José Saramago - Memorial Del Convento
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La campana de la iglesia de San Andrés, en el fondo del valle, tocó el Ave María. Sobre la Isla de Madeira, en las calles y plazas, dentro de las tabernas y en los barracones se oye un murmullo continuo, como el del mar a lo lejos. Veinte mil hombres estaban rezando la oración de la tarde, o contándose sus vidas unos a otros, quién sabe.
Tierra suelta, escombros, lascas que la pólvora o el pico arrancaron al pedernal profundo, y que transportan luego los hombres en carretillas llenando el valle con lo que se va arrasando del monte o extrayendo de los nuevos fosos. Para desechos de mayor porte y peso andan los carros grandes, chapeados de hierro, que los bueyes o las mulas arrastran sin más pausa que cargar y descargar. En los andamios, por las rampas de tablones, suben hombres las piedras suspendidas del yugo que les asientan sobre la nuca y los hombros, sea por siempre alabado quien inventó la almohadilla de apoyo, fue sin duda alguien a quien le dolía. Son trabajos ya dichos, fáciles de referenciar por ser de fuerza bruta, pero la causa de su reiteración es evitar que olvidemos lo que, por ser tan común y de tan mínima arte, se suele mirar sin más consideración que aquella con la que distraídamente vemos nuestros propios dedos escribiendo, así de un modo y otro va quedando oculto aquel que hace bajo aquello que es hecho. Mucho mejor veríamos, y mucho más, si mirásemos desde arriba, por ejemplo, planeando en la máquina voladora sobre este lugar de Mafra, el paseado monte, el conocido valle, la Isla de Madeira que las estaciones han oscurecido con lluvia o sol, y algunos tablones se pudren ya, la tala del pinar de Leiria y en los términos de Torres Vedras y Lisboa, los humos diurnos y nocturnos de las tejeras y hornos de cal que entre Mafra y Cascais son centenares, los barcos que traen otros ladrillos del Algarve y de Entre-Douro-e-Minho y los van a descargar, Tajo adentro, por un canal abierto a brazo hasta el desembarcadero de San Antonio do Tojal, los carros que por Monte Achique y Pinheiro de Loures traen estas y otras materias al convento de su majestad, y aquellos otros que cargan las piedras de Pêro Pinheiro, no hay mejor mirador que este donde estamos, no nos haríamos idea de la grandeza de la obra si el padre Bartolomeu Lourenço no hubiera inventado la passarola, a nosotros nos sustentan en el aire las voluntades que Blimunda juntó en las esferas de metal, por allá abajo andan otras voluntades, presas al globo de la tierra por la ley de la gravedad y de la necesidad, si pudiéramos contar los carros que se mueven por estos caminos de ida y vuelta próximos o lejanos, llegaríamos a los dos mil quinientos, vistos desde aquí parecen estar parados, es por ser tan pesada la carga. Mas a los hombres, si los quisiéramos ver, tendría que ser de más cerca.
Durante muchos meses, Baltasar arrastró y empujó carretillas hasta que un día se cansó de ser mula de litera, unas veces delante y otras detrás, y, habiendo prestado públicas y buenas pruebas ante los oficiales del oficio, pasó a andar con una yunta de bueyes, de las muchas que el rey había comprado. Fue de buena ayuda en el ascenso José Pequeno, cuya corcova caía en gracia al mayoral, hasta el punto de decir que el boyero quedaba con la cara a la altura del hocico de los bueyes, y era casi verdad, pero, si pensó que con esto le ofendía, muy engañado estaba, porque José Pequeno, por primera vez, tuvo consciencia del placer que le causaba poder mirar por derecho con sus ojos de hombre los inmensos ojos de los animales, inmensos y mansos, donde veía reflejada su propia cabeza, el tronco, y, allá abajo, hundiéndose en la orla inferior del párpado, las piernas, cuando un hombre cabe entero en el ojo de un buey se puede en fin reconocer que el mundo está bien construido. Fue de buena ayuda José Pequeno por que instó al mayoral para que pasara Baltasar Sietesoles a boyero, que si ya andaba con los bueyes un lisiado bien podrían ser dos, se hacen compañía uno al otro, y si no se entiende con el trabajo, no se pierde nada, vuelve a las carretillas, en un día se podrá ver la habilidad del hombre. De bueyes sabía Baltasar lo suficiente, no en vano había lidiado con ellos tantos años, y en dos trayectos se vio que el gancho no era defecto y que la mano derecha no había olvidado ninguna de las cláusulas del arte de la aguijada. Cuando llegó a casa por la noche, iba tan contento como cuando, de chiquillo, descubrió el primer huevo en un nido, cuando de hombre estuvo con la primera mujer, cuando soldado oyó el primer toque de trompeta, y de madrugada soñó con sus bueyes y la mano izquierda, nada le faltaba, hasta Blimunda iba montada en uno de los animales, y que entienda esto quien sepa de sueños soñados.
Llevaba Baltasar poco tiempo en esta su nueva vida cuando hubo noticia de que era necesario ir a Pêro Pinheiro a buscar una piedra muy grande que allí había, destinada al balcón que quedará sobre el pórtico de la iglesia, tan excesiva la tal piedra que se calcularon en doscientas las yuntas necesarias para traerla, y muchos los hombres que tendrían que ir para ayudar. En Pêro Pinheiro se construiría el carro que tendría que cargar el pedrusco, especie de nave de India con ruedas, esto decía quien ya había visto algunos de sus elementos e igualmente pusiera los ojos, alguna vez, en la nao de la compración. Exageración será, seguro, mejor es que juzguemos con nuestros propios ojos, con todos estos hombres que se están levantando aún de noche y van a salir para Pêro Pinheiro, ellos y los cuatrocientos bueyes, y más de veinte carros que llevan los pertrechos para la conducción, a saber, cuerdas y amarras, cuñas, palancas, ruedas de reserva hechas por la medida de las otras, ejes para el caso de que se partan algunos de los primitivos, escoras de tamaños diversos, martillos, alicates, chapas de hierro, guadañas para cortar heno para los animales, y van también las provisiones que han de comer los hombres, fuera de lo que pudiera ser comprado en los lugares, un mundo de cosas cargando los carros, que quien creyó hacer a caballo el viaje hacia abajo va a tener que hacerlo a pie, no es mucho, tres leguas para allá, tres para acá, cierto es que los caminos no son buenos, pero tantas veces habían hecho ya los bueyes y los hombres esta jornada con otras cargas, que sólo con poner en el suelo la pata y la suela en seguida ven que están en tierra conocida, aunque costosa de subir y peligrosa de bajar. De aquellos hombres que conocimos el otro día, van en el viaje José Pequeno y Baltasar, llevando cada cual su yunta, y, entre el personal de a pie, sólo llamado para hacer fuerza, va el de Cheleiros, aquel que tiene allá mujer e hijos, Francisco Marques es su nombre, y también va Manuel Milho, el de las ideas que le vienen de no sabe dónde. Van otros Josés, y Franciscos, y Manueles, serán menos los Baltasares, y habrá Juanes, Álvaros, Antonios y Joaquines, tal vez Bartolomés, pero ninguno el ya sabido, y Pedros, y Vicentes, y Benitos, Bernardos y Cayetanos, todo cuanto es nombre de varón va aquí, todo cuanto es vida también, sobre todo si es atribulada, principalmente si es miserable, ya que no podemos hablarles de las vidas, por ser tantas, dejemos al menos aquí escritos sus nombres, ésa es nuestra obligación, sólo para eso escribimos, para hacerles inmortales, pues aquí están, si de nosotros depende, Alcino, Blas, Cristóbal, Daniel, Egas, Firmino, Gerardo, Horacio, Isidro, Juvino, Luis, Marcolino, Nicanor, Onofre, Paulo, Quiterio, Rufino, Sebastián, Tadeo, Ubaldo, Valerio, Xavier, Zacarías, una letra de cada uno para que queden todos aquí representados, quizá no todos esos nombres sean propios del tiempo y del lugar, menos aún de las personas, pero, mientras no se acabe quien trabaje, no se acabarán los trabajos, y algunos de éstos estarán en el futuro de alguno de aquéllos, a la espera de quien venga a tener el nombre y la profesión. De cuantos pertenecen al alfabeto de la muestra y van a Pêro Pinheiro, nos pesa dejar ir sin vida contada a aquel Blas que es pelirrojo y camões * del ojo derecho, no faltaría quien empezara a decir que es ésta una tierra de tarados, un jiboso, un manco, un tuerto, y que estamos cargando las tintas, que para héroes hay que elegir a los bellos y hermosos, a los esbeltos y galanes, a los enteros y completos, así lo habríamos querido, pero, la verdad es la verdad, y que nos agradezcan al menos que no hayamos metido en esta historia a todos los belfos y tartamudos, a los cojos y prognáticos, a los zambos y a los epilépticos, a los orejudos y a los tontos, a los albinos y canos, los de la sarna y los de la llaga, los de la tiña y los de la roña, entonces sí, se vería el cortejo de lázaros y quasimodos que está saliendo de la villa de Mafra, de madrugada aún, suerte que de noche todos los gatos son pardos y bultos todos los hombres, si Blimunda hubiera venido a la despedida sin haber comido su pan, qué voluntad vería en cada uno, la de ser otra cosa.
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