mendigan, transportan, conectan y comen platos y platos de shit, pero se dan el gusto de correrte porque fíjese que éste es un lugar decente. My Good imbécil, si este lugar fuera decente tú nunca habrías entrado. Porque lo que ellos quieren decir con «decente» es nice. O sea chic, posh, so-cool Big Motberfuckin’Bucks, My Dear. Y en un lugar donde reina esa clase de decencia no entran meseros nacos. Ni limosneros, ni taxistas. Aunque a veces las putas y los dealers conseguimos la visa temporal. With supplies last, ¿ajá? Y los meseros quieren que tú pagues por eso. Tú que me estás besando en medio del escote con la bocota llena de arroces y yo que te devuelvo el beso para que me regreses el bocado que te pasé. Y los meseros verdes, ¿te acuerdas? ¿Cómo supiste que yo odiaba a los meseros? ¿Cómo podías saber tanto de mí, tú que no sabías nada? Creo que nunca te lo he dicho: por más que lo deteste, me gusta que me espíes. Esa costumbre tuya de encuerarme sin verme, sin tocarme, sin dejar de olerme, a mis espaldas siempre. Soy una pinche adicta: no puedo desnudarme sin pensar que podrías estarme espiando. Como viejo asqueroso, como cojo depravado, como hijo de jardinero. Sabes que soy completamente inaccesible, pero igual decidiste meterte en mis sueñitos.

No está bien que lo diga, pero creo que el problema entre Eric y yo no estaba en que él fuera muy gringo y yo muy mexicana. Digo, cuál mexicana, no mames. La bronca es que el mesero y la puta no se llevan. Yo no era puta, claro, pero si ladrona. Y puta wannabe. Y dealer wannabe. Y gringa wannabe, ¿ok? Con todas esas medallitas ya colgando no querrás que un tipo de verdad decente, mínimo decente wannabe, quisiera compartir su vidita conmigo. ¿Sabes lo que le pasa a un mesero que se hace amigo de los callejeros? Que termina en la calle. Y yo estaba llevando a Eric camino de la calle. Con todas las desventajas y ninguna ventaja. Yo la verdad no estaba interesada en joder a Eric, pero si él se quedaba iba a acabar jodiéndolo y jodiéndome. Porque yo no quería ser ladrona, y menos otras cosas, pero tampoco había muchas profesiones disponibles. Y con Eric ahí no podía ni explorar el mercado de trabajo. Al mismo tiempo, Eric era la prueba viva de que yo tenía no sé, ciertos talentos.

Sabía cómo sobornar a un hombre. Pero igual todavía tenía que probarme que podía corromperlos sin lana de por medio. No digo que Eric hubiera ido hasta New York solamente detrás de mi dinero, pero a ver: si en lugar de ofrecerle una lana se la hubiera pedido, ¿qué me habría dado el bueno de Supermán? Te lo pongo sencillo: Violetta necesitaba probar su kryptonita. No quería ser la ratera, sino la villana, ¿ajá? Ser villano es mil veces preferible a ser ratero, y con un cuerpecito como el que se me había hecho sólo podía convertirme en dos cosas: villana o pendeja. Como yo era ladrona y mala hija y fugitiva, no podía inscribirme más que en el primer club. No dudo que en tu mundo de casas propias, coches nuevos y escuelas bonitas una tenga muchísimas opciones, pero en la calle hay una: survival. La tomas o la dejas.

Me había echado la noche completa sin dormir. Desperté ya pasado el mediodía, y entonces que me acuerdo del pasaporte. ¿Para qué me lo había robado? ¿Para poner mi foto y llamarme Eric? ¿Dónde lo había dejado? ¿Y dónde estaba Eric? Me molesta muchísimo reconocerlo, pero creo que sin pensarlo dejé ese pasaporte en el lavabo para que sucediera exacto lo que sucedió. Para que yo gritara: Eric! Eric! Eric! Eric!, y él no me contestara. Y lo horrible es que yo sabía que no estaba. Que entre sueños lo oí pararse, bañarse, abrir cajones, mover muebles. ¿Sabes por qué me desperté pensando en el pasaporte? Porque mis monstruos, o mis diablos, o como se te dé la gana llamarlos, habían decidido expulsar a Eric de la cancha. Elvis, please leave the building! Tú conoces mis reglas: prohibido el juego limpio. Pero entonces ni yo sabía que tenía esas reglas. Las seguía por instinto o no sé, por vocación. El caso es que la asamblea de monstruos o demonios o pigs decidió que Violetta tenía que estar sola. Necesitaba hacerme dueña de mis pinches actos. Ponérmele de frente a la ciudad, medirme con la calle. Me había estado portando como mesera desde que llegué. Mirando para abajo, todo el tiempo. Buscando el portafolios, el billetote, el quarter, a ver si de casualidad topaba a mi destino saliendo del drenaje. Y no sirvo para eso, ¿aja?

Dear Urich: Went back to Texas. Blessyou loveyou. Eric. No escribió más, sólo eso. Dear Urich: pendejo. Pero había funcionado, por encima de mis buenos dizque propósitos. Me sentía como una cirujana que tuvo éxito amputándose la pierna. Quería felicitarme y estaba llorando. Como niña otra vez. Y chillaba por eso, por la niña que se me estaba yendo con Eric. Por el único ser viviente que me creía no sé, esencialmente buena. Esentially, decía, con la cara de enamorado que me encargué de irle borrando. Y después con su jeta de padre de familia y de la iglesia y de la tribu. Mi papá en esteroides, made in Texas. Pobrecito de Supermán: no daba pa New York. Teníamos que habernos despedido en Houston. 0 igual fue mi fortuna la que no dio el ancho. Cómo convertir más de cien mil dólares en mierda, por Violetta la Compulsiva. Capítulo uno: kep up to you, New York. Atención: Éste es un libro no apto para jodidos. Texanos, absténganse. Mexicans, ni lo sueñen.

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