Están reunidos en grupos, hablan, fuman y beben hasta hartarse, estos siervos del deporte. Porque tienen poco que contarse, mientras echan el ancla, sonrientes, en la estación del valle. La mayor parte de lo que experimentan es: ¡Comer para vivir! Hablan de ello. Con las chispas de sus encendedores, se iluminan a sí mismos y al país con más luz que aquellos que tienen que cultivarlo. ¡Oh, el turismo nos da más! Ahora reúnen sus cosas y sus prendas, mientras las ramas se inclinan pesadamente bajo la nieve y una luz osada, apenas sentida sobre la vestimenta de nylon, se abre paso por entre la hermosa nevada que yace sobre lo que antaño fue pradera y embebió agua. Ahora el agua ya no puede llegar al suelo, lo hemos aplanado y barnizado con nuestras pistas. Cada uno de ellos sospecha de sí mismo que es el mejor en la pista, así que su estancia aquí ha tenido un buen fin. En invierno, cuando el paisaje debería dormir, es cuando se le despierta de verdad. Los rostros hacen ruido. En segundos, la gente recorre extensiones hechas a su medida, se extiende por pequeñas áreas en las que no siente un techo sobre sí y un suelo bajo los pies. Niños inocentes caen. ¡No nos dejemos meter en nuestra cajetilla original y abrir innecesariamente las piernas, entretanto hemos aprendido un impecable salto en paralelo! Podríamos superar a campeones del mundo, y eso también vale para nuestros vehículos en su clase, donde nuestra capacidad compite con nuestra estatura. Vaya día. Los jóvenes se descubren la cabeza. La nieve cae sobre ellos, pero no tienen nada que temer, no se les quedará pegada. La federación austriaca no tiembla ante nuestros espíritus, agarra fuerte nuestros miembros heridos en su orgullo y nos arrastra de cabeza hacia abajo. Pone aún más vendas en nuestros muslos, ¡y el año que viene volveremos y llegaremos más lejos! ¡Ojalá que no nos espanten como a insectos, por falta de nieve!
Como arena en el reloj del mundo, nos deslizamos hacia el valle. Nuestros bordes, que a menudo han intentado limarnos, cortan agudamente la ventisca, la nieve, donde se reúnen los signos: todos contra todos, sobre esta blanca vestimenta ceremonial sobre la que nos esparcimos como basura. La mayor parte del terreno pertenece a los Bosques Federales Austriacos, el resto, un néctar de miles y miles de hectáreas, a la nobleza y otros terratenientes, que, como propietarios de serrerías, mantienen un contrato permanente, firmado con sangre, con la fábrica de papel. ¡Sillones, en los que lo dicho adquiere su sentido! Maravilloso. Todos queremos el cambio, sólo trae cosas buenas, y sobre todo la moda de esquí cambia cada año para mejor. Apresurada, la tierra recibe a las y los deportistas, ningún padre los toma en sus brazos cuando están cansados, pero ahora está aquí esta señora directora de la fábrica de papel: ¡Acérquese más, si puede moverse lo bastante rápido sobre sus soportes, de su boca no tardará en salir un poco de luz!
Michael ríe, y el Sol se aferra a él. El paisaje ha cambiado tanto en las últimas décadas que sólo puede acoger a aquellos que le resultan digeribles. Los campesinos ya no lo son, y se quedan sentados en su casa ante el aparato de televisión. Durante mucho tiempo, fueron inamistosos salvadores del país, y dieron respuestas descaradas a las cooperativas agrarias; ahora eso ha pasado, ah, el cambio, ésa es nuestra ropa nueva, que conmueve hasta hacer perder el sentido a vecinos y bares nocturnos. En nuestra abigarrada vestimenta, nos hemos vuelto apetitosos, cuando estemos tumbados en los bosques, con los miembros rotos, sobre los esquíes que en su origen pertenecieron a los roedores silvestres y ahora representan al mundo con un dolor que roe. Pero ahora ¡queremos ser salvajes! Gritar para que se nos oiga de lejos y con miedo: Aludes en los que conservarnos si queremos ser díscolos un día. ¡Salir de nosotros y sentarnos en el regazo de los riscos! Y la montaña arroja piedras sobre la gente incauta. De ella se alimenta el país ahora, y se alegra de ello, y también los locales son esforzadamente frecuentados, con el gusto que nos caracteriza.
La mujer cree -y en eso yerra, como nosotros erramos por nuestros bosques secos- que el día anterior lanzó sobre este joven una red terriblemente ardiente. Ella inclinó sobre él su formidable imagen, y ahora él la lleva en una esquinita del pecho (una pinza bien pequeña) y la mira constantemente. No se debe poder sustraer a ella por más tiempo. A ella no le basta con recordarle en silencio, el ansia retumba sordamente sin cesar en ella. Y la pendiente devuelve de inmediato el eco al cantor, porque no lo puede utilizar. Tiene su propio hilo musical, porque por todas partes la gente grita como si la estuvieran despellejando, como si cortaran directamente la tempestad con sus estrechos y agudos flancos. Abandonando la soledad de la noche, en la que no todos los gatos son pardos, la mujer quiere resplandecer ante la mirada de Michael. Presentándose aquí en su figura auténtica y originaria, a una sólo un valor extremo la retiene en las riendas que le pusieron los esquíes y las miradas despreciativas de los esquiadores. Los tacones de sus nada prácticos zapatos clavan a la mujer en la nieve de la recta final. ¿Es que no se da cuenta de cómo, alzada por los sentimientos, está casi ya trepando cuesta arriba? ¿Hasta dónde y adonde la conducirá su destino, quiero decir mi destreza, sobre estas inapropiadas muletas? Ya está empapada, los tacones presentan huecos que será difícil volver a cerrar. Nosotras las mujeres tenemos que sembrar con mano dura en la pradera, en el parquet de los locales en los que tenemos que demostrar nuestra valía, entre buitres y conductores suicidas que no valoran en absoluto la dirección en que va nuestro gusto. ¡Pero también en el deporte queremos cosechar algo más que risas! En cada lugar tenemos que empezar por demostrar que somos válidas (¡picar el billete, vale, muy bien!), en cada ocasión tenemos que ir vestidas adecuadamente, para que se nos pueda echar con un portazo. La creatividad se agota pronto, y sabemos lo que tenemos que saber, es decir: Si nos adaptamos al surco del campo al que hemos sido echadas.
Ninguna mano saca a esta mujer, borracha y ebria de sí misma con sus nuevos rizos, del foso de nieve que ella misma ha cavado. ¡Estimada señora, estarnos de luto por nuestros amigos que ya han tenido que irse a casa! Pero nosotros seguimos aquí, los abonos con los que esperamos ascender a la montaña cuelgan de nuestro cálido pecho. No queremos ofenderla, pero ha puesto usted su segura cabaña en el lugar más inseguro, es como si no tuviera ningún hogar. El sol engaña a estos jóvenes, porque se pondrá demasiado pronto. Pero incluso en la oscuridad formarán parejas inmediatamente. Nuestro derecho es poder ascender a las montañas. Ninguna ley excepto la de la gravedad rige el modo en que nos comportaremos allí. Nos separamos con asombro, pero a veces en la dirección equivocada, hacia la que no se debe escupir o mear, de lo contrario uno se recibe a sí mismo.
Y los otros, ¡saque usted del cajón a sus queridos empleados! En la ladera se alza el siervo, esa criatura de la obediencia, un ser sin sentido, pero aun así dotado de voto propio, que cree poder ignorar sonriendo a esta mujer. Con tan sólo su voz de juventud, que golpea sus defensas, puede burlarse de ella en todo momento. En la oficina, los jóvenes tienen que andar con cuidado consigo mismo y con su jefe, pero aquí se zambullen en la Naturaleza con huesos y afanes, como si fueran lo bastante magnánimos como para regalarse. ¡Hacerse inmortal mediante medallas de oro! ¡Y el que en el slalom caiga entre los palos, como en la vida en medio de las tormentosas ocasiones perdidas, podrá ver que nadie guarda luto por él!
Bajo el hielo del arroyo hay bancos enteros de truchas, en invierno son difíciles de ver. Los amigos de Michael se sientan juntos, se dan la bienvenida y miran por debajo de sus gafas de sol. Levantando una cortina de nieve, Michael se lanza por la recta final. Todo irá bien, porque han venido chicas muy guapas a alojarse y repetir. Nos miran sin interés, porque no prosperamos como las nieves inaccesibles de allá arriba, en la ladera. Aún están demasiado cerca del lugar del que han venido. A todos nos gustan las cosas nuevas, pero sólo ellas tienen buen aspecto. Son como son. Arrebatadas a las praderas en las que pacemos nosotras, vacas gordas que nos avergonzamos de nuestros propios muslos. A nosotras se nos ha perdido nuestro comienzo, yace misteriosamente oculto, envuelto en su brillo, más allá de nuestro recuerdo, y no se repite. Estamos estancados, no sólo en la posición social.
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