Arturo Pietri - La visita en el tiempo

Здесь есть возможность читать онлайн «Arturo Pietri - La visita en el tiempo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La visita en el tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La visita en el tiempo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En La visita en el tiempo, Arturo Uslar Pietri recrea la vida de Don Juan de Austria, general y hombre de Estado español, hijo natural del emperador Carlos V y Bárbara de Blomberg. Nacido en 1545, fue criado secretamente por Luis de Quijada, mayordomo del emperador. Famoso por su gallardía, Felipe II lo reconoció como hermano, lo instaló en la corte y le concedió los honores propios del hijo del emperador.
Habían proyectado dedicarle a la iglesia, pero lo impidió su carácter belicoso.
Demostró sus condiciones de general y ambicionó reinar más que nada en el mundo; su corta existencia transcurriría en un constante conflicto entre el sueño y la realidad.

La visita en el tiempo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La visita en el tiempo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Comenzaron a presentarse moriscos en grupos numerosos a las fuerzas del rey.

Traían como señal una cruz cosida en la manga. Llegaban con su cruz marcada y comenzaba la difícil identificación. Un soldado o un vecino que los había conocido podía dar fe de su sinceridad.

A finales de mayo vino El Habaquí al Fondón de Andaraz para entrar en pláticas en nombre de Aben Aboo. Las propuestas llegaban. Se rendían, entregaban armas y banderas y pedían perdón. Don Juan los recibiría en nombre de Su Majestad, les daría protección para que no fueran molestados y los enviaría con sus familias a vivir fuera de las Alpujarras.

Después de la firma, fue El Habaqui a ver a Don Juan. Llegó con su gente, sobre un caballo negro, frente a la tienda del príncipe. Lo rodeaban sus tenientes. Salió Don Juan a la puerta. Echó pie a tierra y con impresionante dignidad pasó entre la fila de guerreros cristianos hasta llegar ante Don Juan. Sonaban las trompetas y las salvas de arcabuces. Se postró: «Misericordia, señor, y que en nombre de Su Majestad se nos conceda perdón de nuestras culpas». Se despojó del alfanje y lo puso en manos de Don Juan. «Estas armas y bandera rindo a Su Majestad en nombre de Aben Aboo y de todos los aliados cuyos poderes tengo.» Hubo un largo silencio hasta que Don Juan habló: «Levantaos, sois un valiente guerrero». Hizo el gesto de ayudarlo a incorporarse, «y guardad la espada para servir ahora con ella a Su Majestad». Luego lo sentó a su lado. «Llegó por fin la paz tan deseada. Ahora podremos recomenzar una nueva vida.» El moro respondía con frases de vieja cortesía musulmana. «Vamos a vivir en paz y justicia en la tierra que es de todos.» Cuando el diálogo se hizo más suelto no se distinguía su voz ni su acento del de los cristianos.

El Habaquí partió para informar a Aben Aboo y dar cumplimiento definitivo al acuerdo. Empezó en el campamento un tiempo muerto en que más se vivía de las noticias de la Corte que de lo que acaecía en el frente. Era allí donde estaban ocurriendo las cosas importantes. Escribía a Ruy Gómez y a Antonio Pérez. Estaba informado de cómo avanzaban las conversaciones en Madrid y en Roma sobre la nueva Liga Santa.

Pero ahora estaba en Guadix y le escribía a Ruy Gómez para informarle que iba a quedar rico con el botín de guerra; en un cuarto de la Audiencia estaban las arcas llenas de doblones y de objetos de oro, para que le reservara un puesto en la mesa de juego. El rey se preparaba a salir para Segovia a encontrar a la nueva reina. «Y yo aquí esperando una respuesta de un reyezuelo fugitivo, recibiendo rendidos y prisioneros, como carneros.» Pasaba el tiempo y no llegaba la respuesta de El Habaqui. Lo que llegó más tarde fue la noticia de que Aben Aboo lo había hecho matar, había arrojado el cuerpo a un muladar y rechazaba toda rendición posible. Lo que quedaba ahora era exterminar aquellos restos irreductibles. Las tropas se movieron y comenzó la continua toma de pueblos con sus degollados, sus esclavos, sus mujeres violadas y sus niños hambrientos.

Regresó a Granada. Fue una recepción triunfal, atravesó las calles bajo los arcos, ante los balcones con colgaduras, recibiendo una ovación delirante. ¿Cómo lo miraban?

Como él mismo no se había atrevido a verse nunca. «Os ven como un rey», le dijo luego Juan de Soto. «También Aben Aboo se cree rey», contestó secamente. Cuando en la noche de hachones y velas terminaron los saludos, Maria de Mendoza se le acercó ansiosa. «¿Qué tienes, no estás contento?». «No, no lo estoy Maria, no logro estarlo y no se por que.» Escribió al rey, en el tono más sumiso, pidiéndole permiso para volver a la Corte a besar la mano de la reina. Vino al fin la autorización.

No estuvo en Granada para presenciar aquella otra entrada del cadáver de Aben Aboo. Uno de sus hombres, El Xenix, lo había matado después de una disputa sobre la necesidad de rendirse. Lo abrieron en canal como una res, le echaron sal, lo rellenaron de paja, lo fijaron con un palo sobre el lomo de una muía y, seguido de un séquito de bullicio y burla, entró en la ciudad. Rígido jinete tambaleante al paso de la acémila, con una corona de irrisión y los ojos abiertos y turbios.

«Eres otro«, le había dicho la princesa de Éboli desde que lo vio la primera vez a su vuelta a Madrid. «Tienes una fiereza, una codicia, un ímpetu de toro.«Los que no se lo decían se lo manifestaban claramente con la expresión de sus actitudes. Ya no era aquella tenuemente desdeñosa y condescendiente manera de tratarlo. Se habían contado las verdaderas y falsas atrocidades de la campaña. «Al rey le disgustaron algunas noticias«, le había dicho Ruy Gómez. «Aquélla fue una guerra atroz, como todas las guerras, y seguramente más por las condiciones en que se libró. No se sabía quién era el amigo y quién el enemigo. Nos recibían con muestras de sumisión y luego mataban nuestros soldados por la espalda. No se podía estar seguro de nadie. ¿Sabe el rey bien las atrocidades que nos hicieron a los cristianos?«Lo decía con una voz más firme y segura, más inapelable que aquella que antes le había oído. Se daba cuenta de aquella impresión que producía y experimentaba placer en acentuaría. A la menor objeción contestaba sarcástico: «No sé lo que Vuestra Merced hubiera hecho; lo que yo tuve que hacer se sabe«.

Entre las mujeres experimentaba más clara y golosamente esa nueva relación. «Quién te resiste, hombre de Dios?«, le había dicho la Éboli.

La nueva reina le pareció tímida y descolorida. Cuando llegó al besamanos la halló bordando entre sus damas. No era Isabel, la risueña y juguetona; tenía una cierta tiesura alemana. Entre las nuevas damas de la reina había mujeres jóvenes y bellas. Les retenía las manos y las miraba a los ojos hasta hacerlas balbucear. «Bella y más peligrosa que un moro emboscado.«Se acercaba más, hablaba más quedo. Pasaba de una a otra sin cambiar de tono. Con la mano tomada les decía: «Quisiera verte a solas, tengo muchas cosas que decirte«.

El propio Antonio Pérez le había advertido: “Hay que tener cuidado, ésta no es la misma Corte de antes; ahora hay mucha pacateria”.

Mandaba billetes con los pajes, en medio de la conversación soltaba alguna frase intencionada, acentuándola con una mirada golosa. «Otras cosas quiero decir, pero no aquí.«Lo vieron saltar de noche algún balcón, perderse en la sombra por una puerta entreabierta, hablar en voz queda desde el jardín a una dama que asomaba a su balcón nocturno en Aranjuez o en La Granja.

«Creo que nuestro Don Juan exagera«, le había dicho Antonio Pérez a la princesa.

«Estás haciendo el papel del Diablo Predicador«. replicaba la tuerta.

Con Ruy Gómez y Antonio Pérez había hablado repetidas veces sobre la situación del Mediterráneo, la formación de la Liga Santa contra el Turco y la necesidad de designar pronto el generalísimo de la flota. «Los venecianos, cualquiera les cree, quieren que sea el viejo Veniero; en el Vaticano piensan en Colonna o en Doria, pero ninguno de ellos tiene la autoridad y la grandeza necesaria para imponer una autoridad indiscutible. El jefe tiene que ser español y ése no puede ser otro que Don Juan de Austria.«Comenzaba de nuevo una larga espera. «El rey ha presentado firmemente vuestra candidatura al Papa.«Sintió la cosquilla de la angustia. Iba a recaer sobre él la suprema responsabilidad de aquel terrible desafío. No tenía ahora a Quijada para pedirle consejo. «Ni tampoco hace falta», se respondía a si mismo en sus momentos de petulancia.

Con Antonio Pérez y los jóvenes más pródigos y atrevidos de la nobleza pasaba aquellos días de espera y ocio. Iba a las reuniones que organizaba Antonio en La Casilía. Damas jóvenes, actrices, música, vino, comedias y pasos, adivinanzas y burlas y, sobre todo, el juego. «El diablo Zabulón, el que trajo al mundo el juego, hizo esta casa», decía jocosamente el dueño dispendioso. Las reuniones duraban días y noches enteras. En las partidas de juego experimentaba aquella vertiginosa sensación del oscuro destino abierto ante si. Atreverse, arriesgarse, dominar a los otros, correrlos y vencerlos, sentir la presencia del peligro o tratar de reponerse de la derrota. «A mala suerte, envidar fuerte.«La voltereta apagada de los dados sobre el tapiz era la imagen misma de la variable fortuna. El juego de la vida, que en lo ordinario tomaba tiempo para resolverse, allí se decidía en momentos. Las caras largas y las alegres cambiaban de dueño sin cambiar de posición. «Tomo, envido, doy.» En Granada había tenido ante él aquellas mujeres renegridas y torvas que extendían las cartas sobre una mesa para decir la fortuna. Los reyes, los caballos, las sotas, los ases y los números, al volcarse, enviaban un mensaje de fatalidad. Oros, copas, bastos y espadas. «Ésta dice que vas a ser afortunado en el amor; pero ésta dice que te acecha un enemigo poderoso.» No era así que hablaban en las mesas de La Casilla, pero el resultado era el mismo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La visita en el tiempo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La visita en el tiempo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La visita en el tiempo»

Обсуждение, отзывы о книге «La visita en el tiempo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x