Sí, todos damos grandes pasos hacia adelante o arrancamos si nos dejan. Pero que esta mujer haya puesto sus ojos precisamente en Michael, bajo el que cree que florecerá, y con el que querría salir por lo menos unas cuantas veces… Pero con el que también gustaría de quedarse en casa. Su marido se entrega por completo a su negocio. Este hombre podría echarse al coleto a Michael, sus amigos y la mitad del producto interior bruto de la zona junto con el asado que se está comiendo este mediodía, si no tuviera ya el coleto lleno. Las ansias de los esquiadores pronto serán también calmadas, paciencia, ya entrarán a la taberna.
En un racimo vocinglero, «yuju», los jóvenes deportistas se arrojan sobre la embriagada Gerti. Entretanto, han dado también fuertes tragos de su propio tanque. La montaña los protege y oculta del punto de vista de sus conciudadanos. Además está este gigantesco abeto. No se les ha ahorrado nada. En prueba de ello, muestran su solitario espárrago, que han sacado de entre las prendas de esquí, no está mal si se compara con los pálidos instintos de los demás hombres, que se ponen juntos en cuclillas, cagan y no hacen ningún bien a la Tierra. Ríen a pleno pulmón. Maniobran con sus bastones de esquí. Son tan numerosos, un factótum del sector de artículos deportivos (un factor económico), viven al máximo: quieren entretenerse, mientras se consumen y el tiempo pasa. Mientras vuelan hacia la meta desde la estación alpina. Se cargan con sus pesos unos a otros, sus rostros se miran, tienen un gran rabo por el cual respiran. ¡Si todos nos mantuviéramos unidos como ellos, los camareros de los locales y los porteros de las discotecas jamás podrían separarnos! Saben en qué montón tienen que ocultar la felicidad, a cubierto de nuestro acceso. Hasta aquí nos ha llevado nuestra riqueza. Hasta aquí aparecemos en la Naturaleza, que nos viene de fuera. Pero nosotros, desorientados, somos clasificados por nuestras galas y tenemos que quedarnos al margen. Y el suelo roe nuestros pies de vampiro condenado a seguir caminando siempre.
Ellos, también las chicas, encarnan la vida apresurada, no en vano son amigos, que se calumniarán los unos a los otros cuando, tras licenciarse, salten a los cargos como competidores. Mientras, alrededor, la vida miserable, los niños desnutridos con los dientes echados a perder, columnas vertebrales y animales vertebrados educados para morir, hacen señas a estos esquiadores y sólo pueden soñar con el oro olímpico. ¡Austria, factor exportador, deberías exportarte a ti misma, como un todo, en el deporte! Leemos en la prensa popular cuándo nosotros, pobre gente, tenemos también derecho a existir. ¡No se lamente, atrévase por fin a algo! Este pueblo no se extiende más allá de su pradera sólo para que usted se añada al montón.
Michael es el que ríe más fuerte, es también el que apunta más alto. Quizá se proponga hacerse una segunda vez con esta mujer, que está en la pendiente de sus días, quizá no. Chillando de curiosidad como un niño, saca su colgante rabo. ¿Han salido así las cosas? Las muchachas, que tan superficiales parecen en las revistas, a las que se convierte en fotografías, forman con su frente un paraguas ante la pareja que desde la nieve mira al cielo. Ríen y beben y se vuelven indescifrables. En la nieve, caídas, hay dos «litronas» y una botella de coñac. Da igual lo que hagan, se quedarán colgados en la montaña y juntos hasta que los alcance el alud. Sus esperanzas no se van a esfumar. Sus sexos aún no hierven, se pueden tomar del tiempo. Es igual. Gerti y Michael resbalan entre el griterío de sus voces interiores, hasta el maderaje del abeto. Allí se está mis tranquilo. Crean una isla en la arboleda, aquí la tenemos. Michael muestra lo poco erecto que aún está su miembro, y la vagina de Gerti está en extremo marcada bajo la seda, como si esperase subir por algún sitio a ese bote lleno de agujeros. Demonios, allá arriba en la pendiente la gente alborota como si se hubiera convertido en un único y altísimo grito. Aquí no podemos oír nada de la tonta charla del clítoris, que Gerti tan a gusto se dejaría frotar. ¡Qué jauría, probablemente la Madre Naturaleza acaba de quitarles sus pieles de plástico a las salchichitas! El órgano de validez general es mostrado a Gerti, se le arrancan las manos del rostro y el sexo. Ambos llenos a reventar de un canto iracundo, según veo. Los muchachos le sujetan las animadas manos por encima de la cabeza. En esta posición, nadie podría hacer señas a su familia desde la pantalla del televisor. La mujer se tiende hacia Michael. Su rostro se crispa lentamente, como se comunica a los circunstantes, pero habla de amor. De ciertas canciones, ésta es la mejor que tenemos para festejarnos y encarecernos. El vestido de seda le es alzado hasta el talle, y se le bajan las braguitas, de las que estaba tan satisfecha. Y ahora hacemos cosquillas a la oscuridad hasta que se derrumba sobre nosotros con estrépito. Para eso se nos ha traído a casa a los amigos, para que seamos los primeros en abrir los labios de la mujer, y hurgar en las profundidades hasta que el montoncillo de hormigas se anime. Cuando el vino alienta, bullen las letrinas de estación de la noche, en las que todo el mundo puede meterse, hacer sus aguas menores sólo porque vuelve a estar repleto. Así que ahora estas polainas, estos felpudos para nuestras cuatro patas, son abiertos brutalmente hasta que Gerti rompe a aullar. Se le concede volver a plegarla como a un prospecto, con la misma desatención, pero un dedo queremos meter, y oler también, antes de que el vagabundo se vaya del todo por el desagüe. No sabíamos lo lejos que llegaban las sombras en este ser vivo, y además por este tubo que aún estaba por descubrir, aquí, tras la puertecilla de la vergüenza, de cuyo pelo se tira, se estira y se tironea. La música pop colma los deseos de los oyentes, las piernas de Gerti son abiertas todo lo que es posible, y se le pone el walkman al oído. Así tiene que yacer, y se le tironea el coño sin consideración; es jugoso, y el marido de Gerti suele entrar y salir de él a paso rápido. Viene de lejos, lo oímos claramente. Es increíble que con esos dilatables labios se pueda hacer de todo para deformarlos de ese modo, como si ése fuera su destino. Se les puede, por ejemplo, retorcer como a una bolsa puntiaguda, y desde el altiplano la montaña se arquea fuera del vestido de Gerti. Duele, ¿es que nadie piensa en eso? Y ahora unas risas, unos pellizcos y unos golpecitos, así está bien. Estos niños se irán por el mundo, felices, y contarán sus hazañas. Ya no es posible establecer si se puede adornar un peinado de forma duradera. Gerti se ha hundido tras estas montañas, escarnecida como todo su sexo, que enchufa la corriente de los electrodomésticos, pero no puede administrar su propio cuerpo. Se hunde en la humillación como la hierba bajo la guadaña. Esta carne se divide como en un juego, se calma y cosecha aún más durante el sueño: esto concierne sobre todo a las jóvenes; al reír, sus propios dientes les desgarran el rostro. Aún no hay que aderezarles expresamente el pelo, pueden ser disfrutadas (aun estando crudas). Aman a alguien, quien sea. Igual que el águila empolla sus crías, allá arriba, casi en medio de la nada, pero ha tenido que arrastrar los huevos hasta allí. Y el viejo odia a los niños, y un pantalón se baja un poco más.
Bueno, no vayamos a ir tan lejos como para sacar con violencia lo nuestro de Gerti, nosotros que también somos esclavos. De todas formas, el viento y esta banda de amor han hecho de ella un envoltorio hinchado por encima de toda medida. Se trastabillea sin medida y sin objeto, no hay mucho que ver. No sé, pero tiene que ser ahora que Michael se muestre: su madre, y sobre todo su padre, no han escatimado en lo que concierne a su miembro. Con él camina, pero no se levanta como es debido, su sexo recién exprimido en el que flotan los cubitos de hielo. Lo agita delante de la mujer. ¿Es que ha visto usted un fantasma? Entonces, ¿por qué no se aparta y me deja ver en el vídeo a estos hombres que ahuecan coléricos sus sexos? Usted está en el banquillo, allí nadie ve sus glúteos como taburetes y sus cansados pezones de perra mientras sopla el rescoldo cuidadosamente. Avergüéncese y rocíese de cremas para borrar la diferencia entre usted y la clase de gente bondadosa (calidad A). ¡Exponga su desgracia al Señor, en el piso de arriba, pero no despierte a los muertos! Aparte de un chorrito suelto, nada sale del aguijón de Michael, los hombres han sido atraídos por él a través del campo. La montaña cuelga sobre el lago, las manos son las únicas en remar. Estas muchachas están quietas y miran, la voz deja de manar de su hendidura, echan mano a sus rizos, a su astuto sexo, que sabe atraer por sí mismo, están dispuestas a enredar a cualquiera que llegue, que han aprendido a distinguir por su peinado, su ropa y su chasis.
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