Mitch Albom - Martes Con Mi Viejo Profesor

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Martes Con Mi Viejo Profesor: краткое содержание, описание и аннотация

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Martes con mi viejo profesor refleja todos los valores humanos a la perfección, encerrando en él una lección de vida para todos, ya que nos narra el testimonio de las repetidas visitas durante cada martes, entre Mitch Albom y su viejo profesor, Morrie Schwartz, al cual le han diagnosticado una terrible enfermedad terminal, la ELA. A través de estos encuentros llenos de conexión y complicidad ambos, alumno y maestro, intercambian ideas y reflexionan sobre la muerte, la familia, el perdón o el amor entre otros temas de la vida cotidiana, encerrando así una enseñanza subliminar fruto de un extraordinario testamento espiritual que nos ayudará a encontrarnos a nosotros mismos a la vez que nos instará a reflexionar sobre nuestra vida de la mano de un hombre que depende por completo de los demás, pero que luchará hasta el final con el mayor optimismo. Esta fabulosa obra está llena de sencillez, pero a la vez, cargada de emoción y vitalidad, es uno de esos relatos que hacen que te plantees la vida, de los que dejan huella, y de los que dificilmente se olvidan.

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Se le quebró la voz.

– Mitch… hace pocos años… él murió de cáncer. Me siento muy triste. No llegué a verlo. No lo perdoné. Ahora me duele tanto…

Estaba llorando otra vez, un llanto suave y callado, y como tenía la espalda inclinada hacia atrás, las lágrimas le caían por los lados de la cara sin llegar a sus labios.

– Lo siento -dije yo.

– No lo sientas -susurró-. Las lágrimas no importan.

Seguí aplicando pomada a los dedos de sus pies sin vida. Él pasó varios minutos llorando, a solas con sus recuerdos.

– No sólo tenemos que perdonar a los demás, Mitch -susurró por fin-. También tenemos que perdonarnos a nosotros mismos.

– ¿A nosotros mismos?

– Sí. Todas las cosas que no hicimos. Todas las cosas que deberíamos haber hecho. No te puedes quedar atascado en el arrepentimiento por lo que debería haber pasado. Eso no te sirve de nada cuando llegas al punto donde estoy yo.

»Yo deseaba siempre haber hecho más en mi trabajo; deseaba haber escrito más libros. Solía azotarme a mí mismo por ello. Ahora veo que eso no servía de nada. Debes hacer las paces. Debes hacer las paces contigo mismo y con todos los que te rodean.»

Me incliné sobre él y le sequé las lágrimas con un pañuelo de papel. Morrie parpadeó varias veces. Se le oía la respiración, como un leve ronquido.

– Perdónate a ti mismo. Perdona a los demás. No esperes, Mitch. No todos pueden contar con tanto tiempo como yo. No todos tienen tanta suerte.

Tiré la servilleta a la papelera y volví a sus pies. ¿Suerte? Apreté su carne endurecida con el pulgar y él ni siquiera lo sintió.

– Es la tensión de los opuestos, Mitch. ¿Lo recuerdas? ¿Lo de las cosas que tiran en sentidos diferentes?

– Lo recuerdo.

– Lamento que se me agote el tiempo, pero valoro la oportunidad que me da para arreglar las cosas.

Pasamos un rato allí sentados, en silencio, mientras la lluvia salpicaba las ventanas. El hibisco que estaba detrás de su cabeza seguía aguantando, pequeño pero firme.

– Mitch -susurró Morrie.

– ¿Qué?

Yo hacía girar los dedos de sus pies entre mis dedos, absorto en la tarea.

– Mírame.

Levanté la vista y vi en sus ojos una mirada muy intensa.

»No sé por qué volviste a mí. Pero quiero decirte una cosa…»

Hizo una pausa, y se le quebró la voz.

»Si pudiera haber tenido otro hijo, me hubiera gustado que fueses tú.»

Bajé la vista, amasando la carne moribunda de sus pies entre mis dedos. Durante un momento sentí miedo, como si al aceptar sus palabras estuviera traicionando de algún modo a mi propio padre. Pero cuando levanté la vista vi que Morrie sonreía entre sus lágrimas y supe que en un momento así no había traiciones.

Lo único que me daba miedo era decir adiós.

картинка 62

– He elegido un sitio para que me entierren.

– ¿Dónde es?

– No está lejos de aquí. En una colina, bajo un árbol, con vistas a un estanque. Muy apacible. Un buen lugar para pensar.

– ¿Piensas pensar allí?

– Pienso estar muerto allí.

Él se ríe entre dientes. Yo me río entre dientes.

– ¿Me visitarás?

– ¿Visitarte?

– Simplemente, ven a charlar. Que sea martes. Siempre vienes los martes.

– Somos personas de los martes.

– Eso es. Personas de los martes. ¿Vendrás a charlar, entonces?

Se ha debilitado mucho en poco tiempo.

– Mírame -dice.

– Ya te miro.

– ¿Vendrás a mi tumba a contarme tus problemas?

– ¿Mis problemas?

– Sí.

– ¿Y tú me darás soluciones?

– Te daré lo que pueda. ¿Acaso no te lo doy siempre?

Me imagino su tumba, en la colina, con vistas a un estanque, alguna parcela pequeña de dos metros setenta donde lo depositarán, lo cubrirán de tierra, le pondrán una piedra encima. ¿Dentro de pocas semanas, quizás? ¿Acaso dentro de pocos días? Me veo allí sentado, solo, con los brazos sobre las rodillas, mirando al vacío.

– No será lo mismo, sin poderte oír hablar-le digo.

– Ah, hablar…

Cierra los ojos y sonríe.

– Te diré lo que haremos. Cuando yo esté muerto, tú hablarás. Y yo te escucharé.

картинка 63

El decimotercer martes

Hablamos del día perfecto

Morrie quería que lo incineraran. Lo había hablado con Charlotte, y ellos habían decidido que era lo mejor. El rabino de Brandeis, Al Axelrad -viejo amigo al que habían encargado que dirigiera los funerales- había visitado a Morrie, y éste le explicó su deseo de ser incinerado.

– Y, Al…

– ¿Sí?

– Procura que no me tuesten demasiado.

El rabino se quedó aturdido. Pero Morrie ya era capaz de hacer bromas acerca de su cuerpo. Cuanto más se acercaba al final, más lo veía como una simple cáscara, como un recipiente del alma. En todo caso, se iba consumiendo hasta quedarse en piel y huesos inútiles, por lo cual le resultaba más fácil dejarlo.

– Tenemos mucho miedo a la visión de la muerte -me dijo Morrie cuando me senté. Prendí el micrófono en el cuello de su camisa, pero no dejaba de descolocarse. Morrie tosía. Ya tosía constantemente.

– El otro día leí un libro. Decía que en cuanto una persona se muere en el hospital, le cubren la cabeza con la sábana y llevan rodando el cadáver hasta una rampa y lo dejan caer. No ven el momento de perderlo de vista. La gente se comporta como si la muerte fuera contagiosa.

Manipulé torpemente el micrófono. Morrie me miró las manos.

»No es contagiosa, ¿sabes? La muerte es tan natural como la vida. Forma parte del trato que hemos establecido.»

Volvió a toser y yo me retiré y esperé, preparado siempre para algo grave. Morrie estaba pasando malas noches últimamente. Noches temibles. Sólo podía dormir unas pocas horas de un tirón, hasta que lo despertaba un acceso violento de tos. Las enfermeras entraban en el dormitorio, le daban golpes en la espalda, intentaban sacarle el veneno. Aunque consiguieran hacerle respirar normalmente de nuevo -normalmente» quiere decir con la ayuda del aparato de oxígeno-, la lucha lo dejaba fatigado para todo el día siguiente.

Ahora tenía el tubo de oxígeno en la nariz. A mí no me gustaba nada verlo. Para mí era un símbolo de impotencia. Tenía deseos de quitárselo.

– Anoche… -dijo Morrie con voz suave.

– ¿Sí? ¿Qué pasó anoche?

– … tuve un acceso de tos terrible. Duró horas enteras. Y la verdad es que yo no estaba seguro de salir de aquello. No tenía aliento. El ahogo no se me pasaba. En un momento dado empecé a marearme… y entonces sentí una cierta paz, sentí que estaba preparado para irme.

Abrió más los ojos.

»Mitch, fue una sensación increíble. La sensación de aceptar lo que pasaba, de estar en paz. Estaba pensando en un sueño que había tenido la semana pasada, en el que cruzaba un puente que conducía a un lugar desconocido. Estaba dispuesto a pasar a lo que venga a continuación.»

– Pero no pasaste.

Morrie hizo una pausa. Sacudió la cabeza levemente.

– No, no pasé. Pero sentí que podía. ¿Lo entiendes?

»Eso es lo que buscamos todos. Una cierta paz con la idea de morir. Si al final sabemos que podemos tener, en último extremo, esa paz al morir, entonces podemos hacer por fin lo que es verdaderamente difícil.»

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