Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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El mundo ya no te parece tan asqueroso como antes, aunque ese asco todavía esté de moda. Tampoco debes exagerar tu enfrentamiento con el poder, si has sobrevivido y conseguido la libertad de expresión es porque has recibido algunos favores. No puedes decir eso de que «nadie me debe nada y yo no debo nada a nadie», ya que debes a los demás y, aunque los demás también te deban a ti, ¿no has recibido más favores de los que has hecho? Tienes suerte, está claro, ¿de qué te puedes quejar?

No eres un dragón, no eres un insecto, no eres ni uno ni otro. Ese no ser eres tú; no es una negación, es un hecho, una huella, un desgaste, un resultado, antes de un agotamiento total, es decir de la muerte. No eres más que un mensajero de la vida, una expresión o una palabra dicha hacia el no ser.

Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Señor y tu apóstol, no te sacrificas por los demás y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser más justo. Todo el mundo desea la felicidad, ¿por qué sólo habría de pertenecerte a ti? De hecho, la felicidad es bastante rara en este mundo.

25

Era mejor evitar las situaciones de peligro en medio de ese inmenso caos en el que podía ocurrir cualquier cosa. Quería recuperar su mundo perdido, recuperar la belleza que percibió en la hija del propietario de su apartamento, en su maravilloso rostro fino y su cuerpo esbelto. Cuando abrió la puerta y la encontró en el umbral, los rayos del sol que caían en el patio trazaron con gran precisión el contorno de los lóbulos rosa de sus orejas, mientras sus cabellos, las cejas y la comisura de los labios parecían lanzar destellos. Se quedó estupefacto ante tal belleza, pero ese sentimiento contrastaba con la mirada llena de odio de la joven. Tenía ganas de aclarar el malentendido que había, así que se dirigió a casa de sus vecinos. Imaginaba encontrar una vivienda limpia y ordenada, en la que habitara una familia pulcra, un pequeño universo aparte del mundo desordenado. Antes de que el viejo Huang fuera a cobrar el alquiler para la oficina de gestión de los edificios, fue él mismo a pagarlo a casa de sus vecinos, así tenía un pretexto para ver a la chica.

La entrada a la vivienda se encontraba arriba de la escalera de piedra que daba a la calle. La puerta se abrió nada más golpearla. Tras el muro había un pequeño patio tal como lo había imaginado, con la diferencia de que reinaba un desorden impresionante. Todo tipo de objetos se amontonaban a lo largo de las paredes bajo los aleros. Sobre el peldaño que conducía a la puerta principal, una mujer mayor lavaba unas sábanas en un barreño de aluminio, mientras que un niño pequeño lloriqueaba en el interior de la casa.

Se estaba preguntando si no se había equivocado de puerta, y se disponía a salir cuando la mujer levantó la cabeza y dijo:

– ¿A quién busca?

– Vengo a pagar mi alquiler…

– ¿Qué?

– Vivo aquí al lado, vengo a ver al propietario, el propietario de la casa en que vivo, hace varios meses que nadie viene a cobrar el alquiler -dijo, soltando las explicaciones que había preparado.

La anciana se secó el jabón de las manos y señaló con el dedo una puerta en la que había un candado. Luego no le prestó más atención y continuó lavando las sábanas, con la cabeza casi metida dentro del barreño.

Se preguntó si el propietario y su familia también habrían tenido problemas, si les habrían confiscado su casa y en ese momento ya sería de otra familia. El odio que apareció en la mirada de la joven no debía de desaparecer fácilmente. No tuvo el valor de continuar preguntando.

En la primavera, un día de marzo, fue a Xihejian, en la montaña oeste, a las afueras de Beijing. Tomó un tren en la estación de Xizhimen, de donde salen sobre todo trenes de mercancías. Era un tren lento que comunicaba con la región montañosa del suburbio noroeste. Aprovecharon un tren de mercancías y añadieron a la cola dos vagones de pasajeros con asientos duros. El entusiasmo de los estudiantes por el chuan-lian decayó. Sólo unos pocos pasajeros tomaron lugar en los vagones. Se sentó cerca de la ventana, al final de una hilera de asientos vacíos. El tren iba de túnel en túnel subiendo la montaña. Desde la ventana, podía ver la vieja locomotora que escupía humo de carbón y el enorme vapor que soltaba al arrastrar los vagones con esos coches de viajeros que no paraban de bambolearse.

En la pequeña estación sin andén llamada Yanchi, bajó del tren y vio como la vieja máquina se alejaba hacia las montañas. El jefe de estación, después de agitar su bandera y tocar el pito, entró en una barraca al borde de la vía y lo dejó solo en el balasto.

En la época en que todavía estudiaba, estuvo allí cumpliendo con su trabajo «voluntario», haciendo agujeros y plantando árboles en las montañas. Era a principios de la primavera, el suelo todavía estaba helado y de un golpe de azada no se podía remover ni dos centímetros de tierra. Al cabo de unos días de trabajo tenía las manos llenas de ampollas. Una vez, para atrapar un saco que contenía brotes de árboles que debían plantar y que se estaba llevando el agua, se metió dentro de la violenta corriente jugándose la vida y con un frío que le atravesaba los huesos. Lo nombraron como ejemplo, pero, aun así, la Liga de la Juventud Comunista no lo admitió en sus filas. Con unos compañeros de su universidad que tampoco consiguieron entrar en la Liga, montó un grupo de teatro. Después de representar dos obras, los funcionarios de la asociación de alumnos de la escuela vinieron a verlos por separado y, aunque no les prohibieron claramente continuar con esa actividad, tuvieron que disolverse voluntariamente y olvidarse del teatro.

Representaron la obra Tío Vania, de Chéjov, de una belleza anticuada, en la que una joven fina y gentil que vivía en una hacienda de provincias decía con ardor: «Todo tiene que ser bello, los hombres, las ropas, el corazón también». Era de una tristeza antigua, como una vieja fotografía quemada.

Avanzó sobre el balasto a lo largo de la vía férrea. Luego, al ver a lo lejos que se acercaba un tren, se apartó de la vía y caminó por el borde de un río lleno de guijarros. El agua del río Yongding estaba normalmente muy limpia, menos cuando crecía el caudal después de las grandes lluvias, o cuando abrían la compuerta del embalse de Guanting, que se encontraba en el curso superior.

Ya había estado en este lugar con Lin. Había tomado fotos. Lin estaba preciosa en mitad del río, descalza y subiéndose la falda con una mano. Después, en un bosquecillo de la montaña, comieron algo, se besaron, hicieron el amor. Sentía no haber tomado fotos del cuerpo desnudo de Lin cuando estaba tumbada sobre la hierba, con el pecho desnudo y la falda subida; ahora ya no se podía repetir nada de eso.

¿Qué más hacer? ¿Había algo más que se pudiera hacer? Era inútil volver a ponerse delante de su escritorio para despachar los textos de propaganda estereotipados, nadie lo vigilaba, ni siquiera necesitaba ya rebelarse. Aunque fuera extraño, su fervor por la justicia también se había enfriado. Él, que había estado al frente, que había sido el jefe durante unos meses, veía cómo su entusiasmo decaía cada vez más, y empezaba a estar harto de todo lo que estaba viviendo. Debía retirarse en el momento apropiado, no tenía por qué seguir con el papel de héroe.

Se quitó los zapatos y los calcetines, caminó descalzo por el agua helada del río. El agua brillaba por los destellos del sol y empezaba a despertar su cerebro hasta ahora embotado. Pensó que tenía que ir a ver a su padre, hacía tiempo que no tenía noticias de él. Tenía que aprovechar la ocasión para ir a verlo de incógnito al sur y aclarar ese asunto de la «tenencia de armas» que figuraba en su ficha.

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