Pero preferimos recrearnos en abrir en canal y vaciar (en hacer excepciones) a las personas: La mujer se lanza hacia el estudiante desde su entorno socialcristiano. En este momento, a él le cuelgan de las muñecas los bastones de esquí, como restos de placenta. Lo que por la noche fue recompensado con una abundante eyaculación, cree ahora poder salir a la luz del día como la gente. ¡No estamos acostumbrados a que el aire silbe de este modo en torno a nosotros, vivimos en un piso de dos habitaciones y media! ¡Por estos difíciles senderos no llegaremos jamás hasta las cumbres de donde bajan los ríos y el esquí es de verdad de primera! Usted y yo volveremos a encontrarnos en los merenderos, donde aparte de nosotros esperan innumerables gentes. Ningún hogar en el que se haga de noche. Tiempos en los que hay que evitar a muchos, pero hay que buscar a unos pocos, para, como una tormenta, poder desplomarnos pesadamente como adversarios sobre los hombros del otro.
Envuelta en su manto de nutria y alcohol, la mujer del director se arroja pesadamente al pecho de su actual Señor. Con él quiere abandonar el mundo, escupir los huesos y poner su propia guarnición al plato. Quiere empezar de nuevo, acariciada por la brisa de Michael. Pero tenemos que aceptar las cosas como son: La mujer no ha nacido para Michael, al contrario, ¡lo que molesta es el tiempo ya transcurrido desde que nació! Especialmente aquí, a plena luz, donde los dientes de los deportistas castañetean con el frío. Pero la luz del amor -desde el principio va con nosotros, pero hasta nuestros mecheros brillan más- ha caído sobre ella, la ha tirado al suelo como a una bolsa de basura reventada al caer. Y los nativos ríen. A lo lejos truenan los vicios, ¿los oye usted? ¡Apártese un poco de ellos!
Estas gentes apenas necesitan las leyes, porque sus sentimientos les ponen a raya. La mujer no mejora con el uso continuado, pero si es ella la que quiere apropiarse de un joven que vive en su localidad: ¡Eso sí que no! Los hábiles hijos del destino extienden las manos y se mantienen totalmente a cubierto. La mujer enrojece violentamente, su rostro resplandece, y no existe. No aparece en el radar de este joven. A sus ojos no es bella. Como el día, la juventud crece en sí misma, copula y cae, colgando de sus esquíes, en la insatisfacción y el cerco del pueblo. Da igual lo que venga, todo lo actual le gusta. Se exporta. A ella le pertenece todo, y a nosotros ni siquiera el sitio que ocupamos en las tabernas, y el camarero, que se niega a atendernos, nos ignora. Gerti se aferra a Michael, pero resbala sobre su asediada vestimenta de plástico. Bien guiado por la gente de su edad, ha sido apartado un trecho de la mujer. Es frívolo, se encuentra a gusto allí. La gente como él es entregada como regalo, como acompañamiento de los folletos de la oficina de turismo. Allá donde se instale en los locales, sobre su cabeza respiran calladamente ventiladores y aparatos de aire acondicionado. Pero nosotros, personajes, nos movemos tan pesadamente, colgamos como plomo de nuestros catéteres, por los que escurre nuestra pobre y cálida orina. Las carreteras ya son hostiles. Nosotros, montañeros, embotellados y hechos a la botella, somos las provisiones de la Naturaleza, en la que pastamos jamón y queso. Sí, la Naturaleza, un día se llevará la alegría de envenenarnos. Si no, hay que morir por sus rudas carreteras y sus productos fríos.
Michael ya se ha alejado un buen trecho. La luz ilumina también a los muertos, pero especialmente se detiene en él. Nuestros divinos campeones olímpicos ya han traído a casa dos medallas que cuelgan de sus cuellos, mientras nosotros contemplamos el reverso: los placeres de la fama, que en la pantalla se tienden hacia nosotros, sin alcanzarnos jamás. Siendo tan superficial como es, intocado, inmaculado, Michael lo celebra sinceramente con nuestros muchachos y muchachas. La mujer se tambalea en la nieve profunda, junto a las barreras, y se sienta. La firme soga a la que se pegan las balas de paja sirve para mantener separados, a la mujer y a todos los demás que no quieren salir de sus cuchitriles, del pueblo deportivo, que vive sobre los esquíes que son su féretro (y jalea en la plaza de los héroes a los campeones: ¡Karli Schranz, Karli Schranz, nuestro de verdad!). El cuerpo de la mujer se tiende en una arquitectura de la nostalgia, para reducir el tramo entre ella y la juventud perdida. ¡Quizá podamos por lo menos ir a patinar con nuestros amigos! Pero no, el grupo de Michael ya está completo. No se pierden de vista, y a veces también gustan de quedarse en casa, para vivir en los periódicos del ramo y festejar las fotos. Estos jóvenes, con los que la mujer dormiría con gusto: en vez de correr, esperan ser elevados pronto al piso de los jefes. Hoy, en las profundidades del bosque, los cazadores corren y pasean felices en cuerpo y alma.
La mujer se levanta, titubea y se vuelve a sentar, es sencillamente intratable. Esta mujer ha llevado consigo su propia taberna en una botellita. Bebe. Michael la llama riendo, y otro pequeño semidiós estira su brazo desde su propio cáliz (una lata de cerveza), que a menudo ha afeado a sus enemigos con su sola presencia, y se la tiende riendo a Gerti para sacarla de la nieve profunda. Tira de sus mangas. Pronto le resulta demasiado lento. Sencillamente, la saca de un golpe de las profundidades a la superficie, donde él mismo no querría estar y donde se puede dejar confiado a los niños, para que vuelvan una hora después quemados por el sol. Bajo las nubes, los animales enmudecen, eso no presagia nada bueno. Para matarlos tienen siempre que trasladarlos, para que la sangre pueda salpicar. Casi sin pensar, la mujer se queda mirando fijamente la luz, con su cabeza recién dorada. Entonces vuelve a caer, y es arrastrada. Los primeros en acudir meten mano debajo de su abrigo. Algún niño que otro se agarra el sexo y tironea hasta sacarle algo, satisfecho. La mujer extiende sobre la nieve su cabello recién moldeado. El abrigo de nutria se agita sin cesar sobre Gerti. Ante las sencillas casas de la región caen niños con pesados cubos. Las han construido allí cerca, junto al agua, la razón fue húmeda y barata. (¡Parecida a nuestros sueños con el otro sexo!). Todos los días cargan con el peso de la cruz de la montaña en las mochilas, para que Dios sepa para qué ha cargado con todo eso sobre sus espaldas.
Un poco alejados de la mujer y su grupo van dando traspiés los principiantes; uno se pregunta por qué no se van a pique en silencio, como los barcos, ¡pero no, gritan! ¿Y por qué? Porque claman por el transporte, que se habían imaginado distinto. ¡Quién se habrá creído usted que es, y por qué los transportes públicos le resultan demasiado miserables! ¡Se desplazan hacia la incertidumbre, y encima tienen que llevar sus piolets, sus grampas y sus termos! Pero parecen preferirlo a cualquier cosa en el mundo, cuya malicia les rodea normalmente. Sonriendo, se invitan los unos a los otros, el aliento les llega para eso. Estos jóvenes usurpan el mundo y consumen sus productos, en los que viven y por los que a su vez son consumidos. En primer lugar los pulmones. En torno a ellos viven activamente, aprenden y reposan. Sin que nunca los haya cubierto la sombra del dolor, neófitos, pueden dormir, y cuando despiertan bajan la vista hacia ellos mismos: ¡Hay ahí una, dos partes que se entienden! ¡Albricias! No tienen que buscar largo tiempo una buena pareja y un buen partido, más bien los buscan a ellos por los altavoces de los aeropuertos y en los anuncios de televisión. Estos alegradores de la vida. Tomemos cualquier cosa digna de verse y reconoceremos que merece más la pena ver a esta gente. Son como el veneno que duerme en la amapola, es decir, donde de verdad florecen es un milímetro fuera de la Ley. Uno de ellos siempre está esperando sonriente, y se va de repente cuando pasamos junto a él y en torno a él, siempre suena en algún sitio la puerta de un coche, siempre se pasa por gasolineras donde se entiende el lenguaje de su poesía. Su vida está hinchada por la espera entre dos vuelos de línea ¡poder salir alguna vez de verdad de uno mismo, como desearíamos! Qué idea, pero tienen razón. La juventud. ¡Está tan concentrada en sí misma! Por desgracia yo ya no pertenezco a ella. Y una cosa más: Hagan lo que hagan sonríen, incluso en las sombras del bosque donde hacen lo que hacen. Vacíos como una canción, descansan en el aire, sin que los frene siquiera el ramaje. De este modo pueden caer directamente al suelo e iluminar el triste lugar donde otros de crecimiento más trabajoso han abierto con dinamita una carretera forestal sólo para poder pasear y hacer un poquito de ejercicio. Ríen, a menudo eso les parece lo mejor, sin preocupaciones dirigen hacia sí los sonidos de su walkman, y se vuelven del todo volubles, porque no pueden escapar a la música que se desliza dentro de ellos. ¡Por mí, si les place! Y esta mujer tiene que depender precisamente de un hijo de puta como Michael, que hace mucho que se ha perdido a sí mismo de vista, aunque naturalmente no haya perdido de vista sus objetivos. Nunca, quizá por pereza, ha caído en sus brazos una mujer que le gustara, no, él desea una casita más humana, quizá un ático en el que poderse instalar por fin por encima del suelo, para calmar sus ansias de muebles de raza y mujeres con clase. Naturalmente aquí, entre las raíces de los abetos, se forma un mediano remolino, una tarde (un soufflé) junto a este pequeño arroyo, donde trabajadores, empleados y participantes en excursiones de empresa pueden recomponerse por entero en la nieve, después de que se les ha perseguido y. en caso necesario, se les han metido agujas por los fémures. ¿Por qué si no iban a afirmar luego que se sienten como nuevos después de un día de deporte y varios días de duro trabajo?
Читать дальше