Juan Onetti - 32 cuentos

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Onetti - 32 cuentos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

32 cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «32 cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

32 cuentos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «32 cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Se levantó y vino a palmearme, una sola vez, pero demorando el peso y el calor de la mano.

– Está bien -le dije-. Usted resolverá si hay que mandar a despertarme.

Mientras me quitaba la túnica, con una lentitud y una dignidad que no provenían exclusivamente del cansancio, admití que el éxito de la operación, de las operaciones, me importaba tanto como el cumplimiento de un viejo sueño irrealizable: arreglar con mis propias manos, y para siempre, el motor de mi viejo automóvil. Pero no podía decirle esto a Rius porque lo comprendería sin esfuerzo y con entusiasmo: no podía decírselo a Fernández porque, afortunadamente, no podría creerme.

De modo que me callé la boca y en el viaje de regreso en la ambulancia oí con ecuanimidad las malas palabras admirativas del gallego Herminio y acepté con mi silencio, ante la historia, que la resurrección que acababa de suceder en el Hospital de Santa María no hubiera sido lograda ni por los mismos médicos de la capital.

Decidí que mi coche podía amanecer otra vez frente al club y me hice llevar con la ambulancia hasta mi casa. La mañana, rabiosamente blanca, olía a madreselvas y se empezaba a respirar el río.

– Tiraron piedras y decían que iban a prenderle fuego al teatro -dijo el gallego cuando llegamos a la plaza-. Pero apareció la policía y no hubo más que las piedras que ya le dije.

Antes de tomar las píldoras comprendí que nunca podría conocer la verdad de aquella historia; con buena suerte y paciencia tal vez llegara a enterarme de la mitad correspondiente a nosotros, los habitantes de la ciudad. Pero era necesario resignarse, aceptar como inalcanzable el conocimiento de la parte que trajeron consigo los dos forasteros y que se llevarían de manera diversa, incógnita y para siempre.

Y en el mismo momento, con el vaso de agua en la mano, recordé que todo aquello había empezado a mostrárseme casi una semana antes, un domingo nublado y caluroso, mientras miraba el ir y venir en la plaza desde una ventana del bar del hotel.

El hombre movedizo y simpático y el gigante moribundo atravesaron en diagonal la plaza y el primer sol amarillento de la primavera. El más pequeño llevaba una corona de flores, una coronita de pariente lejano para un velorio modesto. Avanzaban indiferentes a la curiosidad que hacía nacer la bestia lenta de dos metros; sin apresurarse pero resuelto, el movedizo marchaba con una irrenunciable dignidad, con una levantada sonrisa diplomática, como flanqueado por soldados de gala, como si alguien, un palco con banderas y hombres graves y mujeres viejas, lo esperara en alguna parte. Se supo que dejaron la coronita, entre bromas de niños y alguna pedrada, al pie del monumento a Brausen.

A partir de aquí las pistas se embrollan un poco. El pequeño, el embajador, fue al Berna para alquilar una pieza, tomar un aperitivo y discutir los precios sin pasión, distribuyendo sombrerazos, reverencias e invitaciones baratas. Tenía entre cuarenta y cuarenta y cinco años, el tórax ancho, la estatura mediana; había nacido para convencer, para crear el clima húmedo y tibio en que florece la amistad y se aceptan las esperanzas. Había nacido también para la felicidad, o por lo menos para creer obstinadamente en ella, contra viento y marea, contra la vida y sus errores. Había nacido, sobre todo, lo más importante, para imponer cuotas de dicha a todo el mundo posible. Con una natural e invencible astucia, sin descuidar nunca sus fines personales, sin preocuparse en demasía por el incontrolable futuro ajeno.

Estuvo a mediodía en la redacción de El Liberal y volvió por la tarde para entrevistarse con Deportes y obtener el anuncio gratis. Desenvolvió el álbum con fotografías y recortes de diario amarillentos, con grandes títulos en idiomas extraños; exhibió diplomas y documentos fortalecidos en los dobleces por papeles engomados. Encima de la vejez de los recuerdos, encima de los años, de la melancolía y el fracaso, paseó su sonrisa, su amor incansable y sin compromiso.

– Está mejor que nunca. Acaso, algún kilo de más. Pero justamente para eso estamos haciendo esta tournée sudamericana. El año que viene, en el Palais de Glace, vuelve a conquistar el título. Nadie puede ganarle, ni europeo ni americano. ¿Y cómo íbamos a saltearnos Santa María en esta gira que es el prólogo de un campeonato mundial? Santa María. Qué costa, qué playa, qué aire, qué cultura.

El tono de la voz era italiano, pero no exactamente; había siempre, en las vocales y en las eses, un sonido inubicable, un amistoso contacto con la complicada extensión del mundo. Recorrió el diario, jugó con los linotipos, abrazó a los tipógrafos, estuvo improvisando su asombro al pie de la rotativa. Obtuvo, al día siguiente, un primer título frío pero gratuito: “Ex campeón mundial de lucha en Santa María”. Visitó la redacción durante todas las noches de la semana y el espacio dedicado a Jacob van Oppen fue creciendo diariamente hacia el sábado del desafío y la lucha.

El mediodía del domingo en que los vi desfilar por la plaza con la coronita barata, el gigante moribundo estuvo media hora de rodillas en la iglesia, rezando frente al altar nuevo de la Inmaculada; dicen que se confesó, juran haberlo visto golpearse el pecho, presumen que introdujo después, vacilante, una cara enorme e infantil, húmeda de llanto, en la luz dorada del atrio.

2. Cuenta el narrador

Las tarjetas decían Comendador Orsini y el hombre conversador e inquieto las repartió sin avaricia por toda la ciudad. Se conservan ejemplares, algunos de ellos autografiados y con adjetivos.

Desde el primer -y último- domingo, Orsini alquiló la sala del Apolo para las sesiones de entrenamiento, a un peso la entrada durante el lunes y el martes, a la mitad el miércoles, a dos pesos el jueves y el viernes, cuando el desafío quedó formalizado y la curiosidad y el patriotismo de los sanmarianos empezó a llenar el Apolo. Aquel mismo domingo fue clavado en la plaza nueva, con el correspondiente permiso municipal, el cartel de desafío. En una foto antigua el ex campeón mundial de lucha de todos los pesos mostraba los bíceps y el cinturón de oro; agresivas letras rojas concretaban el reto: 500 pesos 500 a quien suba al ring y no sea puesto de espaldas en 3 minutos por Jacob van Oppen.

Una línea más abajo el desafío quedaba olvidado y se prometía una exhibición de lucha grecorromana entre el campeón -volvería a serlo antes de un año- y los mejores atletas de Santa María.

Orsini y el gigante habían entrado al continente por Colombia y ahora bajaban de Perú, Ecuador y Bolivia. En pocos pueblos fue aceptado el desafío y siempre van Oppen pudo liquidarlo en un tiempo medido por segundos, con el primer abrazo.

Los carteles evocaban noches de calor y griterío, teatros y carpas, públicos aindiados y borrachos, la admiración y la risa. El juez alzaba un brazo, van Oppen volvía a la tristeza, pensaba ansioso en la botella de alcohol violento que lo estaba esperando en la pieza del hotel y Orsini sonreía avanzando bajo las luces blancas del ring, tocándose con un pañuelo aún más blanco el sudor de la frente:

– Señoras y señores… -era el momento de dar las gracias, de hablar de reminiscencias imperecederas, de vivar al país y a la ciudad. Durante meses, estos recuerdos comunes habían ido formando América para ellos; alguna vez, alguna noche, ya lejos, antes de un año, podrían hablar de ella y reconocerla sin esfuerzo, sin más ayuda que tres o cuatro momentos reiterados y devotos.

El martes o el miércoles Orsini trajo en coche al campeón hasta el Berna, concluida la casi desierta sesión de entrenamiento. La gira se había convertido ya en un trabajo de rutina y los cálculos sobre los pesos a ganar tenían escasa diferencia con los pesos que se ganaban. Pero Orsini consideraba indispensable, para el mutuo bienestar, mantener su protección sobre el gigante. Van Oppen se sentó en la cama y bebió de la botella; Orsini se la quitó con dulzura y trajo del cuarto de baño el vaso de material plástico que usaba por las mañanas para enjuagarse la dentadura. Repitió amistoso la vieja frase:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «32 cuentos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «32 cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «32 cuentos»

Обсуждение, отзывы о книге «32 cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x