Aventureros como Ravines que se volvió agente imperialista y ayudó a Odría a tumbar a Bustamante, ¿renegaría, se cansaría de la militancia difícil y asfixiante y tendría mujer, hijos y trabajaría en un Ministerio?, y oportunistas como Terreros que se volvió beato y todos los años se ponía hábito morado y arrastraba una cruz en la Procesión del Señor de los Milagros, ¿o seguiría y hablaría todavía con su voz de pajarito en círculos de estudiantes cuando no andaba en la cárcel? Traiciones y represiones casi habían liquidado al Partido, ¿y si seguía sería prosoviético o prochino o uno de esos castristas que habían muerto en las guerrillas o se habría vuelto trozkista?, y al subir Bustamante en 1945 el Partido había vuelto a la legalidad y comenzó a reestructurarse y a combatir en la clase obrera el reformismo del Apra, ¿habría viajado a Moscú o a Pekín o a la Habana?, pero con el golpe militar de Odría el Partido había sido desmantelado de nuevo, ¿lo acusarían de stalinista o de revisionista o de aventurerista?, todo el Comité Central y decenas de dirigentes y militantes y simpatizantes encarcelados y desterrados y algunos asesinados, ¿se acordaría de ti, Zavalita, de esa mañana donde Matías, de esa noche en el Hotel Mogollón?, y las células sobrevivientes de ese gran naufragio habían lentamente, trabajosamente constituido la Organización Cahuide, que sacaba esa hojita y se dividía en la Fracción Universitaria y la Fracción Obrera, camaradas.
– O sea que Cahuide tiene pocos estudiantes, pocos obreros -dijo Aída.
– Se trabaja en condiciones difíciles, a veces por un camarada que cae se echan a perder meses de esfuerzos -sujetaba el cigarrillo con las uñas del índice y del pulgar, piensa, sonreía con mucha timidez-. Pero a pesar de la represión estamos creciendo.
– Y por supuesto que te convenció, Zavalita -dijo Carlitos.
– Me convenció de que creía en lo que nos decía -dijo Santiago-. Y, además, se notaba que le gustaba lo que hacía.
– ¿Cuál es la posición del Partido sobre la unidad de acción con las otras organizaciones fuera de la ley? -dijo Jacobo-. El Apra, los trozkistas.
– No vacilaba, tenía fe -dijo Santiago-. Yo ya envidiaba a la gente que creía ciegamente en algo, Carlitos.
– Estaríamos dispuestos a trabajar con el Apra contra la dictadura -dijo Llaque-. Pero los apristas no quieren que la derecha los siga acusando de extremistas y hacen todo por demostrar su anticomunismo.
Y los trozkistas no son más de diez, y seguramente agentes de la policía.
– Es lo mejor que le puede ocurrir a un tipo, Ambrosio -dice Santiago-. Creer en lo que dice, gustarle lo que hace.
– ¿Por qué el Apra que se ha vuelto pro-imperialista sigue teniendo respaldo en el pueblo? -dijo Aída.
– Por el peso de la costumbre y por su demagogia y por los mártires apristas -dijo Llaque-. Sobre todo, por la derecha peruana. No entiende que el Apra ya no es su enemiga sino su aliada, y la sigue persiguiendo y así la prestigia ante el pueblo.
– Es verdad, la estupidez de la derecha ha convertido al Apra en un gran partido -dijo Carlitos-. Pero si la izquierda no ha pasado de una masonería no ha sido por el Apra, sino por falta de gente capaz.
– Es que los capaces como tú y yo no nos metemos a la candela -dijo Santiago-. Nos contentamos con criticar a los incapaces que sí se meten. ¿Te parece justo, Carlitos?
– Me parece que no y por eso no hablo nunca de política -dijo Carlitos-. Tú me obligas con tus masoquismos asquerosos de cada noche, Zavalita.
– Ahora me toca preguntar a mí, camaradas -sonrió Llaque, como avergonzado-. ¿Quieren entrar a Cahuide? Pueden trabajar como simpatizantes, no necesitan inscribirse en el Partido todavía.
– Yo quiero entrar al Partido ahora mismo. -dijo Aída.
– No hay apuro, pueden tomarse tiempo para reflexionar -dijo Llaque.
– En el círculo hemos tenido de sobra para eso -dijo Jacobo-. Yo también quiero inscribirme.
– Yo prefiero seguir como simpatizante -el gusanito, el cuchillo, la culebra-. Tengo algunas dudas, me gustaría estudiar un poco más antes de inscribirme.
– Muy bien, camarada, no te inscribas hasta que superes todas las dudas -dijo Llaque-. Como simpatizante se puede desarrollar también un trabajo muy útil:
– Ahí quedó demostrado que Zavalita ya no era puro, Ambrosio -dice Santiago-. Que Jacobo y Aída eran más puros que Zavalita.
¿Y si te inscribías ese día, Zavalita, piensa? ¿La militancia te habría arrastrado, comprometido cada vez más, habría barrido las dudas y en unos meses o años te habría vuelto un hombre de fe, un optimista, un oscuro puro heroico más? Habrías vivido mal, Zavalita, como habrán Jacobo y Aída piensa, entrado a y salido de la cárcel unas veces, sido aceptado en y despedido de sórdidos empleos, y en vez de editoriales en “La Crónica” contra los perros rabiosos escribirías en las paginitas mal impresas de “Unidad”, cuando hubiera dinero y no lo impidiera la policía piensa, sobre los avances científicos de la patria del socialismo y la victoria en el sindicato de panificadores de Lurín de la lista revolucionaria sobre la entreguista aprista propatronal, o en las peor impresas de “Bandera Roja”, contra el revisionismo soviético y los traidores de “Unidad” piensa, o habrías sido más generoso y entrado a un grupo insurreccional y soñado y actuado y fracasado en las guerrillas y estarías en la cárcel, como Héctor piensa, o muerto y fermentando en la selva, como el cholo Martínez piensa, y hecho viajes semiclandestinos a Congresos de la Juventud, piensa Moscú, llevado saludos fraternales a Encuentros de Periodistas, piensa Budapest, o recibido adiestramiento militar, piensa la Habana o Pekín. ¿Te habrías recibido de abogado, casado, sido asesor de un sindicato, diputado, más desgraciado o lo mismo o más feliz? Piensa: ay, Zavalita.
– No fue horror al dogma, fue un reflejo de niñito anarquista que no quiere recibir órdenes- dijo Carlitos-. Fue que en el fondo tenías miedo de romper con la gente que come y se viste y huele bien.
– Pero si yo detestaba esa gente, si la sigo detestando -dijo Santiago-. Si eso es de lo único que estoy seguro, Carlitos.
– Entonces fue espíritu de contradicción, afán de buscarle tres pies al gato sabiendo que tiene cuatro -dijo Carlitos-. Debiste dedicarte a la literatura y no a la revolución, Zavalita.
– Yo sabía que si todos se dedicaran a ser inteligentes y a dudar, el Perú andaría siempre jodido -dijo Santiago-. Yo sabía que hacían falta dogmáticos, Carlitos.
– Con dogmáticos o con inteligentes, el Perú estará siempre jodido -dijo Carlitos-. Este país empezó mal y acabará mal. Como nosotros, Zavalita.
– ¿Nosotros los capitalistas? -dijo Santiago.
– Nosotros los cacógrafos -dijo Carlitos-. Todos reventaremos echando espuma, como Becerrita. A tu salud, Zavalita.
– Meses, años soñando con inscribirme en el Partido, y cuando se presenta la ocasión me echo atrás -dijo Santiago-. No lo voy a entender nunca, Carlitos.
– Doctor, doctor, tengo algo que se me sube y se me baja y no sé lo que es -dijo Carlitos-Es un pedito loco, señora, usted tiene carita de poto y el pobre pedito no sabe por donde salir. Lo que te friega la vida es un pedito loco, Zavalita.
¿Juran consagrar su vida a la causa del socialismo y de la clase obrera?, había preguntado Llaque, y Aída y Jacobo sí juro, mientras Santiago observaba; después eligieron sus seudónimos.
– No te sientas disminuido -le dijo Llaque a Santiago-. En la Fracción Universitaria, simpatizantes y militantes son iguales.
Les dio la mano, adiós camaradas, que salieran diez minutos después que él. La mañana estaba nublada y húmeda cuando dejaron atrás la librería de Matías y entraron al "Bransa" de la Colmena y pidieron cafés con leche.
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