José Saramago - Memorial Del Convento

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En una parte del terreno, tras las paredes alzadas por el lado de levante, ya el fraile hortelano del hospicio había plantado frutales, y planteles diversos, unos de legumbres con flores en los bordes, alguna promesa de pomar y huerto, un suspiro de jardín. Todo tendría que arrancarse. Los trabajadores vieron pasar al veedor general y al español de las minas, luego miraron el fantasma del monte, pues ya había corrido la noticia de que iba a prolongarse el convento por aquel lado, parece imposible la rapidez con que se divulgan órdenes que deberían ser de alguna confidencia, al menos mientras el destinatario no las hace públicas, es como para creer que, antes de escribir al doctor Leandro de Melo, mandó Don Juan V aviso al Sietesoles, o a José Pequeno diciendo, Tened paciencia, se me ha ocurrido la idea de meter ahí trescientos frailes en vez de los ochenta acordados, por otra parte, es bueno para todos los que trabajan ahí, que quedan por más tiempo con el empleo garantizado, que el dinero, aún me lo dijo hace unos días mi almojarife, es seguro, ése no falta, somos la nación más rica de Europa, a ver si se enteran, no debemos nada a nadie y pagamos a todos, y con esto no os molesto más, recuerdos a mis queridos treinta mil portugueses que andan ahí haciendo por la vida, esforzándose por dar a su rey el supremo placer de ver alzado en los aires y en los tiempos el mayor y más hermoso monumento sacro de la historia, que hasta me han dicho ya que, comparado con él, San Pedro de Roma es una capilla, adiós, hasta un día de éstos, saludos a Blimunda, de lo que no he vuelto a saber nada es de la máquina voladora del padre Bartolomeu Lourenço, tanto como lo protegí, tanto dinero gastado, el mundo está lleno de ingratos, adiós.

El doctor Leandro de Melo está abrumado al pie del monte, desmedido accidente que se empina más alto que las paredes que aún han de ser, y siendo su oficio sólo corregidor de Torres Vedras, se acoge al amparo del ingeniero de las minas, que por ser andaluz e hiperbólico, habla claro, Aunque fuera la Sierra Morena, yo la arrancaría con mis brazos y la precipitaría al mar * , que traducido viene a ser, Déjenme a mí, que en poco tiempo armo aquí una plaza que va a dejar pálida a la del Rossío de Lisboa. Durante todos estos años, once van ya vencidos, se han sobresaltado los ecos de las quebradas de Mafra con las continuas cargas de pólvora, espaciadamente en los últimos tiempos, sólo cuando un renitente espolón de piedra se interpone en el suelo ya rendido. Un hombre nunca sabe cuándo la guerra acaba. Dice, Mira, se acabó, y de repente no se acabó, vuelve a empezar, y viene diferente, la muy puta, aún ayer eran floreos de espada y son hoy cañonazos, aún ayer se derrumbaban murallas y hoy se desmoronan ciudades, aún ayer se exterminaban países, y hoy se revientan mundos, aún ayer morir era una tragedia y hoy es una banalidad el que se evapore un millón, no va a ser éste el caso de Mafra, donde nunca veremos reunida tanta gente, que si ya era mucha, más, y para quien se había habituado a oír unos cincuenta, cien estampidos por día, resulta ahora el fin del mundo el tremebundo resonar de mil cargas entre el amanecer y la puesta del sol, en rosarios de veinte, con tal violencia tirando tierras y piedras al aire que tenían los trabajadores de la obra que abrigarse tras las paredes o acogerse a la protección de los andamios, e incluso así algunos quedan heridos, por no hablar de aquellas cinco minas que hicieron explosión inesperadamente y destrozaron a tres hombres.

Sietesoles no le ha respondido aún al rey, lo va aplazando siempre, le molesta tener que pedirle a alguien que escriba la carta, pero, si un día vence la vergüenza, dirá esto, Mi querido rey, recibí su carta y vi todo lo que me dice, aquí no falta trabajo, sólo paramos cuando le da por llover y hasta los patos dicen basta, o cuando se atrasó la piedra en el camino, o cuando salieron malos los ladrillos y tenemos que esperar a que vengan otros, ahora anda por aquí todo muy liado con la idea esa de agrandar el convento, lo que pasa es que mi querido rey no puede ni imaginar el tamaño del monte ese y la cantidad de hombres que tendrán que ponerse a la obra, han tenido que dejar la del palacio y la de la iglesia, va a ser un atraso, hasta canteros y carpinteros andan acarreando piedra, yo unas veces con los bueyes, otras con la carretilla, me dieron pena los limoneros y los melocotoneros que arrancaron, a las flores fue un aire que les dio, que no valía la pena haberlas sembrado para tratarlas luego con tanta crueldad, pero, en fin, como mi querido rey dice que no debemos nada a nadie, siempre es una satisfacción, es lo que decía mi madre, paga la deuda bien y no mires a quién, pobrecilla, muerta ya, no verá el mayor y más hermoso monumento sacro de la historia, como me dice en su carta, aunque, para serle franco, en las historias que conozco nunca se habla de monumentos sacros, sólo de moras encantadas y tesoros escondidos, y hablando de tesoros y de moras, Blimunda está muy bien, gracias, ya no es tan bonita como fue, pero lo que darían muchas mozas por estar como ella, José Pequeno me manda preguntarle que para cuándo es la boda del infante Don José, que le va a mandar un regalo, a lo mejor es por llevar los dos el mismo nombre, y los treinta mil portugueses le saludan y agradecen, de salud van así así, el otro día hubo aquí una cagalera general, Mafra apestaba en tres leguas a la redonda, algo que comimos nos sentó mal, que eran los gusanos más que la harina, o las moscas que la carne, pero tuvo gracia ver un montón de gente culo al aire, con el frescor que venía del mar, muy aliviador él, y cuando unos acababan había otros tantos, a veces era tal la urgencia que aliviaban allí donde estaban, ah, es verdad, me olvidaba, tampoco he vuelto a oír nada de la máquina voladora, quizá se la haya llevado el padre Bartolomeu Lourenço para España, quién sabe si la tendrá ahora el rey de allí, que, según oigo decir, va a ser su compadre, ojo con él, y no le molesto más, recuerdos a la reina, adiós, mi querido rey, adiós.

Esta carta nunca fue escrita, pero los caminos de la comunicación de las almas son muchos, y aún misteriosos, y de tantas palabras que Sietesoles no llegó a dictar, algunas fueron a herir el corazón del rey, tal como aquella fatal sentencia que, para aviso de Baltasar, apareció grabada a fuego en una pared, pesado, contado, dividido, ese Baltasar no es el Mateus que conocemos, sino aquel otro que fue rey de Babilonia y que, habiendo profanado en un festín los vasos sagrados del templo de Jerusalén, fue castigado, muerto a manos de Ciro, que para ejecución de esa divina sentencia había nacido. Las culpas de Don Juan V son otras, si algunos vasos profana son los de las esposas del Señor, pero a ellas les gusta y a Dios no le importa, adelante pues. A los oídos de Don Juan V lo que sonó como un redoble fue aquel párrafo, cuando Baltasar, hablando de su madre, con mucho sentimiento porque ya no va a poder ver el mayor y más hermoso de los monumentos sacros, Mafra. Súbitamente, el rey comprende que su vida será corta, que cortas son todas las vidas, que mucha gente murió y morirá antes de que se acabe de construir Mafra, que él mismo podría cerrar los ojos mañana para todo y para siempre. Se acuerda que desistió de edificar San Pedro de Roma, justamente por haberle convencido Ludovice de esta misma cortedad de las vidas, y que el mismo San Pedro, palabras dichas, entre la bendición de la primera piedra y la consagración, consumió nada menos que ciento veinte años de trabajos y riquezas. Mafia lleva engullidos ya once años de trabajo, de riquezas no se debe hablar, Quién me asegura que estaré vivo cuando se haga la consagración, si aún hace pocos años nadie daba nada por mí, con aquella melancolía que me iba llevando antes de tiempo, el caso es que la madre de Sietesoles, pobrecilla, vio el principio, pero no verá el fin, y un rey no está libre de que le ocurra lo mismo.

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