Juan Saer - Las nubes

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Las nubes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las nubes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las nubes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Viaje irónico, viaje sentimental, esta novela de Saer concentra en su peripecia los núcleos básicos de su escritura: sus ideas acerca del tiempo, el espacio, la historia y la poca fiabilidad de los instrumentos con que contamos -conciencia y memoria- para aprehender la realidad. Las nubes narra la historia de un joven psiquiatra que conduce a cinco locos hacia una clínica, viajando desde Santa Fe hasta Buenos Aires. Con él van treinta y seis personajes: locos, una escolta de soldados, baquianos y prostitutas, que atraviesan la pampa sorteando todo tipo de obstáculos. Allí se encuentran con Josecito, un cacique alzado, que toca el violín y ante quien uno de los locos predica la unidad de la raza americana. Esta falsa epopeya -tanto como la historia de nuestro país- transcurre en 1804, antes de las Invasiones Inglesas y de la Revolución de Mayo, un momento de nuestra historia en el cual no hay imagen del país ni nada está constituido.

Las nubes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las nubes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pero había algo todavía más curioso en esa actividad súbita aunque limitada y lenta del joven Parra, que no dejó de llamarme la atención y que pude observar a la luz de esa regla de oro que me inculcó el doctor Weiss, según la cual todos los actos de un loco, por nimios o absurdos que parezcan, son significativos: el puño que Prudencio mantenía cerrado con fuerza y obstinación desde muchos meses atrás, y que únicamente condescendía a abrir de tanto en tanto para dejarse cortar las uñas, no sin antes recoger, con la otra mano y con el mismo ademán, aunque un poco más blando, que hacemos para atrapar una mosca al vuelo, un hálito invisible que según él debía escaparse del puño abierto, ese puño que había requerido el esfuerzo de varias personas para desplegar después de tanto tiempo los dedos, se había distendido por alguna razón misteriosa apenas nuestro convoy dejó atrás la ciudad, y las dos manos habían comenzado a efectuar los movimientos pausados pero exactos que acabo de describir. Como creo haberlo dicho también, debimos, a causa de la crecida, subir durante dos días hacia el norte hasta encontrar un recodo del río lo bastante playo como para permitirnos cruzarlo, de tal modo que, una vez en la orilla opuesta, empezamos a desplazarnos en dirección contraria por la ribera oeste del río, volviendo, por decir así, a nuestro punto de partida. Esa circunstancia me dio la oportunidad de verificar el detalle más sorprendente en la conducta de Prudencio, o sea que, si bien su puño se aflojó apenas salimos de la ciudad, cuando empezamos a volver hacia atrás, aproximándonos, antes de girar hacia el oeste para internarnos en el desierto, al punto de partida, los movimientos de las manos se detuvieron y el puño, con fuerza al parecer renovada, se cerró otra vez. Mientras, a causa del itinerario que habíamos trazado, nos mantuvimos en las cercanías de su ciudad natal, el puño se apretaba con obstinación, pero apenas empezamos a alejarnos hacia el oeste, buscando tierras secas antes de enfilar hacia el sur, el puño se distendió, el cuerpo se incorporó un poco en el camastro y los movimientos de las manos, que dos mil años antes, bajo el pórtico de Atenas, habían sido tan familiares para los discípulos de Zenón, volviendo a lo visible por un camino inesperado, puntuales, recomenzaron. Una sola explicación me parece posible: cada lugar fragmentario pero único del mundo lo encarna en su totalidad, de modo que para el joven Parra su ciudad natal era la síntesis del universo cuya enigmática complejidad él había tratado de desentrañar con la ayuda de lecturas frenéticas y desordenadas, hasta perder un día la razón, así que, al alejarnos del escenario donde había tenido lugar la experiencia destructora, el terror disminuía, pero cuando nos acercábamos de nuevo, la proximidad de la ciudad cargada de ese pasado tan penoso, lo hacía recrudecer. ( A esta explicación filosófica del doctor Real le podemos oponer hoy en día una más simple y sobre todo más probable: lo que se alejaba y se acercaba con las vicisitudes del viaje, y que había vuelto loco a ese pobre muchacho, no era el universo enigmático ni nada por el estilo sino, como salta a la vista, su propia familia. Nota de M. Soldi.)

Ya se habrá notado que, para alcanzar un lugar que estaba casi a la altura de nuestro punto de partida, tuvimos que viajar cuatro días, lo que hubiese debido cubrir, en tiempos normales, la cuarta parte de nuestro viaje, de modo que la quinta jornada, bien de mañana, arrancamos decididos hacia el oeste, buscando tierras secas que nos permitieran viajar hacia el sur. Así, en algunas horas, nos fuimos internando en la parte más chata, más vacía, más pobre de la llanura. Un viento del sur, persistente y helado a pesar del cielo límpido en el que no se divisaba una sola nube, nos golpeaba por nuestro flanco izquierdo cuando rumbeábamos tierra adentro, mientras que a ras del suelo sacudía los pastos grises y resecos que el invierno había ido haciendo ralear. Un día entero viajamos alejándonos del agua, hacia el puro desierto, y cuando acampamos al anochecer, frente a un sol redondo, rojo y bajo, enorme, que ya casi tocaba el filo del horizonte, acentuando con un halo rojizo y cintilante el contorno de las cosas, tuve la impresión, más triste que aterradora, de que era al centro mismo de la soledad que habíamos llegado. Sobre la tierra chata que pronto escamotearía la noche, me pareció, durante unos instantes, que éramos la única cosa viva retorciéndose bajo ese sol extranjero, aplastante y desdeñoso. Interrogué con la mirada el círculo entero del horizonte, sin percibir otro movimiento aparte de la inclinación temblorosa del pasto hostigado por el viento, ni otro sonido que no fuese el silbido de ese soplo helado que venía del sur. Y aunque yo sabía que en ese desierto pululaba no únicamente la vida animal, sino también la vida humana, nómade y solitaria, fue el hálito inhumano del paisaje lo que me hizo estremecer. Nunca, ni antes ni después de ese viaje, llegué a tener, como las que mandaban la tierra vacía, el enorme sol rojo y, unas horas más tarde, las estrellas abrumadoras, noticias tan claras sobre la condición real de todo lo que crecía, reptaba, aleteaba, latía y sangraba, agitándose en contorsiones grotescas, en medio del mecanismo ígneo que el azar había puesto, porque sí, en movimiento. Prendimos un fuego modesto, porque la leña no abunda en ciertas partes de la llanura, y después de comer, desvestido a medias para protegerme del frío, me metí en la cama y a la luz de una vela, antes de dormirme, leí unas páginas de Virgilio.

Durante leguas y leguas, el desierto es en cada una de sus partes siempre idéntico a sí mismo. Únicamente la luz cambia: el sol periódico se levanta al este, sube lento y regular hasta el cenit y después, con la exactitud ritual con que ha alcanzado el punto máximo del cielo, desciende hacia el oeste y por fin, volviéndose enorme y de un rojo que empalidece y se enfría poco a poco, cintilando con una luminosidad familiar quizás en el espacio infinito, pero extranjera aquí abajo, se hunde en el horizonte y desaparece, cubriendo todo con la negrura viscosa de la noche hasta que, unas horas más tarde, por el este, vuelve a aparecer. Si no fuese por los cambios de luz y de color que se producen a causa de ese giro perpetuo, el jinete que atraviesa la llanura tendría la impresión, en un remedo inútil y ligeramente onírico de movimiento, de cabalgar siempre en el mismo punto del espacio. (En los días nublados esa ilusión es perfecta, y un poco inquietante.) Los ruidos rítmicos del desplazamiento, en carro, en carreta, en coche de postas o a caballo, repitiéndose idénticos durante largos trechos, a causa de la regularidad, cuando no la ausencia, de los accidentes del terreno, parecen repetir también al infinito el mismo instante, como si la cinta incolora del tiempo, atascada en la muesca de la rueda o quién sabe qué que la desplaza, titilara en un punto inmóvil por no poder, a causa de su esencia hecha de puro cambio, interrumpiéndose, descansar. Esa monotonía adormece. Las cosas que, fuera del avanzar del jinete, pueden ocurrir a menudo por ser propias del lugar, terminan adaptándose a esa ilusión de repetición, y si la primera vez que suceden atraen la mirada y aun la curiosidad del viajero, al cabo de cierto tiempo ya se han vuelto más que familiares y flotan, fantasmáticas, más allá de la experiencia, y, por momentos, incluso más allá del conocer. La vida que hormiguea entre sus pastos de altura regular por ejemplo, sacada de su tranquilidad por el paso de algún carro o de algún jinete, esa vida activa y variada que podría ocupar la existencia entera de un naturalista, para el viajero que no tiene otra preocupación que dejar atrás cuanto antes esos pobres campos perdidos, si su primera aparición puede despertar en él algún interés, al cabo de unas horas se empasta en la más uniforme monotonía: si a su paso salta una liebre, será siempre la misma imagen del salto que su ojo captará, y verá siempre los cuartos traseros de la liebre rabona un poco más claros que el resto, elevarse, mientras de la cabeza, que ya se ha hundido en los pastos, sólo alcanzará a divisar, en un relámpago, la punta de las orejas. Si se trata de perdices, será siempre un casal, de un plumaje entre gris, verdoso y azulado, con reflejos metálicos, que saldrá volando, el macho y la hembra uno al lado del otro, casi a ras de los pastos, para volver a desaparecer en ellos y recomenzar su vuelo corto, torpe y de poco aliento, unos metros más adelante. Legua tras legua, los mismos caranchos darán la impresión de revolotear sobre la misma osamenta, y los mismos caballos salvajes, en viaje de invernada, pastar en manadas de quince o veinte, tranquilos y diminutos, sobre la línea del horizonte. Una particularidad del paisaje, que aparece de pronto, trayendo consigo la diversidad, extendiéndose durante leguas, no es más al fui y al cabo que una nueva parcela de lo igual que comienza, y cuya novedad, casi de inmediato, se desvanece. Lo mismo que el mar, la llanura es únicamente variada en sus orillas: su interior es como el núcleo de lo indistinto. Desmesurada y vacía, cuando en ella se produce algún accidente, siempre se tiene la ilusión, o la impresión verídica quizás, de que es un mismo accidente que se repite. Cuando algo fuera de lo común acontece, tan intenso y nítido es su acontecer que, poco importa que haya sido fugaz o que perdure, siempre su evidencia excesiva nos parecerá problemática.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las nubes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las nubes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Juan Saer - The Clouds
Juan Saer
Juan Saer - The One Before
Juan Saer
Juan Saer - Lo Imborrable
Juan Saer
Juan Saer - La Pesquisa
Juan Saer
Juan Saer - Responso
Juan Saer
Juan Saer - Glosa
Juan Saer
Juan Saer - Cicatrices
Juan Saer
Juan Moisés De La Serna - Versos Breves Sobre Las Nubes
Juan Moisés De La Serna
Enrique Morales Cano - Solo las nubes dan permiso
Enrique Morales Cano
Massimo Longo E Maria Grazia Gullo - Lucila En Las Nubes
Massimo Longo E Maria Grazia Gullo
Aintzane Rodríguez - Fuego bajo las nubes
Aintzane Rodríguez
Отзывы о книге «Las nubes»

Обсуждение, отзывы о книге «Las nubes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x