Jung Chang - Cisnes Salvajes
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Mi padre estuvo al frente de aquella campaña en la región de Yibin. En la zona no había altos funcionarios culpables de corrupción, pero él creyó importante demostrar que los comunistas cumplían su promesa de mantener la limpieza dentro del Gobierno. Ante cada infracción, por nimia que fuera, todo funcionario estaba obligado a realizar una autocrítica: por ejemplo, si habían utilizado un teléfono oficial para hacer una llamada privada o si se habían servido de una hoja de papel del Estado para escribir una carta personal. Los funcionarios se volvieron tan escrupulosos en lo que se refería a la utilización de los bienes propiedad del Estado que la mayoría ni siquiera utilizaban la tinta de su oficina para escribir otra cosa que no fueran comunicaciones oficiales. Cada vez que debían redactar algo personal, cambiaban de pluma.
Se estableció un celo puritano en torno a dichas normas. Mi padre estaba convencido de que tales minucias contribuían a crear una actitud nueva entre los chinos: la propiedad pública había quedado por primera vez estrictamente separada de la privada; los funcionarios ya no trataban el dinero público como si fuera propio, ni abusaban de sus posiciones. La mayor parte de las personas que trabajaban con mi padre adoptaron su misma actitud, en el sincero convencimiento de que sus esmerados esfuerzos se hallaban íntimamente ligados a la noble causa de edificar una nueva China.
La Campaña de los Tres Anti se hallaba dirigida a los miembros del Partido. Sin embargo, para toda transacción corrupta hacen falta dos partes, y los instigadores se encontraban a menudo fuera del Partido. Destacaban especialmente los «capitalistas», los dueños de las fábricas y los comerciantes, sobre quienes apenas se había intervenido. Los viejos hábitos se hallaban profundamente arraigados. Durante la primavera de 1952, poco después del lanzamiento de la Campaña de los Tres Anti, se anunció simultáneamente el inicio de una nueva campaña, dirigida a los capitalistas, que recibió el nombre de Campaña de los Cinco Anti. Los cinco objetivos de la misma eran el soborno, la evasión de impuestos, el fraude, el robo de propiedad estatal y la obtención de información económica por medio de la corrupción. La mayor parte de los capitalistas fueron hallados culpables de uno o varios de estos delitos, castigados por lo general con una multa. Los comunistas se sirvieron de esta campaña para persuadir y (más frecuentemente) intimidar a los capitalistas, si bien de tal modo que se obtuviera el mejor provecho de su utilidad para la economía. Los encarcelados no fueron muchos.
Aquellas dos campañas paralelas consolidaron los mecanismos de control -únicos en China- que se habían desarrollado originariamente en los primeros días del comunismo. El elemento más importante fue la «campaña de masas» (qiun-zhong yun-dong), creada por organismos conocidos con el nombre de «equipos de trabajo» (gong-zuo-zu).
Los equipos de trabajo eran organismos ad hoc compuestos principalmente por empleados de las oficinas gubernamentales y encabezados por altos funcionarios del Partido. El Gobierno central de Pekín solía enviar destacamentos a las provincias para investigar a los funcionarios y empleados provinciales. Éstos, a su vez, formaban equipos que controlaban a los del siguiente nivel, y el proceso se repetía hasta alcanzar las bases. Normalmente, nadie podía formar parte de un equipo de trabajo que no hubiera sido previamente investigado a lo largo de cada campaña en particular.
Se enviaron equipos a todas las organizaciones en las que había de desarrollarse la campaña con objeto de movilizar a la gente. Casi todas las tardes se celebraban asambleas obligatorias para estudiar las instrucciones emitidas por las autoridades superiores. Los miembros de los equipos hablaban, peroraban e intentaban persuadir a los presentes para que denunciaran a los sospechosos. Se animaba a la gente a depositar sus quejas en buzones provistos a tal efecto. A continuación, el equipo de trabajo estudiaba todos los casos. Si la investigación confirmaba el cargo o descubría nuevos motivos de sospecha, el equipo formulaba un veredicto que era posteriormente sometido al siguiente nivel de autoridad para su aprobación.
No existía un sistema de apelación propiamente dicho, aunque toda persona sobre la que se levantaran sospechas podía solicitar que le fueran mostradas las pruebas y era generalmente autorizada a contribuir alguna forma de autodefensa. Los equipos de trabajo podían imponer una amplia variedad de condenas, entre las que se incluían la crítica pública, el despido del puesto de trabajo y diversas formas de vigilancia; la pena más severa que podían dictar era el envío de una persona al campo para realizar labores manuales. Tan sólo los casos más graves pasaban al sistema judicial, sometido al control del Partido. Cada campaña iba acompañada de una serie de normas emitidas por las más altas instancias, y los equipos de trabajo debían atenerse estrictamente a ellas. Sin embargo, en cada caso individual solía influir asimismo el juicio e incluso el temperamento de los miembros de los grupos de trabajo.
En cada campaña, todos aquellos que integraban la categoría designada por Pekín como objetivo eran sometidos a cierto grado de escrutinio, si bien más por parte de sus compañeros de trabajo y vecinos que por la propia policía. Ello constituía una de las innovaciones cruciales de Mao, y perseguía involucrar a toda la población en los mecanismos de control. Según el criterio del régimen, pocos delincuentes podían escapar a la atenta mirada del pueblo, especialmente en una sociedad dotada de una mentalidad de vigilancia ya ancestral. No obstante, la «eficacia» se conseguía a cambio de un precio desmesurado, ya que las campañas se desarrollaban sobre la base de criterios muy vagos, por lo que muchas personas inocentes resultaban condenadas como resultado de venganzas personales e incluso de simples rumores.
La tía Jun-ying había estado trabajando como tejedora para contribuir al sostenimiento de su madre, de su hermano retrasado y de sí misma. Todas las noches trabajaba hasta altas horas de la madrugada, y llegó a sufrir graves daños en los ojos a causa de la luz mortecina con que se alumbraba. En 1952 ya había conseguido ahorrar y pedir prestado suficiente dinero para comprar dos máquinas más, lo que le permitió contratar los servicios de dos amigas. Aunque los ingresos se repartían, era mi tía quien teóricamente debía pagar las máquinas, dado que era la propietaria de las mismas. Durante la Campaña de los Cinco Anti, cualquiera que empleara los servicios de otras personas era considerado sospechoso en cierto grado. Se investigaban hasta los negocios más modestos, tales como el de la tía Jun-ying quien, en realidad, no dirigía sino una cooperativa. Mi tía pensó en pedir a sus amigas que la abandonaran, pero no quería que pensaran que las estaba despidiendo. Por fin, fueron ellas quienes le pidieron permiso para irse. Les preocupaba que empezaran a circular habladurías y mi tía llegara a pensar que procedían de ellas.
A mediados de 1953, las campañas de los Tres Anti y los Cinco Anti habían remitido. Los capitalistas habían sido puestos bajo control y el Kuomintang ya estaba erradicado. Las asambleas multitudinarias cesaron tan pronto como los funcionarios comprendieron que la mayor parte de la información que se desprendía de ellas era poco fiable. Los casos comenzaron a examinarse a nivel individual.
En mayo de 1953, mi madre ingresó en el hospital para dar a luz a su tercer hijo, un niño que recibió el nombre de Jin-ming. Se trataba del mismo hospital de misioneros en el que había estado ingresada durante mi embarazo; para entonces, sin embargo, los misioneros habían sido expulsados, al igual que había sucedido en el resto del país. Mi madre acababa de ser ascendida al puesto de jefa del Departamento de Asuntos Públicos de la ciudad de Yibin, y aún trabajaba a las órdenes de la señora Ting, quien a su vez había sido nombrada secretaria del Partido en dicha ciudad. En aquella época, mi abuela -aquejada de una grave crisis de asma- se encontraba también ingresada en el hospital, al igual que yo misma, que a la sazón sufría una infección en el ombligo. Mi nodriza permanecía conmigo en el hospital. Dado que pertenecíamos a una familia «de la revolución», recibíamos un tratamiento correcto y gratuito. Los médicos tendían a ceder las escasas camas de hospital disponibles a los funcionarios y a sus familias. No existía ningún servicio de salud pública para el grueso de la población, y los campesinos, por ejemplo, tenían que pagar.
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