José Saramago - Memorial Del Convento

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Dijo el padre Bartolomeu Lourenço a Sietesoles, Hablé con los curiales de tu caso y me dijeron que lo iban a ponderar, por ver si vale la pena que hagas petición, pronto me darán respuesta, Y cuándo será eso, padre, quiso saber Baltasar, ingenua curiosidad de quien acaba de llegar a la corte e ignora los usos de ella, No te puedo decir, pero, con el tiempo, tal vez pueda hablar yo unas palabras a su majestad, que me distingue con su estima y protección, Puede hablar con el rey, se asombró Baltasar, y añadió, Puede hablar con el rey y conocía a la madre de Blimunda, que fue condenada por la Inquisición, qué cura es este cura, palabras estas últimas que Sietesoles no habrá dicho en voz alta, sólo inquieto las pensó. Bartolomeu Lourenço no respondió, lo miró sólo a los ojos, y así quedaron parados, el cura un poco más bajo y de apariencia más joven, pero no, tienen los dos la misma edad, veintiséis años, como de Baltasar ya sabíamos, pero son vidas diferentes, la de Sietesoles de trabajo y guerra, una acabada, otro que tendrá que volver a empezar, la de Bartolomeu Lourenço, que en Brasil nació y joven vino por primera vez a Portugal, mozo de tanto estudio y tanta memoria que, a los quince años prometía, y mucho hizo de cuanto prometió, soltar de coro todo Virgilio, Horacio, Quinto Curcio, Suetonio, Mecenas y Séneca, para adelante y para atrás, o donde le apuntaran, y dar la definición de todas las fábulas que se escribieron, y a qué fin las fingieron aquellas gentes griegas y romanas, y también decir quiénes fueron los autores de todos los libros de versos, antiguos y modernos, hasta el año mil doscientos, y si alguien le decía una poesía, respondía él de propósito con diez versos suyos allí mismo compuestos, y prometía también justificar y defender toda la filosofía y los puntos más intrincados de ella, y explicar la parte de Aristóteles, aunque extensa, con todos sus embarazos, términos y medios términos y responder a todas las dudas de la Sagrada Escritura tanto del Viejo Testamento como del Nuevo repitiendo de memoria, a hilo corrido o salteado, como quisieran, todos los Evangelios de los Cuatro Evangelistas, para atrás y para adelante, y lo mismo hacía con las Epístolas de San Pablo y de San Jerónimo, y los años de profeta a profeta y cuántos de vida tuvo cada uno de ellos, y lo mismo de todos los reyes de la Escritura, y lo mismo, para abajo y para arriba, a izquierda y derecha, con los Libros de los Salmos, de los Cantares, del Éxodo y de todos los Libros de los Reyes, y que no son canónicos los dos Libros de los Esdras, que al fin no parecen muy canónicos, dicho sea aquí, entre nosotros y sin otras desconfianzas, este sublime ingenio, estas prendas y memoria nacidas y criadas en tierra a la que sólo hemos pedido el oro y los diamantes, el tabaco, el azúcar y las riquezas de la selva, y lo demás que aún ha de encontrarse en ella, tierra de otro mundo, mañana y por los siglos de los siglos que vendrán, sin contar con la evangelización de los tapuias, que sólo con esto ya tendríamos ganada la eternidad.

Me ha dicho mi amigo João Elvas que tenéis por apodo Volador, padre, por qué os dieron tal nombre, preguntó Baltasar. Empezó Bartolomeu Lourenço a alejarse, el soldado fue tras él y, distantes sólo dos pasos uno de otro, seguirán a lo largo del Arsenal de la Rivera de las Naos, del Palacio de Corte Real, y más adelante, de los Remolares, donde la plaza se abría hacia el río, se sentó el cura en una piedra, hizo señal a Sietesoles para que se acomodara al lado, y respondió al fin, como si ahora mismo acabara de oír la pregunta, Porque he volado, y dijo Baltasar, dudando, Perdone la confianza, pero sólo los pájaros vuelan, y los ángeles, y los hombres cuando sueñan, pero en los sueños no hay firmeza, No has vivido en Lisboa, nunca te he visto, Estuve en la guerra cuatro años y mi tierra es Mafra, Pues yo, hace dos que volé, primero hice un globo que ardió, luego hice otro que subió hasta el techo de una sala de palacio, y al fin otro que salió por una ventana de la Casa de la India, y nadie lo ha vuelto a ver, Pero ha volado en persona o sólo volaron los globos, Volaron los globos, y fue lo mismo que si hubiera volado yo, Volar un globo no es volar un hombre, El hombre primero tropieza, después anda, luego corre, un día volará, respondió Bartolomeu Lourenço, pero de pronto se echó de hinojos porque pasaba el Cuerpo de Nuestro Señor llevado a algún enfermo de calidad, el cura bajo un palio sostenido por seis personas, al frente los trompetas, detrás, los hermanos de la Cofradía, de hopas rojas y cirios en la mano, más las cosas precisas a la administración del Santísimo Sacramento a algún alma impaciente por volar, sólo a la espera de que la aliviaran del lastre corporal poniéndola cara al viento que viene de alta mar, o del fondo del universo, o del último lugar del más allá. Sietesoles también se había arrodillado, tocando el suelo con su gancho de hierro mientras se santiguaba.

No se sentó ya el padre Bartolomeu Lourenço, se acercó lentamente a la orilla del río, con Baltasar atrás, y allí mientras a un lado una barca descargaba paja en grandes fardos que los ganapanes transportaban a cuestas corriendo equilibrados sobre la plancha, y al otro lado estaban dos esclavas negras, tirando al agua la carga de los bacines de sus amos, orines o mierda del día o la semana, entre el natural olor a paja y el olor natural del excremento, dijo el padre, He sido el hazmerreír de la corte y de los poetas, uno de ellos, Tomás Pinto Brandão, llamó a mi invento cosa del viento que se ha de acabar pronto, si no fuera por la protección del rey no sé qué habría sido de mí, pero el rey creyó en mi máquina y permitió que, en la quinta del Duque de Aveiro, en San Sebastián da Pedreira, haga yo mis experimentos, en fin ya me dejan respirar un poco los maldicientes, que llegaron incluso a desear que me partiera las piernas cuando me lanzara del castillo, siendo cierto que yo nunca tal cosa había prometido, y que mis artes más tenían que ver con la jurisdicción del Santo Oficio que con la geometría, Padre Bartolomeu Lourenço, yo de esas cosas no entiendo, fui labrador, soldado no soy ya, y dudo que nadie pueda volar sin que le hayan nacido alas, quien diga lo contrario, entiende tanto de esto como de lagares de aceite, Ese gancho que llevas en el brazo no lo inventaste tú, fue preciso que alguien tuviera la necesidad y se le ocurriese la idea, que sin aquélla ésta no viene, que juntase cuero y hierro, y lo mismo esos navíos que ves en el mar, hubo un tiempo en que no tuvieron velas, y otro tiempo fue el de la invención de los remos, otro el del timón, y, así como el hombre, animal de tierra, se hizo marinero por necesidad, por necesidad se hará volador, Quien pone velas en un barco está en el agua, y en el agua queda, volar es salirse de la tierra para el aire, donde no hay suelo que nos ampare los pies, Haremos como las aves, que tanto están en el aire como posan en tierra, Entonces fue por querer volar por lo que conoció a la madre de Blimunda, por ser de artes sutiles, Oí decir que ella tenía visiones en que aparecía gente volando con alas de paño, cierto es que visiones sobra por ahí quien diga tenerlas, pero había tal verosimilitud en lo que me contaban que discretamente fui a visitarla un día, y después gané su amistad, Y llegó a saber lo que quería, No, no llegué a saberlo, comprendí que el saber de ella, si realmente lo tenía, era otro saber, y que yo debería perseverar contra mi propia ignorancia sin ayudas, ojalá no me engañe, Me parece que están en la verdad quienes dijeron que ese arte de volar más tenía que ver con el Santo Oficio que con la geometría, si yo estuviera en su caso, doblaría cautelas, mirad que cárcel, destierro y hoguera suelen ser la paga de esos excesos, pero de esto sabe un cura más que un soldado, Tengo cuidado, y no me faltan protecciones, Que lo veamos, pues.

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