Durante los minutos siguientes, la señorita Emily siguió rememorando distintos acontecimientos de aquel tiempo, haciendo mención de numerosas personas cuyos nombres no significaban nada para nosotros. De hecho, hubo breves instantes en los que fue como si estuviéramos de nuevo escuchándola en una de sus charlas matinales de aquel tiempo, cuando se iba por las ramas y ninguno de nosotros podíamos seguirla. Parecía disfrutar del momento, y alrededor de sus ojos se instaló una sonrisa amable. Entonces, de pronto, salió de su remembranza y dijo en un tono nuevo:
– Pero nunca perdimos el contacto con la realidad, ¿no es así, Marie-Claude? No como nuestros colegas de Saunders Trust. Incluso en nuestros mejores tiempos sabíamos lo difícil que era la batalla que estábamos librando. Y entonces vino el escándalo Morningdale, y luego un par de cosas más, y antes de que pudiéramos darnos cuenta todo nuestro duro trabajo se había ido al traste.
– Pero lo que no entiendo -dije- es cómo la gente podía querer que se tratase tan mal a los alumnos…
– Desde la perspectiva de hoy, Kathy, tu extrañeza es perfectamente razonable. Pero tienes que tratar de entenderlo desde un punto de vista histórico. Después de la guerra, a comienzos de los años cincuenta, cuando los grandes avances científicos se sucedían rápidamente uno tras otro, no había tiempo para hacer balance, para formularse las preguntas pertinentes. De pronto se abrían ante nosotros todas aquellas posibilidades nuevas, todas aquellas vías para curar tantas enfermedades antes incurables. Esto fue lo que más atrajo la atención del mundo, lo más ambicionado por todas sus gentes. Y durante una larga etapa el mundo prefirió creer que los órganos surgían de la nada, o cuando menos que se creaban en una especie de vacío. Sí, hubo debates. Pero cuando la gente empezó a preocuparse de…, de los alumnos, cuando se paró a pensar en cómo se os criaba, o si siquiera tendríais que haber sido creados, entonces, digo, ya era demasiado tarde.
No había forma de volver atrás. A un mundo que había llegado a ver el cáncer como una enfermedad curable, ¿cómo podía pedírsele que renunciase a esa cura, que volviese a la era oscura? No se podía volver atrás. Por incómoda que pudiera sentirse la gente en relación con vuestra existencia, lo que le preocupaba abrumadoramente era que sus hijos, sus esposas, sus padres, sus amigos, no murieran de cáncer, de enfermedades neuromotoras o del corazón. De forma que durante mucho tiempo se os mantuvo en la sombra, y la gente hacía todo lo posible para no pensar en vuestra existencia. Y si lo hacían, trataban de convencerse a sí mismos de que no erais realmente como nosotros. De que erais menos que humanos, y por tanto no había que preocuparse. Y así es como estaban las cosas hasta que irrumpió en escena nuestro pequeño movimiento. Pero ¿os dais cuenta de a qué nos estábamos enfrentando? Prácticamente estábamos intentando la cuadratura del círculo. Porque el mundo necesitaba alumnos que donaran. Y, mientras siguiera necesitándolos, siempre existiría una barrera que impediría veros como realmente humanos. Bien, peleamos por nuestra causa durante muchos años, y lo que conseguimos para vosotros, al menos, fue numerosas mejoras, aunque, por supuesto, ese «vosotros» no fuisteis más que un puñado de elegidos. Pero llegó el escándalo Morningdale, y luego otras cosas, y antes de que pudiéramos darnos cuenta la situación había cambiado por completo. Ya nadie quería verse relacionado con ningún tipo de apoyo a nuestra causa, y nuestro pequeño movimiento (Hailsham, Glenmorgan, Saunders Trust) pronto fue barrido de la escena.
– ¿Qué es el escándalo Morningdale que menciona usted una y otra vez, señorita Emily? -pregunté-. Tendrá que contárnoslo, porque jamás habíamos oído hablar de él.
– Bueno, supongo que no hay ninguna razón para no hacerlo. En el mundo exterior nunca tuvo un gran eco. El nombre viene del científico James Morningdale, hombre de mucho talento en su campo. Llevó a cabo su trabajo en un remoto rincón de Escocia, donde supongo que pensó qué llamaría menos la atención. Lo que quería era ofrecer a la gente la posibilidad de tener hijos con características mejoradas. Inteligencia superior, superiores dotes atléticas, ese tipo de cosas. Por supuesto, había habido otros con similares ambiciones, pero Morningdale llevó sus investigaciones mucho más lejos que ninguno de sus precursores, mucho más allá de los límites legales. Bien, fue descubierto y se puso fin a sus investigaciones, y aquí pareció zanjarse la cuestión. Sólo que, por supuesto, la cuestión no estaba zanjada, al menos no para nosotros. Como he dicho, el caso jamás llegó a tener un gran eco, aunque sí creó cierta atmósfera, ¿entendéis? Hizo que la gente recordara; le hizo recordar un miedo que siempre había sentido. Una cosa es crear alumnos, como vosotros, para el programa de donaciones. Pero ¿una generación de niños creados que luego ocuparía su puesto en la sociedad? ¿Unos niños palmariamente superiores a nosotros? Oh, no. Eso asustaba a la gente. Y la gente retrocedió ante ello.
– Pero señorita Emily -dije-, ¿qué tiene que ver todo eso con nosotros? ¿Por qué tuvo que cerrar Hailsham por algo como lo que está diciendo?
– Tampoco nosotros vimos ninguna relación clara, Kathy. No al principio, al menos. Y ahora pienso a menudo que somos culpables por no haberla visto a tiempo. Si hubiéramos estado más alerta, menos absortos en nosotros mismos; si hubiéramos trabajado duro en aquella fase, cuando nos llegaron por primera vez las noticias de Morningdale, tal vez habríamos podido impedirlo. Oh, Marie-Claude no está de acuerdo. Ella piensa que todo habría sucedido de igual forma con independencia de lo que nosotros hubiéramos hecho, y puede que tenga algo de razón. Después de todo, no fue sólo Morningdale. En aquella misma etapa hubo otras cosas. Aquella horrible serie de televisión, por ejemplo. Todo ello contribuyó al cambio en el aire de los tiempos. Pero supongo que, bien mirado, el error fundamental fue ése. Nuestro pequeño movimiento era siempre demasiado frágil, siempre demasiado dependiente del humor de quienes nos apoyaban. Mientras el talante general se inclinara a nuestro favor, mientras tal sociedad anónima o tal político vislumbrara un beneficio en el hecho de apoyarnos, nos manteníamos a flote. Pero siempre fue una verdadera lucha, y después de Morningdale, después de que el talante general cambiara, ya no tuvimos ninguna oportunidad. El mundo no quería que se le recordase cómo funcionaba realmente el programa de donaciones. No quería pensar en vosotros, los alumnos, o en las condiciones en que fuisteis traídos a este mundo. En otras palabras, queridos míos, quería que volvierais a las sombras. A esas sombras en las que habíais estado antes de que personas como Marie-Claude y yo apareciéramos en escena. Y toda aquella gente influyente que un día se había mostrado tan deseosa de ayudarnos, bueno, pues toda esa gente no tardó en desaparecer. Perdimos a nuestros patrocinadores, uno tras otro, en poco más de un año. Seguimos con nuestra tarea todo el tiempo que pudimos; resistimos dos años más que Glenmorgan. Pero al final, como sabéis, nos vimos obligados a cerrar, y hoy apenas queda rastro del trabajo que llevamos a cabo. Ya nadie podrá encontrar un lugar como Hailsham en ninguna parte del país. Todo lo que se podrá encontrar, como de costumbre, son esos vastos «hogares» del gobierno, y aunque hoy son mucho mejores de lo que solían ser en un tiempo, dejadme deciros, queridos míos, que si llegarais a ver cómo son aún las cosas en algunos de esos centros no lograríais conciliar el sueño en varios días. Y en lo que se refiere a Marie-Claude y a mí, aquí nos tenéis, retiradas en esta casa, con una montaña de trabajos vuestros ahí arriba. Es lo que nos queda para recordarnos lo que hicimos. Y una montaña de deudas, también, que como es lógico no nos resultan en absoluto agradables. Y los recuerdos, supongo, de todos vosotros. Y el saber que os hemos brindado una vida mejor que la que habríais tenido en otras circunstancias.
Читать дальше