José Saramago - Memorial Del Convento

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Mientras les llegaba el sueño, hablaron de crímenes acontecidos. No de los suyos propios, cada cual sabe y Dios sabrá de todos, sino de los de la gente principal, sin castigo casi siempre cuando son conocidos los autores, y sin escrúpulo extremo de la justicia en las averiguaciones si ha sido misterioso el hecho. Ladronzuelos, reñidores, matamoros de cuatro perras, si es que había peligro en que soltaran la lengua denunciando al mandante, ésos sí que paraban con sus huesos en el Limoeiro, y menos mal, porque así tenían sopa segura, tan segura como la mierda y los orines en que se revolcaban. Hace poco que soltaran a unos ciento cincuenta, todos de culpas leves, que había entonces en el Limoeiro más de quinientos en total, de las muchas levas de hombres que se hicieron para las Indias y que acabaron por no ser necesarios, era tanto el ayuntamiento, y el hambre tanta, que se declaró una enfermedad que los iba matando a todos, por eso los soltaron, y uno de ésos soy yo. Y otro dijo, Ésta es tierra de mucho crimen, se muere más que en la guerra, eso es lo que dice quien allá anduvo, y tú qué dices, Sietesoles, y Baltasar respondió, Vi cómo se muere en la guerra, no sé cómo se muere en Lisboa, por eso no puedo comparar, pero que hable ahí João Elvas, que tanto sabe de plazas de guerra como de plazas de gente, y João Elvas se encogió de hombros, no dijo nada. Volvió la charla al punto primero y contó alguien el caso del dorador que pegó una cuchillada a la viuda con quien quería casarse, y ella no quería, que por castigo de no cumplir el deseo del hombre quedó muerta, y él se fue a meter en el convento de la Trinidad, y también el de aquella desventurada mujer que, por haber reprendido al marido el descarrío en que andaba, le metió él la espada de parte a parte, y lo que le ocurrió al cura que por un lío de faldas se llevó tres navajazos, todo en tiempo de Cuaresma, que es sazón de sangre ardiente y humores retraídos, como queda dicho, Pero agosto tampoco es bueno, ya veis lo del año pasado, cuando apareció por ahí una mujer cortada en catorce o quince pedazos, nunca se llegaron a contar por lo seguro, lo que sí se veía es que le habían metido la cuchilla con mucho más brío y crueldad en las partes blandas como las posaderas y en las pantorrillas, cercenadas, separadas de los huesos, tiraron los pedazos en la Cotovía, la mitad en las obras del conde de Tarouca, los otros en los Cardais, pero tan manifiestos que fueron encontrados fácilmente, ni los enterraron ni los echaron al mar, parecía que de propósito los habían dejado a la vista, para que fuese general el horror.

Tomó entonces la palabra João Elvas, que declaró, Fue una carnicería, y debieron de hacerla aún en vida de la infeliz, porque sería rigor de más tratar así a un cadáver, y porque, cuando lo que allí se veía era lo recortado de las partes sensibles y menos mortales, sólo alguien de corazón mil veces condenado y perdido puede haber practicado tal crimen, seguro que en la guerra nunca viste cosa así, Sietesoles, hasta sin saber yo lo que en la guerra viste, y el que había empezado a contar el caso aprovechó la coma y continuó, Luego fueron apareciendo las partes que faltaban, al día siguiente encontraron en Junqueira la cabeza y una mano, y un pie en Boavista, y por la mano, el pie y la cabeza se vio que era persona fina y biencriada, el rostro mostraba no tener de edad más de dieciocho, veinte años, y en el saco donde apareció la cabeza venían las tripas y más partes interiores, y los pechos, cortados como naranjas, y con ellos un chiquillo de unos tres o cuatro meses estrangulado con un cordón de seda, en Lisboa se han visto muchos casos, pero como ése, ninguno.

Volvió João Elvas añadiendo lo que del caso sabía, El rey mandó poner carteles con promesa de mil cruzados a quien descubriera a los culpables, pero va ya casi un año y nada han descubierto, es posible, y pronto lo vio todo el mundo, que fuera gente con quien no convenía meterse, que los tales homicidas no eran sastres ni zapateros, que éstos sólo hacen cortes en las bolsas, y los de la mujer esa estaban hechos con tal arte y ciencia, sin errar juntura alguna de tantas partes del cuerpo que le cortaron, casi hueso por hueso que los cirujanos llamados a consulta dijeron que aquellos tajos eran obra de persona peritísima en las artes anatómicas, por no confesar que ni ellos sabían tanto. Tras el muro del convento se oían letanías de las monjas, poco saben ellas de qué se libran, parir un hijo y tan violentamente pagar por él, entonces preguntó Baltasar, Y no se supo nada más ni quién era la mujer, Ni de ella ni de los homicidas hubo noticia, pusieron la cabeza en la Puerta de la Misericordia, por si alguien la conocía, como si nada, y uno de los que no habían hablado aún, hombre de barba más blanca que negra, dijo, Serían de fuera de la corte, si vivieran en ella se daría alguien cuenta de que faltaba la mujer y empezaría la gente a murmurar, habrá sido algún padre que decidió matar a la hija por deshonra, y la trajo aquí, despedazada, sobre una mula, o escondida la carne en una litera, para echarla por la ciudad, y puede que allá donde vive enterró un puerco fingiendo que era la asesinada y dijo que su pobre hija había muerto de viruelas, o de humores corruptos, por no tener que abrir la mortaja, que hay gente capaz de todo, hasta de lo que está por hacer.

Se callaron los hombres, indignados, de las monjas no se oía ahora ni un suspiro, y Sietesoles declaró, En la guerra hay más caridad, La guerra es algo que aún está empezando, es como un niño, dudó João Elvas. Y, no habiendo más que decir tras esta sentencia, se aprestaron todos a dormir.

Doña María Ana no irá hoy al auto de fe. Está de luto por su hermano José, emperador de Austria, víctima en pocos días de la viruela, y muerto de ella cuando sólo tenía treinta y tres años, pero el motivo de quedarse al resguardo de los aposentos es otro y no ése, muy mal andarían los Estados si una reina flaqueara por una menudencia así, cuando para tan grandes y mayores golpes son educadas. A pesar de ir ya en el quinto mes, todavía sufre de los mareos naturales que, sin embargo, tampoco bastarían para desviarle la devoción y los sentidos de la vista, olfato y oído de la solemne ceremonia, tan edificante de almas, acto tan de fe, la procesión acompasada, la descansada lectura de las sentencias, las figuras decaídas de los condenados, las voces lastimosas, el olor de la carne restallando cuando le llegan las llamas y va pingando en las brasas la poca grasa que tras las cárceles le ha quedado. Doña María Ana no estará en el auto de fe porque, pese a estar preñada, tres veces la han sangrado, y ha sido esto causa de gran debilidad, añadida a los achaques que viene sufriendo desde hace muchos meses. Le habían demorado las sangrías como le demoraron la noticia de la muerte del hermano, que querían los médicos asegurarla más, siendo la preñez aún reciente. En verdad, no andan buenos los aires en palacio, como se acaba de saber al darle al rey un flato grave, y se sabe que pidió confesión y que en seguida se la dieron, por el bien que siempre trae al alma, pero habrán sido imaginaciones suyas pues todo se desató en un buen suceso cuando lo purgaron, que al fin sólo era tripa empedernida. Está el palacio triste, sobre la tristeza en que de costumbre está, con el luto que el rey ordenó en toda su casa, y mandato expreso de que los títulos y oficiales de ella lo pusieran, como él mismo lo puso, cerrándose ocho días y ordenando seis meses de duelo, tres de capa larga y tres de capa corta, en demostración del gran sentimiento por la muerte del emperador su cuñado.

No obstante, hoy es día de alegría general, quizá la palabra sea impropia porque el gusto viene de más hondo, tal vez del alma, mirar esa ciudad saliendo de sus casas dispersa por plazas y calles, bajando de las lomas, juntándose en el Rossío para ver cómo ajustician a judíos y cristianos-nuevos, a herejes y hechiceros, aparte de otros casos menos corrientemente calificables, como los de sodomía, molinismo, forzar mujeres y solicitarlas y otras menudencias merecedoras de exilio y hoguera. Son ciento cuatro las personas que hoy salen, las más de ellas venidas de Brasil, fértil terreno en diamantes e impiedades, siendo cincuenta y uno los hombres y cincuenta y tres las mujeres. De éstas, dos serán relajadas al brazo secular, en carne, por relapsas, que quiere decir reincidentes en la herejía, por convictas y negativas, y esto quiere decir protervas y obstinadas a pesar de todos los testigos, por contumaces, y esto quiere decir persistentes en su error que es su verdad, sólo que desacertada en tiempo y lugar. Y habiendo pasado ya dos años sin que se quemara gente en Lisboa, está el Rossío lleno de gente, dos veces festiva por ser domingo y por haber auto de fe, que nunca se llegará a saber de qué gustan más los moradores, si de esto, si de las corridas de toros, incluso cuando sólo éstas se usen. En las ventanas que dan a la plaza hay mujeres, vestidas y tocadas con primor, a la alemana por gracia de la reina, con su bermellón en la faz y en el escote, haciendo muecas con la boca para aparentarla pequeña y exprimida, visajes varios y todas vueltas hacia la calle, a sí mismas preguntándose las damas si estarán seguros los lunares en el rostro, el de la comisura o besador, el de bajo el ojo o desatinado, el del hoyuelo o encubridor, mientras el pretendiente confirmado o suspirante pasea abajo, pañuelo en mano y dándole aire a la capa. Y siendo el calor tanto, se van refrescando los asistentes con la conocida limonada, el jarrito de agua, tan común, la tajada de sandía, que no por morir aquéllos van a consumirse éstos. Y si el estómago pide relleno más sustancioso, no faltarán altramuces y piñones, quesadas y dátiles. El rey, con los infantes, sus hermanos y sus hermanas las infantas, comerá en la Inquisición, finalizado ya el auto de fe, y aliviado de su incomodo honrará la mesa del inquisidor-general, soberbísima de cazuelas de caldo de gallina, de perdigones, de pechos de ternera, de pastelones, de pasteles de carnero con azúcar y canela, de cocido a la castellana con todo cuanto le compete, y azafranados, manjar blanco, y al fin dulces fritos y fruta del tiempo. Pero es tan sobrio el rey que no bebe vino, y como la mejor lección es siempre el buen ejemplo, todos lo toman, el ejemplo, no el vino.

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