José Saramago - Memorial Del Convento
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Medita Don Juan V en lo que va a hacer con tan grandes sumas de dinero, con tan extrema riqueza, medita hoy y meditó ayer, y concluye siempre que el alma debe ser la primera consideración, por todos los medios debemos preservarla, sobre todo cuando la pueden consolar también las amenidades de la tierra y del cuerpo. Vaya pues al fraile y a la monja lo necesario, vaya también lo superfluo, porque el fraile me pone en primer lugar en todas sus oraciones, porque la monja me alegra las sábanas y otras partes, y a Roma, si con buen dinero le pagamos para tener el Santo Oficio, vaya más de lo que pide por menos cruentos beneficios, a cambio de embajadas y presentes, y si de esta pobre tierra de analfabetos, de rústicos, de toscos artífices no se pueden esperar supremas artes y oficios, búsquense en Europa para mi convento de Mafra, pagándoles con el oro de mis minas y haciendas, los rellenos y ornamentos que dejarán, como dirá el fraile historiador, ricos a los artífices de allá, y a nosotros admirados, viendo los ornamentos y rellenos. De Portugal no se requiere más que piedra, ladrillos y leña de quemar, y hombres para la fuerza bruta, ciencia poca. Si el arquitecto es alemán, si italianos los maestros de los carpinteros y de los albañiles y de los canteros, si mercaderes ingleses, franceses, holandeses y otras reses todos los días nos venden y nos compran, es muy lógico que vengan de Roma, de Venecia, de Milán y de Génova, de Lieja y de Francia, y de Holanda las campanas y los carillones, y las lámparas, los velones, los candelabros, los colgantes, los grandes veladores de bronce, y los cálices, las custodias de plata sobredorada, los sagrarios y las estatuas de los santos de que el rey es más devoto, y los paramentos de los altares, los frontales, las dalmáticas, las planetas, las pluviales, los cordones, los doseles, los palios, las albas de peregrinas, los encajes y tres mil tablones de nogal para los cajones de la sacristía y sillería del coro, por ser madera muy estimada para ese fin por San Carlos Borromeo, y de los países del norte navíos enteros cargados de madera para andamios, cobertizos y barracones, y cuerdas y amarras para los cabrestantes y roldanas, y del Brasil tablas de angelín, incontables, para las puertas y ventanas del convento, para el suelo de celdas, dormitorios, refectorio y demás dependencias, incluyendo las rejas de los espulgaderos, por ser madera incorruptible, no como este quebradizo pino portugués, que sólo sirve para hacer hervir las cazuelas y sentarse en él gente de poco peso y aliviada de bolsillos. Desde que en la villa de Mafra, va ya para ocho años, se puso la primera piedra de la basílica, ésa de Pêro Pinheiro, gracias a Dios, toda Europa se vuelve consolada hacia nosotros, hacia el dinero que recibieron por adelantado, mucho más aún hacia el que cobrarán vencido cada plazo y acabada la obra, él es los aurífices de oro y plata, él es los fundidores de campanas, él es los escultores de estatuas y relieves, él es los tejedores, él es las encajeras y bordadoras, él es los entalladores, él es los relojeros, él es los pintores, él es los cordoneros, él es los aserradores y madereros, él es los pasamaneros, él es los tenedores y repujadores de cueros, él es los tapiceros, él es los transportistas, él es los armadores de navíos, y, ya que la vaca que tan dócilmente se deja ordeñar no puede ser nuestra, o mientras no lo sea, dejémosla quedar con los portugueses, que poco tardarán en comprarnos de fiado un cuartillo de leche para hacer merengues y golosinas, Si quiere repetir su majestad, no tiene más que decirlo, advierte la madre Paula.
Van las hormigas a la miel, al azúcar derramada, al maná que viene del cielo, cuántas serán, al menos veinte mil, todas vueltas del mismo lado, como ciertas aves marinas que a centenares se reúnen en las playas para adorar al sol, es igual que el viento les dé en la cola, que les levante las plumas, lo que les importa es seguir el ojo viajero del cielo, y, en carreritas cortas, van pasando unas delante de las otras hasta que se acaba la playa y el sol se esconde, mañana volveremos a este mismo lugar, si no nosotras, serán nuestros hijos quienes vengan. De los veinte mil, casi todos son hombres, las escasas mujeres se quedan en la periferia de la congregación, no tanto por costumbre de separar los sexos en la misa, sino porque, perdiéndose ellas entre la multitud, vivas, sí, tal vez salgan, pero violadas, como hoy diríamos, que no tentarás al Señor tu Dios, y, si lo tentares, no vengas luego aquejarte de que quedaste preñada.
Ya se ha dicho que es esto una misa. Entre la obra y la Isla de Madeira hay un espacio amplio, pisado por el ir y venir de los obreros, surcado por las rodadas de los carros que vienen y van, afortunadamente está ahora seco, es la virtud de la primavera cuando empieza a acercarse a los brazos del verano, dentro de poco los hombres podrán arrodillarse sin temer demasiado por las rodilleras de los calzones, aunque no sea ésta una gente extremada en la limpieza, se lava con el propio sudor. En una eminencia al fondo hay una capillita de madera, si creen los asistentes que hay milagro capaz de meterlos a todos allí dentro, se engañan de medio a medio, más fácil fue multiplicar los panes y los peces o que cupieran dos mil voluntades en un frasco de vidrio, eso no es ningún milagro, sino la cosa más natural del mundo, lo que falta es querer. Entonces rechinan los cabrestantes, con este ruido, o semejante, se abren las puertas del cielo y del infierno, cada cual de su correspondiente calidad, de cristal las de la casa de Dios, de bronce las de la casa de Satán, se nota pronto por la diferencia de los ecos, pero el ruido aquí es sólo el del roce de las maderas, se alza lentamente el frontis de la capilla, se va levantando hasta transformar la pared en alpende, al tiempo que se abren las partes laterales, es como si manos invisibles estuvieran abriendo un sagrario, la primera vez que ocurrió esto aún no había tanta gente trabajando en la obra, pero fueron al menos cinco mil personas las que dijeron Ah, siempre ha de haber una novedad que asombre a la gente, luego se van acostumbrando, se abrió al fin la capilla de par en par, mostrando allá dentro al celebrante y el altar, será ésta una misa como otra cualquiera, parece imposible, pero toda esta gente ha olvidado ya que un día Mafra fue sobrevolada por el Espíritu Santo, diferentes son las misas que preceden a las batallas campales, cuando se cuenten y entierren los muertos quién sabe si no estaré yo entre ellos, aprovechemos bien el santo sacrificio, salvo si el enemigo ataca antes, o porque ha ido a misa más temprano o porque es de una religión que la dispensa.
Desde su púlpito de madera predicó el celebrante al mar de gente, si el mar fuera de peces, qué hermoso sermón se hubiera podido repetir aquí, con su doctrina muy clara, muy sana, pero, no siendo peces, fue la predicación como merecían los hombres, y sólo la oyeron los fieles que más cerca estaban. Sin embargo, si es cierto que el hábito no hace al monje, lo hace sin duda la fe, cuando los que asisten a la misa oyen hielo, ya saben que el predicador ha dicho cielo, si eterno infierno, si visto Cristo, si dos Dios, y si nada más oye, palabra o eco, es que se acabó el sermón y ya podemos irnos. Es sorprendente que haya acabado la misa y no se hayan quedado muertos allí mismo, no los ha matado ni el sol cuando dio de lleno en la custodia, destelleante, cuánto han cambiado los tiempos, ya hace mucho que estando una vez los betsamitas en el campo segando sus trigos, levantaron por casualidad los ojos del trabajo, y vieron que venía el Arca de la Alianza de la tierra de los filisteos, y esto fue lo que bastó para que cayeran allí redondos cincuenta mil setenta, ahora miraron veinte mil, estabas allí, no me di cuenta. Es ésta una religión de grandes holganzas, mayormente cuando están reunidos tantos fieles, dónde se iba a encontrar tiempo e instalaciones para que confesaran todos o comulgaran todos, van a andar entre tanto por ahí, a lo que salga, bostezando, peleándose, tentándole las carnes a una mujer tras un vallado o en lugares de más bellaquería, hasta mañana, que es de nuevo día laboral.
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