Llegó agosto. Caliente, tardo, lento. La noche de San Bartolomé en Paris, la reina madre Catalina, la madre de Isabel de Valois. con su hijo el rey Carlos IX había organizado una espantosa matanza de hu2onotes. Una cacería salvaje por calles y casas. Desde las ventanas del Palacio se disparaba contra los fugitivos. El almirante Coligny había caido.
Había cambiado la situación. El Papa ofreció un Te Deum. Se percibía que la actitud de Madrid iba a cambiar también. Cuando llegó el mensajero y tuvo en la manos la orden (le partida de la flota tuvo un primer ímpetu de alegría, pero luego se dio cuenta de todos los daños que había ocasionado el largo retardo.
Finalizaba agosto y se acortaba el verano. Se iba a volver a la situación lamentable del año anterior. Se había llegado a Lepanto cuando ya estaba pasando la temporada de hacer la guerra del mar. Ahora también se iba a llegar demasiado tarde. Había visto en los palacios italianos la imagen de Cronos con su barba blanca y su reloj de arena en la mano. Era ése el enemigo cierto. Las largas esperas inútiles del tiempo perdido. «Estamos condenados a llegar tarde."
Salieron al fin hacia Corfú; la travesía fue tranquila. Avanzaban bajo los cielos grises, con los vientos fríos y los mares agitados de la otra vez. Recordaba las angustias de entonces. Había sido un camino de sorpresa. pero ahora no era sino la tardía llegada a un punto de reunión.
En alguna parte se concentraba la Ilota enemiga. La comandaba El Uchali. el nialdito tiñoso que había logrado escapar de la batalla. Sobre las cartas, o con la mano extendida hacia los horizontes marinos, se señalaban los posibles rumbos de la flota turca.
Cuando se acercaron a Corfú se dieron cuenta de que no había galeras en el puerto.
Por su cuenta y riesgo, tres semanas antes, Colonna había tomado el comando y dispuesto la salida. «¿Por qué no me aguardaron? A lo mejor ya todo se ha perdido en manos de ese incapaz.«Don Juan bramaba de furia. «Todo me sale mal, Soto, todo.
Parece que hubiera interés en hacerme fracasar, como si pudiera fracasar yo solo y no toda la Cristiandad.«Soto trataba de calmarlo. «No creo que Colonna y Foscarini hayan arriesgado una acción decisiva.«Entonces, ¿para qué salieron?" Despachó embarcaciones para ordenarles el regreso.
Tardaron días en volver. Cuando Colonna llegó a la cámara de la Real se asustó de ver el estado de furia en que estaba Don Juan. Lo recibió a gritos y amenazas. Hablaba de insubordinación, de mala fe. «¿Con qué autoridad han podido hacer esto? Menos mal que no encontraron al enemigo.» «Se ha quedado usted corto en la lealtad. «Fue bochornosa la escena. Más tarde, con mucho desdén por el romano, se pudo sosegar lo suficiente para reunir el Consejo y decidir la acción que debían realizar. Se resolvió salir hacia el Golfo de Corinto.
Llegaron noticias de que la flota enemiga se había refugiado en el puerto de Modón, en Mesenia. "Allí iremos a buscarlos.» Asomaron a la boca del puerto y vieron la flota de El Uchali tendida al fondo en posición de defensa. Era y no era como la situación de Lepanto. La flota del liñoso permanecía quieta y alerta, como a la espera.
Estaba agazapada junto a la costa, al amparo de los cañones de las fortalezas de la entrada. Se intentó provocaría inútilmente. El cañoneo de las fortalezas hizo muchos daños en cada tentativa. No se iba a repetir Lepanto. Les llegó entonces la información de que cerca, en el puerto de Navarino. estaban unas 80 galeras turcas. Se hizo el plan de desembarcar, tomar la fortaleza, someter el puerto y marchar por tierra a Modón, para luego atacar el grueso de la flota turca por tierra y por mar.
Se luchó desesperadamente, trepando por los acantilados, sin poder alcanzar la fbrtaleza. Era el 7 de octubre. Un año de Lepanto. Era a la vez un estímulo y un peso.
Pero no parecía que se iba a repetir. "Si Ah Bajá no sale, no hubiera habido batalla."
Fueron inútiles y costosos en vidas los esfuerzos para tomar el fuerte; no se logró penetrar en Navarino. Protegida por los cañones de la costa la flota turca permanecía en espera.
Fue duro tomar la decisión, pero al fin no hubo más remedio. «No podremos permanecer aquí, mar afuera, muchos días.» Se fueron alejando de la costa arrastradamente y con mucho callar. Hubo Consejos de recriminaciones y querellas.
Apenas habían atrapado irrisoriamente algunas galeras turcas en mar abierto y tomaron la de un sobrino de Barbarroja. Cercada la galera. los galeotes cristianos golpearon con un remo al jefe turco, que cayó entre ellos y, a dentelladas, pasándolo de bancada en bancada, lo destrozaron.
En Corfú se dispersó la flota. Todos tenían la sensación de que ya no se volvería a juntar. Llegó a Messína sin fanfarrias ni arcos de triunfo. Pasó silencioso ante su propia estatua y releyó con despecho la inscripción en lápida romana: "loannes Austrius, Caroli V Imp.Filius. Philippi Regius Frater.Totius Clasis Imperator “. En la soledad de la alcoba le dijo a Soto, como si se arrancara un pedazo de piel: "Un castillo de arena en la playa es lo que ha quedado de la victoria de Lepanto. Nada.
Ni tierra, ni reinos. Las intrigas y las rivalidades pidieron más. Debe haber muchos que están contentos de que haya sido así. Ya no le estorbo a nadie. Se acabó Lepanto.
Se acabó Don Juan de Austria".
»Vamos a perecer.» La galera daba saltos y vuelcos sobre el oleaje desatado. Era lo que Don Juan se decía sin atreverse a repetírselo al duque de Sesa que, a su lado, agarrado con fuerza a maderos y cables, seguía la desesperada maniobra de la tripulación. Las olas saltaban sobre la borda y llenaban el buco. Los galeotes remaban con el agua al pecho. "Seria triste terminar así.» Llevaban días de rodar en el mar desatado.
Cerca se veían las costas de Italia y no lejos debía estar Nápoles. Soldados y remeros imploraban sus Santos, promesas de peregrinaciones y penitencias.»No es a Nápoles, sino al infierno que vamos.» Restallaba el látigo sobre los lomos de los galeotes.
Después de varios días de acercarse y alejarse de la costa amainó la tormenta y resolvieron pasar en un bote a la costa más cercana.
Al pisar tierra cayeron de rodillas.»Ha sido un milagro.» En la primera población hallada les prestaron ayuda y en dos jornadas estuvieron en Nápoles. Nunca antes le había parecido tan bella.»Hemos vuelto a la vida en el mejor lugar del mundo.» Era un bello día despejado. Prevenidos, el virrey y los altos dignatarios los estaban aguardando. Granvela, solemne y mayestático, los recibió con altiva efusión.
Comenzó de inmediato un torbellino de fiestas y juegos. Misas, banquetes, torneos, encuentros de cañas y de pelota. Nunca había visto tantas mujeres bellas.»Vuestra Reverencia tiene el don de atraerlas.» Granvela le replicó: "Ya soy un viejo. Hay alguien más atractivo y glorioso que yo aquí».
Entre el torneo de la mañana, el banquete de la tarde y el baile de la noche se hablaba a trechos de las cosas serias. Los representantes de la Liga se iban a reunir de nuevo en Roma, volvían a plantearse las viejas cuestiones, dinero, recursos, fechas y el destino de la expedición. Con Soto hablaba de que ésa sería la oportunidad definitiva para decidir la expedición a Túnez. La toma de Túnez era volver a la gloria de Carlos y, y también era la ocasión de fundar el reino. Alegremente Soto lo apoyaba: "Sería la resurrección del África romana, del África cristiana. De Cartago mismo. La gloria de Escipión».
Había música en el aire, cantos y bailes en las calles, teatro, procesiones y arlequinadas. Se pasaba de los milagros a las burlas, todo era pretexto para la alegría en palacios y en plazas. Nunca había visto tantas mujeres vistosas y risueñas. Se hablaba de aventuras secretas, de bufonadas de alcoba, de maridos engañados, de las más complicadas intrigas del deseo. "Hay más fuego en estas gentes que en el Vesubio", le había dicho un viejo libertino de muchos cuentos. Cada mujer hermosa tenía un marido, generalmente viejo, y uno o más amantes poco secretos. Eran interminables los líos amorosos que se contaban del Cardenal Granvela.
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