Aquí el almuerzo era a las doce, pero con este cambio de las costumbres se ha ido pasando para la una y media. Alexis se guardó el revólver y seguimos caminando como si nada. Es lo mejor en estos casos: como si nada. Correr es malo. El que corre pierde la dignidad y se cae y lo agarran. Además, aquí desde hace mucho, pero mucho es mucho, ya nadie persigue ladrones. En mi niñez, recuerdo, los transeúntes viles, amparados por la dizque ley, solían correr tras el ladrón. Hoy nadie. El que lo alcance se muere, y el alma colectiva, gregaria, ruin, la jauría cobarde y maricona ya lo sabe. ¿Muchas ganas de perseguir? Se queda quietecito y nada vio, si quiere seguir viendo. Policías en torno no había y mejor para ellos: tres tiros le quedaban a mi niño en el fierro para ponerles a otros tantos en la frente su cruz de ceniza. Para morir nacimos.
Almorzamos sancocho, que es lo que se come aquí. Y para abrir más el apetito, cada quien una Pilsen, y no es propaganda porque son muy malas, es la pura verdad. Una cerveza Pilsen nos tomamos y yo pedí para el sancocho un limón. A todo le pongo. "Y nos trae, señorita, unas servilletas, caramba, ¿o con qué cree que nos vamos a limpiar?" Esta raza es tan mezquina, tan mala, que aquí las servilletas de papel las cortan en ocho para economizar: ponen a los empleados cuando no hay clientes a cortarlas: pa que trabajen, los hijueputas. Así es aquí.
Me limpié con el papelito la boca y se me embarraron los dedos… ¿Y en los sanitarios? En los sanitarios (le voy a explicar a usted porque es turista extranjero) no pueden poner papel higiénico porque se roban el rollo: cuando inauguraron el aeropuerto nuevo de Medellín, que costó una millonada, un solo día lo pusieron y nunca más. Fue la multitud novelera con sus niños a conocerlo y se robaron hasta los sanitarios. Ah, y los maleteros, o sea los que cargan las maletas, son los que inician los robos. Que ese "man" que va allá trae un fajo de billetes y dos maletadas de contrabando: en cualquiera de las tres bajadas del aeropuerto a Medellín lo bajan.
La otra vez, cuando volvía de Suiza, vi a un cristiano bajando a pie por una de esas carreteras como si anduviera en Grecia en una playa nudista, o sea como Dios lo echó al mundo a funcionar. Mi taxista no lo quiso recoger no fuera a ser un gancho para robarle el taxi. ¡Y yo convencido de que los taxistas eran los atracadores! No señor, o sí señor, aquí la vida humana no vale nada.
¿Y por qué habría de valer? Si somos cinco mil millones, camino de seis… Imprímalos en billetes a ver qué quedan valiendo. Cuando hay un cinco -digamos seis- con nueve ceros a la derecha, uno es un cero a la izquierda. Vale más un mono tití, de los que quedan pocos y son muy bravos. Nada somos, parcerito, curémonos de este "afán protagónico" y recordemos que aquí nada hay más efímero que el muerto de ayer. ¿Quién sabe de los tres soldaditos del parque que dizque nos iban a requisar? No salieron ni en El Colombiano , y el que no sale en El Colombiano es porque sigue vivo o está muerto. ¿Y "parcerito" qué es? Es aquel a quien uno quiere aunque uno no se lo diga aunque él bien que lo sabe. Sutilezas de las comunas, pues.
La fugacidad de la vida humana a mí no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo borra el siguiente partido de fútbol. Así, de partido en partido se está liquidando la memoria de cierto candidato a la presidencia, liberal, muy importante, que hubo aquí y que tumbaron a bala de una tarima unos sicarios, al anochecer, bajo unas luces dramáticas y ante veinte mil copartidarios suyos en manifestación con banderas rojas. Ese día puso el país el grito en el cielo y se rasgaba las vestiduras. Y al día siguiente ¡goool! Los goles atruenan el cielo de Medellín y después tiran petardos o "papeletas" y "voladores", y uno no sabe si es de gusto o si son las mismas balas de anoche. Se oyen tiros en la oscuridad, por aquí, por allá, y uno antes de volverse a dormir se pregunta: "¿A quién habrán sacado ya de la fiesta?" Después usted vuelve a las ondas alfa, beta, gamma del sueño, arrullado por los tiros.
Dormirse con tiroteo es mejor que con aguacero. Se siente uno tan protegido en su cama… Y yo con Alexis, mi amor… Alexis duerme abrazado a mí con su trusa y nada, pero nada, nada le perturba el sueño. Desconoce la preocupación metafísica.
Mire parcero: no somos nada. Somos una pesadilla de Dios, que es loco. Cuando mataron al candidato que dije yo estaba en Suiza, en un hotel con lago y televisor. "Kolumbien" dijeron en el televisor y el corazón me dio un vuelco: estaban pasando la manifestación de los veinte mil en el pueblito de la sabana y el tiroteo. Cayó el muñeco con su afán protagónico. Muerto logró lo que quiso en vida. La tumbada de la tarima le dio la vuelta al mundo e hizo resonar el nombre de la patria. Me sentí tan, pero tan orgulloso de Colombia… "Ustedes -les dije a los suizos- prácticamente están muertos. Reparen en esas imágenes que ven: eso es vida, pura vida".
El próximo muertico de Alexis resultó siendo un transeúnte grosero: un muchachote fornido, soberbio, malo que es lo que es esta raza altanera. Por Junín, sin querer, nos tropezamos con él. "Aprendan a caminar, maricas -nos dijo-. ¿O es que no ven?" Yo, la verdad, veo poco, pero Alexis mucho, ¿o si no cómo esa puntería? Pero esta vez, para variar, bordando sobre el mismo tema su consabida sonata no le chantó el pepazo en la frente, no: en la boca, en la sucia boca por donde maldijo. Y así, quién lo iba a creer, la última palabra que dijo el vivo fue "ven", como pueden ver volviendo a ver su frase. Nunca más vio. A estos muertos se les quedan los ojos abiertos sin ver. Y ojos que no ven, aunque uno los vea, no son ojos, como atinadamente observó el poeta Machado, el profundo.
Cuando el incidente íbamos para la Candelaria y para la Candelaria seguimos, sin más preámbulos, en el tropel. Esta iglesia es la más hermosa de Medellín, que tiene ciento cincuenta y que las conozco yo: cien con Alexis, esperando a veces horas enteras a que las abran. Pero la Candelaria nunca la cierran. Tiene a la entrada en la nave izquierda un Señor Caído de un dramatismo hermoso, doloroso, alumbrado siempre por veladoras: veinte, treinta, cuarenta llamitas rojas, efímeras, palpitando, temblando, titilando rumbo a la eternidad de Dios. Dios aquí sí se siente y el alma de Medellín que mientras yo viva no muere, que va fluyendo por esta frase mía con los ciento y tantos gobernadores que tuvo Antioquia, a tropezones, como don Pedro Justo Berrío, quien sigue afuera, en su parque, en su estatua, bombardeado por las traviesas e irreverentes palomas que lo abanican y demás. O como don Recaredo de Villa a quien, apuesto, usted no ha oído ni mencionar. Yo sí, lo conozco. Yo sé más de Medellín que Balzac de París, y no lo invento: me estoy muriendo con él.
¿Estuvo bien este último "cascado" de Alexis, el transeúnte boquisucio? ¡Claro que sí, yo lo apruebo!
Hay que enseñarle a esta gentuza alzada la tolerancia, hay que erradicar el odio. ¿Cómo es eso de que porque uno se tropieza con otro en una calle atestada le van soltando semejantes vulgaridades? No es la palabra en sí (porque los maricas son buenos en esta explosión demográfica): es su carga de odio. Cuestión pues de semántica, como diría nuestro presidente Barco, el inteligente, que nos gobernó cuatro años con el mal de Alzheimer y le declaró la guerra al narcotráfico y en plena guerra se le olvidó. "¿Contra quién es que estamos peliando?" preguntó y se acomodó la caja de dientes (o sea la dentadura postiza). "Contra los narcos, presidente", le contestó el doctor Montoya, su secretario y memoria. "Ah…" fue todo lo que contestó, con esa sabiduría suya. El que no sea capaz de convivir que se vaya: a Venezuela, a ultratumba, a Marte, adonde sea. Sí niño, esta vez sí me parece bien lo que hiciste, aunque de malgenio en malgenio, de grosero en grosero vamos acabando con Medellín. Hay que desocupar a Antioquia de antioqueños malos y repoblarla de antioqueños buenos, así sea éste un contrasentido ontológico.
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