Desde luego que no esperé la separación para procurarme en otra parte lo que buscaba en vano en ella cuando me concedía, con la expresión de estar diciéndome todo el tiempo No te preocupes, no voy a molestarte para nada mientras estés adentro, algún acto sexual, un cuerpo caliente que se estremeciese de verdad contra el mío o que, por lo menos, por razones profesionales o por pura cortesía, lo simulara. La voluptuosidad bien simulada es por otra parte mucho más gratificante que la genuina cuando a la genuina no se la expresa como es debido ya que, de todos modos, del goce ajeno no percibimos más que los signos exteriores, y sólo podemos tener teorías acerca de su existencia, igual que de los pensamientos de un perro – mi primera mujer podía muy bien ser una hoguera como se dice, pero los amoríos pasajeros obtenidos en los bailes de carnaval e incluso en la calle connotaban de un modo más inequívoco su combustión posible en la penumbra roja de los hoteles alojamiento. Y, hay que reconocerlo, es mucho más agradable ir a leer algo bien escrito o a comer una parrillada después de fornicar, que quedarse a esperar nueve meses a ver qué sale del lugar en el que uno ha entrado. La multiplicidad de parejas por otra parte disminuye la pobreza de este acto único, que muy pocas combinaciones y el cambio continuo de objeto puede procurar experiencias sensoriales comparativas, análogas a las justas poéticas en las que, a partir de un tema impuesto por el jurado, los distintos participantes nos deleitan no por la originalidad del tema, sino por el tratamiento singular a que lo someten. El interés viene de lo circunstancial -cosa que también puede suceder, no lo niego, aunque es más raro, si se lo hace siempre con la misma persona. La multiplicidad pone de relieve lo individual de cada una de las parejas ocasionales, los detalles que la vuelven única, momento irrepetible en el flujo perenne de la especie, concreción material individuada más presente, según los casos, a un sentido que a otro, dándole un tono diferenciado a las sensaciones. Forma, estímulos, sensaciones, emoción bien diferenciadas: la memoria los requiere para poder crear, por lo que dura una vida, la ilusión de un pasado empírico. A veces un solo acto sexual basta para fijarlos, a veces son necesarios muchos, y a veces, incluso, el deseo no satisfecho incrusta en la memoria experiencias imaginarias, apetecidas pero no realizadas, más imborrables que las verdaderas.
Que me cuelguen si para procurarse esa multiplicidad la condición de divorciado no deja de tener sus ventajas, en primer lugar porque aleja a "las chicas de buena familia que quieren constituir un hogar" como se dice, sin pasar por un poco de perversión, como Graciela por ejemplo, y después porque la búsqueda de la variación puede ser atribuida por los demás no al libertinaje, lo que me importaría a decir verdad tres pepinos, sino a las vacilaciones comprensibles del que "ha fracasado en un primer matrimonio", lo que puede estimular la curiosidad. Si podemos decir que la relación amorosa como la llaman es un intento de escribir de manera más satisfactoria la historia de la propia familia, puedo asegurar que en mi caso, refractario durante un buen tiempo a la novela-río, frecuenté a y durante años el género breve, la anécdota, el brochazo, el cuento con final sorprendente, la fábula, elinterludio cómico, e incluso el aforismo. Como en muchas otras disciplinas, la extensión media sin embargo es la que otorga más satisfacciones.
Que me la corten en rebanadas si hay la menor jactancia en todo esto: la actividad sexual está al alcance de todo el mundo -hombre o mujer, rico o pobre, feo o hermoso, joven o viejo- a condición de que se la desee, y nadie es responsable de su deseo, así que es igual de meritorio haber tenido muchas experiencias o no haber tenido ninguna -igual de meritorio que para la cebra ser rayada y para un planeta, pongamos el ejemplo aunque sólo lo conozcamos de oídas, girar. A causa de mi opción, misteriosa para mí mismo, por la cantidad, puede decirse que mi segundo matrimonio, siete años después del primero, resultó un efecto ineluctable de la estadística.
Marta fue en mi vida una distracción prolongada – lo primero que se me ocurre siempre de ella es que era un caballero. Distante, afable y un poco irónica hacia mi persona desde la mañana en que, después de una fiesta, nos despertamos en la misma cama, tenía la característica de no mostrar nunca sus emociones, de restarles importancia, lo que yo atribuí siempre a un equilibrio superior y a una cortesía desmesurada, hasta que su suicidio, por desavenencias con un imbécil, tres o cuatro años después de nuestra separación, me dejó entrever lo que hervía detrás de su expresión delicada.
Cuando se tiró bajo un tren, uno de nuestros amigos, ya no recuerdo cuál, lanzó el mot d'auteur como se dice, más wildeano que dostoyevskiano, de que el reverso de la ironía wildeana de Marta era de orden dostoyevskiano. En los cuatro años que vivimos juntos, no dejé de considerar ni un momento que era alguien que yo estimaba demasiado como para confesarle todas las traiciones, mezquindades y ambivalencia que reservaba para su persona, hasta que el día de nuestra separación caí en la cuenta de que a ella le ocurría exactamente lo mismo respecto de mí. Lo que yo atribuí a su ceguera, a su tolerancia y a su bondad, era a su culpabilidad que se lo debía. Todo esto sería cómico -lo es sin duda y, visto de cierta altura, ridículo e incluso inexistente- si no tuviese la certeza de que el hundimiento en plena existencia, la caída escaleras abajo, el agua negra y helada empapándome las botamangas del pantalón, empezó el día mismo de mi nacimiento, con el primer vagido ciego, la certeza de que cada uno de los malentendidos que, sin siquiera ser tenidos en cuenta, darían montones de argumentos de operetas y de comedias americanas, son como martillazos en la cabeza del candidato a hombre, a tal punto que, más que seguro, el estado natural termina siendo el aturdimiento, la somnolencia atravesada de tanto en tanto por manotazos de pánico, la neuralgia. A Marta le debo no únicamente esa lección, sino también mi matrimonio con Haydée.
Eran amigas de infancia -provenían de la misma cuadra y del mismo magma sociológico, en el que sus familias tenían funciones complementarias, ya que el padre de Marta ejercía la medicina dos casas más allá de la farmacia, a la que los enfermos que salían del consultorio se dirigían del modo más espontáneo, sin siquiera haber tenido tiempo de guardarse la receta en el bolsillo. Fueron juntas a la misma escuela primaria, a la misma escuela secundaria y alquilaron juntas un departamento cuando se instalaron en Rosario para entrar en la universidad. En la distribución de roles, Haydée era la "seria" y Marta la "aventurera", Haydée la "idealista reformadora" y Marta la "escéptica"; desde chicas, habían decidido que Haydée estudiaría medicina para especializarse en enfermedades tropicales y Marta etnología, y que apenas obtuviesen sus diplomas se embarcarían para el África, pero al final de sus estudios universitarios Haydée había descubierto su vocación por la especialidad médica de la zona templada, el psicoanálisis, y Marta un campo de investigación no desprovisto de interés para un etnólogo, la literatura francesa. Simone de Beauvoir e incluso María Bonaparte, y más tarde Jacques Lacan, les servían de vasos comunicantes y siguieron juntas en Buenos Aires, hasta que Marta se fue a París -mariposa nocturna atraída por la luz centrípeta de l'Ecole Practique- y Haydée instaló su consultorio en Belgrano. No únicamente el correo, sino también la farmacéutica, en sus viajes periódicos al viejo continente, les servían de enlace. Hacia el norte, los bolsos Vuitton iban cargados de dulce de leche, de yerba, de chismes sobre ex compañeros de facultad, de flores secas de paraíso, y cuando volvían al hemisferio austral como le dicen, los textos estructuralistas -únicamente las grandes marcas- se frotaban en ellos con los pañuelos de Dior y los perfumes de Nina Ricci. Pero como al cabo de un tiempo sus padres murieron en un accidente, Marta se volvió a la ciudad. Y es ahí donde hago como se dice mi aparición.
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