José Saramago - Memorial Del Convento

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Pasó el rey en su bergantín, primero había ido a visitar la imagen de la Señora de la Madre de Dios, y con él desembarcaron el príncipe Don José, el infante Don Antonio, más los criados que lo servían, que eran el señor duque de Cadaval, el señor marqués de Marialva, el señor marqués de Alegrete, un gentilhombre del señor infante, y otros señores, no nos extrañemos de que les llamen criados, porque serlo de la familia real es honra. João Elvas estaba entre el pueblo que aclamaba real, real, real, por Don Juan V, rey de Portugal, que si no era esto lo que decían qué sería entonces ese vocerío que sólo por el tono permite distinguir entre el aplauso y el abucheo, líbrese cualquiera de lanzar un denuesto, nadie se imagina que sea posible faltar al respeto que se debe a un rey, mayormente siendo portugués. Don Juan V se alojó en las casas del escribano de cámara, João Elvas había sufrido ya su primer desengaño cuando descubrió que no faltaban pedigüeños y otros vagabundos para acompañar al cortejo, con la vista puesta en sobras y limosnas. Paciencia. Donde éstos comiesen también él comería, pero, de todas, era la razón de su viaje la más merecedora.

De madrugada, oscuro aún, serían las cinco y media, salió el rey para Vendas Novas, pero antes que él salió João Elvas, porque quería, con sus ojos, ver pasar la comitiva en aparato completo, no la confusa turba de partida, con los coches buscando sus lugares, a las órdenes del maestro de ceremonias, entre gritos de pajes y cocheros, gente suelta de lengua, como es conocido. No sabía João Elvas que aún tenía el rey que oír misa en la Señora de la Atalaya, por eso, tardándole el cortejo, ya de mañana clara, aflojó el paso y se paró al fin, dónde rayos se habrán metido ésos, se sentó en una cerca, abrigado de la brisa matinal por un seto de pitas. Estaba el cielo cubierto, con nubes bajas, prometiendo lluvia, el frío cortaba. João Elvas se envolvió en su capote, bajó las alas del sombrero y se quedó a la espera. Pasó así una hora, tal vez más, eran raros los que transitaban el camino, ni parecía día de fiesta.

Pero la fiesta viene ahí. Ya se oyen a lo lejos toque de trompetas y resonar de atabales, se acelera la vieja sangre militar de João Elvas, son emociones olvidadas que vuelven de repente, es como ver pasar a una mujer cuando de ellas no hay más que recuerdos, y, o por una sonrisa, o por el balance de una saya, o por un movimiento del pelo, siente un hombre que se le derriten los huesos, llévame, haz de mí lo que quieras, como si la guerra nos llamase. Y ahí está el triunfal cortejo, João Elvas sólo ve caballos, gente y carruajes, no sabe quién va dentro ni quién va fuera, pero a nosotros no nos cuesta nada imaginar que a su lado se sentó un hidalgo caritativo y filantrópico, que los hay, y como este hidalgo es de esos que todo lo saben de corte y cargos, oigámoslo con atención, mira, João Elvas, después del teniente y de las trompetas y atabales que han pasado ya, pero a ésos ya los conocías, que fuiste del arte, viene ahora el aposentador de la corte con sus subalternos, es él quien tiene la responsabilidad de los acomodos, aquellos seis de a caballo son correos de gabinete, llevan y traen informaciones y órdenes, ahora pasa la berlina con los confesores del rey, del príncipe y del infante, no imaginas la carga de pecados que ahí va, pesan mucho menos las penitencias, después aparece la berlina de los mozos del guardarropa, por qué tanto asombro, su majestad no es un pobretón como tú, que sólo tienes lo que llevas sobre el cuerpo, cosa extraña tener sólo lo que uno lleva sobre el cuerpo, y no te asombres de nuevo con esas berlinas llenas de clérigos y padres de la Compañía de Jesús, ni siempre gallina, ni siempre sardina, unas veces compañía de Jesús y otras veces compañía de Juan, reyes ambos, pero estas acolitancias no son de sabor menor, y, hablando de esto, ahí tienes la berlina del estribero menor, las tres que vienen detrás son del corregidor de corte y de los hidalgos de la casa del rey, sigue la estufa del estribero mayor, después los coches de los camaristas de los infantes, y ahora atención, ahora empieza a valer la pena, estos coches y estufas vacíos son los coches y estufas de respeto de las reales personas, luego, a caballo, sigue el estribero menor, al fin ha llegado el momento, pon la rodilla en tierra, João Elvas, que están pasando el rey y el príncipe Don José, y el infante Don Antonio, es tu rey quien pasa, papagayo real que va de caza, mira qué majestad, qué presencia incomparable, qué gracioso y severo semblante, así estará Dios en el cielo, no lo dudes, ay João Elvas, João Elvas, por muchos años de vida que tengas aún, nunca olvidarás este momento de felicidad perfecta, cuando viste a Don Juan V pasando en su coche, estando tú de rodillas al pie de estas pitas, guarda bien en la memoria estas imágenes, oh privilegiado, y ahora puedes levantarte, ya han pasado, allá van, iban también seis mozos de estribos, a caballo, estas cuatro estufas llevan la cámara de su majestad, después viene el coche del cirujano, si van tantos de los que curan almas, alguien había de venir para cuidar del cuerpo, de ahí hacia atrás ya no hay mucho que ver, seis coches de reserva, siete caballos de mano, la guardia de caballería con su capitán, y otros veinticinco coches que son los del barbero real, de los coperos, de los mozos de cámara, de los arquitectos, de los capellanes, de los médicos, de los boticarios, de los oficiales de secretaría, de los reposteros, de los sastres, de las lavanderas, del cocinero mayor, del menor, y más y más y más, dos galeras que llevan el guardarropa del rey y del príncipe, y, cerrando la comitiva, veintiséis caballos de mano, viste alguna vez un cortejo como éste, João Elvas, ahora únete al rebaño de mendigos, que es ése tu lugar, y no me agradezcas la caridad de habértelo explicado todo, todos somos hijos del mismo Dios.

Se unió João Elvas a la tropa de vagabundos, más sabedor de cortes que todos ellos, y no fue muy bien recibido, limosna dividida por cien no es igual a limosna que entre ciento uno se divida, pero el gran cayado que lleva al hombro como una lanza, y cierta marcialidad de paso y gesto, acabaron por intimidar a la cuadrilla. Andada medía legua, todos eran hermanos. Cuando llegaron a Pegões ya el rey estaba comiendo, un tentempié, pato estofado con membrillo, unos pastelillos de tuétano, olla mora, lo que basta para llenar el hueco de un diente. Entre tanto cambiaron los caballos. La turba de pordioseros se juntó a la puerta de las cocinas, armó su coro de padrenuestros y avemarías, y al fin comió de un caldero. Algunos, sólo porque comieron hoy, se quedaron allí, tumbados, imprevisores. Otros, aunque hartos, sabiendo que el pan de ahora no mata el hambre de ayer, y mucho menos la de mañana, siguieron la pitanza que ya iba de camino. João Elvas, por sus propias razones, puras e impuras, se fue con ellos.

Hacia las cuatro de la tarde llegó el rey a Vendas Novas, hacia las cinco, João Elvas. Pronto se hizo de noche, el cielo se cargó, parecía que alzando el brazo se llegaba a las nubes, creo que esto ya lo dijimos una vez y cuando, a la hora de la cena, distribuyeron la manduca, prefirió el antiguo soldado proveerse de alimentos sólidos para ir a comerlos solo y en paz bajo un alpendre, o al abrigo de un carro de labor, si es posible lejos de la charla de los pedigüeños. Parece no tener que ver la amenaza de lluvia con el deseo de aislamiento de João Elvas, es no pensar en cuánto hay de extraño en algunos hombres, solos toda la vida y que aman la soledad, mucho más si está lloviendo y es duro el mendrugo.

A las tantas, no sabía João Elvas si estaba despierto o si se había quedado dormido, sintió un rumor en la paja, alguien que se acercaba llevando un candil en la mano. Por el color y calidad de la media y el calzón, por la tela de la capa, por la lacería de los zapatos, comprendió João Elvas que el visitante era hidalgo, y pronto reconoció a aquel que tan seguras informaciones le había dado desde lo alto de la cerca. Jadeante y quejumbrosa, se sentó la noble persona, Estoy cansado de buscarte, recorrí todo Vendas Novas, dónde está João Elvas, dónde está João Elvas, nadie me sabía dar respuesta, por qué los pobres no se dicen unos a los otros quiénes son, en fin, ya te he encontrado, venía a contarte cómo es el palacio que el rey mandó hacer para pasar la noche, durante diez meses han estado trabajando en él noche y día, sólo para el trabajo nocturno se gastaron más de diez mil antorchas, y por aquí deben de andar más de dos mil hombres entre pintores, herreros, entalladores, ensambladores, sirvientes, soldados de infantería y caballería, y sabes tú que la piedra de los muros vino de tres leguas de distancia, las carretas de transporte pasaron de quinientas, y hubo otras de menor porte, así vino todo lo necesario, cal, vigas, tablas, sillares, ladrillos, tejas, clavijas, herrajes, y los caballos de tiro fueron más de doscientos, mayor que esto sólo el convento de Mafra, no sé si lo conoces, pero ha valido la pena y el trabajo, y también el dinero, te digo, en confianza, pero no se lo digas a nadie, que en este palacio y en la casa que viste en Pegões se gastó un millón de cruzados, sí, un millón, claro, tú no imaginas lo que es un millón de cruzados, João Elvas, pero no seas mezquino, ni siquiera sabrías qué hacer con tanto dinero, pero el rey lo sabe muy bien, aprendió desde niño, los pobres no saben gastar, los poderosos sí, lo que ahí han metido en pinturas y adornos, con alojamientos para el cardenal y para el patriarca, y tiene camas con dosel, gabinete y cámara para el señor Don José, y aposentos iguales para la infanta Doña María Bárbara, para cuando pase por aquí, y las dos alas, una es para la reina, otra para el rey, así estarán a gusto, no tienen por qué dormir apretados, en todo caso, amplitud de cama como la tuya raramente se ve, parece que tienes la tierra entera para tu uso, ahí roncando como un puerco, con perdón, con los brazos y las piernas abiertos sobre la paja, el capote encima, y no hueles a rosas precisamente, João Elvas, como nos volvamos a encontrarte traigo un frasquito de agua de Hungría, y éstas son las noticias todas que quería darte, no olvides que el rey sale para Montemor a las tres y media de la mañana, si quieres ir con él, no te quedes dormido.

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