Mario Llosa - Conversación En La Catedral

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Conversación En La Catedral: краткое содержание, описание и аннотация

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Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el ochenio dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.Los personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración.

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– Pintores y escritores náufragos -dijo Carlitos- Cuando yo era un pichón, entraba aquí como las beatas a las iglesias. Desde ese rincón, espiaba, escuchaba, cuando reconocía a un escritor me crecía el corazón. Quería estar cerca de los genios, quería que me contagiaran.

– Ya sabía que también eres escritor -dijo Santiago-. Que has publicado poemas.

– Iba a ser escritor, iba a publicar poemas -dijo Carlitos-. Entré a "La Crónica" y cambié de vocación.

– ¿Prefieres el periodismo a la literatura? -dijo Santiago.

– Prefiero el trago -se rió Carlitos-. El periodismo no es una vocación sino una frustración, ya te darás cuenta.

Se encogió, dibujos y caricaturas y títulos en inglés donde había estado su cabeza, y ahí estaban la mueca que torcía su cara, Zavalita, sus manos crispadas. Le tocó el brazo: ¿se sentía mal? Carlitos se enderezó, apoyó la cabeza contra la pared.

– A lo mejor la úlcera de nuevo -ahora tenía un hombre-cuervo en una oreja, y en la otra un rascacielos-. A lo mejor la falta de alcohol. Porque aunque te parezca borracho, no he tomado en todo el día. El único que te queda y en el hospital, con diablos azules, Zavalita. Irías a verlo mañana sin falta, Carlitos, le llevarías un libro.

– Entraba aquí y me sentía en París -dijo Carlitos-. Pensaba algún día llegaré a París, y bum, genio como por arte de magia. Pero no llegué, Zavalita, y aquí me tienes, con retortijones de embarazada. ¿Qué ibas a ser tú cuando viniste a naufragar a La Crónica?

– Abogado -dijo Santiago-. No, más bien revolucionario. Comunista.

– Comunista y periodista por lo menos riman, en cambio poeta y periodista -dijo Carlitos, y echándose a reír-. ¿Comunista? A mí me botaron de un trabajo por comunista. Si no fuera por eso, no hubiera entrado al periódico y a lo mejor estaría escribiendo poemas.

– ¿No sabes qué son diablos azules? -dice Santiago-. Cuando no quieres saber algo, no te gana nadie, Ambrosio.

– Qué carajo iba a ser yo comunista -dijo Carlitos-. Eso es lo más gracioso del caso, la verdad es que nunca supe por qué me botaron. Pero me fregaron, y aquí me tienes, borracho y con úlceras. Salud niño formal, salud Zavalita.

LA señorita Queta era la mejor amiga de la señora, la que venía más a la casita de San Miguel, la que nunca faltaba a las fiestas. Alta, piernas largas, pelos rojos, pintados decía Carlota, piel canela, un cuerpo más llamativo que el de la señora Hortensia, también sus vestidos y su manera de hablar y sus disfuerzos cuando tomaba. Era la que hacía más bulla en las fiestecitas, una atrevida para bailar, ella sí que se dejaba aprovechar a su gusto por los invitados, no paraba de provocarlos. Se les acercaba por la espalda, los despeinaba, les jalaba la oreja, se les sentaba en las rodillas, una descocada. Pero era la que alegraba la noche con sus locuras. La primera vez que vio a Amalia se la quedó mirando con una sonrisita rarísima, y la examinaba y la miraba y se quedaba pensando y Amalia qué le pasará, qué tengo. Así que tú eres la famosa Amalia, por fin te conozco. ¿Famosa por qué, señorita? La que roba corazones, la que destruye a los hombres, se reía la señorita Queta, Amalia la malquerida.

Loquísima pero qué simpática. Cuando no estaba haciendo pasadas por teléfono con la señora, contaba chistes. Entraba con una alegría perversa en los ojos, tengo mil chismes nuevecitos chola, y desde la cocina, Amalia la oía rajando, chismeando, burlándose de todo el mundo. También ella les hacía a Carlota y Amalia unas bromas que las dejaban mudas y con la cara quemando. Pero era buenísima, vez que las mandaba al chino a comprar algo les regalaba uno, dos soles. Un día de salida hizo subir a Amalia a su carrito blanco y la llevó hasta el paradero.

– ALCIBÍADES en persona telefoneó a su oficina pidiendo que esa noticia no fuera enviada a los diarios -suspiró él; sonrió apenas-. No lo habría molestado si no hubiera hecho ya una investigación, señor Tallio.

– Pero, no puede ser -la cara rubicunda devastada por el desconcierto, la lengua súbitamente torpe-. ¿A mi oficina, señor Bermúdez? Pero si la secretaria me da todos los…? ¿El doctor Alcibíades en persona? No comprendo cómo…

– ¿No le dieron el recado? -lo ayudó él, sin ironía-. Bueno, me figuraba algo de eso. Alcibíades habló con uno de los redactores, creo.

– ¿De los redactores? -ni sombra del aplomo risueño, de la exhuberancia de antes-. Pero no puede ser, señor Bermúdez. Estoy muy confuso, siento muchísimo. ¿Sabe con cuál de los redactores, señor? Sólo tengo dos y, bueno, en fin, le aseguro que esto no se va a repetir.

– Yo estaba sorprendido porque nosotros siempre nos hemos portado bien con ANSA -dijo él-. Radio Nacional y el Servicio de Información le compran los boletines completos. Eso le cuesta dinero al gobierno, como usted sabe.

– Por supuesto, señor Bermúdez -así, ahora enójate y haz tu número, cantante de ópera-. ¿Me permite su teléfono? Voy a averiguar en este momento quién recibió el mensaje del doctor Alcibíades. Esto se va a aclarar ahora mismo, señor Bermúdez.

– Siéntese, no se preocupe -le sonrió, le ofreció un cigarrillo, se lo encendió-. Tenemos enemigos por todas partes, en su oficina debe haber alguien que no nos quiere. Ya investigará después, señor Tallio.

– Pero esos dos redactores son unos muchachos que -apesadumbrado, con una expresión tragicómica-, en fin, esto lo aclaro hoy mismo. Le voy a rogar al doctor Alcibíades que en el futuro se comunique siempre conmigo.

– Sí, será lo mejor -dijo él; reflexionó, observando como de casualidad los recortes que bailoteaban en las manos de Tallio-. Lo lamentable es que me ha creado un pequeño problema a mí. El Presidente, el Ministro me van a preguntar por qué compramos los boletines de una agencia que nos da dolores de cabeza. Y como yo soy el responsable de que se firmara el contrato con ANSA, figúrese usted.

– Por eso mismo estoy tan confundido, señor Bermúdez -y es cierto, quisieras estar lejísimos de aquí-. La persona que habló con el doctor será despedida hoy mismo, señor.

– Porque estas cosas hacen daño al régimen -decía él, como pensando en alta voz y con melancolía-. Los enemigos se aprovechan cuando aparece una noticia así en la prensa. Ellos ya nos dan bastantes problemas. No es justo que los amigos nos los den también ¿no cree?

– No se va a repetir, señor Bermúdez -había sacado un pañuelo celeste, se secaba las manos con furia. De eso sí que puede estar seguro. De eso sí, señor Bermúdez.

– YO admiro las escorias humanas -Carlitos volvió a doblarse, como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago-. La página policial me ha corrompido, ya ves.

– No tomes más -dijo Santiago-. Vámonos, más bien.

Pero Carlitos se había enderezado de nuevo y sonreía:

– A la segunda cerveza las punzadas desaparecen y me siento bestial, todavía no me conoces. Es la primera vez que nos tomamos un trago juntos ¿no? -sí Carlitos, piensa, era la primera vez-. Eres muy serio tú, Zavalita, terminas el trabajo y vuelas. Nunca vienes a tomar una copa con nosotros los náufragos. ¿No quieres que te corrompamos?

– El sueldo me alcanza con las justas -dijo Santiago. Si me fuera a los bulines con ustedes, no tendría ni para pagar la pensión.

– ¿Vives solo? -dijo Carlitos-. Creí que eras un hijito de familia. ¿No tienes parientes? ¿Y qué edad tienes? ¿Eres un pichón, no?

– Muchas preguntas a la vez -dijo Santiago-. Tengo familia, sí, pero vivo solo. Oye, ¿cómo hacen ustedes para emborracharse e ir a bulines con lo que ganan? Es algo que no entiendo.

– Secretos de la profesión -dijo Carlitos- El arte de vivir entrampado, de capear las deudas. Y por qué no vas a bulines, ¿tienes una hembra?

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