José Saramago - Memorial Del Convento

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Corrían las mujeres, lloraban, y los niños aumentaban el alarido, era como si anduvieran los corregidores cogiendo gente para la tropa o para las naves de la India. Reunidos en la plaza de Celorico da Beira, o de Tomar, o en Leiria, en Vila Pouca o en Vila Muita, en la aldea sin más nombre que el saberlo sus moradores, en las tierras de la frontera o en la orilla de la mar, alrededor de las picotas, en el atrio de las iglesias, en Santarem y Beja, en Faro y Portimao, en Portalegre y en Setúbal, en Évora y en Montemor, en las montañas y en la llanura, y en Viseu, y en Guarda, en Bragança, en Vila Real, en Miranda, Chaves, Amarante, en Vianas y Póvoas, en todos los lugares adonde puede llegar la justicia de su majestad, los hombres, atados como reses, sin más holgura que la bastante para que no se atropellasen, veían a sus mujeres y a los hijos implorando al corregidor, procurando sobornar a los cuadrilleros con algunos huevos, una gallina, míseros expedientes que de nada servían, pues la moneda con que el rey de Portugal cobra sus tributos es el oro, es la esmeralda, es el diamante, la pimienta y la canela, es el marfil y el tabaco, es el azúcar y la sucupira del Brasil, las lágrimas no entran en la aduana. Y si para ello tuvieron tiempo, cuadrilleros hubo que gozaron a las mujeres de los presos, que a tanto se sujetaron las pobres para no perder a sus maridos pero, desesperadas, los veían partir luego, mientras los aprovechados se reían de ellas. Maldito seas hasta la quinta generación, de lepra se te cubra todo el cuerpo, puta veas a tu madre, puta a tu mujer, puta a tu hija, empalado seas por el culo hasta la boca, maldito, maldito, maldito. Ya va avanzando la recua de los hombres de Arganil, los acompañan hasta fuera del pueblo las infelices, que van clamando, ésta con el pelo suelto, Oh dulce y amado esposo, y otra protestando, Oh hijo, a quien tenía por consuelo y dulce amparo de esta fatigada vejez mía, no se acaban las lamentaciones, tantas que los montes más cercanos respondían, casi movidos por alta piedad, en fin ya los llevados se alejan y desaparecen en la revuelta del camino, arrasados en lágrimas, cayéndoles los lagrimones a los más sensibles, y entonces se alza una gran voz, es un labriego de tanta edad que ya no lo quisieron, y grita subido a una cerca que es el púlpito de los rústicos, Oh gloria de mandar, oh vana codicia, oh rey infame, oh patria sin justicia, y habiendo así clamado le dio el cuadrillero un golpe en la cabeza y allí mismo lo dejó por muerto.

Cuánto puede un rey. Está sentado en su trono, se alivia conforme a la necesidad en el orinal o en el vientre de las madres, y de aquí, de allí o de más allá, si lo requieren los intereses del Estado, que es él, despacha órdenes para que de Penamacor vengan los hombres válidos, o no tanto, para trabajar en este mi convento de Mafra, levantado porque lo pedían los franciscanos desde mil seiscientos veinticuatro, y por al fin haber quedado la reina preñada de una hija que ni reina de Portugal va a ser, sino de España, por intereses dinásticos y particulares. Y los hombres, que nunca verán al rey, los hombres que el rey nunca vio, los hombres incluso no queriéndolo ver, vienen, entre soldados y cuadrilleros, sueltos si son de ánimo pacífico o si ya se han resignado, atados como fue explicado, si rebeldes, atados siempre si por malicia villana mostraron ir de grado y luego intentaron huir, peor aún si alguno consiguió escapar. Atraviesan los campos, de comarca en comarca, por los pocos caminos reales, a veces por aquellos que los romanos hicieron construir, casi siempre por senderos de cabras, y el tiempo es lo variable, sol que asa las piedras, lluvia que inunda los campos, frío que hiela, en Lisboa su majestad espera que cada uno cumpla su deber.

A veces hay encuentros. Venían unos de más al norte, otros más bien de levante, aquellos de Penela, estos de Proença-a-Nova, se juntaron en Porto de Mos, ninguno de ellos sabe qué lugares son éstos en el mapa, ni qué forma tiene Portugal, si es cuadrado, o redondo, o con picos, si es puente de paso o cuerda de horca, si grita cuando le pegan o si se esconde por los rincones. De las dos levas se hace una, y teniendo ya sus refinamientos las artes carceleras, se emparejan los hombres al modo místico, uno de Proença, otro de Penela, dificultándose así las subversiones, con el evidente beneficio de dar a conocer Portugal a los portugueses, Y cómo es tu tierra, y mientras hablan de esto no piensan en otra cosa. A no ser que muera alguno por el camino. Puede caer fulminado de un ataque echando espumarajos por la boca, o ni siquiera eso, sólo cayendo y arrastrando en la caída al compañero de delante y al de detrás, súbitamente y con pánico atados a un muerto, puede uno enfermar en un descampado, y hay que llevarlo en la sillita de la reina, bamboleando piernas y brazos, hasta morir un poco más allá y ser enterrado al borde del camino, con una cruz de palo hincada por el lado de la cabeza, o, si tiene suerte, recibe en poblado los últimos sacramentos, mientras los desterrados esperan sentados en el suelo que se aclare el caso, Hoc est enim corpus meum, este cuerpo cansado de tantas leguas andadas, este cuerpo desollado por los tirones de la cuerda, este cuerpo gastado por la comida aún más escasa que la ya mínima de costumbre. Pasan las noches en pajares, en porterías de conventos, en almacenes vacíos, y, si Dios lo quiere y el buen tiempo, al raso, uniéndose así la libertad del aire y la prisión de los hombres, extensas filosofías que debatiríamos aquí si tuviéramos tiempo para ello. De madrugada, mucho antes de que salga el sol, y menos mal, porque esas horas son más frescas, se levantan los trabajadores de su majestad, entumecidos y hambrientos, afortunadamente los habían liberado de las cuerdas los cuadrilleros porque hoy entraremos en Mafra y sería de pésimo efecto aquel cortejo de andrajosos, atados como esclavos del Brasil o recua de cabalgaduras. Cuando de lejos ven los muros blancos de la basílica, no gritan Jerusalén, Jerusalén, por eso es mentira lo que dijo aquel fraile que predicó cuando llevaron la losa de Pêro Pinheiro a Mafra, que todos estos hombres son cruzados de una nueva cruzada, qué cruzados son éstos que tan poco saben de su cruzadía. Hacen alto los cuadrilleros para que desde esta eminencia puedan los traídos apreciar el amplio panorama en medio del cual van a vivir, a la derecha el mar por el que navegan nuestras naves, señoras del líquido elemento, enfrente, hacia el sur, está la hermosísima sierra de Sintra, orgullo de nacionales y envidia de extranjeros, que daría un buen paraíso si Dios hiciera otra tentativa, y esa ciudad, allá abajo, hundida, es Mafra, que dicen los eruditos que es eso precisamente lo que quiere decir, pero un día habrán de rectificar y en ese nombre leerán letra por letra, muertos, asados, fundidos, robados, arrastrados, y no soy yo, simple cuadrillero, un mandado, quien se atreva a tal lectura, sino un abad benedictino a su tiempo, y ésa será la razón que tiene para no asistir a la consagración de aquel exceso, pero no nos anticipemos que aún hay mucho trabajo por hacer, para eso habéis venido de luengas tierras donde vivíais, no reparéis en la falta de concordancia, que a nosotros nadie nos ha enseñado a hablar, aprendimos con las faltas de nuestros padres, y, aparte de eso, estamos en tiempos de transición, y ahora que han visto ya lo que les espera, sigan adelante, que nosotros, cuando los hayamos entregado, tenemos que ir a buscar más.

Para llegar a la obra, venidos de donde vienen, tienen que atravesar la villa, pasan a la sombra del palacio del vizconde, bordean la casa de los Sietesoles, y tanto saben de éstos como saben de aquél, pese a genealogías y memoriales, Tomás da Silva Teles, vizconde de Vila Nova da Cerveira, Baltasar Mateus, fabricante de aviones, ya veremos con el paso del tiempo quién va a ganar esta guerra. Las ventanas del palacio no se abren para ver pasar el cortejo de los miserables, sólo el olor que dejan, señora vizcondesa. Se abrió, sí, el postigo de la casa de los Sietesoles y asomó Blimunda, no es ninguna novedad, cuántas levas han pasado ya por aquí, pero, estando ella en casa, siempre sale a ver, es una manera de recibir a quien llega, y cuando vuelve Baltasar, por la noche, ella dice, Por aquí pasaron hoy más de cien, perdónese la imprecisión de quien no aprendió más rigurosas cuentas, fueron muchos, fueron pocos, es como cuando se habla de años, pasé ya de los treinta, y Baltasar dice, He oído decir que en total llegaron quinientos, Tantos, se asombra Blimunda, y ni uno ni otro saben exactamente cuántos son quinientos, sin hablar ya de que el número es, de todas las cosas que hay en el mundo, la menos exacta, se dice quinientos ladrillos, se dice quinientos hombres, y la diferencia que hay entre un ladrillo y un hombre es la diferencia que se cree no hay entre quinientos y quinientos, quien no entienda esto la primera vez no merece que se lo expliquen la segunda.

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