José Saramago - Memorial Del Convento

Здесь есть возможность читать онлайн «José Saramago - Memorial Del Convento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Memorial Del Convento: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Memorial Del Convento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Memorial Del Convento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Memorial Del Convento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La plataforma bajó muy lentamente, amparada en el declive por los hombres que prudentemente iban dando holgura a las cuerdas hasta llegar finalmente a la pared de tierra que los albañiles habían alisado. Ahora sí, se verían ciencia y arte. Con grandes piedras calzaron las ruedas todas del carro, para que no se alejara de la pared cuando la laja fuera elevada de su lecho de troncos y cayera y se deslizase sobre la plataforma. Toda la superficie de ésta fue cubierta de barro para reducir el roce de la piedra contra la madera, y al fin empezaron a pasar las amarras, de modo que abrazaran la laja en sentido de la anchura, una de cada lado, por fuera de los troncos, otro amarre la ceñía en longitud, formando así seis cabos que se juntaron en la delantera del carro y ataron a un recio madero reforzado con agarres de hierro, de donde nacían otras dos amarras, más gruesas, que eran los tirantes principales, sucesivamente acrecentados con ramas de menor grosor, por los que deberían tirar los bueyes. No es éste el caso de emplear menos tiempo haciéndolo que explicándolo, al contrario, el sol ya nació, se levantó por encima de los montes que vemos allá, y todavía están reforzando los últimos nudos, echaron agua sobre el barro que se había secado, pero antes es preciso disponer las yuntas a buena distancia, tensas todas las cuerdas lo suficiente como para que no se pierda la fuerza de arrastre por culpa de un desajuste, tiro yo, tiras tú, tanto más cuanto que, en definitiva, no hay espacio que llegue para las doscientas yuntas y la tracción tiene que hacerse por derecho, de frente y hacia arriba, Menuda obra, dijo José Pequeno, que era el primero del cordón de la izquierda, si de Baltasar salió alguna opinión no llegó a oírse porque estaba más lejos. Allá, en lo alto, va a dar la voz el capataz de maniobra, un grito que empieza arrastrado y luego acaba secamente como una carga de pólvora, sin ecos, Eeeeeiiiiiii-ó, como los bueyes tiren más de un lado que del otro, apañados estamos, Eeeeeiiiiiii-ó, ahora salió el grito, doscientos bueyes se agitaron, tiraron, primero de un estirón, luego con fuerza continua, después interrumpida, porque algunos resbalan, otros se inclinan hacia fuera o hacia dentro, cuestión de ciencia del boyero, las cuerdas rozan ásperamente los costados, al fin, entre clamores, insultos, palabras de aliento, se acertó la tracción por unos segundos y la losa avanzó un palmo, triturando los troncos. El primer impulso fue bueno, el segundo, no, el tercero tuvo que ajustar los dos anteriores, ahora sólo tiran éstos y los otros aguantan, al fin la losa empezó a avanzar sobre la plataforma, mantenida aún encima de ella por la altura de los troncos, hasta que se desequilibró, bajó bruscamente y cayó sobre el carro, la arista rugosa mordió los maderos y ahí se inmovilizó la piedra, tener o no tener extendido allí el barro sería igual que nada si no apareciesen otras providencias. Subieron hombres a la plataforma con largas y fortísimas palancas, esforzadamente alzaron la piedra aún inestable, y otros introdujeron por debajo unos calzos para que pudiera deslizarse sobre el barro, ahora va a ser fácil, Eeeeeeiiii-ó, Eeeeeeeiii-ó, Eeeeeeeiiii-ó, todo el mundo tira con entusiasmo, hombres y bueyes, la pena es que no esté aquí Don Juan V en lo alto de la subida, no hay pueblo que tire mejor que éste. Ya han soltado las amarras laterales, toda la tracción se ejerce sobre aquella que abraza la piedra a lo largo, es cuanto basta, parece leve la losa, tan fácilmente se desliza por la plataforma, sólo cuando al fin cae por entero se oye retumbar el peso, todo el armazón del carro rechina, si no estuviera calzado, piedras sobre piedras, se enterrarían las ruedas hasta los cubos. Retiraron los grandes bloques de mármol que servían de calzos, ya no hay peligro de que el carro huya. Ahora avanzan los carpinteros, con mazos, taladros y formones, abren espacios, en la espesa plataforma, en el mismo borde de la laja, ventanas rectangulares donde van encajando y batiendo cuñas, luego las fijan con clavos gruesos, es un trabajo que lleva tiempo, el resto del personal anda por allí, descansando por las sombras, los bueyes rumian y espantan a los moscardones con el rabo, hace mucho calor. Cuando los carpinteros acabaron su tarea, la corneta tocó a comer, y el veedor vino a dar orden de que ataran la losa al carro, es operación que está a cargo de los soldados, tal vez porque es cosa de disciplina y responsabilidad, tal vez por estar habituados con la artillería, en menos de media hora queda la piedra fija, atada sólidamente, cuerdas y más cuerdas, como si formara cuerpo con la plataforma, a donde vaya una, va la otra. No hay nada que enmendar, la obra está bien hecha. Visto de largo, el carro es un animal de caparazón, una tortuga amarrada con fuerza, sobre piernas cortas y, como está sucio de barro, parece como si acabara de salir de las profundidades de la tierra, la misma tierra que prolonga la elevación en que aún está apoyado. Los hombres y los bueyes están ya comiendo, luego habrá que echar una siesta, si la vida no tuviera estas cosas tan buenas como comer y descansar, no valía la pena construir conventos.

Se dice que el mal no persevera, aunque, por la fatiga que trae consigo, parezca a veces que sí, pero de lo que no hay duda es de que el bien no dura siempre. Está un hombre en suavísima modorra, oyendo las cigarras, no fue la comida de mucha abundancia, pero un estómago advertido sabe encontrar mucho en lo escaso y además tenemos el sol, que también alimenta, de pronto resuena la corneta, si estuviéramos en el valle de Josafat mandábamos despertar a los muertos, aquí no hay más remedio que levantarse los vivos. Se guardan en los carros los pertrechos diversos, que de todo hay que dar cuenta en el inventario, se comprueban los nudos, se atan las amarras al carro, y, a la nueva voz de Eeeeeeiii-ó, los bueyes, en desajustada agitación, empiezan a tirar, hincan las pezuñas en el suelo irregular de la cantera, las aguijadas pican en las cervices, y el carro, como si fuera arrancado del horno de la tierra, se mueve lentamente, las ruedas trituran los fragmentos de mármol que alfombran el suelo, losa como ésta no salió jamás de aquí. El veedor y algunos de sus ayudantes graduados han montado ya en las mulas, otros de ellos harán el camino a pie, por necesidad de la obligación, son subalternos, pero todos tienen una parte de ciencia y otra de mando, la ciencia por causa del mando, el mando por causa de la ciencia, no es éste el caso de esta multitud de hombres y bueyes, que sólo son mandados, unos y otros, y el mejor es siempre el que más fuerza es capaz de hacer. A los hombres se les pide, por añadidura, alguna habilidad, no tirar al revés, meter a tiempo el calzo en la rueda, decir las palabras que estimulan a los animales, saber unir fuerza a la fuerza y multiplicar ambas, lo que, en fin, no es ciencia despreciable. El carro ha subido ya hasta media rampa, cincuenta pasos, si llegan, y sigue, oscilando duramente en los resaltes de las piedras, que esto no es coche de alteza ni calchona de eclesiástico, ésos llevan amortiguadores como Dios manda. Aquí los ejes son rígidos, las ruedas macizas, no lucen arreos en las lomeras de los bueyes ni los hombres visten libreas en los estribos, es una tropa de andrajosos que no iría en triunfales cortejos ni sería admitida en la procesión del Corpus. Una cosa es transportar la piedra para el balcón donde el patriarca, de aquí a unos años, nos bendecirá a todos, otra, y mejor sería, que fuéramos nosotros la bendición y el que bendice, lo mismo que sembrar pan y comerlo.

Va a ser una gran jornada. De aquí a Mafra, aunque el rey haya mandado arreglar las calzadas, es camino difícil, siempre subir y bajar, unas veces bordeando los valles, otras empinándose a las alturas, otras hundiéndose en el fondo, quien calculó los cuatrocientos bueyes y seiscientos hombres, si se equivocó, fue por falta, no porque estén de sobra. Los vecinos de Pêro Pinheiro bajaron al camino para admirar el aparato, nunca se vio tanta yunta desde que empezó la obra, nunca se oyó tanto griterío, y hay quien empieza a sentir que se vaya aquella hermosa piedra, criada aquí, en esta tierra nuestra de Pêro Pinheiro, Dios quiera que no se parta por el camino, para eso no valía la pena haber nacido. El veedor está al frente, es como un general en batalla con su estado mayor, sus ayudantes de campo, sus ordenanzas van a reconocer el terreno, medir la curva, calcular el declive, disponer la acampada. Luego regresan al encuentro del carro, cuánto anduvo, si de Pêro Pinheiro salió, en Pêro Pinheiro está aún. En este primer día, que fue sólo la tarde, no avanzaron más que quinientos pasos. El camino era estrecho, se atropellaban las yuntas, una hilera a cada lado, sin espacio de maniobra, la mitad de la fuerza de tracción se perdía por no haber igualdad en el arranque, las órdenes se oían mal. Y allá estaba el peso asombroso de la piedra. Cuando el carro tenía que pararse, o porque una rueda se metía en un bache o porque el esfuerzo acompasado de los bueyes se midiera de repente con una subida y obligara a una pausa, parecía que ya no iba a ser posible moverlo más. Y cuando, al fin, avanzaba, todos los maderos rechinaban como si fueran a liberarse de las ataduras y de los garfios de hierro. Y ésta era la parte más fácil del viaje.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Memorial Del Convento»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Memorial Del Convento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


José Saramago - Todos los nombres
José Saramago
José Saramago - Levantado Del Suelo
José Saramago
José Saramago - Small Memories
José Saramago
José Saramago - The Stone Raft
José Saramago
José Saramago - Double
José Saramago
José Saramago - The Elephant's Journey
José Saramago
José Saramago - Podwojenie
José Saramago
Отзывы о книге «Memorial Del Convento»

Обсуждение, отзывы о книге «Memorial Del Convento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x