– Oh -le repliqué un poco molesto-. Veo que Negro está desarrollando un juego hermético. ¿Blanco también?
– Sí, el Maestro juega con extrema cautela, muy hermético. Si una de las partes juega de ese modo la otra también debe hacerlo, o sus posiciones se desmoronarían. Tienen mucho tiempo y es un juego muy importante.
Era una opinión insípida, inofensiva, y la apreciación que yo estaba deseando no surgía. Tal vez había sido hasta una imprudencia de su parte atreverse a describir el juego como compacto.
Pero como yo me encontraba en un estado de gran excitación sobre el juego y había analizado todas sus fases iniciales, esperaba algo más profundo, algo más espiritualmente emocionante.
Saito Ryutaro, de la revista Bungei Shunju , estaba convaleciente en una posada cercana. Nos detuvimos para visitarlo. Hasta hacía poco habían sido vecinos de habitación con Wu.
– Algunas veces, en medio de la noche, cuando todos dormían, escuchaba el golpeteo de las piedras. Era, por cierto, un poco espeluznante. -Y destacó la extraordinaria dignidad con la que Wu acompañaba a sus visitas hasta la puerta.
Poco después del certamen de despedida del Maestro, fui invitado junto con Wu a las termas de Shimogamo al sur de Izu, y corroboré sus sueños con el Go. Algunas veces, según me contaron, un jugador descubre una jugada brillante en sueños. Otras recuerda una parte de una figura al despertarse.
– A menudo, cuando estoy ante el tablero, tengo la sensación de que he visto el juego antes, y me pregunto si no ha sido en sueños.
En sus sueños su adversario más persistente, dijo Wu, era Otake del séptimo rango.
– El juego debe entrar en receso -escuché que decía el Maestro antes de dirigirse al San Lucas-. Pero no quiero mirones ante un juego inacabado diciendo que Blanco está actuando bien y que Negro no le va en zaga.
Era el tipo de cosas que decía el Maestro, señales en las mareas de la batalla casi imposibles de comprender por un intruso.
Aparentemente el Maestro era optimista. Al finalizar el certamen, admitió ante Goi, del Nichinichi , y ante mí:
– Al ir al hospital, no pensé que Blanco se hallaba en una situación tan mala. Imaginé que algunas cosas imprevistas podrían suceder, pero no estaba verdaderamente preocupado.
Negro 99 "se asomó" a un triángulo Blanco, y con Blanco 100, la última jugada antes de ser hospitalizado, el Maestro agrupó sus piedras. Finalmente, en su revisión del juego, dijo que no sólo había agrupado sus piedras sino intentado controlar la formación de Negro, en el costado derecho del tablero, y prevenir una incursión en el territorio Blanco, "el panorama no autorizaba un gran optimismo por parte de Negro". Parecía satisfecho con el desarrollo del juego. Haber jugado Blanco 48 en un "lugar clave" y "controlar los movimientos" en los estadios de apertura "representaba para cualquiera una formación ideal de Blanco". Sucedió, continuaba, que "Negro 47, al abandonar un punto estratégico, hizo una jugada muy conservadora", que no podía "escapar a la acusación de cierta tibieza".
Otake, sin embargo, en sus propias reflexiones, dijo que, si no hubiera jugado como lo había hecho, todavía habría habido oportunidad de aperturas para Blanco en la vecindad, lo cual no estaba dispuesto a permitir. Los comentarios de Wu coincidían con los de Otake. Negro 47 era la jugada apropiada, dijo, y produjo en Negro una colosal consistencia.
Me recuerdo perdiendo el aliento cuando Otake cerró su formación en Negro 47 y Blanco tomó el punto estratégico clave con Blanco 48. No era tanto haber sentido el estilo de juego de Otake con Negro 47 como haber percibido la formidable resolución con la cual había arremetido en el juego. Hizo retroceder a Blanco hasta la tercera línea y se lanzó a construir su propia muralla maciza; y yo tuve la sensación de esa reclusión absoluta. Había tomado posición. No iba a perder el juego y no se iba a dejar engañar por las sutiles estratagemas de Blanco.
Con Blanco 100, en la fase intermedia del juego, la resolución resultaba incierta, y Negro se veía superado por Blanco; pero el asunto era que Otake estaba jugando un juego fuerte y cuidadoso. Negro tenía mayor consistencia y un territorio seguro, y había tiempo para el característico viraje de Otake a la ofensiva, mordisqueando las formaciones enemigas tal como él bien sabía.
Otake del séptimo rango era considerado una reencarnación de Honnimbo Jowa [25]. Jowa era el gran maestro del juego agresivo. Honnimbo Shusai también había sido comparado con Jowa. La esencia del juego en Jowa era levantar poderosas murallas, avanzar hacia una batalla abierta, y lanzar todo hacia un asalto frontal. Era un estilo imponente y turbulento en Go, casi llamativo, repleto de crisis y rico en desvíos y variantes, muy popular entre los aficionados al juego. La audiencia de este juego final del Maestro esperaba poder contra poder, violento choque contra violento choque, hasta que el tablero se convirtiera en una maraña gloriosa. Esa expectativa difícilmente podría haber sido más cabalmente traicionada.
Otake se mostraba cauteloso al desafiar al Maestro en su propio juego. Su objetivo inicial fue limitar la libertad de movimiento del Maestro y evitar entramados complicados sobre el frente del tablero, y dar forma a sus alineaciones según patrones que le eran propios. Al brindar un punto estratégico al Maestro, apuntalaba al mismo tiempo sus murallas. Lo que a primera vista podía parecer pasivo, de hecho era una corriente subterránea de agresión y de inconmovible confianza. Fiel a sus inflexibles deseos, cada tanto se lanzaría violentamente a la ofensiva.
Sin embargo, por cuidadoso que Otake pudiera ser en cuanto a mantener sus formaciones en orden, habría de algún modo a lo largo del juego una oportunidad para que el Maestro planteara un serio desafío. Al principio el Maestro había establecido fuertes ataques en dos de las esquinas. En el ángulo superior izquierdo, donde Otake había respondido a Blanco 18 con Negro 19 con un "tres a tres", C-17, jugada esta última que para el Maestro de sesenta y cuatro años presentaba un esquema nuevo; y desde ese ángulo en verdad se estaba levantando una tempestad. Allí fuera cual fuere el objetivo que el Maestro hubiera elegido, todo se dificultaría. Pero tal vez porque el juego era tan importante para él, había preferido un tipo de juego más límpido, menos intrincado. Metido en estas fases intermedias, el Maestro respondió a las aperturas de Otake; y mientras avanzaba con lo que tenía ciertos visos de actuación individual, Otake se vio comprometido en una disputa delicada y compacta. Un juego como éste era quizás inevitable, teniendo en cuenta el estilo de Negro, y esa intrepidez daba lugar a cada posible punto, cuyo desarrollo podría en un análisis último considerarse como un éxito por parte de Blanco. El Maestro no se había propuesto un plan brillante para sí, ni estaba sacando ventaja de un mal juego. Esto quizás hablara de su edad y experiencia: que, como una corriente de agua o el deslizarse de las nubes, la formación de Blanco suavemente tomara forma sobre las zonas inferiores del tablero respondiendo a la firme y meditada presión por parte de Negro; y que, de ese modo, el juego resultara elegantemente reñido. Los poderes del Maestro no habían declinado con la edad, ni la enfermedad los había dañado.
– Salí de aquí el 8 de julio, hace ochenta días -dijo Shusai el Maestro, de regreso en su casa de Setagaya tras su alta del hospital de San Lucas-. Estuve fuera todo el verano hasta el otoño.
Ese día dio un paseo de dos cuadras, su salida más larga en dos meses. Sus piernas estaban débiles por los meses en cama. Dos semanas después de haber dejado el hospital podía, con gran esfuerzo, sentarse sobre los tobillos según la etiqueta.
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