Jung Chang - Cisnes Salvajes
Здесь есть возможность читать онлайн «Jung Chang - Cisnes Salvajes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cisnes Salvajes
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cisnes Salvajes: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cisnes Salvajes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cisnes Salvajes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cisnes Salvajes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La Revolución Cultural dio lugar también a la aparición de un gran número de puritanas militantes, en su mayor parte jóvenes. Otra de las muchachas de mi grupo recibió en cierta ocasión una carta de amor de un joven de dieciséis años. Respondió a su misiva con otra en la que le llamaba «traidor a la revolución»: «¡Cómo te atreves a pensar en esas cosas vergonzosas cuando los enemigos de clase aún siguen campando por sus respetos y la gente del mundo capitalista continúa viviendo en un pozo de miseria!» Dicha actitud era compartida por muchas de las chicas que conocía yo entonces. Dado que Mao había apelado a la militancia de las jóvenes, la feminidad se vio condenada durante los años de desarrollo de mi generación. Numerosas muchachas intentaban hablar, caminar, y actuar como hombres duros y agresivos, a la vez que ridiculizaban a quienes no lo hacían. En cualquier caso, apenas existía oportunidad para expresar la feminidad. Para empezar, no se nos permitía vestir nada que no fueran los informes pantalones y chaquetas de color azul, gris o verde.
Nuestros oficiales de la Fuerza Aérea nos entrenaban día tras día en las pistas de baloncesto de la Escuela de Arte Dramático. Junto a ellas se encontraba la cantina. Tan pronto como formábamos, mis ojos se desviaban hacia ella, aunque acabara de desayunar en ese momento. Me sentía obsesionada por la comida, pero ignoraba si se debía a la ausencia de carne, al frío o al tedio de la instrucción. Solía soñar con la variedad de la cocina sichuanesa, con el crujiente pato, con el pescado agridulce, con el «Pollo Borracho» y con decenas de otras suculentas especialidades.
Ninguna de las seis estábamos habituadas a llevar dinero encima. Pensábamos, además, que comprar las cosas resultaba en cierto modo capitalista. Así pues, a pesar de la obsesión que me producía la comida, tan sólo compré un puñado de castañas de agua bañadas en café, pues me había aficionado a ellas tras probar las que nos regalaran nuestros oficiales. Antes de tomar la decisión de permitirme aquel lujo reflexioné largamente y consulté con el resto de mis compañeras. Cuando regresé a casa después del viaje, me apresuré a devorar unas cuantas galletas rancias y le alargué a mi abuela, casi intacto, el dinero que me había dado. Ella me abrazó estrechamente, mientras repetía: «¡Qué niña más tonta!»
Volví a casa con reumatismo. En Pekín hacía tanto frío que el agua se helaba en los grifos. Sin embargo, yo hacía la instrucción al aire libre y sin abrigo. No disponíamos de agua caliente con la que caldear nuestros pies helados. Al llegar, tan sólo habíamos recibido una manta cada una. Algunos días después llegaron más chicas, pero ya se habían acabado las mantas, por lo que decidimos darles tres y compartir nosotras las otras tres. Nuestra educación nos había enseñado a ayudar a los camaradas necesitados. Se nos había informado que nuestras mantas procedían de almacenes reservados para tiempo de guerra. El presidente Mao había ordenado recurrir a ellas para garantizar la comodidad de sus guardias rojos, lo que despertaba en nosotras una profunda gratitud hacia él. Ahora, cuando ya casi no teníamos mantas, se nos dijo que debíamos sentirnos aún más agradecidas a Mao, ya que éste nos había dado todas aquellas con las que contaba el país.
Eran mantas pequeñas, y el único modo de que dos personas se taparan con una de ellas era durmiendo en estrecha proximidad. Las pesadillas informes que había empezado a tener desde que contemplara aquel suicidio frustrado habían empeorado después de la detención de mi padre y la partida de mi madre hacia Pekín; así pues, dormía mal y mi agitación me llevaba a menudo a escurrirme al exterior de la manta. La estancia estaba mal caldeada, y tan pronto caía dormida me invadía un temblor helado. Para cuando abandonamos Pekín, tenía las articulaciones de las rodillas tan inflamadas que apenas podía doblarlas.
Mis tribulaciones no cesaban ahí. Algunos chiquillos procedentes del campo tenían pulgas y piojos. Un día, entré en nuestra habitación y me encontré a una de mis amigas que lloraba. Acababa de descubrir un pegote de diminutos huevos blancos en la costura de la axila de su sujetador: huevos de piojo. Aquello me hizo sentir pánico, pues los piojos producían un picor insoportable y solían asociarse con la suciedad. A partir de entonces, experimenté un picor constante y generalizado, y solía revisar mi ropa interior varias veces al día. ¡Cómo ansiaba que el presidente Mao nos recibiera para poder regresar a casa!
En la tarde del 24 de noviembre, me encontraba yo realizando una de nuestras habituales sesiones de estudio de las citas de Mao en una de las habitaciones de los muchachos (pues tanto éstos como los oficiales nunca entraban en las nuestras por discreción). El comandante de nuestra compañía, una persona muy agradable, entró con paso inusualmente ligero y se ofreció para dirigirnos si queríamos cantar la canción más famosa de la Revolución Cultural: «Cuando navegamos, necesitamos un timonel.» Nunca lo había hecho antes, por lo que nos sentimos agradablemente sorprendidas. Él, con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas, agitaba los brazos señalando el ritmo. Cuando terminó y anunció con mal disimulada excitación que tenía buenas noticias para nosotras, supimos inmediatamente de qué se trataba.
– ¡Vamos a ver al presidente Mao mañana! -exclamó.
El resto de sus palabras se vieron ahogadas por nuestros vítores. Tras los primeros gritos confusos, dimos rienda suelta a nuestra excitación coreando consignas: «¡Viva el presidente Mao! ¡Seguiremos eternamente al presidente Mao!»
El comandante de la compañía nos dijo que a partir de ese momento nadie estaba autorizado a abandonar el campus, y que deberíamos vigilarnos mutuamente para asegurarnos de ello. Tal solicitud resultaba completamente normal y, por otra parte, en este caso constituía una medida de seguridad para el presidente Mao, por lo que todos estuvimos encantados de ponerla en práctica. Después de la cena, el oficial se acercó a mis cinco compañeras y a mí y dijo en voz baja y solemne: «¿Os gustaría hacer algo para contribuir a la seguridad del presidente Mao?» «¡Por supuesto!», respondimos. Nos hizo una seña para que guardáramos silencio y prosiguió con un susurro: «Mañana, antes de que salgamos, ¿querríais encargaros de proponer que nos registremos unos a otros para asegurarnos de que nadie lleva nada que no debiera? Como sabéis, cuando se es joven es frecuente que se olviden las normas…» Dichas normas ya habían sido anunciadas previamente: no debíamos llevar al mitin nada que fuera metálico, ni tan siquiera nuestras llaves.
La mayoría de nosotras no pudimos dormir, y estuvimos charlando durante toda la noche en espera del amanecer. A las cuatro de la madrugada nos levantamos y nos agrupamos en formación, dispuestas a iniciar la hora y media de caminata que nos separaba de la plaza de Tiananmen. Antes de que nuestra «compañía» se pusiera en marcha, y obedeciendo a un guiño del oficial, Llenita se puso en pie y propuso que nos registráramos. Advertí que algunos de los demás opinaban que no haríamos sino perder el tiempo, pero el comandante de nuestra compañía secundó alegremente su propuesta. Sugirió que le registráramos a él en primer lugar. El muchacho al que se le encargó dicha tarea descubrió que llevaba un manojo de llaves. Nuestro comandante fingió haber sufrido realmente un descuido, y obsequió a Llenita con una sonrisa triunfante. El resto de los presentes nos registramos unos a otros. Aquel modo artificioso de hacer las cosas reflejaba una práctica maoísta corriente: las cosas tenían que suceder de tal modo que parecieran obedecer a los deseos de la gente, y no a órdenes superiores. La hipocresía y la pantomima eran métodos bien establecidos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cisnes Salvajes»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cisnes Salvajes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cisnes Salvajes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.