José Saramago - Memorial Del Convento
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Han pasado más de dos meses desde que Baltasar y Blimunda llegaron de Mafra y viven aquí. En un día de fiesta, parado el trabajo en la obra, fue Baltasar a Monte Junto a ver la máquina de volar. Estaba en el mismo sitio, en la misma posición, caída para un lado y apoyada en el ala, bajo su cobertura de ramas, secas ya. La vela superior, embreada, toda abierta, daba sombra sobre las bolas de ámbar. A causa de la inclinación del casco, la lluvia no había encharcado las lonas, y así no había peligro de que se pudrieran. Alrededor, en el suelo pedregoso, crecían matas nuevas y altas, hasta zarzales, caso sin duda singular por no ser éste tiempo ni lugar adecuado, parecía estar el ave defendiéndose por artes propias, todo se puede esperar de una máquina de éstas. Por si acaso, echó Baltasar una ayuda al camuflaje cortando ramas de los brezos, como la primera vez, pero ahora más cómodo, porque llevó un podón, y, concluido el trabajo, dio la vuelta a esta otra basílica y vio que estaba bien. Después, subió a la máquina, y, en una tabla del convés, con la punta del espigón, que en los últimos tiempos no había tenido que utilizar, dibujó un sol y una luna, es un recado para el padre Bartolomeu Lourenço, si aquí vuelve un día verá esta señal de sus amigos, no hay confusión posible. Se puso Baltasar de nuevo en camino, había salido de Mafra al amanecer, llegó cuando era ya noche cerrada, entre ir y volver anduvo más de diez leguas, quien anda con gusto, no se cansa, dicen, pero Baltasar llegó cansado, y nadie le había obligado a ir, quizá quien inventó el refrán había encontrado una ninfa y se acostó con ella, así cualquiera.
Un día, mediado diciembre, volvía Baltasar para casa al anochecer cuando vio a Blimunda, que, como casi siempre, había venido a esperarlo al camino, pero había en ella una agitación y un temblor insólitos, sólo quien no conoce a Blimunda no sabe que ella anda por el mundo como si ya lo conociera de otras vidas anteriores, y acercándose, preguntó, Está peor mi padre, No, y luego, bajando mucho la voz, El señor Escarlata está en casa del señor vizconde, qué habrá venido a hacer aquí, Estás segura, lo has visto, Con estos ojos, Será quizá un hombre parecido, Es él, a mí me basta ver una vez a alguien, y lo vi muchas. Entraron en casa, cenaron, luego fue cada uno a su jergón, cada pareja al suyo, el viejo João Francisco con el nieto, tiene éste el sueño inquieto, toda la noche coceando, con perdón, pero al abuelo no le importa, siempre es compañía para quien no consigue dormir. Por eso sólo él oyó, a las tantas, muy tarde para quien se acuesta temprano, una frágil música que entraba por las rendijas de la puerta y del tejado, gran silencio habría aquella noche en Mafra para que un simple clavicordio, tocado en el palacio del vizconde, con puertas y ventanas cerradas por el frío, y aunque no hiciera frío así lo imponía la decencia, pudiese ser oído por un viejo a quien la edad iba ensordeciendo, aunque si fuesen Blimunda y Baltasar, éstos dirían, Es el señor Escarlata que está tocando, es bien verdad que por un dedo se conoce al gigante, esto lo decimos nosotros, ya que existe el refrán y viene a cuento. Al día siguiente, de madrugada, mientras se acomodaba en un rincón junto al hogar, dijo el viejo, Esta noche oí música, no le dieron importancia Inés Antonia ni Álvaro Diego, ni el nieto, que los viejos están siempre oyendo cosas, pero Baltasar y Blimunda quedaron tristes de celos, si allí había alguien que tenía derecho a oír músicas así eran ellos, y nadie más. Fue Baltasar al trabajo, y ella se quedó rondando el palacio durante toda la mañana.
Domenico Scarlatti había pedido licencia al rey para ir a ver las obras del convento. Lo recibió el vizconde en su casa, no porque fuera excesivo su amor por la música, sino porque, siendo el italiano maestro de la capilla real y profesor de la infanta Doña María Bárbara, resultaba, por así decirlo, una emanación corpórea del palacio. Nunca se sabe cuándo agasajos traen mercedes y, no siendo la casa del vizconde hospedería, vale la pena en todo caso hacer el bien mirando a quien. Tocó Domenico Scarlatti en el clavicordio desafinado del vizconde, por la tarde lo oyó la vizcondesa teniendo en el regazo a su hija Manuela Xavier, de sólo tres años, de cuantos estaban en el salón la más atenta fue ella, agitaba los deditos como veía hacer a Scarlatti, cosa que acabó irritando a la madre, que la pasó a los brazos del ama. No va a haber mucha música en la vida de esta chiquilla, por la noche estará durmiendo mientras Scarlatti toca, morirá al cabo de diez años, y será enterrada en la iglesia de San Andrés, donde aún está, si en el mundo hay lugar y camino para prodigios y maravillas, tal vez bajo la tierra le lleguen las músicas que el agua estará tecleando en el clavicordio que fue tirado al pozo de San Sebastián da Pedreira, si sigue habiendo pozo, que el fin de los manantiales es secarse y después se llenan las minas de escombros.
Salió el músico a visitar el convento y vio a Blimunda, disimuló uno, el otro disimuló, que en Mafra no habría vecino que no se sorprendiera, y sorprendiéndose no hiciese luego juicios incómodos, si viese a la mujer de Sietesoles conversando de igual a igual con un músico que está en casa del vizconde, qué habrá venido este hombre a hacer aquí, habrá venido a ver las obras del convento, para qué, si no es ni albañil ni arquitecto, para organista todavía el órgano nos falta, la razón ha de ser otra, Vine a decirte, y a Baltasar, que el padre Bartolomeu de Gusmão ha muerto en Toledo, que es España, adonde había huido, dicen que loco, y como no se hablaba ni de ti ni de Baltasar decidí venir a Mafra para ver si estabais vivos. Blimunda unió las manos, no como si rezase, sino como quien estrangula sus dedos, Murió, Ésa es la noticia que ha llegado a Lisboa, Aquella noche, cuando la máquina cayó en la sierra, el padre Bartolomeu Lourenço huyó de nosotros y nunca más volvió, Y la máquina, Allí sigue, qué haremos con ella, Cuidadla, cuidadla, puede que vuelva a volar un día, Y cuándo murió el padre Bartolomeu Lourenço, Dicen que el diecinueve de diciembre, como si fuera una señal, hubo en Lisboa aquel día un gran temporal, si el padre Bartolomeu de Gusmão fuese santo, sería un signo de los cielos, Qué es ser santo, señor Escarlata, Qué es ser santo, Blimunda.
Al día siguiente, Domenico Scarlatti partió para Lisboa. En una revuelta del camino, fuera ya de la villa, lo esperaban Blimunda y Baltasar, éste había perdido un jornal por despedirlo. Se acercaron al coche como quien va a pedir limosna, Scarlatti mandó parar y les tendió las manos, Adiós, Adiós. A lo lejos se oía el estampido de las cargas de pólvora, parece una fiesta, el italiano va triste, no es extraño, si viene de la fiesta, pero tristes van los otros también, quién lo diría si vuelven a la fiesta.
En su trono entre el brillo de las estrellas, con su manto de noche y soledad, tiene a sus pies el mar nuevo y las muertas eras el único emperador que en verdad tiene el globo del mundo en su mano, este tal fue el infante Don Enrique, conforme lo cantará un poeta no nacido aún * , cada uno tiene sus simpatías, pero si es del globo del mundo de lo que se trata, y de imperio y de lo que los imperios dan, hace el infante Don Enrique flaca figura comparado con este Don Juan, quinto ya se sabe de su nombre en el orden de los reyes, sentado en un sitial de palosanto, para más cómodo estar y con mayor sosiego atender al contador que va escriturando en un rol los bienes y riquezas, de Macao las sedas, las estofas, las porcelanas, las lacas, el té, la pimienta, el cobre, el ámbar gris, el oro, de Goa los diamantes en bruto, los carbunclos, las perlas, la canela, más pimienta, los paños de algodón, el salitre, de Diu las alfombras, los muebles de taracea, las colchas bordadas, de Melinde el marfil, de Mozambique negros, oro, de Angola más negros, pero éstos no tan buenos, marfil, ése sí, el mejor de la parte occidental de África, de Santo Tomé la madera, la harina de mandioca, las bananas, los ñames, las gallinas, los carneros, los cabritos, el índigo, el azúcar, de Cabo Verde algunos negros, la cera, el marfil, los cueros, aclarando que no todo marfil es de elefante, de Azores y Madeira los paños, el trigo, los licores, los vinos secos, los aguardientes, las cascas de limón escarchadas, las frutas, y de los lugares que han de ser el Brasil, el azúcar, el tabaco, el copal, el índigo, la madera, los cueros, el algodón, el cacao, los diamantes, las esmeraldas, la plata, el oro, que sólo de éste llega al reino, un año por otro, el valor de doce a quince millones de cruzados, en polvo y amonedado, aparte del otro, y aparte también del que se va al fondo o se llevan los piratas, claro está que todo esto no es ingreso de la corona, rica sí, pero no tanto, no obstante, sumado todo, de dentro y de fuera, entran en las arcas del rey más de dieciséis millones de cruzados, sólo los derechos de paso de los ríos por donde se va a Minas Gerais rinden treinta mil cruzados, tanto trabajo tuvo Dios para abrir los cauces por donde las aguas habían de correr y viene ahora un rey portugués a cobrar un peaje ganancioso.
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