El Go entró a Japón desde China. Pero el verdadero Go se desarrolló en Japón. El arte del Go en China, ahora y hace tres siglos, no puede compararse con el de Japón. El Go fue enaltecido y profundizado por los japoneses. Al contrario de muchas otras artes refinadas traídas de China, y que se desarrollaron gloriosamente en la propia China, el Go floreció exclusivamente en Japón. El florecimiento naturalmente tuvo lugar en los siglos más recientes, cuando el Go estaba bajo la protección del Shogunato de Edo. Si bien el juego había sido traído a Japón unos mil años antes, hubo largas centurias en las que su sabiduría no fue cultivada. Los japoneses abrieron las reservas de esa sabiduría, el "camino de los trescientos sesenta y uno" [24], con el cual los chinos han abarcado los principios de la naturaleza y el universo y de la vida humana, y que para ellos designa la diversión de los inmortales, un juego de amplios poderes espirituales. Es evidente que en Go el espíritu japonés ha trascendido lo meramente importado y heredado.
Tal vez ninguna otra nación haya desarrollado juegos tan intelectuales como el Go y el shogi. Tal vez en ninguna otra parte del mundo un certamen ocuparía ochenta horas extendidas a lo largo de tres meses. ¿Se habrá hundido el Go, al igual que el drama Noh y la ceremonia del té, cada vez más profundamente, en los escondrijos de una extraña tradición japonesa?
Shusai el Maestro nos contó en Hakone de sus viajes por China. Sus observaciones se referían sobre todo a sus rivales en el juego y a los lugares donde éstos habían tenido lugar y a los puntos de ventaja.
– Entonces, ¿los mejores jugadores de China serían unos buenos aficionados en Japón? -pregunté, creyendo que los jugadores chinos debían ser después de todo bastante poderosos.
– Tal vez, también lo creería. Son un poco más flojos, pero creo que un hábil aficionado de allá podría ser un desafío para un fuerte aficionado nuestro. Por supuesto que no existen los profesionales allá.
– Si sus aficionados y los nuestros son parejos, ¿diría usted que tienen las características de los profesionales?
– Creo que sí.
– Tienen el potencial.
– Pero eso no se desarrollará de la noche a la mañana. Tienen algunos buenos jugadores, a pesar de todo, y creo que les gusta jugar por dinero.
– Tienen los elementos.
– Han de tenerlos, desde que pueden producir a alguien como Wu.
Quería visitar pronto a Wu del sexto rango. A medida que el certamen de despedida se iba conformando, gran parte de mi interés se volcó a la forma que sus opiniones iban tomando. Pensé en emplearlas como una especie de agregado y complemento a mi informe.
Que este extraordinario hombre haya nacido en China y vivido en Japón parece un símbolo de un lazo de otra vida. Su genio se había revitalizado tras su traslado a Japón. Hay numerosos ejemplos, a lo largo de los siglos, de personas de países vecinos, distinguidas en uno u otro arte, que han sido honradas en Japón. Wu es un sobresaliente ejemplo moderno. Fue Japón el que lo nutrió, protegió y lo convirtió en un genio que habría permanecido dormido en China. El muchacho, en efecto, había sido descubierto por un jugador japonés de Go que vivió en China durante un tiempo. Wu había ya estudiado textos japoneses sobre Go. Me parece que la tradición china sobre Go, más antigua que la japonesa, había bañado con un súbito resplandor de luz al muchacho. Detrás de él una profunda fuente de luz seguía enterrada en el lodo. Si él no hubiera sido bendecido con la oportunidad de pulir su talento desde sus primeros años, éste habría seguido oculto para siempre. Sin duda que también en Japón, notables jugadores de Go han permanecido en la oscuridad. Así es el camino del destino con los talentos humanos, en el individuo y en la raza. Hay cantidad de ejemplos sobre la sabiduría y el conocimiento que brillaron alguna vez en el pasado y que se han desvanecido en el presente, que han sido oscurecidos a lo largo de todos los tiempos y también en el presente, pero que brillarán en el futuro.
Wu del sexto rango estaba en el sanatorio en Fujimi, hacia el oeste del Monte Fuji. Después de cada sesión en Hakone, Sunada del Nichinichi iba a Fujimi para oír sus comentarios. Me gustaría incluirlos adecuadamente en mis artículos. El Nichinichi lo había elegido, pues él y Otake era dignos de confianza entre los jóvenes jugadores, fuertes competidores en talento y popularidad.
Se había excedido con el Go y había caído enfermo. Y la guerra con China lo había entristecido profundamente. Había escrito cierta vez en un ensayo sobre cuánto anhelaba una paz pronta y el día en que los hombres chinos y japoneses más exquisitos pudieran navegar juntos por el bello lago T'ai. Durante su enfermedad en Fujimi estudiaba obras como El Libro de la Historia , El Espejo de los Inmortales y Los Mejores Textos de Lu Tsu . Se había nacionalizado ciudadano japonés, y había adoptado Kuré Izumi como su nombre japonés.
Aunque las clases ya habían terminado cuando yo regresé de Hakone a Karuizawa, ese lugar de veraneo internacional estaba colmado de estudiantes. Se oían disparos. Grupos de estudiantes reservistas se entrenaban. Muchos de mis conocidos del mundo literario habían ido con el ejército y la marina a observar el ataque a Hankow. No me habían invitado a ese acontecimiento. Escribí en el Nichinichi artículos sobre la popularidad del Go en tiempos de guerra, sobre su práctica en los campamentos de campaña, sobre la cercanía entre el Camino del Guerrero y este arte, por compartir ambos un elemento religioso.
Sunada llegó a Karuizawa el 18 de agosto y tomamos el tren de la línea de Komi hacia Komoro. Uno de los pasajeros informó que en las alturas de los alrededores del Monte Yatsugataké, un gran número de ciempiés habían emergido de noche para refrescarse, en tal cantidad que las ruedas del tren giraban como si las vías hubieran sido engrasadas. Pasamos la noche en las aguas termales de Saginoyu en Kamisuwa y a la mañana siguiente partimos a Fujimi.
La habitación de Wu estaba sobre la entrada. En un rincón había dos tatami . Ilustraba sus observaciones con pequeñas piedras sobre un pequeño tablero de madera que estaba apoyado sobre un almohadoncito y un atril de madera plegadizo.
Había sido en 1932 en la posada Dankoen en Ito, donde Naoki Sanjugo y yo lo vimos jugar con una ventaja de dos piedras. Hacía seis años, con un kimono azul oscuro moteado de blanco y de mangas cortas, con sus dedos largos y delgados, con la piel fresca en la nuca, tenía el aire de una elegante y sensible muchacha. Ahora cultivaba el modo de un joven monje. La forma de la cabeza y las orejas y, en verdad, de cada uno de sus rasgos sugerían aristocracia, y pocos hombres me han producido más claramente la impresión de un don.
Sus comentarios se deslizaban libremente, si bien ocasionalmente se detenía, con la barbilla en la mano, y meditaba durante unos instantes. Las hojas del castaño brillaban bajo la lluvia. Cómo caracterizaría en general el juego, le pregunté.
– Muy delicado. Se va a volver algo muy compacto.
Como había sido suspendido casi al promediar, y siendo nada menos que el propio Maestro un contrincante, para otro jugador era difícil predecir el desenlace. Pero lo que yo deseaba eran comentarios sobre el modo de jugar que brindaran una impresión sobre el espíritu y el estilo: un juicio sobre el juego como una obra de arte.
– Magnífico -me dijo-. En una palabra, es un juego importante para ambos, y los dos están jugando cuidadosamente. Dedican a cada jugada una profunda reflexión. No veo ningún error o descuido por parte de ninguno. No es frecuente poder disfrutar de un juego como éste. Creo que es algo espléndido.
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